31 de diciembre de 2010

COMPLICACIONES EN LAS TRAMAS

Último día del año 2010. Esta es la entrada número 64 de este año (no está nada mal, tendiendo en cuenta que comencé el blog en el verano). En realidad no tenía pensado escribir nada más hasta el año que viene (mañana), sobre todo teniendo en cuenta que me encuentro algo “griposo”. Pero no quería dejar de contar las complicaciones que me produjo, en esta primera serie de novelas, el que la cuarta, “La Cruz de los Ángeles” estuviera escrita antes que la tercera, “El Muladí” y ésta antes que la segunda, “La Muralla esmeralda”.
La primera fue que personajes que salían en “La Cruz de los Ángeles” eran hijos de otros que tenían que salir, obligatoriamente, ya por que eran históricos, o porque, aunque inventados, tenían especial relevancia, en “el Muladí” y, a veces, las edades no cuadraban. Una vez escrito “El Muladí”, tuve que retomar “La Cruz de los Ángeles” para hacer los cambios pertinentes, pero en algún caso no lo hice, bien porque se me pasó, o bien porque significaría cambiar sustancialmente la trama. Cuando se publiquen (si es que alguna vez se hace) esas dos novelas, puede ser un aliciente añadido para los lectores encontrar y hacerme llegar esos “gazapos”.
Lo mismo me ocurrió al escribir “La muralla esmeralda” respecto a “El Muladí”. Esta vez (Estas novelas están mucho más cerca una de otra en el tiempo histórico) son los mismos personajes los que han tenido que ser descritos de nuevo. Un ejemplo: En los primeros capítulos de “El Muladí” describo al conde Rodulfo (Personaje imaginario, hijo de Julián y Adosinda y sobrino, por tanto, de Pelayo) como un hombre de edad madura, contrapunto, por su sensatez, de los más jóvenes Alfonso y Fruela (Los hijos de pedro de Cantabria). No obstante, en “La muralla esmeralda”, Rodulfo aparece como compañero de juegos y estudios de éstos, incluso algo más joven que ellos. En este caso no fueron difíciles las correcciones. Bastó con, en “El muladí”, cambiar “la evidente sensatez, dada su edad madura…” por “su sensatez, a pesar de su juventud…” y cosas así. Pero al igual que en lo dicho anteriormente, hubo otros casos en que no se pudo cambiar con tanta facilidad.
Más complicado fue otro caso. En “La Cruz de los Ángeles” teníamos a Alfonso II, un rey que decidió (Aunque hay historiadores que los dudan) vivir en castidad. Alfonso fue educado por su tía Adosinda (La hija de Alfonso I y Hermesinda, nieta, por tanto de Pelayo, no confundir con la otra Adosinda, hermana de el “héroe” de la primera novela) y por su marido, el rey Silo. Como de este poco, o casi nada, es lo que se sabe con certeza, lo hice hijo de Rodulfo, y nieto, por tanto, de Julián, con lo que sería primo de su esposa, caso no demasiado raro en esos tiempos. Silo y Adosinda no tuvieron descendencia (al menos en lo que yo he podido averiguar) y trataron a su sobrino Alfonso como un hijo. Se me ocurrió una circunstancia, para aprovechar esto, que no tiene ninguna base histórica, es más, es de todo punto improbable, por no decir imposible, pero que resultó muy novelesca y una auténtica sorpresa (espero) para los lectores. No puedo decir más sobre ello para no estropearla, pero al escribir “El Muladí” tuve que explicar esa circunstancia, de tal manera que no desvelase lo que iba a pasar en la siguiente novela, pero sí que lo hiciese creíble. Creo que salí del paso con notable. Cuando se publiquen y mis lectores se enteren del caso, serán ellos los que juzguen si es adecuada la solución que describo.
Bien, repito lo dicho en mi post anterior. ¡Feliz Año nuevo para todos!

26 de diciembre de 2010

MI PUEBLO EN MIS NOVELAS

Como dije, estoy pasando estas Navidades en mi pueblo. Y como, también dije en otra entrada, aunque “mi pueblo” no es, en realidad, mi pueblo, pues no nací en él, no me crié en él y no vivo en él, cuando alguien me pregunta de dónde soy, respondo sin dudar: “de Luanco”; pues aquí (o en sus proximidades) nació mi padre, mis abuelos (esto no es realmente cierto, ya lo contaré algún día) mis bisabuelos, muchos de mis tatarabuelos y algunos de mis antepasados más lejanos de los que me pude enterar, y en su pequeño cementerio de Santa Ana están los restos de casi todos ellos.
En estos momentos me vienen a la memoria algunas frases que, bien como refranes, o en la letra de canciones populares, demuestran lo que la sabiduría popular piensa de estas cosas: “Quien a los suyos parece, honra merece.” “Bendita sea la rama que al tronco sale.” “De bien nacidos es ser agradecidos.”… No todas quieren decir lo mismo, pero sí revelan una misma forma de pensar. Forma de pensar con la que me siento identificado y que me lleva, como pequeño homenaje a mis raíces, a hacer que “mi pueblo” salga, aún sin citarlo expresamente, en todas las novelas en que puedo hacerlo.
Concretamente, en “Pelayo, rey”, en el capítulo XXIII, página 330, el protagonista organiza la expedición para liberar a su hermana, Adosinda, del cruel Munuza, saliendo en botes desde un pueblecito marinero situado un poco al norte de Gijón; la descripción de la bahía del pueblo y su pequeño puerto ballenero concuerdan con la de Luanco, lugar en el que, desde tiempos medievales, habia un asentamiento de pescadores de ballenas.
En “La Muralla esmeralda”, en el capítulo XVII, el rey de Asturias, Pelayo, descansa de sus obligaciones de gobierno participando en la pesca de la ballena junto con los habitantes del pueblecito pesquero que ya citamos en la novela anterior y a la que hacen referencias los protagonistas.
Y en “el Muladí”, hago varios de los personajes vivan en las proximidades del castillo de Gauzón (Gozón es el actual concejo” de que Luanco es la capital), edificio que sitúo, contra las tesis oficiales, y solo por que mi padre, siguiendo las teorías de unos pocos historiadores, así lo pensaba, en la costa próxima a Luanco. Posteriormente a la redacción de esta novela, excavaciones arqueológicas en el Peñón de Raíces, municipio de Castrillón (Cerca de Avilés), han confirmado que, con toda probabilidad, ese fue el emplazamiento del desaparecido Castillo de Gauzón, cuyas tierras, en los tiempos de las novelas, englobaban los actuales municipios de Gozón (Luanco), Carreño (Candás), Avilés y Castrillón.
En las siguientes novelas, tanto de esta serie (“La Cruz de los Ángeles”, “La Cruz de la Victoria”), como la dedicada al Apóstol Santiago (Boanerges), por supuesto la del héroe asturiano Gauzón o Gausón, e, incluso la actual “La medalla olímpica” (Unas ya escritas, aunque aún no publicadas, otras en período de finalización y otras apenas esbozadas) también hará su aparición mi “patria chica”, el pequeño pueblo marinero de Luanco.
Y, a todos sus habitantes, a todos los lectores de mi blog, a mis familiares y amigos, les deseo ¡¡¡UN FELIZ AÑO NUEVO!!!

24 de diciembre de 2010

TERCERA NOVELA.- “El Muladí”.- La trama.

Casi todo lo importante ( o de lo que tenemos más noticias) que ocurrió en esos años (Los que ocupan el reinado – breve - de Favila y el de su cuñado Alfonso I, sucedió en África (Rebelión de los bereberes, envío de un ejército por el Califa, batalla “de los nobles”, llegada de los “sirios” a Ceuta) o en la zona de España dominada por los emires cordobeses (luchas entre kelbíes y qaysíes, entre bereberes y árabes, o entre los descendientes de los llegados con Musa – “baladíes” y los sirios de Balch) que tanta importancia tuvieron para permitir que Alfonso I viese la ocasión propicia – adelantada por Julián en la novela anterior, “La muralla esmeralda” – para comenzar a avanzar con sus escasas tropas al sur de los montes y hacer incursiones por la meseta superior, volviendo, ante la imposibilidad de mantener allí una fuerza permanente, a su refugio asturiano llevándose con él a los cristianos de esas zonas lo que permitió, por un lado, al reino de Asturias llegar a tener la demografía suficiente para enfrentarse a los musulmanes, y, por otro, crear una zona defensiva, por la que los ejércitos islámicos, que se alimentaban sobre el terreno, tendrían dificultades para llevar contra Asturias un número importante de soldados.
Así que nuestro protagonista (Abdul) tendría que ir a todos esos sitios; pero, además, como la novela formaba parte de la serie sobre el reino de Asturias, sus actos tendrían que tener relación con este (para poder hablar sobre esas tierras de forma coherente) y, si fuera posible, acabar allí.
Como también quería, a pesar de ser consciente de mis carencias para contar de forma creíble escenas de amor, introducir una historia romántica, impr4scindible en cualquier novela que quiera interesar a todo el mundo, encontré rápidamente la forma de resolver estos puntos. Abdul estaría enamorada de una joven cristiana, y tendría dificultades para poder hacer realidad su amor. (Al estilo de Romeo y Julieta, o algo así). En principio pensé retratar en esta joven y su familia a los mozárabes, pero luego, al considerar que lo más representativo de este grupo social son los martirios de los seguidores de san Eulogio, muchos años después, dejé para otra novela a esos cristianos sometidos y decidí que Jimena (así iba a llamarse la amada de Abdul) formase parte de los cristianos liberados por Alfonso I y llevados con él a Asturias. Esto daría pie a que Abdul tomase conciencia de que el único lugar en que podría hacer realidad su amor sería llegando al reino cristiano y, una vez allí, volviendo a la fe de sus antecesores (si lo hiciera en territorio musulmán sería considerado apóstata y condenado a muerte). Pero aquí el lado sádico del autor le frustraría constantemente haciendo que tuviese que incorporarse a los diferentes ejércitos musulmanes y tomar parte en todos los acontecimientos que relaté anteriormente.
Bien, eso es todo por hoy: Pero como estoy escribiendo desde Asturias, adónde vine a pasar la Nochebuena con mi familia, y nosotros, por suerte, y gracias, en parte, a los héroes de mis novelas, no somos musulmanes sino cristianos y creemos que Dios se hizo hombre y nació de una Virgen, acontecimiento que conmemoramos esta noche, aprovecho para desear a todos los lectores de mi blog una ¡¡¡FELIZ NAVIDAD!!!

20 de diciembre de 2010

TERCERA NOVELA, El Muladí: El protagonista.

Iba a escribir una novela sobre un determinado grupo social, los muladíes, (los mozárabes quedaban para otra ocasión) por lo tanto el protagonista tenía que pertenecer a este sector: hispanos que, viviendo bajo el dominio musulmán, aceptaban la religión islámica. Primera elección, ¿mi protagonista iba a ser un personaje real o imaginario?
Hasta ese momento, los “héroes” de mis novelas habían sido personajes reales (Pelayo en “Pelayo, rey” y en la aún no publicada “La muralla esmeralda”, Fruela I y Alfonso II en “La Cruz de los Ángeles” y Alfonso III en la aún no concluída que cerraría la serie), así que si quería que mi personaje fuera auténtico, tendría que buscar alguno de ese grupo que hubiese destacado y del que hubiese reseñas históricas. Los más conocidos fueron, sin duda, los Banu Qasi del valle del Ebro; Fortún, el hijo del duque visigodo Casio, su hijo Musa ibn Fortún, su nieto, el más famoso, Musa ibn Musa, llamado “el tercer rey de España”, y varios de sus bisnietos y tataranietos. Pero todos ellos ya habían sido utilizados en mis novelas, cronológicamente posteriores, aunque ya escritas, y además como pertenecientes a “los malos” que se oponían a mis protagonistas, “los héroes”.
Otro muladí de gran importancia fue Ibn Hafsun, el señor de Bobastro que tuvo en jaque a los emires cordobeses durante mucho tiempo. Aunque también había aparecido en mis novelas citadas, solo lo fue de manera tangencial, lo que me permitía usarlo como protagonista en esta; además, cumplía con todos los requisitos, había luchado contra sus correligionarios musulmanes, ayudando (aunque involuntariamente) a los reyes asturianos, y al final de su vida retornó a la religión cristiana. No obstante, también lo deseché, aunque queda como opción para una próxima novela (su vida aventurera lo merece) y, como pequeño homenaje, hice que su bisabuelo tuviese una pequeña aparición en las páginas de esta novela.
A pesar de que, como he dicho, los protagonistas de mis novelas fuesen personajes reales, había disfrutado mucho elaborando aquellos otros que correspondían solamente a mi imaginación, pues podía con ellos hacer lo que quisiera. Por este motivo decidí que, por esta vez, el “héroe” sería un personaje inventado. Un muladí anónimo que, sin embargo, tuviese parte en todos los acontecimientos históricos que ocurrieron en aquellos tiempos y que estaban relatados en las crónicas, cristianas o musulmanas, de que disponía y que había estudiado para la elaboración de mis novelas.
Pero, claro, esta novela tendría que ocupar su lugar en la serie y, por lo tanto, tener relación con el reino de Asturias. Ya había hablado de Pelayo en “Pelayo, rey” y tenía escrita “La Cruz de los Ángeles”, que comenzaba con el reinado de Fruela I, así que me quedaba por llenar el hueco correspondiente a los reinados de Favila (Muy breve) y Alfonso I. La acción tendría lugar en esos años. Y en esos años la única relación entre el reino asturiano y los territorios sometidos a los musulmanes tuvo lugar al norte del Duero, donde están relacionados varios lugares que Alfonso I atacó, volviendo después a la seguridad de sus tierras asturianas, ante la imposibilidad de conquistarlas permanentemente. (Esto me vino muy bien cuando, posteriormente, escribí “La muralla esmeralda” de la que hemos hablado en las entradas anteriores del blog).
Así que mi protagonista (Abdul, le llamé, sin ningún motivo especial) sería un muladí habitante de algún pueblo (no había ciudades propiamente dichas) de la zona norte de la meseta superior. De camino a Asturias desde Madrid hay un pueblo que se llama “Villa Fáfila”, a orillas del Valderaduey, y rápidamente los adopté como sitio natal de mi protagonista, aunque el motivo que utilicé para el nombre del pueblo, fuera, a todas luces, improbable.
Se me presentaba otro problema. Los motivos que indujeron a la mayor parte de los cristianos que abrazaron la religión musulmana (los muladíes) para tal apostasía fueron egoístamente económicos (pagar menos impuestos). Un “héroe” no podía dejarse llevar por motivos tan poco nobles, así que la solución fue muy sencilla: El padre de Abdul fue quien abrazó la religión musulmana y, según las normas islámicas, sus hijos también eran musulmanes, lo quisieran o no, salvo pena de apostasía castigada con la muerte. (Dejo este apunte para aquellos que quieren comparar en pie de igualdad la religión musulmana con la cristiana y para aquellos de mis compañeros que, con motivo de enaltecer “Al Andalus”, han dicho que el próximo año (2011) celebramos los mil trescientos años de la venida de los muuslmanes.)
Bien, ya tenía mi protagonista, un joven de Villa Fáfila cuyo padre había adoptado la religión musulmana. Ahora tenía que buscar la excusa para que estuviese presente en los acontecimientos históricos de los que tenía noticias, pero eso será en próximas entradas.

16 de diciembre de 2010

TERCERA NOVELA II.- Muladíes y Mozárabes

Los habitantes de la península en aquellos tiempos pertenecían a varios grupos: unos minoritarios, los supervivientes de los godos que no huyeron a las tierras de los francos y se refugiaron en Asturias, las tribus de cántabros y astures, poco romanizadas y civilizadas que mantenían su independencia al norte de la cordillera cantábrica, los árabes que vinieron con Musa ibn Nosayr y los que después se les fueron añadiendo, establecidos principalmente en los valles del Ebro y Guadalquivir y en las fértiles huertas del levante peninsular, y los bereberes que cruzaron el estrecho con Tarik y a los que sus señores árabes confinaron en las menos productivas de las tierras conquistadas, las zonas montañosas de ambas mesetas.
Sin embargo, la mayor parte de los habitantes de España eran los descendientes de los romanizados iberos, celtíberos y celtas, llamados por eso hispanorromanos y que, después de la conquista árabe se dividieron en dos grandes grupos por mor de su religión: Los “Mozárabes”, que se mantuvieron fieles a la religión cristiana, aunque asimilando, bien de grado o por la fuerza, muchas de sus costumbres, de ahí su nombre (“Mostaarab”, los que quieren ser como árabes) y los “Muladíes”, aquellos que por diferentes motivos (Pagar menos impuestos, subir en la escala social, poder acceder a cargos públicos…) adoptaron la religión Islámica (Los “Muwallad”, los adoptados)
De estos grupos pretendía hablar en mis novelas, de los muladíes en esta, “El Muladí”, y de los mozárabes en otra posterior, que no pudo denominarse “El mozárabe” por haber ya una con ese nombre y que, con la originalidad que me caracteriza, titulé “Los mozárabes”.
Y, como ya tenía experiencia y comenzaba a considerarme un escritor, pues aparte de “La Cruz de la Victoria” (Que estaba a punto de publicarse con el título “Pelayo, rey”) y “La Cruz de los ángeles”, tenía ya casi acabada “La caja de las ágatas” (Que posteriormente tomaría el título abandonado de “La Cruz de la Victoria), decidí hacer un esquema previo de la novela antes de ponerme a escribir. Y del que hablaremos en la siguiente entrada.

12 de diciembre de 2010

TERCERA NOVELA. “El Muladí”. El motivo.

Bien, acabados ya los comentarios acerca de “La Muralla Esmeralda”, al menos hasta que se publique, o esté a punto de hacerlo, comenzamos a hablar de la tercera: “El Muladí”
Ya dije cuando hicimos el estudio conjunto de todas las novelas, que “El Muladí” se concibió (y comenzó a escribirse) después de haber finalizado la que le sigue, “La Cruz de los Ángeles”. Repito, porque hace ya tiempo que lo expliqué y puede haber (con toda seguridad) lectores que se hayan incorporado al blog con posterioridad, que paso mis vacaciones en Andalucía, región en la que quedan multitud de influencias de la época (siete siglos, es decir, más tiempo del que ha transcurrido desde el fin de la Reconquista hasta nuestros días) en que estuvieron bajo la dominación musulmana; costumbres, topónimos y otros conceptos nos retrotraen indefectiblemente a esa época.
Tengo muchos y buenos amigos en Torre del Mar, Málaga. Por supuesto que no son musulmanes, pero no reniegan de lo bueno que pudo tener su influencia en esas tierras (que lo hubo, al igual que algo de malo también). En mis novelas, como corresponde a novelas de aventuras, hay “buenos” y “malos”; y el papel de los “malos” les corresponde siempre a los musulmanes. Y quería dedicarles una pequeña compensación.
Por otro lado, aunque mis novelas quieren narrar la historia del reino de Asturias, no puedo dejar de lado el hecho de que la mayor parte de España estuvo, largo tiempo, bajo la dominación musulmana y que sus habitantes, los descendientes de los hispanorromanos, se dividieron en dos grandes categorías: Los muladíes (“muwallad”, hijos de madre no árabe) y los mozárabes (“Mostaarab”, los que quieren ser como árabes). Estos dos grupos formaron durante mucho tiempo la mayoría de la población de la Península, pues los musulmanes invasores, árabes y bereberes, no dejaron de ser una minoría, dominadora, por supuesto, pero minoría al fin y al cabo; y el pequeño reino asturiano también tenía una población escasa, tanto de astures y cántabros, como de hispanos y godos fugitivos, al menos hasta que la expansión territorial y la emigración voluntaria o forzosa de cristianos desde las tierras sometidas a los musulmanes hacia el norte diese al reino de Asturias y a sus sucesores la posibilidad de competir en condiciones más igualitarias con el emirato cordobés.
Así que en esta novela, el papel protagonista y la mayor parte de las aventuras les ocurren a representantes de estos grupos; aunque, como parte de una saga, hay capítulos que transcurren en Asturias y los personajes de las novelas anteriores y posteriores también tienen su papel. Lo que, como se verá, me crea más de un problema.

5 de diciembre de 2010

SEGUNDA NOVELA; Los encabezamientos

Cuando escribí mi primera novela, decidí, no me acuerdo cómo ni en qué momento, encabezar cada capítulo con una frase de alguna de las muchas fuentes consultadas, tanto de historia como de leyendas, que hiciera relación a lo que en el capítulo se iba a tratar. Quizá fuera un deseo de mi subconsciente de dejar de manifiesto todo el trabajo de lectura e investigación que había detrás de cada párrafo.
Sea como fuere, así quedó elaborada la novela, y del mismo modo redacté la segunda que escribí (“La Cruz de los Ángeles”), excepto el encabezamiento del capítulo dedicado a la conquista de Lisboa, para el que no encontré ninguna cita, como ya dije en la entrada del blog referente a esa novela en la que pedía ayuda a mis lectores y a la que tan amablemente respondieron tanto Javier Serra como María de Lombas (Aunque el problema sigue latente y volveremos sobre él en próximas entradas).
Respecto a la tercera (“El Muladí”), seguí la misma estructura y así están encabezados los capítulos, al menos la mayor parte, y para los que aún no he encontrado frases adecuadas, no me preocupa mucho, pues aún falta para que esa novela esté próxima a publicarse.
Esa misma técnica pensaba seguir en el resto de novelas, pues ya era algo así como un signo de identidad de la serie.
Pero con la “Muralla esmeralda” se me presenta un problema nuevo; Ya he dicho que nada hay en las crónicas asturianas ni en las islámicas sobre los acontecimientos que ocurrieran en ese tiempo en el reino de Asturias. Para los capítulos que narran las aventuras de nuestros viajeros en las tierras sometidas a los musulmanes, tengo multitud de opciones en los relatos del “Ajbar Machmua”, el “Ibn Idari” o el “Al Makkari”, entre otros. Mas por mucho que he buscado, no he encontrado ninguna frase que emplear en los capítulos dedicados a Pelayo y la vida en el reino asturiano.
Así que, a simple vista, tengo tres soluciones: Dejar sin encabezamientos esos capítulos (No me gusta nada); Dejar esa novela sin encabezamientos, perdiendo la identidad de la serie (Incluso podría suprimirlos en las demás, dejándolos únicamente en la ya publicada, como origen de la serie, y evitándome así problemas en el resto, lo que tampoco me gusta); O utilizar para los capítulos en los que no encuentre nada en las crónicas, unos párrafos de una canción (ficticia) escrita presuntamente un poco después de la muerte de Pelayo por algún autor desconocido y para lo que puedo recurrir a unos folios de ese estilo que escribí hace tiempo y que, debido a su bajísima calidad literaria, descarté hace tiempo y tengo guardados en algún sitio olvidado. Esta última opción me parece la menos mala, pero quizá adolezca de excesiva presunción y perjudique al texto de la novela.
Me gustaría que, respecto a este tema, se disipase, aunque fuera momentáneamente, la timidez o pereza de mis lectores y me enviasen comentarios manifestando su opinión. Prometo tenerlos en cuenta.

4 de diciembre de 2010

SEGUNDA NOVELA; El nombre

Ya dije que, por primera y, hasta el momento, última vez, que me había ocurrido desde que comencé a escribir historias, esta novela fue redactada por encargo de los editores, como continuación de “Pelayo, rey”. Así que, en un principio, en su denominación iba a constar esta circunstancia; algo así como “Pelayo, rey, segunda parte” o “Nuevas aventuras de Pelayo” o cualquier otro título más afortunado que los expuestos pero de parecida orientación (Total, luego, los editores pondrían el nombre que ellos quisieran, como ocurrió, y ya he contado, con “Pelayo, rey”, originalmente denominado por mí (Y así consta en el registro de la propiedad intelectual) como “La Cruz de la Victoria”
Pero, en uno de mis viajes para documentarme y/o inspirarme en lo relativo a esta novela, pasé una vez más por la senda del oso, subiendo desde Trubia al Puerto Ventana. Ya que “Pelayo, rey” había comenzado allí (Excepto el prólogo que, a sugerencia de los editores, contaba la muerte de Favila a manos de Witiza en Tuy) y allí había terminado (Excepto el epílogo que, esta vez por decisión mía, contaba la entronización de Pelayo como rey en el “Campo de la Jura” a las afueras de Cangas de Onís), decidí comenzar esta continuación en los mismos lugares que en el primer libro, y narrar un encuentro de Pelayo, ya como rey de Asturias, con algunos montañeses astures de esa zona occidental, alejada del macizo oriental de los Picos de Europa, donde se situaban casi todas las acciones de la anterior novela, reticentes a aceptar su autoridad. Pretendía así hacer extensiva la adhesión a Pelayo de todos los astures, a lo largo de la cordillera.
Un inciso, la manera de que Pelayo consigue hacerse respetar y querer por los montañeses es una de las principales pegas que los editores han puesto a esta novela, hasta el punto que me han pedido que la cambie. Como a mí me gusta y parece que, al fin, no muestran interés por editarla y voy a acabar haciéndolo yo mismo (Quiero hacer una presentación en primavera, con la Asociación de Antiguos Alumnos del Colegio Santa María de los Rosales), voy a permitirme el lujo de mantenerla y que sean los lectores los que la juzguen.
Una vez visitados todos los lugares que me interesaban, seguí hacia el puerto para volver a Madrid por ese camino menos habitual. Mientras iba conduciendo, iba pensando en la tesis principal de la novela: la duda de Pelayo entre intentar recuperar los territorios perdidos ante los musulmanes (Esto es, comenzar la Reconquista), o aguardar tiempos más propicios, consolidando sus posesiones asturianas y protegido por… En ese momento tuve la idea; la vertiente septentrional de los picos de Europa es agreste, pronunciada y, sobre todo, completamente llena de verdor. La abundante vegetación cubre todas las laderas no dejando ver, al contrario que la meridional, la que da a la meseta, un solo palmo del suelo que no sea completamente verde, en todos sus matices. Esa era la protección del pequeño y naciente reino de Pelayo y así se llamaría mi novela: LA MURALLA ESMERALDA. Con este nombre está inscrita en el registro de la propiedad intelectual y con este nombre se publicará. (Si soy yo en persona quien lo hago, seguro. Y sí mis editores actuales o cualesquiera otros se deciden a hacerlo, lucharé porque, esta vez, el nombre se mantenga)
Como, si Dios quiere, esta será la próxima de mis novelas que vea la luz, aún quedan unos pequeños flecos literarios por resolver, para los que pediré ayuda a los lectores de mi blog en la próxima entrada.

2 de diciembre de 2010

SEGUNDA NOVELA; PLANIFICACIÓN III (Los viajeros II)

Retomamos el hilo de la segunda novela y, dentro de ella, de las peripecias de los viajeros.
Les habíamos dejado en Córdoba, capital del emirato islámico y donde habían intervenido, a su pesar, en las luchas internas entre qaysíes y kelbíes. La misión que les había encargado su rey ya estaba cumplida y solo quedaba volver para informar de todo lo averiguado. Pero debido a esa intervención, la vuelta resultaba complicada. Uno de ellos estaba encarcelado, otro no podía dejar su “tapadera” de servidor de un noble musulmán sin desvelar el verdadero carácter de su misión, y el tercero no sabía qué hacer, si seguir intentando ayudar a sus compañeros, poniendo en peligro el resultado de la misión, o abandonarlos para cumplirla.
Todo esto no sucedía solo por el devenir lógico de la trama, sino porque en esos tiempos estaban sucediendo cosas en otras partes del mundo que estaba interesado en contar y procuré ingeniármelas para que los protagonistas tuvieran ocasión de ser testigos de ellas.
Y también porque hacía poco que había acabado otra de mis novelas, “El muladí” (tercera, tanto en el orden en que fueron escritas, como en su lugar cronológico en el devenir de la historia, aunque en su elaboración le precedió “La Cruz de los Ángeles” y en la historia sus sucesos ocurren justo después de la que estamos tratando ahora) y en ella el protagonista intentaba volver junto a su amada, lo que era impedido una y otra vez por las mil calamidades que el autor de la novela le hacía sufrir. Este recurso me había satisfecho bastante (debo tener un lado sádico) y decidí volver a emplearlo en la historia actual.
Sea por uno u otro motivo, o por ambos a la vez, las circunstancias separan a nuestros protagonistas, Julián es llevado a Egipto, donde es testigo (y los lectores con él) de una escena relatada con todo lujo de detalles por el “Ajbar Machmua” en la traducción de Lafuente Alcántara, en la que se pone de manifiesto como el sentimiento de lealtad hacia su jefe o patrón es consustancial al espíritu islámico (no todo iban a ser críticas hacia esa sociedad) y que aquí intentaremos resumir: Un árabe, de nombre Al Hadjjad, había alcanzado gran poder como visir de los califas Abdelmelic, Walid y Yezid, pero, tras su muerte y la de éste último califa, bajo el reinado de su sucesor Hixem, la familia de Al Hadjjad cayó en desgracia y su hijo Ocba ibn al Hadjjad tuvo que huir de Damasco y refugiarse en Egipto. El gobernador de este país, Obaidallah era nieto de Al Harits (el labrador), quien a su vez había sido esclavo del citado Al Hadjjad quien le liberó. Cuando Obaidallah recibió al hijo del patrón de su abuelo se llenó de alegría y, lejos de tratarle como un pobre exiliado, le ofreció el mando de una de las provincias que estaban bajo su autoridad, causando el enfado de sus propios hijos, quienes le avisan de que eso puede causarle la pérdida del favor del Califa. Obaidallah les responde: “Pongo a Allah y a vosotros por testigos, aunque para testigo, con solo Allah es suficiente, de que éste es Ocba, hijo de Al Haddjjad, y de que Al Haddjjad dio la libertad a su esclavo Al Harits, mi abuelo, y de que mis hijos son juguete del demonio que los ha llenado de soberbia. Quiero declararme públicamente exento ante Allah de toda impiedad e ingratitud con Él y con éste, el patrono de mi familia, pues he temido que mis hijos llegasen a renegar de los preceptos de Allah, desconociendo los derechos de patronato en este hombre y en su padre, y que incurriesen en la maldición divina y en la de los hombres. Pues me han contado que el profeta de Allah dijo: maldito aquél que se gloría de pertenecer a una familia que le es extraña: maldito aquél que desconoce a su bienhechor. Y que Abú Becr as Sidic dijo : Impío es quien reniega de sus parientes, por remotos que sean; impío es quien presume de pertenecer a una familia extraña. Mirando por vosotros tanto como por mí mismo, he querido, hijos míos, evitaros la maldición de Allah y de las gentes. Y en cuanto a lo que dijisteis de que incurriría en el enojo del emir de los creyentes por lo que hago, lejos de eso, el emir de los creyentes, cuya vida Allah guarde muchos años, es sobrado magnánimo y sabedor de los decretos de Allah y observador de sus mandatos para que lo lleve a mal, como erróneamente suponéis. Antes bien, recibirá noticias de mis actos con complacencia”.
Después de esto, Ocba escogió aceptar el gobierno de España diciendo: “Me agrada la Yihad, y Al Andalus es el mejor palenque” Lo que me da ocasión para que Julián vuelva, con este árabe que le adopta como sirviente, a España y acabe reuniéndose en dramáticas circunstancias, con su amigo y rey, Pelayo.
Por otra parte, Alarico, el joven godo, vive una historia romántica con una joven de Ceuta que resulta ser hija de Florinda “La Cava”, la mujer que, deshonrada por el rey Rodrigo, fue una de las causas de la invasión musulmana en el año 711. No obstante, obligado por su deber, la abandona, a su pesar, para volver a Asturias a informar a Pelayo, lo que hace (de nuevo el autor interviene en forma de hado maléfico, estorbando los propósitos del protagonista) pasando por Mallorca (Un pequeño tributo a mis amigos de esa isla, la familia Rullán), llegando al reino de los francos, donde se alista en ls huestes de Carlos Martel y participa en la batalla de Poitiers, para el resto de los europeos más famosa y trascendente que la de Covadonga. Allí se encuentra con Xinto, el astur, que también ha participado en la batalla, pero en el bando de los musulmanes, y, traspasándole el encargo de volver a informar a Pelayo, vuelve a Ceuta en busca de su amor. (Ya le había hecho sufrir demasiado, además unos hijos suyos y de Florinda serían descendientes del último rey godo, don Rodrigo, y podrían tener protagonismo en novelas posteriores. Aún no les he utilizado, pero la posibilidad queda abierta)
Y Xinto, al fin, vuelve a Asturias, pasando por Benasque (Otro pequeño homenaje a la familia Valero, propietaria del Gran Hotel Benasque, donde me he alojado cuando he ido a esquiar a Cerler), casi a la vez que Julián, momento en que todas las tramas confluyen y la historia llega a su fin. Con esto termina la novela, pero aún no he dicho cómo se llama esta novela. Queda para la próxima entrada.

26 de noviembre de 2010

EL DESCENDIENTE DE UN REY???

Hace tiempo (desde el sábado 13 pasado) que no escribía en el blog. En mi última entrada había anunciado que iba a contar una anécdota que me había ocurrido y que tenía relación con personajes que aparecían en la novela que estaba explicando (la nieta de Witiza y madre del cronista árabe ibn al Qutia) y estaba esperando a tener a mano algunos datos para relatarla con más exactitud.
Gracias al “orden” que reina en mi despacho y entre mis libros y apuntes, no he conseguido encontrar las notas referentes a ese hecho, así que tendré que acogerme a mi memoria (cada vez más inexacta e imprecisa) y procurar no cometer demasiados errores en el relato.
Como ya he dicho reiteradas veces, paso mis vacaciones de verano en la localidad costera malagueña de Torre del Mar, perteneciente a Vélez-Málaga, cuyo ayuntamiento organiza una Universidad de Verano con diversos cursos, a algunos de los cuáles, si me resultan interesantes, me suelo apuntar.
Hace unos años, quizá cinco, quizá siete, no puedo asegurarlo sin consultar mis desaparecidas notas, uno de los cursos tenía el atrayente título “La Biblioteca perdida de Timbuctú, españoles en la curva del Níger” y, por supuesto, me apresuré a reservar una de las escasas plazas disponibles.
El ponente era el honorable profesor XX (Lamentablemente no recuerdo el nombre) y el tema era las peripecias que había pasado una familia de moriscos, expulsada de España cuando la rebelión de las Alpujarras, para conservar, a través de sus viajes hasta llegar a orillas del río Níger, los manuscritos de sus antepasados, entre los que se encontraban algunos de los escritos de Ibn al Qutia.
A continuación nos reveló el auténtico objetivo de ese curso; los manuscritos habían corrido serio peligro en varias ocasiones a lo largo de su historia, pues en los momentos de mayor intransigencia islámica en Nigeria habían tenido que ser enterrados para evitar que, al estar algunos escritos en latín en vez de en árabe, o poder ser considerados poco fieles al Corán, fuesen quemados. Así que el honorable XX pedía que el ayuntamiento de Vélez Málaga costease la construcción de una biblioteca en Timbuctú donde fuesen custodiados, y lo hacía en su calidad de descendiente directo de citado ibn al Qutia, a su vez hijo de Sara “la goda”, hija de Ardabasto quien, a su vez, era hijo del rey de España, Witiza. Y, medio en broma (o quizá no), decía que, al haber sido Witiza derrocado ilegalmente por Rodrigo, él mismo podría alegar derechos a la corona de España.
Esto resultaba mucho más gracioso al constatar que quien así nos hablaba era un hombre, negro como el tizón, (por favor, que no se busque ninguna connotación racista), color de piel habitual en los nigerianos actuales.
En el turno de preguntas estuve a punto de pedir la palabra para decir que Witiza no fue derrocado por Rodrigo, sino que a su muerte, el senado (el trono, en los godos era electivo, no hereditario) decidió escoger a Rodrigo, elección contra la que se rebelaron, inútilmente, los hijos de Witiza. Y que, aún en ese caso, la corona hubiera pertenecido al hijo mayor, Achila y no al segundo, Ardabasto, de quien descendía ibn al Qutia y, según él mismo afirmaba, el ponente. Pero, prudentemente, me callé. Iba a aprender, no a meterme en polémicas.
Eventualmente, el ayuntamiento de Velez Málaga costeó la biblioteca (He podido ver fotos posteriores) y la conservación de los manuscritos en Timbuctú. (Claro que eso fue antes de la “crisis”)
Espero no haberos aburrido mucho con esta historia. En la próxima entrada volveremos a hablar de la novela.

13 de noviembre de 2010

SEGUNDA NOVELA; PLANIFICACIÓN II (Los viajeros)

Dicho ya lo que ocurre (resumidamente y sin desvelar sorpresas) en Asturias, vamos con las peripecias de los viajeros. En un principio, el resultado de sus pesquisas importa poco, pues todos sabemos lo que ocurrió, fuera sabia decisión de Pelayo o pura necesidad histórica (Y por si alguien no lo sabe, aunque solo sea por omisión de los cronistas, no lo digo aquí). Pero este periplo nos da ocasión para contar cómo tuvo lugar una constante inmigración desde los territorios ocupados hasta el naciente reino cristiano, los orígenes del creciente resentimiento de los bereberes hacia sus señores árabes, que dio lugar a la posterior rebelión y emigración hacia sus lugares de origen, que forman la parte principal de la siguiente novela “El Muladí”. También dos permite volver a encontrarnos con una familia de una minoría que tuvo gran importancia en la invasión musulmana, los judíos, y que había aparecido en “Pelayo, rey”, aunque, no sé por qué, no había hablado mucho de ella en este blog; en relación con ellos y, como pequeña satisfacción a uno de los personajes por los que más afecto siento y al que le había hecho sufrir mucho tanto en esta novela como en la anterior, introduje una escena romántica (reconozco que se me da fatal describir este tipo de escenas) que fue muy criticada por aquellos de mis colaboradores que han analizado el borrador de la novela, pero que, contra su opinión, pienso mantener. Si alguno de los que leen el blog quiere también manifestar su opinión sobre este asunto y me lo hace saber, le remitiré ese capítulo concreto para que pueda aportar sus ideas.
Otra de las constantes de la España musulmana, que tuvo una importancia capital en el devenir de la Reconquista fue, como he dicho muchas veces, el odio entre los representantes de las dos grandes tribus que vinieron a España desde la lejana Arabia, Kelbíes y Qaysíes (Representado hoy en día por las luchas entre chiíes y sunníes, con matanzas que no han cesado desde aquella época, para que tomen nota los que ponen a Al Andalus como modelo.) y que he tratado de describir con la mayor fidelidad posible, siguiendo al historiador y arabista R.P. Dozy, nada sospechoso de islamofobia.
La escena por la que siento más cariño de esta situación es aquella en que el noble árabe Abú-l-Khattar, posteriormente emir de Córdoba, recluído en un calabozo, escribe unos versos que, recitados posteriormente al califa Hixem, tuvieron una importancia decisiva en la historia de los musulmanes en España. Como no sé árabe, utilizo la traducción del citado Dozy y la transcribo literalmente en la novela, tal como puede leerse a continuación:
- “Permites a los qaysíes derramar nuestra sangre, hijo de Merwan; pero si persistes en negarte a hacernos justicia, apelaremos al juicio de Dios, que será más equitativo para nosotros. Se diría que has olvidado la batalla de la Pradera, y que ignoras quien te procuró entonces la victoria; sin embargo eran nuestros pechos los que te servían de escudos contra las lanzas enemigas y solo nos tenías a nosotros por caballeros y peones. Pero después que has conseguido el objeto de tus designios, y que gracias a nosotros nadas en las delicias, afectas no conocernos; he ahí como, desde que nos tratamos, obras constantemente con nosotros. Pero guárdate de entregarte a una seguridad engañosa; cuando la guerra se encienda y sientas deslizarse tu pie sobre la escala de cuerda, puede que entonces las cuerdas que creas sólidamente torcidas se destuerzan... ¡esto se ha visto tantas veces...!”
Aunque inventada, esta situación posiblemente, fue real, excepto, por supuesto, la intervención de nuestros protagonistas en ella, aunque gracias a eso su viaje siguió por derroteros diferentes.
También, con motivo de este viaje, aparece en estas páginas uno de los hijos de Witiza, Ardabasto, que tuvo existencia real y fue muy considerado entre los musulmanes, y una sobrina suya, Sara (Sara la goda), que fue madre del famoso historiador árabe ibn al Qutiya (el hijo de la goda) quien, junto con otros que ya cité, me proporcionó los datos para que mis personajes tuvieran una existencia lo más real posible. He prometido repetidas veces contar una anécdota que me ocurrió con relación a este personaje, y, rompiendo el hilo de la novela, voy a hacerlo ahora, pero para no extenderme mucho, será en la próxima entrada.

6 de noviembre de 2010

SEGUNDA NOVELA; PLANIFICACIÓN II (La trama asturiana)

Seguimos desarrollando la planificación de la segunda novela en el orden cronológico (No en el de concepción; ya expliqué que ésta de la que estamos tratando fue la quinta en escribirse, después de “Pelayo, rey”, "La Cruz de los Ángeles", “El Muladí”, y la rebautizada “La Cruz de la Victoria”; incluso la inacabada “Los Mozárabes” tenía ya concluido el 80% de su texto antes de comenzar a escribir la continuación de las aventuras de Pelayo). He incluido esta particularización (la de segunda novela) en el título de la entrada (creo que debería decir “post”, pero me resultan extrañas las palabras foráneas) para no inducir a error a los lectores que se vayan incorporando sin haber leído las anteriores.También dije que, a petición de mis editores, esta novela tenía que seguir narrando (ahora sí, imaginarias, por supuesto) la vida del primer rey de Asturias y que éste debería ser su protagonista principal. Pero también he dicho varias veces (quizá demasiadas, hasta ser reiterativo) que no había noticias escritas en las crónicas medievales sobre esos años del reino de Asturias y que, por lo tanto, no podía recurrir a grandes batallas de proporciones épicas, ni a invasiones, catástrofes naturales ni cosas así que hubieran sido reflejadas en las crónicas, bien cristianas o musulmanas.Además, ya tenía escritas varias novelas que relataban los hechos posteriores a esta época, y tenía el deseo de que pudieran editarse lo antes posible. Así que decidí resumir y narrar de una vez todo el reinado de Pelayo, haciendo hincapié en sus últimos años. Con lo cual di forma a un héroe casi crepuscular, que va dejando paso a la siguiente generación, aunque siempre, y esto no es mérito mío, sino del propio Pelayo, cuando interviene deja a todos los demás en un segundo plano gracias a la intensa fuerza emocional que le caracteriza.Me imaginé (y no creo que estuviera demasiado lejos de la realidad) una corte sencilla, sin demasiado boato, pero consciente de su papel, en la que aparecieran junto al rey su esposa Gaudiosa, su hermana Adosinda y su amigo y cuñado Julián (Personaje éste, insisto para los que se incorporen, totalmente inventado). Bajo su dirección se va educando un grupo de jóvenes (así debió ser) en el que destacan los hijos del duque Pedro de Cantabria, Alfonso (el futuro Alfonso I) y Fruela, los propios hijos de Pelayo, Favila y Hermesinda, y los de Julián. A esta pequeña sociedad se van incorporando godos que vienen huyendo de los territorios musulmanes, hispanos y astures hasta formar un grupo con representación de todas las etnias que convivían en aquella Asturias primigenia.Y de él parte una pequeña expedición para recabar información de los territorios bajo el poder islámico, formada (¡cómo no!) por un hispano (Julián), un godo (Alarico, uno de los recién llegados) y un astur (Xinto). Por supuesto, ya que no hay datos históricos sobre ellos, todos imaginarios. De esta expedición hablaremos en otra entrada.Esperando la vuelta de los expedicionarios, pasan los años en Asturias. El grupo de jóvenes crece, toma responsabilidades, hay historias de amores, de celos, de traiciones (y sin duda, algo de todo esto tubo que haber en la realidad), choques entre los que pretenden que el nuevo reino sea una prolongación total del de Toledo, con los godos ocupando, exclusivamente, la posición preeminente, y los que creen en que la fuerza del nuevo reino estribará en la fusión de las tres identidades (Excuso decir cuál es el partido de Pelayo, en mi imaginación, aunque lo que cuentan las crónicas sobre el reinado de Alfonso I quizá indicase otra cosa). También hay alguna aparición inesperada y sorprendente y un personaje no humano que tuvo capital importancia en la historia del reino.Al final, todas las diferentes tramas confluyen y se juntan y la historia concluye (Lamento desvelarlo, pero es obvio que ese es el auténtico final de toda historia) con la muerte del héroe. Principalmente para evitar que los editores me pidieran otra continuación. Pero no antes que la de todos los protagonistas de la primera novela.

1 de noviembre de 2010

PLANIFICACIÓN (Las dos tramas originales)

Este fin de semana, puente de Todos los Santos, he viajado a Asturias, a mi pueblo de Luanco.
Casualmente, en la novela que estoy terminando (No tiene nada que ver con la serie histórica asturiana, pero de todas maneras, hablaremos de ella en un futuro), sus protagonistas (en el capítulo que estoy escribiendo), viajan a Asturias, al piso de los tíos de uno de ellos, y pueden disfrutar del espectáculo del Mar Cantábrico, siempre en movimiento, desde la ventana de su casa mientras desayunan.
Yo, en este viaje, sentado ante mi ordenador y contemplando desde el salón de mi casa de Luanco como las olas rompían violentamente contra la costa asturiana, tenía una ocasión única para sentirme inspirado para describir esa situación, pero un viaje a mi tierra siempre supone un montón de compromisos: comidas y cenas con hermano, sobrinas, primas, etc. , visita al cementerio, solucionar asuntos de la casa y, ¿por qué no?, tomar algunos “culines “ de sidra en los bares cercanos. Así que del tiempo necesario para escribir, solo he podido sacar el escaso para poner algo en el blog. Bueno, eso es más que nada. Así, que vamos de cabeza a la historia d ela segunda novela.
Como ya he dicho, tenía ante mí unos años del reino de Asturias de los que nada había escrito en las crónicas; por otro lado, tenía a mi alcance abundante documentación de lo acontecido en esos mismos años en los territorios ocupados por los musulmanes, y que, en muchos casos, fue fundamental en el devenir de la confrontación entre los reinos cristianos constreñidos al norte de la península y los invasores islámicos, dominadores de la mayor parte del suelo hispánico. Además, la decisión de Pelayo sobre si era el momento apropiado para comenzar la Reconquista o si por el contrario, era una temeridad enfrentarse a los poderosos emires cordobeses, (tesis sin ningún apoyo histórico, pero sobre la que descansa la trama de la novela) dependía de dos factores: el potencial demográfico y militar del pequeño y naciente reino Asturiano, que él conocía bien, y, por supuesto, mucho mejor que el autor de la novela; y la situación del emirato musulmán, que él ignoraba y de la que, sin embargo, tanto nosotros, gracias a las bien documentadas crónicas islámicas, como quien tenía que desarrollar la trama(yo), estábamos perfectamente al tanto.
Conclusión: se imponía una expedición para informarse del potencial de sus enemigos. Lo que hoy en día sería una labor de espionaje, y que fue un precedente/consecuente de otra misión de espías (también sin ningún apoyo histórico), esta vez de parte de los musulmanes, que ya había utilizado en dos de las siguientes novelas, pero que ocurren temporalmente, después de lo sucedido en ésta.
No había constancia de que Pelayo hubiese viajado a tierras musulmanas, y no parecía lógico que un rey, recién elegido (al estilo godo, como vimos en “Pelayo, rey”), y teniendo ante sí la difícil tarea de vertebrar unas tierras solo someramente dominadas por los reyes visigodos, en un nuevo reino de hispanos, astures y godos, abandonase sus tareas para embarcarse en un incierto viaje al centro del poder enemigo. Para eso estaba su amigo Julián. Rápidamente busqué un motivo (por si no fuera suficiente una orden del rey) para que el propio Julián solicitase esa misión, que no manifiesto aquí porque sería desvelar parte de la trama, y quedaban claras las dos acciones en que se iba a dividir la novela:
Un grupo que viajaría por la España musulmana descubriendo (y dando pie al autor para narrar) todo lo que allí ocurría; y otro (la corte de Pelayo) que se quedaría en Asturias enfrentándose a los problemas que la imaginación del autor fuese capaz de concebir.
De esas dos líneas de acción hablaremos en las próximas entradas.
¡AH! Y, POR SUPUESTO, RESOLVERÉ CUALQUIER DUDA QUE ALGUNO DE LOS LECTORES DEL BLOG, MÁS DECIDIDO, ME QUIERA PLANTEAR.

28 de octubre de 2010

UN OBJETIVO

Lo primero que me tenía que plantear al escribir la novela era saber lo que iba a pasar en ella. (La experiencia de “Pelayo, rey” en la que comencé a escribir sin saber realmente lo que iba a suceder, no ya en el siguiente capítulo, sino a veces en el siguiente párrafo no me ha vuelto a suceder). Como dije en la entrada anterior, nada había en las crónicas sobre esos años, y tenía que inventármelo.
Con la victoria de Covadonga había comenzado una epopeya que culminaría, 770 años después con la reunificación, bajo reinos cristianos, de los territorios invadidos por los musulmanes: La Reconquista. Según muchos historiadores, esto no fue una tarea persistente, sino que en ella hubo pausas, avances y retrocesos. Incluso algunos dicen que no fue una tarea consciente de los diferentes reinos cristianos, sino que se consiguió poco menos que sin querer, por el deterioro de los diferentes estados islámicos. Otros, sin embargo, mantienen que la idea de recobrar los territorios perdidos en el 711 fue una constante de las intenciones en los diferentes reinos cristianos de España durante ese tiempo. Teoría ésta que me resulta mucho más consistente y, por supuesto, mucho más atrayente para la trama de una serie de novelas.
Pero, de ser eso cierto, ¿Cuándo comenzó esa idea a tomar forma en las voluntades de los soberanos españoles? ¿Ya Pelayo era consciente de que gobernaba una isla de cristiandad en medio de un océano islámico, y que una de sus misiones era, no solo gobernar a sus súbditos, sino también liberar del dominio musulmán a los hispanos que vivían en los territorios gobernados por los emires cordobeses y recuperar los territorios perdidos en la invasión de Tarik y Musa? Esa es la cuestión que aborda esta novela y que está presente en todos sus capítulos, del primero al último.
¿Y cuál es la respuesta a esa pregunta? Pues ni el propio Pelayo lo sabía (al menos, en la ficción novelesca) Y, por su afán de averiguarlo, pasa lo que pasa en la novela y, sin desvelar las pocas dosis de intriga, lo iremos relatando en las próximas entradas.

23 de octubre de 2010

LA CONTINUACIÓN

Creo que hemos diseccionado todo lo posible mi novela, “Pelayo, rey”. Hemos hablado de cómo se concibió, cómo se realizó, cómo llegó a publicarse, de las investigaciones y viajes efectuados, de sus personajes… ya poco más se puede decir a no ser que haya intervenciones de los lectores pidiendo aclaraciones, expresando opiniones o (¡qué bueno sería!) iniciando controversias, que muchas hay posibles.
Mientras no se dé este supuesto, hora es ya de pasar a las siguientes novelas, aunque no estén aún publicadas. Cuando, hace ya unos meses, inicié este blog y hablé de cómo se fueron gestando, lo hice en orden cronológico de cómo fueron escritas. Pero ahora vamos a seguir el discurrir de la historia de Asturias, que es cómo, creo yo, se deben leer. Y, después de la historia que cuenta la forma en que el joven godo, Pelayo, llegó a ser el primer rey asturiano, viene la que narra los hechos acontecidos en su reinado, que dura desde la batalla de Covadonga, en el 722 (Sigo las tesis de Sánchez Albornoz) hasta su muerte en el año 737. Quince años de los que ninguna noticia nos dan las crónicas asturianas, en las que me había basado para los datos históricos de la primera novela, ni las de los musulmanes, que se limitan a narrar lo sucedido (mucho y muy interesante) en la España dominada por ellos. Esto me había hecho pasar por alto esa época hasta que fueron los propios editores quienes me pidieron una continuación de “Pelayo, rey”.
Escribir la novela me costó mucho menos que conseguir que se llegue a publicar. Es hoy el día en que aún no lo veo nada claro, y aunque la Asociación de Antiguos Alumnos del colegio ya tiene planificado, para la próxima primavera, la presentación del libro, Imágica ediciones aún no se ha decidido. Ya veremos en qué acaba todo esto (que se publique, que no se haga, que sea otra editorial, o que, al fin, lo edite yo mismo, son solo algunas de las posibilidades que estoy barajando)
Y de la trama, ¿qué? ¿No es de eso de lo que iba a hablar? Pues sí, pero en la próxima entrada. ¡Hasta entonces!

17 de octubre de 2010

LOS PERSONAJES (y VI) Los astures.

He dejado para el final al grupo de personajes por el que siento más cariño. Aunque tengo que reconocer que respecto a ellos estoy un poco desconcertado. Como he dicho numerosas veces, aunque ni he nacido, ni me he criado, ni he vivido regularmente en Asturias, me siento absolutamente Asturiano. Asturianos fueron mis padres (de Luanco mi padre y, aunque cubana, hija de asturiano, de Cenero, mi madre), asturianos mis abuelos y así sucesivamente.
Hace unos años dediqué uno de los veranos que pasaba en mi tierra para ir de archivo parroquial en archivo parroquial elaborando mi árbol genealógico (Lo tengo colgado en Genoom y allí mis parientes van añadiendo los datos que saben, aunque nadie se ha tomado un trabajo similar al mío); llegué lo más lejos posible en todas las ramas, hasta que la falta de datos, archivos perdidos, quemados en la Guerra Civil (la barbarie sin sentido es algo consustancial, por desgracia, con los seres humanos – algunos-), ilegibles etc., me impedían seguir. No obstante, en algunas de ellas llegué hasta el año mil quinientos y pico. Y casi todas ellas en el territorio del actual concejo de Gozón (que no coincide exactamente con el del medieval condado de Gauzón, uno de los referentes de mis novelas)
Pero a pesar de todos mis esfuerzos, no he aclarado una duda. ¿Desciendo de los astures establecidos desde antiguo en estas tierras y que lucharon (tema de una próxima novela) defendiendo su independencia contra los romanos, godos y musulmanes? ¿O de los hispanoromanos que también, según los estudios histórico-arqueológicos, llevan allí desde principios de nuestra era? ¿Estamos hablando de grupos humanos diferentes o son, básicamente, el mismo, con la única salvedad de el momento, anterior o posterior, en que adoptan el lenguaje, la religión, la cultura y las costumbres más “civilizadas” de los romanos?
No soy historiador ni arqueólogo. Simplemente, y con muchas limitaciones, un aprendiz de novelista. Así que, sin más razones que mi intuición, adopté la tesis de que no hay más que un pueblo asturiano que, gradualmente y según están más en contacto con los romanos, van asimilándose a éstos. Finalizando esta unión en el transcurso de la novela, con la intervención esencial del AMOR que nuestro protagonista siente por Gaudiosa y de la AMISTAD que le une a Julián. Recuerdo unas palabras que le hice pronunciar a Pelayo en su discurso ante sus seguidores: “No más godos, no más hispanos, no más astures… ¡Todos asturianos!”, históricamente improbables, pero de gran efecto novelesco. Aunque tengo que reconocer que en su novela “Los clamores de la tierra”, que ya he citado en otras ocasiones, Fulgencio Argüelles, mucho más erudito en estos temas que yo, coloca en tiempo de Ramiro I una rebelión de tribus astures paganas contra los súbditos cristianos de este rey, godos e hispanos. Esto tiene su base en las crónicas de tiempos de Alfonso III (nieto de Ramiro I), que relatan que este rey acabó con los “magos”. Bien, pudiera ser que la unión que yo imagino en tiempos de Pelayo no hubiera sido total y que existiesen cien años después tribus aún con costumbres paganas y que no aceptasen la dominación de los reyes asturianos, aunque la rebelión de Pelayo no habría podido llevarse a cabo sin la cooperación de algunas o muchas de dichas tribus.
Y vayamos ya con los personajes: Todos inventados, por supuesto, ya que no hay testimonios escritos de ninguno.
De Gaudiosa, la esposa de Pelayo, ya dije que nada hay que permita suponerla perteneciente a los astures, salvo la imaginación del autor.
Su padre, el jefe Otur, tiene (¿debo avergonzarme por decirlo?) una pequeña influencia, sobre todo estética, en el jefe galo de Astérix, Abraracourcix. Y es un ejemplo para otros líderes más preparados intelectualmente, pero menos conocedores de la idiosincrasia de sus súbditos. Su nombre está tomado de un pueblo, cerca de Cudillero, del que son originarios los dueños de dos bares situados cerca de mi casa de Madrid.
Su sucesor, el jefe Cueto (nombre típicamente asturiano, pero que, al adjudicárselo no caí en la cuenta de que coincidía con el apellido de un amigo, docto profesor de Avilés, que me hizo la presentación de la novela en el Fnac de Oviedo y que, durante ella, ironizó (mientras yo le escuchaba tremendamente avergonzado) sobre los defectos que yo le había atribuído. (Glotonería, pereza, etc.) Declaro solemnemente que ninguno de ellos le corresponden y que, si volviera a escribir la novela, o bien cambiaría el nombre – más bien apodo – de este personaje, o le retrataría de otra manera. No obstante, quise retratar en él, cómo es sorprendente que algunos personajes de estas características, absolutamente inútiles en otros aspectos de la vida, tienen una larga y exitosa carrera política. (Y alguno, sin duda, tuve en mi imaginación mientras escribía)
Pedro, “el raposu”, ambicioso, cobarde y traidor. ¿Cómo pude describir así a un asturiano? Bien, si había personajes así de viles entre los musulmanes y los godos, tenía que hacer realidad el refrán de que “en todas partes cuecen habas”. Y así se realzarían más las virtudes de los protagonistas.
Y el más joven, Xuan, “el roxín” (el pelirrojo). Típico personaje asturiano: decidido, emprendedor, al que no se le pone nada por delante… ¿somos así? Posiblemente no, pero para los que lo duden, hay una página en Internet “diferencias-de-un-asturiano-con-el-resto”, bastante graciosa. Si alguien quiere pasar un rato divertido, puede pinchar en: http://www.scribd.com/doc/464517/Diferencias-de-un-asturiano-con-el-resto

12 de octubre de 2010

LOS PERSONAJES (V) Los musulmanes.

En los tiempos de la invasión islámica el jefe supremo de los musulmanes era el Califa Al-Walid. Fue él quien, a instancias de su subordinado Musa ibn Nusayr, decidió la invasión de la península. Pero, puesto que nunca se acercó a ella, solo sale en la novela por referencias.
Musa ibn Nusayr era el emir (gobernador) de Ifriquiya (Norte de África). Ante la petición de ayuda ejercida por el conde Julián en nombre de Oppas y sus sobrinos, los hijos de Witiza (según las leyendas), y tras la autorización de su superior el califa, organiza la invasión. En la novela se le presenta como ambicioso (y debió serlo, pues el califa le ordenó viajar a Damasco para rendirle cuentas, sospechando que se había apropiado de más de lo que le correspondía), como receloso (para no comprometer a sus tropas de élite, árabes llegados desde aquellas lejanas tierras, envió primero a uno de sus subordinados, Tarif ibn Malluk para reconocer el terreno y después a otro, Tarik ibn Ziyad, antiguo esclavo suyo y natural del norte de África, el auténtico conquistador, al mando de diez mil musulmanes, bereberes como él), envidioso (ante los triunfos de Tarik viaja en persona a la península para ser él quien reciba los honores del vencedor) y astuto (cuando los godos partidarios de los hijos de Witiza creen que los musulmanes victoriosos van a colocar a éstos en el trono y contentarse con la recompensa prometida, Musa les sorprende reclamando los territorios ganados para el Califa)
Tarik ibn Ziyad, al igual que su superior Musa, aparece poco en las páginas de la novela, y solo en las acciones que la historia y las leyendas le adjudican.
Abd al-Azziz, el segundo emir, hijo de Musa, sale un poco más porque se casa con la viuda de Rodrigo, Egilona y, según las leyendas, a instancias de ésta realiza acciones contrarias a sus costumbres y religión (utiliza una corona, hace que se inclinen ante él…) lo que causa su asesinato a manos de sus compañeros.
Los siguientes emires Al Hurr, Al Samah y Al Gafequi tienen poca intervención, y solo con los actos que de ellos se saben, bien por la Historia o bien por las leyendas.
El sexto emir, Ambassa, es (según algunos autores) el que gobierna en España cuando la rebelión de Pelayo y así lo consideramos en la novela.
Alqama, un jefe bereber, es el que manda el cuerpo expedicionario enviado por Ambassa para acabar con Pelayo y sus seguidores (treinta asnos salvajes, según las crónicas musulmanas).
Hemos dejado para el final al que le hemos reservado el papel del villano entre los villanos, Munuza. Gobernador de Gigia (Gijón), según las leyendas, su pasión por la hermana de Pelayo, Adosinda, es la causante en primer lugar de la rebelión de éste y, en definitiva, de la expulsión de los musulmanes de Asturias. El autor de la novela es consciente de que, con toda probabilidad, la historia de Munuza sea una invención de los cronistas basada en otro Munuza (éste real), que se casa con la hija del duque de Aquitania, Eudes, y se rebela contra su emir. Pero un Munuza ambicioso, concupiscente, cobarde y traidor quedaba muy bien como el último enemigo derrotado por nuestro héroe, y así decidimos finalizar la novela.
Por último, hay varios personajes sin importancia personal, pero que simbolizan la enemistad entre las dos grandes familias de tribus árabes que llegaron a la península, Qaysíes y Kelbíes, que tanto favoreció a los cristianos en los primeros años de la reconquista (Sin contar el odio entre ambas y los bereberes) Y que no son más que el precedente de las luchas entre Chiitas y Sunnitas que persisten en la actualidad.

11 de octubre de 2010

LOS PERSONAJES (IV) Los godos enemigos.

 En este apartado introduciremos a todos los Witizianos; El primero, el rey Egica, sale solo por referencias en los primeros capítulos, y no tiene importancia en la novela. 
Su hijo, Witiza, sí es un personaje controvertido. Los relatos que tenemos sobre él, escritos en la España musulmana por autores mozárabes, hablan bastante bien de él, y lo mismo se puede decir de los escritores musulmanes (Y cómo no, si uno de ellos, ibn al-Qutia, era su bisnieto. Tengo prometido contar algunas anécdotas sobre éste y no lo olvido. Solo espero el momento adecuado) Sin embargo, los autores cristianos posteriores, que escriben años después bajo el gobierno de los sucesores de Pelayo, le hacen el paradigma de todos los defectos (Ambición, odio, concupiscencia, herejía, pues le acusan de ser proclive al arrianismo, etc.). Esto es completamente lógico. La mayor parte de los godos que permanecieron en la España sometida a los musulmanes pertenecían al grupo de los seguidores de Witiza, que eran los que habían pactado, a veces a su pesar, con los invasores; el arrianismo era una herejía que, al negar la naturaleza divina de Cristo, hacía más fácil la conciliación con las creencias islamistas (No olvidemos que Alá es el mismo Dios – Yaveh – de los judíos y de los cristianos; y que el propio Jesús es considerado un profeta por los musulmanes, aunque inferior a Mahoma). Por otro lado, los godos que huyeron a buscar refugio en tierras cristianas eran mayoritariamente los seguidores de Rodrigo, enemigos de los Witizianos, rey que, según la leyenda, había hecho asesinar al padre de Pelayo y había perseguido a éste. Naturalmente, puesto que Pelayo era mi héroe, acepté la versión de sus seguidores y cargué las tintas sobre Witiza, adoptando todos sus defectos, aunque dándole un cierto tinte de autoridad y valor para que fuera un adversario a la altura de nuestro protagonista. 
Según las leyendas (aunque hay infinidad de versiones), Witiza tenía dos hermanos, Oppas y Sisberto. Tengo que reconocer que me divertí mucho al describirles, haciéndoles completamente diferentes entre sí. Oppas inteligente, astuto, algo cobarde… y Sisberto torpe hasta rozar la estulticia, pero enorme, fuerte y hábil con las armas. Tendría que ser así, para poder competir con Rodrigo, el mentor de nuestro héroe, tan majestuoso como Witiza, tan inteligente como Oppas y tan buen luchador como Sisberto, cualidades que, cuando Rodrigo se deja llevar por su “lado malo”, son heredadas por Pelayo convirtiéndole en el héroe capaz de las mayores proezas. 
Hubo nobles godos que pactaron con los musulmanes y adoptaron su religión para conservar sus posesiones. Los más conocidos son el duque Casio y su hijo Fortún, que dieron origen a la poderosa familia de los banu Qasi, señores del valle del Ebro, y Teodomiro (Tudmir) en la región de Murcia.
Otros godos menos importantes aparecen por las páginas de la novela. Cuando, a petición de los editores, escribí el prólogo que tiene lugar en Tuy, aproveché para introducir a un witiziano, Sigmundo, y otro, Atanagildo, conde de Brigantium (Betanzos),  seguidor de Rodrigo. Ambos, por sí o por sus descendientes, aparecerán en la siguiente novela, “La muralla esmeralda”, representando a las dos facciones. 
Por último, casi al final de la novela aparece otro godo seguidor de  Witiza, Berbio, por supuesto, ambicioso, cobarde y traidor (pertenece al grupo de los “malos”), aunque también adjudiqué esos defectos a un seguidor de Rodrigo, Astulfo. Quizá como contraposición a los dos “decanus” de Pelayo que olvidé citar en la entrada anterior, Alderico y Viterico, fieles y eficaces. Todos estos personajes secundarios aparecen para dar ocasión a que los protagonistas realicen sus acciones, y, sobre todo, porque la historia no la escriben solo los grandes hombres, sino también, y posiblemente más, los personajes anónimos (aunque en este caso si tengan nombre) 
Y voy a citar aquí, aunque no sea el lugar que le corresponde, pues no era godo, a alguien que tiene una importancia capital, según las leyendas, en los acontecimientos históricos que justifican esta novela. El conde Julián, de Ceuta (Olbán según otros autores) era un bereber cristiano, vasallo de Witiza, que pertenece a ese bando por lealtad y que odia a Rodrigo por haber violado a su hija Florinda, y que, debido a eso, propicia la entrada en España de los mulmanes. A pesar de formar parte del grupo de los “malos”, no es un malvado, sino que sus actos están dictados por sentimientos loables (lealtad a su señor, amor a su hija…) y, sin embargo, es quien mayor parte tiene en la pérdida de España. Un ejemplo más de que todos los protagonistas son, independientemente de sus sentimientos, simples agentes del Destino.

9 de octubre de 2010

LOS PERSONAJES III ( Los godos amigos)

El principio de la vida de Pelayo (y de la novela) transcurre durante el tiempo en que el reino godo de Toledo domina la península ibérica; por lo tanto será de estos de los que hablaremos primero. Y los podemos dividir en dos grandes grupos: los amigos y los enemigos.
En el primer grupo tenemos, cómo no, al último rey godo, don Rodrigo. Hay multitud de leyendas sobre él, y muchas están recogidas en la novela. Todas le hacen responsable de la pérdida de España por su codicia (episodio de la cripta de la catedral) o por su concupiscencia (leyenda de Florinda, “la cava”), aunque también hacen hincapié en su arrepentimiento final (historia del ermitaño, la cueva y la serpiente en Viseu). Había que tener en cuenta que Rodrigo era pariente de Pelayo (Durante los últimos años del reino godo, las elecciones al trono eran una disputa entre dos grandes grupos de familia, los descendientes de Wamba y los de Chindasvinto. A la primera pertenecía el rey Egica y su hijo Witiza. Por la enemistad con éstos, y porque así nos lo dicen las Crónicas, - aunque su fiabilidad no sea excesiva - Pelayo y Rodrigo formaban parte del segundo grupo) Ya que nuestro héroe formó en su corte como “espatario”, no me pareció oportuno hacer de él un personaje vil, que no podría despertar la admiración ni la lealtad del protagonista, sino que aproveché para darle una personalidad atrayente que, una vez coronado, se deja dominar por sus pasiones, cumpliéndose en él la famosa frase de lord Acton (“el poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente”) y de paso, hacer que Pelayo recibiese una lección, dura, pero necesaria, para hacer de él en el futuro un buen rey.
Según las citadas crónicas, los invasores musulmanes habían derrotado en una escaramuza a las tropas godas de Andalucía, antes de que llegase desde el norte el rey Rodrigo con el grueso del ejército, y en esa lucha había perdido la vida un sobrino del rey llamada Bencio según algunos y Sancho según otros. No fue difícil hacer de Bencio un joven, primo de Pelayo y que, junto a él y a otros jóvenes nobles, pasa el tiempo en la corte de Toledo hasta que es enviado por su tío a gobernar Andalucía (Rodrigo, antes de su coronación, era el duque de la Bética, y parece lógico que, al acceder al trono, deje su antiguo cargo en manos de alguno de sus parientes) Esto me dio pie a dedicar algún capítulo a la ociosa vida de los jóvenes en Toledo, entrenándose para su única ocupación, las batallas, en contraposición del laborioso Julián. Y también para escenas de rivalidad con los witizianos, especialmente con Sisberto.
Otro de los jóvenes parientes de Rodrigo que intervienen en la novela responde al nombre de Teudefredo. Algunos escritos, no demasiado de fiar, hablan de un tal Teudefredo, padre de Rodrigo, a quien el rey Witiza habría mandado sacar los ojos por rebelarse contra él. Deseché esa leyenda por no parecerme de acuerdo con la personalidad de Rodrigo que permaneciera impasible y fiel al rey ante tamaña afrenta, y porque las edades que adjudiqué a ambos (muy meditadas en razón a los acontecimientos históricos en que tomaban parte) lo hacían improbable. Pero sí que utilicé el nombre para este noble, sobrino carnal de Rodrigo y nieto, por tanto, del Teudefredo citado por dicha crónica. El resto de sus acciones y su personalidad son imaginarias (al igual que las del anteriormente citado Bencio), y aproveché para darle un carácter impulsivo que, al enfrentarse a Witiza, hace que Pelayo dé muestras de una de sus virtudes principales, la lealtad, y le cause un destierro providencial que le lleva, de nuevo, a su querida Asturias.
De más edad que éstos, y, posiblemente, más real, el duque Pedro aparece en las crónicas como señor de Cantabria. Tiene importancia en esta novela, dónde aparece como ejemplo de guerrero y de líder, jefe del ejército godo y pariente también de Pelayo, aunque algo más lejano que los otros; también en la siguiente aún no publicada (La Muralla esmeralda) y, desde luego, en la Historia, pues uno de sus hijos, Alfonso, se casará con la hija de Pelayo, Hermesinda, convirtiéndose en Alfonso I, tercer rey de Asturias, y siendo padre del cuarto, Fruela I, y del noveno, Alfonso II, “el casto”, con quien, comprensiblemente por su apodo, acaba la serie de descendientes de Pelayo. Mientras que el segundo de los hijos del duque Pedro, Fruela (no confundir con su homónimo sobrino) fue padre de Aurelio I, quinto rey asturiano, y del octavo, Bermudo I, “el diácono”, quien, a su vez y a pesar de su apodo, fue el padre de Ramiro I, décimo rey (o undécimo, si contamos, como hacen algunos historiadores, a Nepociano) y, por tanto, origen de la serie de reyes de España, descendientes del duque de Cantabria Pedro. Pero todo esto está contado con detalle, aunque con concesiones a la ficción novelesca, en los siguientes libros “La Muralla esmeralda”, “El muladí”, “La Cruz de los Ángeles” y “La Cruz de la Victoria”. Espero que podáis llegar a leerlos algún día.

7 de octubre de 2010

LOS PERSONAJES (II) La amada

Todo héroe que se precie tiene una amada por la que es capaz de las mayores aventuras. Bueno, no todos. En los libros de aventuras con los que, en mi niñez, comencé a explorar el maravilloso mundo de la literatura, hay personajes que, bien por su carácter misógino (Athos), por su despego del mundo debido a desgracias o desilusiones (el capitán Nemo, el conde de Montecristo, aunque este último con reservas), o porque no pueden estar junto a su amada por unas u otras razones, todas achacables al sadismo de los autores (D’Artagnan con Constance y con, entre líneas, Ana de Austria), no tienen como motivo de sus aventuras conseguir a la mujer amada. Mucho más románticas son las peripecias de Sandokán para vencer los obstáculos que le separan de lady Mariana Gullonk, “la perla de Labuán”, o del Corsario Negro y su amor imposible por Honorata de Wan Guld. Y no podemos olvidarnos del Cid y doña Jimena, de don Quijote y Dulcinea ni de tantos otros ejemplos.
Don Pelayo, al igual que el Cid, es un personaje real (aunque haya historiadores que lo nieguen), y real es el nombre de su amada (aunque sobre esto haya aún menos consenso): Según el cronista Ambrosio de Morales escribe en el año 1572, en la iglesia de Santa Eulalia de Abamia existía un cenotafio con los restos de Pelayo y otro con los de: “la reina Gaudiosa, esposa del rey Pelayo”. Parece ser que ambos fueron trasladados a Covadonga y enterrados junto con los de la hermana de Pelayo, Adosinda (Algunos autores cofunden el nombre de la hermana de Pelayo con el de su hija, Hermesinda), según reza en una urna existente en la Santa Cueva (y esto es aún más dudoso).
Bien, tenía el nombre de la esposa de Pelayo y nada más. Esto no dejaba de ser una suerte, porque podía dejar volar mi imaginación. Ya expliqué en la entrada anterior que, el hacer al compañero de mi protagonista miembro del grupo de los hispano-rromanos me permitió describir a estos y dar una explicación de su implicación junto a los godos (antes sus opresores) en la empresa de la Reconquista. Había otro grupo étnico cuya importancia fue capital, y cuyos motivos para unirse a la aventura pelagiana son aún menos obvios y han causado más polémica entre los historiadores: los astures. Aproveché la ocasión, hice a Gaudiosa (sin ningún otro motivo) hija de un jefe astur en cuyos dominios se refugia Pelayo debido a la inquina del duque Witiza y ya estaba todo preparado para que esa unión entre godos, hispanos y astures se debiera, en vez de a las diferentes razones sociopolíticas que manejan los historiadores, a lo que, en mis presentaciones de la novela defino como los dos grandes motores que hacen moverse a los seres humanos: “el amor (Gaudiosa) y la amistad (Julián)”.
Hecho esto, había que dar una personalidad a la joven, y, como con los anteriores personajes, fue creciendo sin demasiada intervención consciente por mi parte, y a la vez que el personaje discurría por las páginas de mi novela. Desde su primera aparición, aún niña, cuando Pelayo llega por primera vez a las apartadas tierras de los astures, ya Gaudiosa va mostrando su carácter. Cercana a la Naturaleza, en íntimo contacto con el mundo vegetal (flores) y animal (pájaros), como corresponde al ambiente en que vive, aunque la conversión al cristianismo de la tribu (ocurrida un tiempo atrás) hace que haya perdido parte de su identificación con ella, ganando, en cambio, una especial devoción hacia la Virgen. (y, entre líneas, se puede descubrir una cierta identificación, que, sin duda, ocurrió en muchos de esos pueblos paganos, de la Virgen María con la diosa madre adorada desde tiempo inmemorial)
Gaudiosa es fuerte, como corresponde a una mujer de su tribu y de su tiempo, cuando más que, adoptada por el autor la teoría de una trasmisión del poder matrilineal (no es absolutamente cierto, pero tampoco descabellado, pensar que esa era la costumbre de las tribus astures; incluso hace pocos años, en la juventud del autor, éste conoció casos en que la casería pasaba a la hija mayor -casada para “en casa”- y su marido venido de fuera, mientras que los hijos buscaban mujer en otras caserías o trabajo en la ciudad), nuestra protagonista era consciente de que era la depositaria de la autoridad futura de la tribu. Y cuando es necesario, sabe hacer valer esa autoridad.
Y, por último, al igual que su amado, Gaudiosa es consciente de que sus actos están dirigidos por un Destino. Y, con aún mayor fuerza que aquella con la que Pelayo siente que es el elegido para defender Hispania frente a los invasores musulmanes, Gaudiosa está segura de que su vida, por difícil que parezca en algunos momentos, está unida a la del godo y que ambos, juntos, serán capaces de conseguir sus objetivos. Así sabe preparar el terreno para que los astures se unan a Pelayo, y sabe, después, quedarse en segundo plano mientras su marido encabeza la rebelión. En segundo plano, pero no detrás, porque en Gaudiosa encuentra su fuerza Pelayo y los dos juntos, como si formasen (así es, en efecto) una sola persona, son capaces de triunfar en aquello que se propongan.
Y con esto no desvelo el final de la novela, porque todos lo conocemos.

26 de septiembre de 2010

LOS PERSONAJES: El Amigo.

Es el momento de volver a hablar de los personajes de la novela. Habíamos quedado en que, para evolucionar desde un joven altivo e impetuoso, valiente y decidido, sí, pero quizá algo irreflexivo y orgulloso, hasta llegar a ser un líder, un conductor de hombres capaz de recoger los restos maltrechos del reino de los godos, juntarlos con hispanorromanos y astures y crear un nuevo reino que fuese el germen de los que hoy es (somos) España, nuestro héroe tenía que haber tenido alguna ayuda. Y me había imaginado al hijo del administrador de su padre, de su misma edad, pero rico en las virtudes de que Pelayo, en un principio, estaba más necesitado: humildad, reflexión, sensatez…
Lo ví de inmediato. Tendría que ser una mezcla de todos aquellos personajes que, en muchos de los libros que había leído, ayudaban, aconsejaban y acompañaban al protagonista en sus aventuras: Crispín al capitán Trueno, Robin a Batman, Consejo al profesor Arronax, Passpartout a Phileas Fogg, Planchet a D’Artagnan (Aunque aquí casi iría mejor, D’Artagnan a Athos) y, ¿por qué no?, Pepito Grillo a Pinocho.
Al igual que su padre, sería un hispanorromano. Eso me permitiría describir mejor a ese grupo de gente que formaban, mayoritariamente, los habitantes de la península. Y podría contraponer muchas de sus carácterísticas (Inteligencia, cultura, laboriosidad…) con las de los godos (Fuerza, valor, orgullo…).
Para decidir su nombre, rebusqué en crónicas y leyendas y leí que un tal Julián Pomerio había llevado a Asturias algunos de los escritos de San Isidoro y pensé aprovecharlo; se llamaría Julián, puesto que había nacido y se había criado en Asturias (El padre de Pelayo era el conde de Lucus Asturum) lo de “Pomerio” podía ser un mote que recordase las “pomaradas” y los escritos de S.Isidoro podrían aparecer perfectamente sin forzar la trama.
Su relación con Pelayo era compleja. Era el hijo de un servidor de su padre, servidor suyo, por tanto. Pero también su condiscípulo y compañero de juegos, y, aunque nunca olvidó su situación, Pelayo siempre le trató como un amigo. Aunque esta dualidad dio origen a un conflicto que no puedo revelar aquí por si alguno de los seguidores del blog no ha leído aún la novela.
En fin. La primera escena (llamémosla así, pues en mi mente la novela se representaba como una película) mostraba a los dos jóvenes practicando con sus armas en el bosque y, a partir de ahí, y al igual que la de Pelayo, la personalidad de Julián fue evolucionando, muchas veces, sin intervención consciente mía.
Y, como dije una vez, en mis charlas con los editores previas a la publicación: “El protagonista es Pelayo, pero el héroe, el auténtico héroe, es Julián”. Y, además, al no ser un personaje real, mientras que Pelayo debe su existencia a la historia, Julián me la debe solo a mí.
Y estoy orgulloso de ello.

19 de septiembre de 2010

LOS VIAJES (El mundo de los godos)

Como ya hemos visto, en Asturias visité los paisajes y encontré la inspiración necesaria para los capítulos de la infancia de Pelayo y los de su rebelión contra los musulmanes; pero quedaba una época importante de su vida, la que iba desde que su vida dejase de correr peligro a manos de Witiza hasta su posterior establecimiento en Asturias, que pertenecía a un mundo del que yo, hasta que comencé a documentarme para escribir, ignoraba casi todo: El mundo de los godos.
El primer paso no me llevó muy lejos, incluso no debería estar incluido en estas entradas, pero es aquí donde mejor encaja. Una visita al Museo Arqueológico, en Madris, concretamente a sus salas XXVII, XXVII y XXIX, me proporcionó algunos datos. No es mucho lo que hay o se conoce de la época del reino godo de Toledo, pero al igual que las actas de los concilios toledanos me dieron a conocer usos, costumbres y prelados, y me sugirieron nombres para algunos de mis protagonistas, en el Museo contemplé un mural en que se intentaba representar la vestimenta de un godo, oí hablar de las “basternas”, carruajes que se utilizaban en aquella época, y pude observar ablorios y prendas que luego están descritas en la novela, en especial las “fíbulas aquiliformes” con las que sujetaban sus mantos y cinturones.
También aquí contemplé, por primera vez, el “Tesoro de Guarrazar”, coronas votivas de los reyes visigodos. Me impresionó bastante y, por supuesto, lo introduje en mi novela, junto con una historia inventada, pero plausible, de cómo fue a parar al sitio en que, en 1858, fue desenterrado.
El siguiente paso fue acudir a la capital visigoda, Toledo. Apenas hay allí vestigios de esa época, perdidos entre los más ostensibles de la dominación romana y los posteriores medievales, salvo los guardados en el Museo de los Concilios, en la iglesia de san Román. Pero un paseo por sus calles, cuya distribución, posiblemente, sea aún similar a la que tuvo en esos años, es muy capaz de transportar a la mente de un escritor a los tiempos que quiere describir y ayudarle a imaginar las vicisitudes que ocurrieron. No quedan restos del palacio de sus reyes, pero sin duda no estuvo situado lejos de la parte más alta de la ciudad, en los alrededores del actual Alcázar. Allí lo situé en mi novela y desde allí bajó, en mi ficción, el rey Rodrigo a las riberas del Tajo para contemplar bañándose a la hija del conde Julián, de Ceuta, para poder narrar la leyenda de “La Cava”.
La catedral, si la hubo, o, al menos la iglesia más importante, debió ser la dedicada a Santa María, hoy desaparecida, pero emplazada cerca o en el mismo sitio de la actual catedral. Y, posiblemente, los judíos estarían concentrados, al igual que durante la dominación musulmana y la cristiana, en un barrio propio, probablemente el mismo, la actual judería.
No se conoce la localización de la iglesia de santa Leocadia, donde se celebraron la mayor parte de los concilios (no se corresponde con las varias que, bajo esa advocación, aún existen), pero los documentos escritos la sitúan extramuros y ahí es donde yo la he imaginado en mi novela.
Ya que he hablado de tesoros enterrados (el de Guarrazar), hay otra historia que también introduje en mi novela y a la que también le viene bien una explicación: El padre de mi esposa era originario de un pequeño pueblo extremeño, Berzocana, cerca de Guadalupe. Allí hemos ido en numerosas ocasiones y, alguna que otra vez, hemos aprovechado para visitar el monasterio. Volviendo hacia Madrid por la serranía de la Villuercas, por los tiempos en que estaba escribiendo mi novela, y contemplando esos paisajes, se me ocurrió introducir la leyenda de la imagen de la Virgen de Guadalupe, enterrada por unos fieles que huían desde Sevilla cuando la invasión musulmana y desenterrada años después. Eso me dio pie para llevar a mis protagonistas, el moribundo rey Rodrigo y su “espatario” Pelayo, desde la derrota del Guadalete hasta Mérida para contar la resistencia y posterior claudicación de esa ciudad ante los musulmanes (una de las pocas documentadas), la huída a través de la sierra de Francia, y la llegada, ya en el noroeste de Portugal, a Viseu, donde, según las crónicas, se encontraba la tumba del último rey godo. (y así narrar otra de las múltiples leyendas sobre él).
Puesto que hice mención de una imagen enterrada (la de Guadalupe), también narré brevemente la ocultación del Cristo de la Luz, en Toledo, por medio de Julián, el amigo de Pelayo; y si no lo hice también de la imagen de nuestra Señora de la Almudena, en las murallas de Madrid, fue porque ya no me quedaban más protagonistas a los que hacer intervenir en esos hechos.
Y para concluir y cerrar ya el capítulo de viajes (alguno se quedará oculto entre las teclas del ordenador), quise visitar el lugar de la batalla que supuso la pérdida de España. La del Guadalete. Pero aquí los historiadores no se ponen de acuerdo, ni siquiera en el nombre. Después de consultar libros y planos, decidí aceptar las tesis de Sánchez Albornoz y, aprovechando mi estancia veraniega en Andalucía, me fui hasta el río Guadalete, cerca de Arcos de la Frontera. Un lugar apropiado para aquella batalla que, según las crónicas, duró nueve días. Y así la descrbí.

18 de septiembre de 2010

LOS VIAJES (Asturias y III)

Tanto en los libros de Sánchez Albornoz, como en las crónicas medievales asturianas, aprendí que la victoria de Pelayo sobre los musulmanes en Covadonga no significó el fin de la dominación islamista en Asturias. Aniquilado el cuerpo expedicionario enviado desde Córdoba por el emir Ambassa al mando del general Alqama con el fin de reducir a los rebeldes cristianos (estuviese formado por un inmenso ejército de 100.000 hombres, según las crónicas cristianas, o por un pequeño destacamento que debía castigar a 30 hambrientos rebeldes, según las musulmanas), la guarnición de Gigia, al mando de Munuza debió sentirse insegura y emprender la retirada, llevándose consigo el pobre botín conseguido en sus años de ocupación del territorio. Pero, alcanzados por los asturianos en algún sitio de la antigua calzada romana de la Mesa, fueron por fin derrotados definitivamente y expulsados del territorio.
Así que decidí abandonar mi primer proyecto de un “grande finale” en Covadonga y, a cambio, dar a mi novela una estructura cíclica, haciendo que comenzase con Pelayo de joven en algún sitio de ese camino, y terminando justamente en el mismo lugar con la última batalla, la victoria definitiva y la muerte del “villano”. Siempre podría nombrar al capítulo referente a Covadonga como el último, y escribir otro posterior como “epílogo”.
Recorrí un par de veces la “senda del oso”, entrando una vez y saliendo otra de Asturias por Puerto Ventana, en lugar de por Pajares o por la autovía, como hago habitualmente. Me detuve en varias ocasiones al lado de la carretera, hice fotos, tomé apuntes, vi sitios tan sugerentes para una emboscada como el desfiladero de “Piedras xuntas” y otros, y al fin me decidí por una zona boscosa cerca de Proaza. Allí iba a terminar mi novela, y allí debía comenzar. A la vuelta de uno de esos viajes me decidí, me imaginé a un Pelayo adolescente practicando sus habilidades bélicas con su amigo Julián, tomé el bolígrafo y comencé a escribir sin ningún esquema previo. Y, como tantas veces he contado, a partir de ese momento, los personajes parecieron tomar vida propia y eran ellos mismos los que me sugerían el camino que tenía que tomar en el siguiente párrafo.
Y así seguí, deteniéndome lo justo para consultar mis apuntes históricos o geográficos, hasta que terminé la historia..
Y, aunque no sea este el sitio que le corresponde, no puedo dejar de contar otra cosa. Un poco antes de que se publicase la novela, y por consejo de mis editores, escribí un capítulo previo para poner a los lectores en situación en que se narrase la muerte del padre de Pelayo a manos de Witiza. Así quedaría mucho más claro que con la narración de este hecho por parte del padre de Julián en el capítulo primero. Y ya que la novela no iba a terminar donde comenzaba y tenía que abandonar mi idea de una estructura cíclica, escribí un nuevo y breve capítulo narrando la entronización de Pelayo en Cangas y pude escribir la palabra “Fin”. Aunque no es con esta palabra con la que termina mi novela, que queda así con un “prólogo”, un “epílogo” y una “conclusión”, trucos que empleamos los escritores para hacer creer a los lectores que todo estaba perfectamente concebido y estructurado desde un principio.

17 de septiembre de 2010

LOS VIAJES (Asturias II)

En la parte central de Asturias se encuentra Oviedo, su capital. Acudí a ella, no para contemplarla con objeto de describirla en mi novela (pues en tiempos de Pelayo no existía ya que se fundó en tiempos de su nieto Fruela I, como se cuenta en una de mis siguientes novelas, aún no publicada, “La Cruz de los Ángeles”), sino para visitar su catedral y en ella, la Cámara Santa. Al igual que en lo concerniente a Covadonga, había estado allí varias veces con anterioridad, pero ésta lo hacía con un propósito concreto: ver la “Cruz de la Victoria”, porque mi novela iba a denominarse así (eso pensaba yo entonces) y porque en su interior, recubierta por las hermosas joyas que la forman, estaba el ánima de roble que, según la tradición, llevaba don Pelayo en Covadonga (Y poco me importaba que esa leyenda fuese, con toda probabilidad, falsa, pues el ánima de la cruz es bastante posterior al año 722, en que tuvo lugar esa batalla).
Allí, en la Cámara Santa de la Catedral de Oviedo, parte, a lo que parece, de la primitiva catedral románica que existió en tiempos de Alfonso II y que también se describe en mi novela citada, entre otras muchas joyas se exhiben tres que me llamaron la atención: La citada “Cruz de la Victoria”, la “Cruz de los Ángeles” y “La Caja de las Ágatas”. En ese momento, contemplándolas arrobado, tuve una inspiración. Mi novela se convertiría en una trilogía, con tres libros dedicado cada uno a una de las tres joyas. Durante un tiempo, varios años, esa fue mi intención, pero en como tantas otras cosas, el Destino tenía otros planes.
Ya que Oviedo, como dijimos, aún no existía en la época de don Pelayo, la ciudad principal de Asturias en tiempo de los godos era “Lucus Asturum” en, o cerca de, la actual Lugo de Llanera. También la recorrí buscando vestigios, pero no encontré nada digno de mención, así que tuve que recurrir a mi imaginación para describirla.
Otra ciudad importante de la época fue “Gigia”, la actual Gijón. Probablemente fue allí donde los musulmanes, por un breve período de tiempo, tuvieron su base más allá de la Cordillera Cantábrica y desde donde intentaron dominar el territorio asturiano; y allí sería donde Munuza tendría encerrada a la hermana de Pelayo mientras enviaba a éste como prisionero a Córdoba (Otra leyenda que, sea o no cierta, tiene trascendencia en la trama de mi novela). No es difícil imaginarse a la península de Cimadevilla como una ciudad medieval guarnecida por fuertes murallas que cerrasen el istmo. Incluso hay edificaciones, aunque de fecha muy posterior, que producen esa impresión. Un par de visitas recorriendo sus calles (Y tomando algunos “culines” de sidra en sus numerosos bares) me bastaron para concebir en mi mente los capítulos que narraban ese momento. Aunque el modo en que Pelayo penetraría en la fortaleza de Munuza para liberar a su hermana aún no lo tenía claro. Hasta que se me ocurrió una idea.
Desde la punta donde se encuentra la escultura de Chillida, “el elogio del horizonte” hay una hermosa vista hacia el noroeste, hacia el Cabo Peñas (hoy parcialmente interrumpida por la ampliación del muelle del Musel, tan necesaria, pero tan perniciosa paisajísticamente). En mitad de esa costa se encuentra la villa marinera de Luanco, de donde es originaria mi familia, donde tengo un pisito a orillas de la playa d ela Ribera, y donde pasé ratos inolvidables en mi niñez. ¿No sería posible que…? ¡Por supuesto! Para evitar las murallas de Gigia, Pelayo se embarcaría desde Luanco (con una gran tradición marinera y de pesca de ballenas que se remonta a la Edad Media e incluso, a la Antigua y a la Prehistoria, y con excelentes remeros actuales que, a bordo de bateles y traineras, compiten en las regatas del Cantábrico) y, sorprendiendo a los musulmanes que no podrían imaginárselo, treparía por los riscos del Cerro de Santa Catalina para liberar a su hermana. Así añadiría a mi novela un aspecto sentimental, introduciendo mi “patria chica”. Y le haría un “guiño” a la tradición marinera asturiana, ausente del resto de la trama de mi novela, con la esperanza de que algún día pueda resultar atractiva para el “Museo Marítimo de Asturias”, sito en Luanco, (Por supuesto, pertenezco a la asociación de Amigos de ese Museo).
Y ya que, como de costumbre, me he extendido demasiado, dejaremos el Occidente asturiano para la próxima entrada. (Así seguiré en mi tierra un poco más).

16 de septiembre de 2010

LOS VIAJES (Asturias I)

Respecto a los viajes que hice para conocer de primera mano los lugares que iban a aparecer en mi novela, no puedo seguir un orden cronológico. En parte porque mis recuerdos no son del todo fiables, y en parte porque (como ya dije, un poco avergonzado, cuando expliqué cómo se fueron creando mis novelas) no seguí ningún esquema previo con “Pelayo, rey”; es más, al escribir una página no sabía qué es lo que iba a ocurrir en la siguiente, a veces ni siquiera en los párrafos que iban a venir a continuación. Por eso los viajes se fueron realizando según lo pedía el argumento y, en ocasiones, un capítulo quedaba pendiente de conclusión y se despachaba en el borrador con una nota que decía algo así como: “aquí va a tener lugar una pelea entre Pelayo y cinco musulmanes, que contaré cuando vea el lugar”. Y, sin más, se pasaba al capítulo siguiente.
Así que, para la organización de esta entrada, en lugar de por el momento en que se realizaron, hablaré de los viajes agrupándolos por adónde se realizaron; y el primer lugar que hay que visitar si vamos a hablar de don Pelayo es, sin duda, Asturias, y más concretamente, nuestra cuna: Covadonga.
Hago frecuentes viajes a Asturias y, siempre que puedo, subo a rezar ante la “Santina”. Pero, una vez decidido a escribir, estos viajes tuvieron además otra motivación. Contemplando el impresionante paisaje de la Gruta y sus alrededores no tuve ninguna dificultad para imaginarme a mi héroe erguido en una roca, blandiendo su enorme espada con la mano derecha y enarbolando en la izquierda la Cruz que la leyenda ha convertido en el ánima de roble de la Cruz de la Victoria. En ese momento estuve seguro, iba a escribir la novela, se llamaría “La Cruz de la Victoria” y finalizaría con el momento grandioso de la victoria sobre los musulmanes. Ya dije, en las primeras entradas de este blog, como, de todas estas premisas, solo se cumplió la primera.
Cuando el tiempo y la niebla lo permiten, desde Covadonga suelo subir hasta los Lagos. Allí, contemplando el grandioso paisaje de los Picos de Europa, e intentando imaginarme cómo serían en invierno, cuando la nieve cubriera todo con su blanca capa y los caminos se volvieran impracticables, di forma en mi mente a la llegada de Pelayo, agotado y semiinconsciente desde el sur y a la escena en que se da cuenta de que, aún más que unir a godos y astures en un proyecto común, su destino es el de encontrar su auténtico amor en la persona de Gaudiosa. (Y que ambos destinos, el personal y el colectivo, están unidos indefectiblemente).
También volví a los Lagos antes de escribir la huída de los musulmanes hacia el río Deva después de Covadonga. (Aunque el relato de esa ruta realizado por Sánchez Albornoz y un grupo de sus estudiantes de la Universidad de Oviedo ya era suficientemente explícito como para hacerme una idea). Y para completar la visión de conjunto, rodeé los Picos de Europa llegando hasta Potes, imaginándome el “argayo” que sepultó a los musulmanes en Cosgaya y subiendo hasta los Picos en el teleférico de Fuente De. El valle de la Liébana y Santo Toribio me ayudaron, no solo para esta novela, sino para las siguientes.
Si vamos desde Oviedo a Covadonga, circulamos un tiempo a orillas del Piloña. Según las crónicas, Pelayo, volviendo a Asturias desde Córdoba, tiene un encuentro con un grupo de musulmanes que le persiguen, pero se salva cruzando el Piloña, mientras sus enemigos son arrastrados por este río hasta el mar. Recuerdo que aparqué a un lado de la carretera, salí del coche y me rasqué la cabeza contemplando el río. ¿Cómo podría un curso de agua de un par de palmos de profundidad realizar esa proeza? Al rato, pensé que los ríos de hace más de mil años podrían ser diferentes de los actuales y decidí, contra toda evidencia, mantener esa leyenda.
También a orillas del Piloña contemplé la mole del Sueve, que separa este valle del mar, y me pareció un sitio ideal para situar el campamento de los astures en el que se refugia Pelayo.
En Cangas de Onís intenté imaginarme como sería la primitiva corte de Pelayo, y, aunque no hay indicios de ello, supuse que estaría justo en la unión del Sella y el Güeña, quedando la actual capilla de la Santa Cruz extramuros de la misma.
Más viajes hice a Asturias para sentirme identificado con el protagonista de la novela, pero como me estoy extendiendo demasiado, acabaremos aquí con el oriente de Asturias, dejando el resto para la próxima entrada.
Hasta entonces.

13 de septiembre de 2010

LOS MUSULMANES

En el año 711 un ejército musulmán invadió Hispania y acabó con el reino godo de Toledo. Si esto no hubiera ocurrido, Pelayo hubiera seguido siendo un miembro anónimo de la corte del rey Rodrigo (Si lo que nos han contado las crónicas fue realmente cierto) y mi novela no se habría escrito. Pero ya que la parte central de “Pelayo, rey” se basa en su resistencia a la invasión musulmana y al principio de la Reconquista, tenía que conocer las versiones de la “otra parte”. No para completar lo que había aprendido sobre Pelayo en las crónicas cristianas, pues ya dije que casi nada era lo que los musulmanes habían escrito sobre él, sino para conocerles mejor, y poder narrar, tanto la invasión y conquista de la península, como lo que ocurría en los territorios ocupados mientras nuestro héroe se afanaba en iniciar, en sus agrestes montes, la resistencia a los invasores creando el germen del futuro Reino de Asturias.
Mi primera acción no me resultó difícil. Por los escritos de Sánchez Albornoz había llegado a conocer la existencia de un célebre arabista, con el que el sabio historiador había polemizado frecuentemente por mantener puntos de vista enfrentados (mejor, así tendría una visión más amplia), aunque de enormes conocimientos sobre la materia. R.P.Dozy es imprescindible para conocer a fondo a los musulmanes de la primera época, la de su expansión. Y sus libros aún pueden encontrarse. Rápidamente busqué, encontré y compré los tomos I y II de su “Historia de los musulmanes”, Ediciones Turner, 1988 , y, aparte de tomar notas para mi novela, me los leí de un tirón. Es lógico que Dozy mantuviese frecuentes discusiones en sus escritos con Sánchez Albornoz, pues escribe con la misma amenidad y con una pasión en sus tesis comparables a las de aquél. Casi todo lo que de la historia de los musulmanes hay en mis novelas sigue sus tesis y comentarios, al igual que para los reinos cristianos me he dejado guiar por Sánchez Albornoz.
Empeñado en completar mis conocimientos sobre la España musulmana en tiempos de Pelayo seguí buscando por las librerías y, también sin dificultad, me llamó la atención un libro no demasiado voluminoso, pero también muy bien documentado y que cumplía con mis necesidades: “La conquista árabe” de Roger Collins, editorial Crítica, 1991. Con él completé mis conocimientos sobre los musulmanes en tiempo de don Pelayo y me consideré casi preparado para escribir. Casi, porque, al igual que me había ocurrido con los escritos cristianos, estos autores hablaban de y basaban sus teorías en crónicas más antiguas escritas por autores casi contemporáneos de los hechos. Y me puse a buscarlos. Esto fue un poco más complicado. Pude encontrar y compré la “Historia de Al-Andalus” de Ibn Idari al-Marrakusi, escrita en el siglo XIII, Ediciones Aljaima, 1999. Pero no me pareció suficiente. Buscaba algo más antiguo, en especial el “Ajbar Maymúa” o “Colección de Tradiciones”, que tanto Sánchez Albornoz como Dozy citan con profusión, pero me fue imposible. Afortunadamente, entre mi buen amigo y compañero de los sábados deportivos del colegio, Sebastián Sabando, que por aquella época vivía en Alcalá de Henares, y buscó en esa Universidad, y mi hijo Pablo, que investigó en la biblioteca de la Autónoma de Madrid, en la que entonces cursaba sus estudios, conseguí en préstamo el “Fath al-Andalus”, traducción y edición de González Argel, 1888; la crónica de “Ibn al-Qutiya” (el “hijo de la Goda”, un bisnieto del rey godo Witiza de cuyos descendientes, cuando acabe de escribir – si es que lo hago algún día – esta historia de mis novelas, contaré unas anécdotas que me ocurrieron en la Universidad de verano de Vélez-Málaga en 2007), traducción y edición de J. Ribera, 1926 y, por fin, el anhelado “Ajbar Maymúa”, ed. Lafuente Alcántara, 1867. Me apresuré a tomar notas y notas (alguno casi lo copié literalmente), pues tenía que devolverlos antes de quince días, y, una vez más me consideré capacitado para comenzar a escribir. Pero solo por un momento, porque pronto caí en la cuenta de que tendría que describir sitios y paisajes que no conocía, así que aún me quedaba una tarea que realizar antes de estar suficientemente preparado: conocer “in situ” los lugares más significativos que iban a aparecer en mi novela. Y esto me da pie para la siguiente entrada.