16 de abril de 2017

INCÓGNITAS I - Acerca de la identidad de Pelayo.

Doy principio a  una serie de entradas en el blog acerca de los casos, en los primeros años del reino de Asturias, en los que no tenemos una absoluta seguridad, siempre relacionándolos con lo narrado en mis novelas. Comenzaremos por la propia identidad de su fundador, don Pelayo.
Aunque hay  quienes afirman que no existió, y que es una leyenda, y otros que, aceptando su existencia, se inclinan porque fue un caudillo de los astures, rebelde contra los musulmanes como éstos lo fueron también contra los godos y, anteriormente, contra los romanos; la mayor parte de los historiadores aceptan (con reservas) lo afirmado en las crónicas del siglo IX, los documentos más antiguos que nos hablan del tema, aunque escritas más de cien años después de que ocurriesen.
            Vamos a ver qué nos dicen las crónicas más antiguas, concretamente la de “Alfonso III” y la “Albeldense”, por parte cristiana, y el “Ajbar machmuá” por parte musulmana:

Para la Crónica de Alfonso III utilizaremos:
Las   dos   versiones   en   latín   (sebastianense   y   rotense)   que proceden   de   Juan   Gil   Fernández,
Crónicas asturianas, Oviedo, Universidad de Oviedo, 1985. pp. 114-149 y 151-188.

La versión “ad Sebastian” es bastante concisa respecto a sus orígenes, aunque luego se extiende mucho en la batalla de Covadonga, que estudiaremos en la próxima entrada. Y nos habla también de sus consecuencias y de la definitiva liberación del reino asturiano.

“Goti uero partim gladio, partim fame perierunt. Sed qui ex semine regio remanserunt, quidam ex illis Franciam petierunt, maxima uero pars in patria Asturiensium intrauerunt sibique Pelagium filium quondam Faffilani ducis ex semine regio principem elegerunt”.
            (Crónica de Alfonso III, “ad Sebastian”)

“Per idem tempus in hac regione Asturiensium in ciuitate Gegione prepositus Caldeo rumerat nomine Munnuza. Qui Munnuza unus ex quattuor ducibus fuit qui prius Yspanias oppresserunt.
Itaque dum internicionem exercitus gentis sue conperisset, relicta urbe fugam arripuit. Quumque Astores persequentes eum in locum Olaliense repperissent, simul cum exercitu suo cum gladio deleuerunt, ita ut ne unus quidem Caldeorum intra Pirinei portus remaneret”.
            (Crónica de Alfonso III, “ad Sebastian”)

Y, para su traducción, disponemos de la de Nicolás Castor de Caunedo, “Un Cronicón del siglo IX”, en Semanario Pintoresco Español,  22 (28 de mayo de 1854),  pp. 169-173.  Basada en la versión sebastianense, se ha modificado la ortografía y algún otro detalle.

“Los godos sucumbieron, unos al filo de la espada y otros a los impulsos del hambre. Sin embargo, algunos de regia estirpe se salvaron, dirigiéndose a Francia, y otros, la mayor parte, penetraron en el país de los astures, y eligieron por su príncipe a Pelagio, hijo del duque Favila  y de sangre real”.

 “Por este mismo tiempo había en esta región de Asturias, en la ciudad de Gijón, un prepósito de los caldeos, que tenia por nombre Munuza, que fue uno de los cuatro capitanes que primero invadieran las Hispanias.
Tan luego llegó a saber la matanza del ejército, abandonó la ciudad y se puso en fuga, mas persiguiéndole los astures, le alcanzaron en el lugar Olaliense y le acuchillaron con todo su ejército, de tal manera que ni uno solo de los caldeos quedó aquende de los puertos del Pirineo”.

La versión “Rotense” es mucho más extensa y nos cuenta detalles de por qué Pelayo se rebeló.

“Per idemferre tempus in hac regione Asturiensium prefectus erat in ciuitate leione nomine Munnuza conpar Tarec. Ipso quoque prefecturam agente, Pelagius quidam, spatarius Uitizani et Ruderici regum, dicione Ismaelitarum oppressus cum propria sorore Asturias est ingressus. Qui supra nominates Munnuza prefatum Pelagium ob occassionem sororis eius legationis causa Cordoua misit; sedantequam rediret, per quodam ingenium sororem illius sibi in coniungio sociauit. Quo ille dum reuertit, nulatenus consentit, set quod iam cogitauerat de salbationem eclesie cum omni animosi tateagere   festinauit.   Tune   nefandus   Tarec   ad   prefatum   Munnuza   milites   direxit,   qui   Pelagium conprehenderent et Cordoua usque ferrum uinctum perducerent. Qui dum Asturias peruenissen tuolentes  eum fraudulenter conprendere, in uico cui nomen erat Brece per quendam amicum Pelagium manifestum est consilio Caldeorum. Sed quia Sarrazeni plures erant, uidens se non posseeis resistere de inter illis paulatim exiens cursum arripuit et ad ripam flubii Pianonie peruenit. Queforis litus plenum inuenit, sed natandi adminiculum super equum quod sedebat ad aliam ripam setrantulit et montem ascendit. Quem Sarrazeni persequere cessaberunt. Ille quidem montana petens, quantoscumque ad concilium properantes inuenit, secum adiuncxit adque ad montem magnum, cuinomen est Aseuua, ascendit et in latere montis antrum quod sciebat tutissimum se contulit; ex quaspelunca magna flubius egreditur nomine Enna. Qui per omnes Astores mandatum dirigens, inunum colecti sunt et sibi Pelagium principem elegerunt”.
            (Crónica de Alfonso III, “rotense”)

Aquí no disponemos en este momento de traducción, y no domino lo suficiente el latín como para hacerlo extensamente, pero se puede leer que Pelayo era espatario (Una especie de guardia real) de los reyes Witiza y Rodrigo. Que fue enviado prisionero a Córdoba porque el gobernador musulmán de Asturias, Munuza, quería casarse con su hermana. De allí se escapó y fue elegido jefe por los astures que luchaban contra los invasores. Debemos entender por astures todos los que vivían en Asturias, tanto descendientes de los godos como hispanos o los propios indígenas (originarios del país de que se trata  según la RAE).

En la crónica Albeldense utilizaremos también el mismo traductor.

33. Uittizza rg. ab. X. Iste in uita patris in Tudense hurbe Gallicie resedit. Ibique Fafilanem ducem Pelagii patrem, quem Egica rex illuc direxerat, quadam occasione uxoris fuste in capiteper cussit, unde post ad mortem peruenit. Et dum idem Uittizza regnum patris accepit, Pelagium filium Fafilanis, qui postea Sarracenis cum Astures reuellauit, ob causam patris quam prediximus,ab hurbe regia expulit. Toletoque Uittiza uitam finiuit sub imperatore Tiberio


XV. ITEM NOMINA REGUM CATOLICORUM LEGIONENSIUM
1. Pelagius filius Ueremundi nepus Ruderici regis Toletani. Ipse primus ingressus est inasperibus montibus sub rupe et antrum de Aseuba.

ITEM ORDO GOTORUM OBETENSIUM REGUM1. Primum in Asturias Pelagius rg. in Canicas an. XVIIII. Iste, ut supra diximus, a Uittizzan crege de Toleto expulsus Asturias ingressus. Et postquam a Sarracenis Spania occupata est, isteprimum contra eis sumsit reuellionem in Asturias, regnante Iuzep in Cordoba et in Iegione cibitate Sarracenorum iussa super Astures procurante Monnuzza. Sicque hab eo hostis Ismahelitarum cum Alcamane interficitur et Oppa episcopus capitur postremoque Monnuzza interficitur. Sicque ex tunereddita est libertas populo Xpiano. Tune etiam qui remanserunt gladio de ipsa oste Sarracenorum inLibana monte ruente iudicio Dei opprimuntur et Astororum regnum diuina prouidentia exoritur.Obiit quidem predictus Pelagius in locum Canicas era DCCLXXVª..


33. Vitiza, reinó diez años. En vida de su padre residió en Tudem, ciudad de Gallecia. Allí el Duque Fatilano, padre de Pelagio, a quien el rey Égica había desterrado, murió de resultas de un golpe que Vitiza le dio en la cabeza a causa de su mujer, y luego que Vitiza sustituyó a su padre en el trono, Pelagio, hijo de Fatilano, que después se levantó con los asturianos contra los sarracenos, fue también desterrado de la ciudad real por el motivo de su padre que arriba hemos dicho. Vitiza acabó su vida en Toleto, siendo emperador Tiberio.

CRONOLOGÍAS DEL REINO DE ASTURIAS Y OTROS
XV.—Siguen los nombres de los reyes católicos leoneses.
  1. Pelagio, hijo de Veremundo, sobrino de Roderico, rey toledano. Fue el primero que vino a los montes de Asturias, y se ocultó en la cueva de Ánseba

Sigue el orden de los reyes godos ovetenses.
1. El primero que reinó en Asturias, fue Pelagio, que residió en Canicas diecinueve años. Expulsado de Toleto por el rey Vitiza, entró en Asturias después que los sarracenos ocuparon a Spania. Reinando Juzeph en Córdoba, y Mounuza en la ciudad de Gegio (donde le pusieron los sarracenos para dominar a los  asturianos). Pelagio se rebeló antes que otro alguno en Asturias. Destruyó a los Ismaelitas, quedó muerto su general Alcamano, y prisionero el obispo Opa. Por último, Mounuza también perdió la vida, y el pueblo cristiano recobró la libertad. Los que delejército sarraceno escaparon de la espada, fueron por juicio de Dios oprimidos y sepultados por elmonte Libamina, y el reino de los astures quedó erigido por la divina Providencia. Murió el referido Pelagio en el lugar de Canicas en la Era 775

Esta crónica nos cuenta también varios aspectos de la rebelión de Pelayo, y de su vida anterior, aunque diferentes de los narrados en la “Rotense”; coincide con la “ad Sebastian” en hacer a Pelayo de sangre real, y, curiosamente, nos da dos versiones diferentes del nombre del padre de Pelayo:  Fatilano (Faffilanem), coincidente con el “Favila” que nombra la versión “ad Sebastian” de la crónica de Alfonso III (la “rotense” no nos dice nada acerca de este punto), y Veremundo, sobrino (él, o el propio Pelayo) del rey Rodrigo.

Las crónicas musulmanas, también citan, aunque muy de pasada a Pelayo, al que denominan “Belay”. Veamos el “Ajbar machmuá”, en traducción de don Emilio Lafuente Alcántara, que nos cuenta, relatando el acceso al gobierno de al-Andalús del emir Ocba ibn al-Haddjjad:

 “Recibió, en efecto, el gobierno de España, viniendo en 110 y permaneciendo en ella algunos años, durante los cuales conquistó todo el país hasta llegar a Narbona, y se hizo dueño de Galicia, Álava y Pamplona, sin que quedase en Galicia alquería por conquistar, si se exceptúa la sierra, en la cual se había refugiado con 300 hombres un rey llamado Belay (Pelayo), a quien los musulmanes no cesaron de combatir y acosar, hasta el extremo de que muchos de ellos murieron de hambre; otros acabaron por prestar obediencia, y fueron así disminuyendo hasta quedar reducidos a 30 hombres,   que   no   tenían   10   mujeres,   según   se   cuenta.   Allí   permanecieron   encastillados, alimentándose de miel, pues tenían colmenas y las abejas se habían reunido en las hendiduras de la roca. Era difícil a los muslimes llegar a ellos, y los dejaron, diciendo:  «Treinta   hombres,  ¿qué pueden importar?»”

Como resumen a la existencia e identidad de Pelayo, creo (y no soy historiador, por lo que lo único que hago es estudiar los trabajos de los que sí lo son) que podemos aceptar que existió, que fue un godo que se refugió en Asturias (como tantos otros) huyendo de la invasión musulmana, tuviera o no anteriormente posesiones o intereses en esa tierra; y que encabezó la rebelión (poco más fue al principio) de los cristianos contra los musulmanes, siendo elegido como jefe por sus compañeros.
Posteriormente, las crónicas de Alfonso III, interesadas en magnificar la figura de los antecesores (aunque no ascendientes, porque no había relación genealógica directa entre dicho rey y Pelayo, aunque en la última de mis novelas me invento una trama en que sí la hay) del monarca reinante, hacen que (en la version “ad Sebastián”) Pelayo descienda de los reyes godos (sea esto cierto o no), mientras que en la “rotense”, obviando ese dato, se cita a Pelayo como un simple “espatario” (guardia real) de los reyes Witiza y Rodrigo (lo que no afirma ni niega que tuviera la susodicha sangre regia), y hace hincapié en la novelesca historia de que Pelayo, al oponerse a la boda de su hermana con el gobernador musulmán de la zona, Munuza (historia ésta, quizá, inspirada en la boda de otro gobernador musulmán, también de nombre Munuza, con la hija del duque de Aquitania, Eudes), fue enviado por éste como preso a Córdoba, de dónde se escapó, volvió a Asturias y comenzó la rebelión contra los musulmanes, siendo elegido jefe por sus compañeros.
Y la “Albeldense”, quizá para justificar que Pelayo fuese partidario de Rodrigo contra Witiza, hace mención a que éste, en vida de su padre Egica, había matado de un golpe en la cabeza al padre de Pelayo, el duque Favila, “a causa de su mujer”

¿Y cómo relato, en mis novelas, éstos hechos?
En principio acepto todo lo que dicen las crónicas, sea o no real, porque son los datos que tenemos y, además, tienen valor novelesco y encajan bien en el personaje (su personalidad la construí a partir de esos datos).
Un apunte curioso, la frase de la “Albeldense”, acerca de la muerte de Favila, el padre de Pelayo, sucedida a manos de Witiza “a causa de su mujer” permite múltiples interpretaciones. A primera vista, parece que podría tratarse de que el poderoso Witiza, el duque de Gallaecia e hijo del rey Egica, desease a la esposa de Favila y, para conseguirla, matase al marido. Pero eso no es demasiado elogioso para los padres de quien consideré el primer rey asturiano. Estaba la opción, mucho más novelesca, de que fuese Favila quien intentase seducir a la esposa del rey, y, al sorprenderle, Witiza le matase. Pero esto dejaría a la madre de Pelayo como una “engañada”, a no ser que ya hubiese fallecido. En las dudas, en la primera redacción de esta novela, cuando aún pensaba denominarla “La Cruz de la Victoria”, decidí ignorar esta situación y comencé la novela con un prólogo en unas posesiones (imaginarias) que el duque Favila tenía cerca de Proaza y dónde Pelayo, a la sazón un adolescente, recibía la noticia de la muerte de su padre. Con un sentido cíclico de la trama, la novela concluía con un epílogo, cerca de ese mismo sitio, en el que Pelayo, después de la victoria de Covadonga, liberaba definitivamente Asturias de la dominación musulmana, hecho relatado también en las crónicas de Alfonso III, coincidentemente en ambas versiones:

“Qui Munnuza unus ex quattuor ducibus fuit qui prius Yspanias oppresserunt.Itaque dum internicionem exercitus gentis sue conperisset, relicta urbe fugam arripuit.
QuumqueAstores persequentes eum in locum Olaliense repperissent, simul cum exercitu suo cum gladiodeleuerunt, ita ut ne unus quidem Caldeorum intra Pirinei portus remaneret”.

(“Por este mismo tiempo había en esta región de Asturias, en la ciudad de Gijón, un prepósito de los caldeos, que tenia por nombre Munuza, que fue uno de los cuatro capitanes que primero invadieran las Hispanias.
Tan luego llegó a saber la matanza del ejército, abandonó la ciudad y se puso en fuga, mas persiguiéndole los astures, le alcanzaron en el lugar Olaliense y le acuchillaron con todo su ejército, de tal manera que ni uno solo de los caldeos quedó aquende de los puertos del Pirineo”).

Al revisar el texto, previamente a su publicación, por consejo de los editores (Imágica Ediciones), volví a tocar el tema de la muerte del padre de Pelayo, aunque, para evitar cualquier implicación no demasiado positiva (según me indicaron, no solo el protagonista, sino sus allegados, deberían ser irreprochables), hice que Favila, años después de quedarse viudo, se hubiese enamorado de una noble goda a la que también cortejaba Witiza; y que éste, por celos, le matase. Para esto, abandoné mi idea de dar a la trama un carácter cíclico, hice un prólogo en Tuy en que contaba ese luctuoso hecho y pasé el prólogo anterior al primer capítulo; convertí el epílogo anterior como último capítulo, y redacté un epílogo con su proclamación como rey (imaginaria, aunque ya presente en leyendas como la del “Campo de la jura” o “el Repelao”), para justificar el nuevo título sugerido por los editores (Pelayo, rey), con el que se publicó  y con el que la conocen mis lectores.

Y, a continuación, como prometí, transcribo algunos párrafos de la novela, relativos a ese prólogo, y a la (imaginada) descendencia de Pelayo de los reyes godos.

Relativos a la muerte de Favila:

“Cuando ambos godos hubieron salido al exterior, en el que la tormenta había cesado y solo quedaban rastros de ella en los encharcados suelos, y tras cerciorarse de que no había nadie por las cercanías que pudiera escucharles, Atanagildo tomó del brazo a su amigo y, en voz baja, le dijo:
- Oye, Fáfila. Hay un rumor que ha llegado a mis oídos y que me preocupa. Espero que no sea cierto, pero se dice que la mujer en quién has puesto tus ojos es...
- La mirada de Atanagildo se cruzó con los ojos azules, inusualmente serios y tristes, del conde de Lucus Asturum y se interrumpió.- ¡Cielos! ¡Fáfila, no! La amante del duque...
- Ya no es su amante.- Contestó con voz suave Fáfila.
- No es eso lo queWitiza piensa. Amigo mío, desde que enviudaste te has dedicado a perseguir a todas las mujeres hermosas que se ponían a tu alcance, y tu fama es merecida, pero esta vez picas demasiado alto. No sabes a lo que te arriesgas...
- Lo se perfectamente, Atanagildo. Esta vez es diferente. Ganar a Witiza en una lid amorosa puede ser tentador, pero no estoy loco, no arriesgaría mi vida por una simple cuestión de presunción. Conocí a Lutgarda en una comida al principio del verano, cuando el duque nos reclamó, y me enamoré de ella. Y ella, al menos así creo, también de mí. Seguí viéndola, a escondidas, y he comprendido que no puedo vivir sin ella. No, Atanagildo, hay fuegos que no se apagan, ni con las persistentes lluvias de estas tierras...- Concluyó, con voz a la vez triste e ilusionada, Fáfila.
- Pero pertenece a Witiza... - Objetó su amigo.
- Lutgarda no pertenece a nadie. Es una mujer libre, y de familia noble, además. Puede elegir su destino.
- No es eso lo que cree nuestro duque. Él opina que todo lo que hay en Gallaecia es de su propiedad.
- No me importa. Esta noche hablaré con ella. Y si, como creo, sus sentimientos son como los míos, la convenceré para que mañana, después de la reunión, se venga conmigo. A mis tierras de Asturias. Una vez allí, que Witiza vaya a buscarla, si se atreve”.

Y:

“No lo sabremos nunca, pues en ese momento la puerta de la habitación se derrumbó con estrépito y media docena de soldados penetraron en la estancia al mando de Sigmundo y del hermano del duque, Sisberto (la fama de experto luchador del conde de Lucus superaba, incluso, a su prestigio de conquistador). Tras ellos en un rostro enmarcado por una cuidada barba negra, relucían con odio los ojos fríos y crueles de Witiza, hijo de Egica y duque de Gallaecia”.

Respecto al origen de Pelayo, nuestro protagonista, antes de conocer la muerte de su padre, después de tener un combate de entrenamiento con su amigo Julián:

“- Soy un godo - Contestó el otro. - Soy godo y soy noble. Mi padre es dueño de todo lo que ves. Y de mucho más. Es dueño de tierras y palacios, de siervos y de guerreros. Es dueño hasta de tu padre, aunque su relación con él, al igual que la mía contigo, no sea la de posesión, sino la de amistad. - Al decir esto posó su mano sobre el antebrazo de su compañero. El gesto contrastaba por su ternura con el encarnizamiento de la lucha sostenida momentos antes.
- Los godos somos los dueños de Hispania - continuó. - Pero somos pocos. Y lo que poseemos tenemos que mantenerlo con las armas en la mano. Así lo hemos hecho siempre, desde que el Emperador Honorio concedió esta tierra a nuestro rey Ataulfo. Y luchando, y venciendo, es como Leovigildo aniquiló a los Suevos, Sisebuto expulsó a los Bizantinos y mi bisabuelo Chindasvinto consolidó el Reino. Es nuestro destino, Julián, luchar siempre. Luchar y vencer. Porque el día en que nos derroten, no podremos sobrevivir”.




10 de abril de 2017

Primeras reinas asturianas y III

5.- “ADOSINDA esposa de Silo
Al parecer era nieta, por parte de madre, de don Pelayo y de su esposa Gaudiosa; mientras que por parte de padre era nieta del duque Pedro de Cantabria. Su madre fue Ermesinda y su padre Alfonso I, el Católico, rey de Asturias. Desconocemos la fecha de su nacimiento.
Había casado con Silo, y cosa extraña en la época, lo hicieron por amor. Al morir Aurelio, le hubiera correspondido el trono a Adosinda, pero la monarquía asturiana no era hereditaria en esa época, ya que los reyes lo eran por aclamación, y el Consejo eligió a su marido, Silo.
Silo era hijo de Fruela, hermano de Alfonso I, por lo que Silo y Adosinda eran primos. El matrimonio no tuvo hijos varones y al morir Silo, su hermanastro Mauregato obliga a Adosinda a ingresar el 26 de noviembre de 785 en el convento de San Juan de Santianes de Pravia, donde residió, hasta su muerte, junto a su hija María y sus damas. En la iglesia de San Juan de Santianes de Pravia se conserva la tumba en la que se supone yacen los restos del rey Silo y su esposa, la reina Adosinda”.

            Documentada entrada sobre uno de los personajes femeninos con mayor importancia de esa época. Hija del tercer rey (Alfonso I); hermana del cuarto (Fruela I); esposa del sexto (Silo) y tía y tutora del octavo (Alfonso II), Adosinda es el nexo de unión de la monarquía y de la historia asturiana en esos años. Aunque hay un dato con el que no estoy del todo de acuerdo. De Silo y Adosinda dice la crónica de Alfonso III, versión “rotense”: “quia Silo ex coniunge Adosinda filium non genuit”, y la “Albeldense”: “…et prolem nullum dimisit”, afirmando expresamente que no tuvieron hijos, en lo que coinciden los historiadores que he consultado para la elaboración de mis novelas. Ignoro de dónde está tomado el dato de que tuvo una hija, de nombre María, y me gustaría saberlo, por si procede utilizarlo. Aunque esa falta de hijos fue la que hizo que se volcase en la educación de su sobrino Alfonso II.
En cuanto a que Silo fuese hijo de Fruela, no me lo parece. De Fruela están documentados Aurelio y Bermudo. Casualmente, en la ficción de mis novelas, también hago que exista un parentesco, (¡no puedo decir cuál!) entre Silo y Adosinda, pero es algo totalmente inventado.

            En la redacción de mis novelas Adosinda tiene una importancia capital. Apenas aparece, como niña, en la tercera “EL MULADÍ”. Pero en la cuarta y en la quinta, las contemporáneas LA CRUZ DE LOS ÁNGELES y LA ESTIRPE DE LOS REYES, es el hilo conductor de todas las tramas. Sobre todo en su relación con Silo hay dos factores importantes; el primero no lo puedo desvelar, pero si comentar que es no solamente improbable, sino prácticamente imposible, aunque determinante en el desarrollo de esas novelas, introduciendo un factor traumático y dramático (aunque debo confesar que un tanto folletinesco) que, espero, las hagan más interesantes para los lectores. Y el segundo, en lo que coincido con lo que expresa D. Ramón Martín Pérez en este artículo, haciendo, (contra la opinión generalizada de los historiadores, que describen a Silo como un magnate gallego de avanzada edad, y su matrimonio con Adosinda un convenio de conveniencia, asegurando la lealtad de Galicia a la corona asturiana y procurando los medios para que, en el futuro, Alfonso II pueda acceder al trono, lo que es frustrado, de momento, por la intervención de Mauregato), que Silo sea un joven apuesto y que ambos se sientan atraídos mutuamente, aunque… ¡lo siento, no puedo decir nada más! Bueno, sí, que ahí encuentro una justificación al apodo de Alfonso II y a su falta de descendencia.

            Son muchos los párrafos sobre Adosinda en los que trato de describir la personalidad de esta reina, pero he decidido reproducir el trágico momento en que (en mi imaginación), descubre la muerte de su hermano.

            “Un revuelo de faldas y enaguas cruzó las abiertas puertas del palacio de los reyes asturianos, en Cangas de Onís. Los centinelas habían abandonado sus puestos momentáneamente, quizá para pedir instrucciones a algún superior sobre los extraños hechos que estaban acaeciendo ese día, así que nadie interrumpió a Adosinda en su loco correr escaleras arriba en busca de las habitaciones de su hermano, el rey. Un rápido vistazo le confirmó que estaban desiertas y, sin perder tiempo, se dirigió por el corredor que llevaba a las de su otro hermano, Vimara. Se precipitó por la puerta entreabierta y de sus labios se escapó un grito de dolor. No por esperada la escena le impresionó menos. Tendido en el suelo, con los brazos abiertos, las piernas separadas y la lengua asomando entre los labios hinchados, se encontraba el hermano del rey. Adosinda se precipitó sobre su cuerpo, intentando, vanamente, encontrar algún signo de vida.
─¡Hermano¡ ¡Oh, hermano! ─exclamó entre sollozos─. ¡Aunque hayamos discutido con frecuencia, no te vayas de este mundo pensando que no te quería! ─luego se incorporó y secó sus lágrimas─. ¿Y Fruela? ─preguntó para sí. Oyó ruido en el corredor y salió vivamente. Algunos servidores asomaban tímidamente la cabeza por la puerta de dependencias próximas. Teodulfo, el que hacía las veces de jefe de los sirvientes, se le acercó con el rostro desencajado.
─Vimara está muerto ─dijo la princesa, con la mayor serenidad que pudo aparentar.
Teodulfo asintió con la cabeza, señal de que ya había estado en la habitación.
─¿Alguien ha visto lo que ha ocurrido? ─continuó preguntando Adosinda, más para demostrar que se hacía cargo de la situación, que para enterarse realmente de lo acontecido, que para ella era evidente. Los sirvientes desaparecieron rápidamente tras las puertas a las que estaban asomados, y Teodulfo se encogió de hombros con gesto de terror, pues, ¿quién puede atreverse a acusar a un soberano?
─¿Dónde está el rey? - Este era ahora el problema más acuciante con qué se enfrentaba la princesa. Teodulfo, que parecía haber perdido el uso de la palabra, se limitó a señalar corredor adelante, a la escalera que conducía a la planta baja, y hacia allí se dirigió, de nuevo con prisas, Adosinda, no sin antes recomendar a los sirvientes:
─El hecho de que mi hermano esté muerto no quiere decir que no debamos ocuparnos de él. Preparad el cadáver para enterrarle dignamente. Y esperad las órdenes del rey.
Al llegar a la puerta, los dos guardias que antes habían estado ausentes, encabezados por un oficial, se dirigieron hacia ella desde una habitación contigua.
─¡Oh, señora! ¡Mi princesa...! ─comenzó a balbucear quejumbrosamente el jefe. Adosinda le interrumpió.
─Lo sé todo ─le dijo secamente, pues el tiempo urgía─. ¿Hacia dónde se fue el rey?
─Preguntó dónde se encontraban los nobles, pues no había ninguno en palacio, y le respondimos que creíamos que estaban celebrando una especie de reunión en la iglesia de la Santa Cruz. Hacia allí se encaminó.
─¡Dios mío, no! ─exclamó aterrada Adosinda─. ¿Y no le detuvísteis? ─preguntó, indignada, la princesa.
─¿Al rey Fruela? ¡No! ─la sola idea de las consecuencias que podría haber tenido intentar contrariar a su soberano, y más en aquél infausto día, hizo temblar a los guardias y palidecer a Adosinda que volvió a montar de un salto. En aquellos momentos llegaba a la plaza su fiel sirviente, que se había visto imposibilitado, en las últimas leguas, de seguir el paso frenético que la princesa imponía a su cabalgadura.
─¡Vamos, sígueme! ─gritó Adosinda, espoleando a su montura en dirección norte, hacia el puente que, extramuros de la capital, cruzaba el río Güeña antes de que entregase sus aguas al superior poder del Sella. Marco, tirando de las riendas, exigió un último esfuerzo a su agotada cabalgadura, y partió en pos de su ama”.

….

“El ruido de los cascos de un caballo que se acercaba con angustiosa e inútil rapidez apenas penetró en su mente agonizante. Unas manos suaves y conocidas tomaron las suyas.
─¡Adosinda, hermana! ─dijo, entre vómitos de sangre.
─¡Hermano, hermano! ─se lamentó la princesa─. ¡Siempre llego tarde!
─¡No! Llegas a tiempo. A tiempo de escuchar mi último deseo. ¡Prométeme que conseguirás que Alfonso sea rey!
─¡Te lo prometo, hermano mío! ─y la sonrisa que se formó en los ensangrentados labios de Fruela, convencieron a Adosinda de que su hermano había oído su promesa antes de que su alma fuese a encontrarse con las de su padre y su abuelo. Aquellos a los que tanto había deseado emular.
La princesa se puso de pie y miró en torno suyo. Mauregato continuaba escondido tras el tronco del roble. Sertorio seguía tendido, privado del sentido. Aurelio y el resto de los nobles bajaron los ojos para no encontrarse con los de la hermana del rey. El silencio se hizo insoportable y alguien tenía que romperlo. Adosinda tomó esa responsabilidad. Mirando a todos aquellos hombres que la rodeaban, unos temerosos, otros avergonzados,  los más, indecisos, alzó la barbilla con gesto orgulloso.
─El rey ha muerto ─dijo.
Y tras sus palabras, las negras cornejas fueron, nuevamente, posándose en las ramas del roble centenario, porque la vida, y la historia, seguían su curso”.




6.- “BERTA esposa de Alfonso II
En realidad el nombre de la esposa de Alfonso II no aparece en ningún documento ni crónica contemporánea a su reinado. No olvidemos que se le llamó el rey Casto, de ahí que se píense que no tuvo mujer. Hemos de remontarnos al siglo XIII al Chronicon Mundi de Lucas, obispo de Tuy, que dice así: "(...) Y había tomado por mujer a Beta, hermana de Carlo, rey de los franceses, la cual, que por no haberla visto y por quitarse de lujuria, fue llamado rey Casto (...)" Por lo que según el autor será hermana de Carlomagno. Pocos años después Rodrigo Jiménez de Rada en su De Rebus Hispaniae dice: "(...) aunque tenía esposa, se mantuvo siempre alejado de todo contacto con ella, gobernando el timón de su reino con castidad, austeridad, pureza y cariño, querido por Dios y por los hombres (...)" Por lo dicho en ambas crónicas debemos interpretar que el matrimonio tuvo lugar por poderes y nunca se consumó. Es cierto que Carlomagno tuvo una hermana con ese nombre, Berthe en francés, aunque las leyendas carolingias dice que Berthe era esposa de Milon de Agers y madre de Roland, y que al enviudar casó con Ganelón. Pero en realidad no existe ninguna mención a que fuera esposa de Alfonso II, por lo que nadie puede asegurar su existencia”.

            Totalmente de acuerdo con lo que dice acerca de la casi desconocida esposa de Alfonso II (y que, posiblemente, como afirma el autor, no fue tal). Excelente documentación.

            Aunque estoy de acuerdo con que parece imposible que Bherta llegase a ser la esposa de Alfonso II, en mi novela LA CRUZ DE LOS ÁNGELES acepto esa leyenda, por su valor novelesco y de introducción de un tema romántico en la vida de un rey tan poco proclive a eso, aunque hago a Bherta sobrina y no hermana de Carlomagno. Eso no quiere decir que ponga en duda la exactitud del apodo del “rey casto”.

           

“Cuando Berta, sobrina de Carlomagno, fue conducida por el prócer Froila a presencia del rey que le había sido designado por esposo, la curiosidad sobre cómo sería su desconocido prometido era lo que dominaba su estado de ánimo. Bien es verdad que se sometía a  aquella misión por imposición de su augusto tío, a la que no podía ni por un momento pensar en negarse. Pero según fuese el rey de Asturias, el cumplimiento de las regias órdenes podía ser más o menos interesante. Ya que tenia que resignarse a contraer matrimonio con quien decidiese el jefe de su familia y de su país, el hecho de que le hubiese correspondido en suerte un monarca, joven y apuesto, según decían, parecía, al menos, prometedor. Y el hecho de la lejanía de lo que iba a ser su nueva casa, había añadido ingredientes estimulantes a su ánimo juvenil. De momento, su nueva ciudad, si no tan ostentosa como las sedes de su regio tío, no era tampoco el villorrio desharrapado que la charla ociosa y malintencionada de alguna de sus doncellas le había hecho temer. En efecto, la capital del reino asturiano se hallaba en plena reconstrucción y los hermosos edificios comenzaban a levantarse por doquier.
Berta se sorprendió un poco cuando, en vez de conducirla a un lujoso salón de audiencias, Froila la condujo, por un pétreo corredor, a lo que parecía la antesala de una iglesia. De las sombras que reinaban en el recinto sagrado, surgió un hombre joven y corpulento, de austeros ropajes y mirada serena.
Alfonso recorrió con la mirada la figura de la joven que se hallaba frente a él. ¡Vaya! La princesa franca era más hermosa de lo que había imaginado. ¡Mejor! Así la decisión que había tomado tendría más valor.
─He recibido con agrado la proposición  que me hace vuestro tío, el rey Carlos, de que reforcemos los lazos que unen a nuestros dos reinos con mi matrimonio con vos ─dijo, cortésmente, el rey de Asturias─. Y considero un honor aceptar dicha propuesta.
─Obedecer las órdenes de mi tío siempre ha sido mi obligación ─respondió, con una ligera reverencia la princesa─. Y debo decir, señor, que en este caso, yo también considero un honor cumplir con esta obligación. Espero no defraudaros, ni como reina ni como esposa ─Y al decir estas palabras, un gracioso hoyuelo se formó en la mejilla de la joven franca, a la vez que enrojecía ligeramente.
Alfonso hizo como que no había escuchado las palabras de la princesa, y continuó hablando. ─Sin embargo, hay una cosa que debo deciros antes de que se formalice nuestro compromiso. Pero venid, me siento más a gusto hablándoos de este tema en mi capilla ─y, tomando suavemente a Berta del brazo, la condujo hasta el umbral del recinto del que había salido para recibir a la joven. La princesa franca le siguió, no sin cierta sorpresa. ¡Qué extrañas costumbres tenía aquél monarca! Pero educada en la obediencia, no dejó traslucir su confusión y penetró en la capilla, mirando con recelo las imágenes que ocupaban los nichos de las paredes.
─Sois, sin duda, una princesa cristiana. Vuestro tío, el rey Carlos, ha sido alabado por el papa como defensor de la fe. Por lo tanto espero que comprendáis lo que tengo que deciros ─Alfonso, contrariamente a lo que tenía por habitual, no se decidía a abordar de frente la cuestión─. Hace años, cuando nuestro reino pasaba por trances difíciles y luchaba por su propia existencia contra los enemigos de nuestra fe, hice voto de consagrar toda mi vida a la misión que me había deparado la Divina Providencia, ofreciéndole, para ello, mi castidad. ¿Comprendéis lo que quiero decir?
─Berta miró asombrada al rey. ¿Adónde quería ir a parar? Sin esperar la respuesta, Alfonso continuó:
─Por eso, la propuesta de vuestro tío me llenó de preocupación. Comprendía que la alianza entre nuestros dos reinos era beneficiosa para ambos, y no podía renunciar al bien para mi pueblo sin desagradar a Dios. Pero tampoco podía romper mis votos sin causar su disgusto. ¿Entendéis el dilema?
La joven princesa no entendía muy bien, pero esperando que si seguía escuchando llegaría al fin a comprender el objeto de aquél discurso cuya finalidad no se le alcanzaba permaneció en silencio. Alfonso, más animado al no apreciar síntomas de rechazo a sus argumentaciones, prosiguió.
─No sabía qué era lo que debía hacer, y pedí el auxilio divino para encontrar una solución. Afortunadamente, la tenía aquí, al alcance de mis ojos. Mirad allí, en aquella hornacina, las imágenes de los dos santos más venerados por mi tía Adosinda, que fue también reina de Asturias, y la que me educó de pequeño al morir mi padre. Se trata de San Julián y Santa Basilisa, dos esposos de Antioquía que, deseosos de dedicar su vida a servir al Señor, pero sin querer renunciar al amor que se profesaban, decidieron vivir en castidad. Asimismo y según su ejemplo, mi tía Adosinda y su marido, el rey Silo, vivieron juntos, pero castamente, y el Señor les colmó de bendiciones y protegió al reino contra todo mal, haciendo, tras muchas y variadas circunstancias, que yo mismo me sentase al fin en el trono que me estaba destinado. ¡Esa es la solución para nuestro problema! Nos casaremos, sí, y viviremos juntos, pero sin renunciar a nuestra castidad. ¿Habéis comprendido lo que os quería decir?
Berta palideció. Sí, al fin había comprendido lo que el rey de Asturias quería decir. Paseó de nuevo su mirada por la figura del monarca. Alfonso se encontraba en aquellos momentos en la flor de su vida, y su apostura era la heredada de su bisabuelo, don Pelayo. Su hermoso rostro era fiel trasunto del de su abuelo, el primer Alfonso. Y su corpulencia revelaba la de su padre, el rey Fruela. La princesa franca se había sentido afortunada al verle y ahora... ¡Vivir en castidad! No era eso lo que le habían dicho que significaba el matrimonio. Pero desde niña la habían educado en la obediencia y en el cumplimiento de lo que consideraba su deber, y, sumisamente, inclinó la cabeza.
─Cumpliré vuestros deseos ─dijo. Alfonso permaneció contemplándola y notó que su corazón latía más rápido ¡Dios mío! ¿Por qué será tan difícil, a veces, cumplir tu voluntad? ¿O no era esa la voluntad del señor? Unos pasos fuertes resonaron en el pasillo, y el rey agradeció la interrupción”.



Y 7.- “CREUSA esposa de Mauregato
De esta reina, en realidad se desconoce todo, llegándose a poner en duda su existencia, tan solo hay un documento fechado el 30 de octubre del año 863, en el que el obispo de Braga, Gladila, realizaba una donación a las iglesias de San Pedro, San Pablo y Santa María de Trubia, y en el mencionaba la existencia de Creusa, esposa de Mauregato, así como del hijo de estos Hermenegildo. Es por este documento que los historiadores dar por conocida la existencia del matrimonio de Mauregato, y de la existencia de un hijo.
Se desconoce también la fecha de su muerte, aunque en el documento mencionado anteriormente, se menciona su enterramiento en la iglesia de San Pedro de Trubia, por lo que se supone que debió de morir después de su esposo Mauregato, que había fallecido en el 789.
Del fruto de la unión con Mauregato se supone que solo había nacido un hijo, Hermenegildo”.

Buen aporte. Aunque me inclino porque esa sola mención a esa reina no asegure su existencia.

En mis novelas, aunque hablo de Mauregato, no hago mención a su posible esposa. Aunque, quizá, en la nueva redacción que estoy haciendo de LA CRUZ DE LOS ÁNGELES me decida a introducirla.

Y, como me lo han preguntado, añado dónde pueden conseguirse mis novelas.

PELAYO, REY:
En papel y en versión digital en Imágica Ediciones S.L., albertosantoseditor.com, en la sección de Imágica Histórica.
            Solo en edición digital en editorialsapereaude.com, en la sección de narrativa.

LA MURALLA ESMERALDA, EL MULADÍ y LA CRUZ DE LOS ÁNGELES:
            En papel y en versión digital en editorialsapereaude.com, en la sección de narrativa.

Todas ellas, en papel, en la Librería Salazar, calle Luchana 7/9, Madrid.



7 de abril de 2017

Primeras reinas asturianas II

Continúo la entrada de ayer, comentando el excelente artículo de D. Ramón Martín sobre las primeras reinas de Asturias. En este caso habla de la 3ª, Hermesinda, esposa de Alfonso I y de la 4ª, Munia, esposa de Fruela I.

3.- “ERMESINDA esposa de Alfonso I
También se la conoce como Ormisenda, Ermenisinda y Ermisenda, Era hija de don Pelayo y su esposa Gaudiosa. Contrajo matrimonio con Alfonso, hijo de Pedro de Cantabria. A la muerte de Favila, hermano de Ermesinda, fue elegido rey de Asturias Alfonso, que reinaría como Alfonso I de Asturias.
Como tantas otras cosas, se desconoce la fecha exacta de su fallecimiento, siendo enterrada en la Cueva de Covadonga, donde esperó a su esposo. El cronista Ambrosio de Morales en el siglo XVI, describe el enterramiento así: "Su tumba es la que está al cabo de la iglesia frontero al altar mayor, en una pequeña cueva. En partes está labrada. Es un lucillo de piedra lisa, con cubierta de una pieza, de cuatro pies de ancho a la cabecera y dos a los pies, como ataúd, pero cubierta llana y no tumbada. Su largo, doce pies y tres en alto". En la actualidad en el sepulcro que suponemos contiene los restos de Ermesinda y Alfonso I, se puede leer el siguiente epitafio: "Aquí yaze  el Católico y santo rei don Alonso el primero i sv mvjer doña Ermenisinda, ermana de don Favila a qvien svcedio. Gano este rey mvchas vitorias à los moros. Falleció en Cangas año de 757".
De su matrimonio con Alfonso I, nacieron tres hijos: Fruela I, que sería rey de Asturias; Vímara o Vimarano, asesinado por su hermano Fruela; y Adosinda, que casaría con el rey Silo”.

            Completamente de acuerdo con este resumen acerca de la hija de Pelayo, en el que se expresa lo que de ella se sabe.
Hermesinda tuvo una gran importancia, pues por su causa, la dinastía cántabra (descendientes del duque Pedro de Cantabria), accedió al trono de Asturias; primero en la persona de Alfonso, hijo de este duque, quien, gracias, principalmente, a  haberse casado con ella, se convirtió en Alfonso I, “el católico”, tercer rey asturiano; luego, tras la muerte de Fruela I, el hijo de Alfonso y Hermesinda, cuando Aurelio, el sobrino de Alfonso e hijo de su hermano Fruela, “el mayor” (no confundir con su homónimo y sobrino, el anterior, justiciero y fratricida rey), fue coronado como el quinto rey de Asturias; posteriormente, Bermudo, hijo también de Fruela “el mayor” y, por lo tanto, hermano de Aurelio, sucedió a Silo y a Mauregato como el octavo rey asturiano. Y, por fin, a la muerte del sucesor de Bermudo, Alfonso II, “el casto”, el hijo de Bermudo, Ramiro I, décimo rey asturiano, fue el tronco del que descienden todos los monarcas españoles hasta hoy.

Ya en mi primera novela, PELAYO, REY, se cita a Hermesinda, recién nacida. En la segunda, LA MURALLA ESMERALDA, tiene importancia como la joven hija de los reyes asturianos, cortejada por el hijo del duque de Cantabria. En la tercera, EL MULADÍ, adquiere protagonismo como reina y esposa de Alfonso I. Y en la quinta, LA ESTIRPE DE LOS REYES, se vuelven a revivir todos los momentos de su vida, desde su papel en el acceso al trono de su marido, hasta su muerte.

Aunque Hermesinda tiene más protagonismo en EL MULADÍ y en LA ESTIRPE DE LOS REYES, he elegido para publicar aquí unos párrafos de LA MURALLA ESMERALDA


“Los ojos de Hermesinda se abrieron asombrados. ¡Alfonso paseando con Brunequilda! Y la joven goda apoyaba su mano en el brazo del hijo del duque de Cantabria mientras su mirada no se apartaba de su rostro... Bien, ya sabía lo que tenía que hacer... Pagar al desprecio con el desprecio... Esperar que su prometido comprendiese qué era lo que realmente le convenía... No hacer nada... ¡Al diablo! Ella era la hija de Pelayo, y su padre no se caracterizaba, precisamente, por no aceptar los desafíos. Con paso firme se dirigió hacia la pareja.
—¡Alfonso! ¿Qué haces por aquí? —preguntó con una sonrisa.
—¡Oh!... Bueno... Había prometido a Brunequilda acompañarla hasta el campo de la jura y enseñarle donde eligieron por rey a tu padre —respondió, Alfonso, azorado.
—¡Qué lástima! —contestó Hermesinda—. No vas a poder hacerlo. Mi padre está celebrando consejo con sus nobles y tienes que asistir. Pero no te preocupes, yo misma acompañaré a nuestra invitada hasta allí.
—No es necesario —protestó la hija de Sisnando, disgustada ante el cariz que iba tomando la situación.
—Insisto —replicó Hermesinda—. Además, tenemos que hablar. Ven querida.
Y, aunque estas palabras fueron acompañadas de la más dulce de las sonrisas, la mirada de los ojos de la hija del rey y la presión, impropia de una jovencita, con que Brunequilda sintió que la cogían del brazo y la separaban de un desconcertado Alfonso, convenció a la joven goda de que, quizá, esta vez sería mejor para conservar la integridad de su hermoso rostro, no seguir al pie de la letra las órdenes de su padre”.


4.- “MUNIA DE ÁLAVA esposa de Fruela I
Fue hija de un individuo llamado Lope (López) y de una hija de Fruela de Cantabria, naciendo alrededor del 745. Fruela I la trajo, adolescente aún de una expedición por tierras alavesas y de La Bureba para casarse con ella, convirtiéndola así en reina de Asturias. Al fallecer Fruela I, se refugió, junto a sus hijos Alfonso II el Casto y Jimena, en el monasterio de Samos.
Tampoco se sabe con exactitud la fecha de su muerte, aunque sí que recibió sepultura en la iglesia de San Salvador de Oviedo. Dicha iglesia, mandada construir por Fruela I, fue saqueada y arrasada en el año 794 por las tropas musulmanas, siendo posteriormente trasladados sus restos junto con los de su marido Fruela I, al Panteón de Reyes de la Catedral de Oviedo”.

            De nuevo un excelente resumen, con todos los datos de que se disponen sobre esta reina. Aunque de algunos albergo algunas dudas. El dato de que Munia fue hija de una hija de Fruela de Cantabria, viene dado por el cronista árabe Ibn Hayan, quien, al narrar una aceifa del año 816 contra Velasco, que gobernaba en Pamplona, dice que entre los cristianos muertos había un tal García Lope, tío materno del rey Alfonso II, hermano, por tanto, de la madre de éste, Munia. Y también dice que el fallecido era hijo de una hermana del rey Bermudo. Si Fruela trajo a Munia (entonces una jovencita) de Álava al principio de su reinado, alrededor del 758, García Lope, el hermano de Munia, debería tener entonces entre 10 (si era menor que ella) y 25 (si era mayor) años. Se hace difícil pensar que 56 años después siguiera siendo un jefe de los vascones que participase en una batalla (tendría entre 66 y 81 años, edad muy avanzada para esos tiempos e, incluso, para los actuales). Aunque tengo que reconocer que no es imposible, pues esas fechas estimadas pueden variar algo.

            Munia tiene un papel protagonista, tanto en la primera parte de mi  cuarta novela, LA CRUZ DE LOS ÁNGELES, como en la que transcurre por esos mismos años, LA ESTIRPE DE LOS REYES. Siguiendo al historiador D. Claudio Sánchez Albornoz, supongo que el hecho de que Fruela I escogiese a una joven traída como “rehén” o garantía de paz desde las tierras vascas, hija de alguno de sus jefes, como futura madre de sus hijos, fue una de las causas (no la única) que motivaron el distanciamiento entre el rey asturiano y sus nobles y la posterior muerte del hermano del rey, Vimara, a manos de su regio hermano y el ajusticiamiento del monarca por parte de los nobles. En ambas supongo la muerte de Munia anterior a la de su esposo, no hablando en la primera de las citadas de su estancia en Samos y haciendo, en la otra, que los huérfanos de Fruela llegasen a ese monasterio bajo la custodia de su tía Adosinda.

            A continuación, los párrafos de LA CRUZ DE LOS ÁNGELES en los que se relata el amor que había surgido entre Fruela y Munia:

“Los dos jinetes que habían cabalgado por la falda del monte Naranco desmontaron y se dispusieron a descansar unos momentos a la orilla de un revoltoso riachuelo. La joven, soltando su larga y rubia cabellera, se sentó sobre la raíz de un frondoso castaño que se asomaba sobre las cristalinas aguas. El hombre, después de trabar las riendas de las monturas en unos arbustos, se reclinó sobre el tronco de un roble frontero y la contempló con parsimonia. Al otro lado del valle, la iglesia de san Vicente y las casas que la rodeaban, coronaban la boscosa colina de Oveto, cubierta, salvo en los sitios deforestados para dedicarlos a los cultivos, con una densa vegetación. La muchacha devolvió la mirada a su acompañante y sonrió.
—Me alegra verte sonreir —dijo el hombre—. Nunca pude disfrutar de ello en la corte, pero aquí lo haces a menudo.
—Me gustan estos parajes, majestad, y me gusta vuestro comportamiento aquí, lejos del palacio de Cangas y de los nobles. Sin las preocupaciones de gobernar el reino parecéis un hombre cualquiera, y eso me agrada.
—Es un gran placer para mí verte feliz... —continuó el monarca, satisfecho por el sesgo apacible que iba tomando la conversación.
—¿Feliz? —interrumpió la joven—. No he dicho que sea feliz. Eso sería demasiado. Simplemente, no me siento tan a disgusto como en vuestra corte.
—Pero yo deseo que seas feliz. Munia, yo te quiero. Te he querido desde el primer día que te ví, allí en tus valles y entre tu gente. Y por eso exigí que fueras tú quien viniese conmigo en garantía de la paz —Fruela cogió suavemente entre sus manos los brazos de la muchacha—. Te quiero —repitió—. Y necesito más que nada en este mundo que también me quieras tú a mí.
—Yo no puedo amaros, majestad —contestó Munia desasiéndose con dulzura, pero firmemente, de los brazos del rey—. No puedo querer, puesto que no soy libre. Soy vuestra prisionera, y un corazón cautivo no puede sentir amor.
El monarca asturiano se dio la vuelta lentamente y, arrancando una rama seca que sobresalía del tronco de un viejo roble, la arrojó al arroyo que cantaba a sus pies. Durante unos instantes, pensativo, la vio alejarse trasportada por las aguas rumorosas. Luego volvió nuevamente la mirada hacia la joven. —Está bien —musitó—. No quiero tenerte por la fuerza, porque eso impediría que me dieras también tu corazón. Y no puedo verte cerca de mí sin desear, con tanta fuerza que me resulta doloroso, que seas mía, completamente mía, en cuerpo y alma. Así que mañana ordenaré a Teudis que te escolte de vuelta a tus tierras. No te retendré más en Asturias.
—¿Y la paz, majestad? ¿Y los tratados de los que mi presencia aquí es la garantía?
—Dile a tus parientes, los jefes de los vascos, que por amor a ti confiaré en su palabra. Pero que no tomen esto como signo de debilidad del rey de Asturias. Si faltan a lo pactado y se rebelan contra mí, volverán a conocer el filo de mi espada y la fuerza de mi ejército —por un instante la voz del monarca había recobrado su indomable energía, pero, enseguida, volvió a bajar el tono y a pronunciar sus palabras como si se negasen a salir de sus labios—. Por lo tanto, prepara tus cosas lo antes posible. Quiero que partas sin mayor dilación.
—Entonces, señor, ¿vuelvo a ser libre?
—Desde este mismo momento —contestó el rey, volviéndose hacia su cabalgadura, pero la joven le siguió y puso la mano sobre su brazo, deteniéndole. El monarca se estremeció al sentir el suave contacto.
—Entonces, Fruela —le dijo Munia, con dulzura, pero con determinación—, si soy libre para elegir, elijo quedarme contigo, siempre que tú quieras que lo haga.
El rey se volvió lentamente mientras en su mente tomaba cuerpo el significado de lo que la joven acababa de manifestar, y, aunque no había acabado de comprender el auténtico significado de las palabras, la expresión del rostro de la joven fue aún mucho más explícita que su voz.
Y aún no había terminado Fruela de dar crédito a lo que había escuchado y visto, cuando pudo sentir en sus labios el frescor de los de la joven y el vibrar apasionado de su cuerpo contra el suyo. Y el tiempo dejó de correr para los dos”.



6 de abril de 2017

Primeras reinas asturianas I

El 13 de Enero del corriente año escribía:
“Por diferentes razones, hacía mucho que no escribía nada aquí ni en mi blog, ni en mis páginas de Facebook. Voy a intentar ponerme al día”.


Y, a lo que veo, sigo igual. Aunque hoy, justo cuando iba a escribir una nueva entrada en Facebook; en mi página de esa red: Pelayo, Rey; y en mi blog: reyesasturianos.blogspot.com con el fin de que mis lectores no me olviden y ayudarles a pasar la espera hasta que llegue la publicación de mi próxima novela, LA ESTIRPE DE LOS REYES, me encontré en Facebook con un interesante artículo de Ramón Martín Pérez en el grupo COSAS DE HISTORIA Y ARTE, sobre las primeras reinas de Asturias.

1.- “GAUDIOSA esposa de don Pelayo
Esposa de don Pelayo, primer rey de Asturias. Puede ser que naciera en Cosgaya, en la comarca cántabra de Liébana, donde pudo conocer al que sería su marido. Fruto del matrimonio fueron: Favila, segundo rey de Asturias y Ermesinda.
Fallecido su esposo, no tardó en seguirle, siendo enterrada en la iglesia de Santa Eulalia de Abamia, en la localidad asturiana de Abamia, donde también recibió sepultura su esposo, don Pelayo. Alfonso X el Sabio, rey de Castilla y León, ordenó trasladar los restos de ambos a la Santa Cueva de Covadonga, donde reposan ambos, en una cavidad natural introducidos en un túmulo de piedra, junto a Ermesinda, hermana del rey.
Gaudiosa tuvo dos hijos con don Pelayo, Favila y Hermisenda”.

Estoy de acuerdo con lo afirmado, excepto con que creo que la hermana de don Pelayo se llamaba Adosinda en vez de Ermesinda. Aunque no sabía (y no sé dónde viene ese dato) que Gaudiosa falleciera después de don Pelayo.

En mi primera novela, PELAYO, REY, hago que Gaudiosa sea la hija de un jefe de los astures que tenían sus pastos de verano en la zona de los lagos y los de invierno en el Sueve. No tengo ningún dato objetivo para estas dos cosas. El hecho de hacer a la esposa de don Pelayo hija de un jefe astur se debe a buscar un motivo para que el primer rey (realmente, jefe o caudillo, más que rey, aunque en mi novela diga lo contrario) asturiano, al que, siguiendo las crónicas de Alfonso III, describo como un descendiente de la nobleza goda, sea aceptado como jefe por las tribus astures.
En mi segunda novela, LA MURALLA ESMERALDA, hago que Gaudiosa muera antes que su esposo. El único motivo es que esa historia estaba prevista que finalizase con la muerte del héroe, y, antes que él, tenía que hacer que desapareciese el resto de personajes de su generación.

Y aquí va el párrafo de PELAYO, REY en que el héroe vuelve a ver a la joven Gaudiosa, comprobando que la niña que había conocido el año pasado ya se había convertido en una mujer.

“Entre éstas y otras amistosas frases, Pelayo, Julián y Viterico siguieron al jefe y a los principales guerreros astures hacia su lugar de refrigerio, mientras el resto de la escolta confraternizaba con el resto de la tribu, a los que ya conocían algunos de ellos por haber acompañado a su conde a las cacerías estivales.
—¡Gaudiosa! —bramó el jefe—. ¡Dile a tu madre que nos traiga queso y sidra! Nuestros huéspedes estarán hambrientos
Una hermosa joven de rubios cabellos, que llevaba recogidos en una trenza, salió de la choza del jefe y los contempló con sus grandes y hermosos ojos verdes.
—Ahora mismo, padre —respondió, pero en vez de volverse inmediatamente para cumplir el encargo, permaneció unos instantes contemplando a los recién llegados.
—¡Gaudiosa! —repitió asombrado Pelayo, reconociendo apenas a la niña que el pasado verano, hacía solo siete meses, se reía y jugaba con su hermana Adosinda— ¡Santo Cielo! ¡Qué cambiada estás!
La joven, que el estío anterior hubiera respondido con cualquier ocurrencia, riendo alborozada, bajó ahora tímidamente los ojos, mientras un tenue rubor cubría sus mejillas y repitió:
—Ahora mismo voy —mientras penetraba rápidamente en la choza llamando a su madre”.


2.- “FROILUBA esposa de Favila
Poco sabemos de Froiluba, ni fecha de nacimiento, ni de fallecimiento. De cualquier manera fue reina consorte de Asturias, gracias a su matrimonio con el rey Favila, segundo rey de Asturias, e hijo de don Pelayo.
Su nombre puede ser una contracción de Froila-López, y por lo tanto descendiente de un Lope, señores de los antiguos cántabros y de Vizcaya. Algo verosímil, por la tendencia seguida por la política matrimonial entre los reyes astures y los miembros de la nobleza vasca.
A Favila y Froiluba se debe la construcción de la iglesia de la Santa Cruz de Cangas de Onís, donde se cree fueron sepultados ambos. La iglesia fue construida en el año 737, siendo consagrada el 27 de octubre de ese mismo año. Debe su nombre a la cruz de roble que portaba don Pelayo en la batalla de Covadonga, y que se convertiría en la "Cruz de la Victoria". La lápida fundacional dice: " y sus hijos, para quienes por ello, oh Cristo, por tú sacrificio sea toda tu gracia, y tras el curso de esta vida les alcance la generosa misericordia. Aquí fueron consagrados altares a Cristo por el sacerdote Asterio, en el día 300 del tiempo transcurrido del año, extendida la sexta edad del mundo, corriendo la era 775 (27 de octubre de 737)”

Interesante aportación. Ciertamente nada se sabe con certeza de Froiluba, excepto que ese fue el nombre de la esposa de Favila y que ella y su marido ordenaron la construcción de la Iglesia de la Santa Cruz, sobre un dolmen anterior. (La actual es una reconstrucción, al menos la segunda de su historia, dirigida por Luis Menéndez-Pidal en 1950). Según alguna leyenda, Favila y Froiluba tuvieron dos hijas, a las que se hace, a la primera, Favinia, esposa del duque Luitfred de Suevonia (personaje y lugar totalmente inexistentes) y, a la segunda, abadesa del monasterio de San Salvador de Oviedo, de lo que no hay ningún dato que lo confirme, por lo que debemos considerar ambas leyendas una invención.


            En mi segunda novela, LA MURALLA ESMERALDA, ya aparece Froiluba, a la que, sin ningún dato objetivo que lo avale, hago hija de un noble godo que llega a Asturias huyendo de la ocupación sarracena. La tercera, EL MULADÍ, comienza con la muerte de Favila, y nada más se cuenta de Froiluba; pero en la quinta, LA ESTIRPE DE LOS REYES (de inminente publicación), esta reina tiene un papel importante, así como la primera de sus hijas, Favinia, de la que tomo los datos de la leyenda, utilizándolos de un modo que no digo aquí, para no desvelar la trama. En cuanto al personaje de Asterio, nombrado en la lápida fundacional, la copia de la misma hecha por Frasinelli (1880), citada por Ciriaco Miguel Vigil (Asturias monumental, epigráfica y diplomática: datos para la historia de la provincia,1887) le designa como “vate”, en vez de como sacerdote, lo que me sirve para hacerle un “adivino” o “dirigente espiritual” de los astures.

            Froiluba aparece por primera vez en las páginas de LA MURALLA ESMERALDA, de la siguiente manera:

“Pelayo movió dubitativamente la cabeza, deseando contagiarse del optimismo de su esposa, pero no sintiéndose muy capaz de conseguirlo, cuando un sonido de cabalgaduras que, más veloces que las suyas, les iban alcanzando por el sendero, alarmó a la escolta y les hizo volverse. Retrocediendo hasta llegar a la altura del carromato, vieron llegar hacia ellos a cinco jinetes. Dos de ellos marchaban un poco delante, un joven alto y rubio, ricamente ataviado y una muchacha de gran parecido con él. Más atrás, y pareciendo ser sus sirvientes, iban los otros tres.
—Dios os guarde —exclamó el joven, refrenando su montura al ver aquella importante comitiva.
—Que Él vaya con vos —respondió el jefe de la escolta que se había adelantado—. ¿A dónde vais y qué queréis?
—Habíamos oído que en Asturias el conde Pelayo había encabezado una rebelión contra los musulmanes —respondió el joven, después de comprobar que, ni por su aspecto ni por sus vestiduras, los que se encontraban delante de él tenían parecido con los temidos invasores que acababa de nombrar—. Venimos a unirnos a él.
—Es cierto —asintió el jefe de la escolta—. Estáis en las tierras del rey Pelayo —les dijo, poniendo énfasis en la palabra rey. Y luego, tras una rápida mirada a su señor, como pidiendo instrucciones, continuó, señalándole:
—Estáis ante él en persona.
—¿De verdad? —exclamó el joven—. ¿Sois vos? —y luego, descabalgando, inclinó la cabeza ante el soberano mientras en su rostro se dibujaba un gesto de alegría—. Al fin hemos llegado —dijo, ayudando a su hermana a descabalgar a su vez.
—¿Quiénes sois? —preguntó Pelayo—. ¿De dónde venís?
—De Brigantium, señor. Me llamo Alarico, y esta es mi hermana Froiluba”.

……

“—Veo que tienes muchas cosas que contarnos —dijo el rey—. Y aún estamos lejos de nuestra casa. Venid con nosotros el resto del camino. Nuestros hijos, que son jóvenes como vosotros, harán que se os haga, si no más corto, si más agradable.
—Será un placer —exclamó Favila, dirigiéndose al joven Alarico, pero sin apartar los ojos del hermoso rostro de Froiluba—. Acompañadnos”.

Como está resultando muy extenso, seguiré con las siguientes dos reinas en la próxima entrada.