27 de marzo de 2011

Quinta novela IV.- El rey Ordoño

Tras el prólogo ya relatado, en que Alfonso III, una vez destronado por sus hijos peregrina a Santiago y se deja invadir por sus recuerdos, la primera parte de la novela, con el título de “El príncipe” (No olvidemos que el protagonista será dicho Alfonso III, y que ese sería su título en su niñez), nos lleva a la corte de Ramiro I, en la que asistimos (brevemente, pues se mantiene mi intención de respetar lo escrito por Fulgencio Argüelles en sus “Los clamores de la tierra”, en los que narra lo sucedido bajo el reinado de ese monarca) al castigo de Nepociano por haber intentado ursurpar (o tal vez, no; la historia la escriben los vencedores) el trono de Oviedo, a las incursiones vikingas, a la difícil relación con los reyes navarros, que no aceptan a los asturianos como únicos continuadores del reino godo, y a la coronación, a la muerte de Ramiro, de su hijo Ordoño como rey de Asturias, acabando, esta vez definitivamente, con la costumbre visigoda de elección del monarca por los notables del reino.
También nos asomaremos a la corte de Cordoba, en la que el emir Abderrahmán II, dominado por el teólogo Yahya ibn Yahya, el visir Nasar, el músico Ziryab y, sobre todo, por su favorita Tarub, pasa los últimos años hasta que, en una trama perfectamente novelesca, a su muerte es sucedido, no por el hijo de Tarub, Abd Allah, sino por su primogénito Mohamed que, disfrazado de mujer, entra en su harén para recibir de manos del moribundo el anillo símbolo de su autoridad. (Aunque, como se explica en la novela, esta historia está contada con mucho más detalle en la casi contemporánea “Los mozárabes”, de la que también hablaremos más adelante).
Durante esta primera parte asistimos a la educación de Alfonso como futuro rey, llevada a cabo, además de por su padre, el prudente rey Ordoño II, por sus tíos Gatón y Rodrigo. Y se van dejando caer referencias a dos ciudades que tendrán importancia en la historia real de este rey, Zamora, a la que repobló, y León, a la que preparó para ser la futura capital.
También conoceremos a Musa ibn Musa, nieto de Fortún y bisnieto del conde visigodo Casio, quien, desde sus dominios de Tudela, a veces a las órdenes del Emir de Córdoba y otras rebelándose contra él, llega a dominar todo el valle del Ebro y a autodenominarse “el tercer rey de España”. Ya hemos hablado en anteriores entradas de este muladí, y él y sus hijos, y sus relaciones con la corte Asturiana tendrán una intervención importante en la trama de esta novela.
Igualmente, aparece en las páginas de la novela, “La Caja de las ágatas”, que le iba a dar título, como parte del botín capturado a Musa por Ordoño en la batalla de Albelda, y que se encuentra con la tapa estropeada (Los expertos creen que la tapa de la caja es de época posterior al resto, así que había que preparar el terreno)
Y, por último, y tras varias vicisitudes que no cuento aquí, para incitar a los posibles lectores a que compren la novela cuando se publique, el príncipe Alfonso se convierte en Alfonso III de Asturias sucediendo a su padre Ordoño y dando pie a la segunda parte del libro, que comentaremos en una próxima entrada.

23 de marzo de 2011

Quinta novela III.- El inicio.

Como ya expliqué, había decidido, como homenaje a Fulgencio Argüelles y su novela “Los clamores de la tierra”, pasar de largo sobre el reinado de Ramiro I y centrar mi novela en los de Ordoño I y Alfonso III (Decisión que puede ser revocada en cualquier momento, aunque hay varios temas a los que pienso dedicar mi atención antes de que me replantee éste)
Una vez estudiados ambos reinados, a pesar del afecto que produce la figura prudente y serena del rey Ordoño, me pareció mucho más atrayente, desde el punto de vista novelesco, el del rey emperador, Alfonso III, no solo porque, dado el título de la novela (“La Caja de las Ágatas”), algo esencial tendría que relacionarse con esta joya, donada por su hijo Fruela en vida de su padre, sino porque su final, destronado por sus propios hijos, era lo suficientemente dramático como para merecer ser el epílogo de la novela.
Así que comencé la novela por el momento en que Alfonso III, destronado, pide permiso a sus hijos para hacer una peregrinación a Santiago de Compostela, y desde allí, en un “flashback” sus recuerdos le llevan hasta su niñez, aún en tiempos de su abuelo Ramiro. Eso me permite narrar – brevemente – la edificación de los monumentos del Naranco, las expediciones de los normandos y (esto último de forma imaginaria), las primeras relaciones de la corte asturiana con los reyes navarros y los Banu Qasi del valle del Ebro, que marcarían los dos reinados objeto de la novela.
En la corte asturiana tomamos contacto, en los últimos momentos del rey Ramiro, con su hijo y futuro rey, Ordoño, el hermano de éste, Gatón, conde del Bierzo (Hay discrepancias entre los historiadores sobre si Gatón era hermano o primo de Ordoño; sin ningún motivo esencial, me decidí por la primera opción) y su primo, Rodrigo, primer conde de Castilla. Estos tres hombres, jóvenes, fuertes y decididos, aunque cada cual con su personalidad, ejercerán de maestros del joven Alfonso e irán forjando su carácter para el destino que le espera.
También, en los primeros capítulos, se presentará la corte del emir Abderrahman II, con los tres personajes que tanto influyeron en ella, el emir Nasar, la favorita Tarub y el poeta Ziryab. Y la relación de sumisión/rebelión que, de forma alternativa, tenía con el emir cordobés el señor del valle del Ebro, el muladí Musa ibn Musa,(el “tercer rey de España”, del que ya hemos hablado en una entrada anterior del blog), y los efectos que estos cambios de relación tenían en el reino asturiano y en sus contactos o conflictos con los señores (o reyes) de Pamplona, la familia Arista.
Con todo esto se pone en marcha la novela, cuyo desarrollo dejaremos para más adelante.

16 de marzo de 2011

Quinta novela II.- El orden del desorden

Acababa de terminar “El Muladí” cuando, por fin, se publicó la primera de mis novelas, “La Cruz de la Victoria”, pero con el título de “Pelayo, rey”. Eso renovó mis ganas de escribir, aunque, para soslayar los problemas que me causó el hecho de que “El Muladí”, anterior en el tiempo a “La Cruz de los Ángeles”, hubiera sido escrito después (y los ya relatados de que “La Muralla esmeralda”, anterior a las dos fuese escrita con posterioridad a ambas), decidí apartar, por el momento, lo que llevaba redactado de “La Caja de las Ágatas” y centrarme en la novela que tendría (en mi concepción de la serie) que antecederla, “El Mozárabe”.
Naturalmente, aunque una gran parte del trabajo de documentación realizado para las novelas anteriores podría servirme, en “El mozárabe” intervendrían principalmente protagonistas pertenecientes a ese grupo social, el de los cristianos que, bajo el dominio musulmán, se mantenían firmes en su fe, por lo que volví a consultar libros y crónicas y de nuevo surgieron los problemas.
El momento más apropiado para narrar las peripecias de este grupo, es el de los martirios cordobeses inspirados por san Eulogio alrededor del año 850, y hasta el 859, fecha en que el propio san Eulogio es condenado a muerte. Pero eso nos lleva ya al reinado de Ordoño I en Asturias, con o cual ambas novelas se iban a solapar. Y mucho de lo que comenzaba a esbozar para “El Mozárabe” se vería afectado por lo que ocurriese en “La Caja de las ágatas”. Así que tomé una decisión. El Mozárabe comenzaría en el año 797, para poder contar “La Jornada del Foso”, episodio sangriento de Toledo que causaría la huída de la ciudad de los padres o abuelos de los protagonistas, y luego, tras un salto en el tiempo, retomaríamos la trama, ya en Córdoba, en tiempos de Eulogio. Debido a esto, de nuevo “La Caja de las Ágatas” recuperaba el puesto 5º en el orden cronológico de las novelas, y se perdía la simetría de la serie (1ª novela en Asturias, 2ª en tierras musulmanas, 3ª en Asturias, 4ª en tierras musulmanas…etc.). Eso me preocupó un tiempo, hasta que (posteriormente), al escribir “La Muralla esmeralda” como continuación de “Pelayo, rey”, esa simetría desapareció por completo. Así que, por fin, podemos dedicarnos a hablar de esa novela, “La Caja de las Ágatas”, que es lo que nos corresponde ahora.
Pero, como me he extendido tanto en los prolegómenos, será en la próxima entrada.

11 de marzo de 2011

Quinta Novela. I La Caja de las Ágatas..

Bien, ha llegado el momento de hablar de mi quinta (por el momento) novela en orden cronológico. Fue la cuarta que escribí. Había finalizado la que se llamaba, entonces, “La Cruz de la Victoria” y que se publicó con el título de “Pelayo, rey”, sobre la vida de este personaje; había concluido “La Cruz de los Ángeles” en la que relataba, en su primera parte, el reinado de Fruela (cuarto rey de Asturias), en la segunda los de Aurelio, Silo, Mauregato y Bermudo (quinto, sexto, séptimo y octavo monarca, respectivamente, aunque no todos los historiadores están de acuerdo con esta numeración), y en la tercera, parte del largo reinado del rey que hacía el número nueve, Alfonso II, “el casto” (Espero algún día escribir otra novela sobre la segunda parte del reinado de tan longevo monarca, por lo que ésta pasaría a ser la sexta en el orden cronológico), así que tocaba seguir escribiendo.
Por aquellos tiempos ya había decidido que mis novelas formarían una trilogía, cada una de ellas basada en una de las joyas del tesoro de la Catedral de Oviedo. La primera en “La Cruz de la Victoria”, joya donada por Alfonso III en el año 908, pero cuyo ánima de roble, según la leyenda (y no importa que, probablemente, no sea cierto) fue la cruz que enarboló don Pelayo en la batalla de Covadonga. Así la inscribí en el registro, aunque luego, por conveniencias editoriales, se publicó con el título de “Pelayo, rey”.
La segunda, en “La Cruz de los Ángeles” (Y espero que si se publica, lo haga con ese título), donada por Alfonso II en el año 808 (justo cien años antes que la anterior) y que tiene importancia en la novela que le da nombre.
Para la tercera escogí la “Caja de las Ágatas”.arqueta para reliquias que fue donada por el infante Fruela de Asturias, hijo del rey Alfonso III en el año 910, aún en vida de su padre. Eso me causó algún problema de fechas. Había ya narrado, con mayor o menor detalle, la vida de siete de los nueve primeros monarcas asturianos (el segundo, Favila, y el tercero, Alfonso I, tendrían posteriormente su lugar en “El Muladí”). El décimo (o undécimo, si contamos el breve reinado de Nepociano), sería Ramiro I. Un tiempo apasionante, en el que se construyen los monumentos prerrománicos del Monte Naranco. Pero por aquella época había caído en mis manos la excelente novela “Los clamores de la tierra”, del escritor asturiano Fulgencio Argüelles (por cierto, se la debo haber prestado a alguien, pues ya no la tengo en casa, ni consigo encontrarla en las librerías) sobre el reinado de ese monarca llamado “vara de la justicia” y decidí respetar su obra y pasar directamente al duodécimo, Ordoño I. Claro que tendría que extender la novela hasta el final del reinado de su hijo, Alfonso III, “el magno” (mucho más interesante, novelísticamente) si quería justificar el título de “La Caja de las Ágatas). Eso me causó algunos problemas y la escritura no se hizo tan fluída como deseaba.
A la vez, por aquella época, como también he contado ya en anteriores entradas, en atención a mis amigos de Torre del Mar, Málaga, decidí escribir también sobre la vida de los españoles bajo el gobierno musulmán, y abandoné a “La Caja de las Ágatas”, para la que ya me había documentado bastante, para escribir “El Muladí”, novela que en el orden cronológico, iría entre “La Cruz de la Victoria” (Aún la denominaba así, pues todavía no había sido publicada) y “La Cruz de los Ángeles”, formando una serie alternativa, con una novela en tierras asturianas y otra en las musulmanas. Así, entre “La Cruz de los ángeles” y la inconclusa “Caja de las Ágatas” iría otra titulada “El Mozárabe”. “La caja de las Ágatas” tendría que esperar (Al menos hasta la siguiente entrada en este blog)

8 de marzo de 2011

Una Pausa

Hagamos una pausa en este repaso, por orden de su situación en la Historia de España, de mis novelas. Hemos visto la primera (Pelayo, rey), la segunda (La Muralla esmeralda), la tercera (El Muladí) y la cuarta (La Cruz de los Ángeles). Llegados a este punto, y ante la próxima publicación de la segunda, tema del que hablaremos más extensamente cuando tenga más seguras una serie de circunstancias, he dedicado una parte de mi tiempo a la corrección de esa para su redacción definitiva. Pero, como ya he dicho en varias ocasiones, escribí “La Muralla esmeralda después del Muladí, y ésta después de “La Cruz de los Ángeles” cuando el orden cronológico era precisamente el inverso. Eso, unido a que habían pasado varios años entre la realización de una y la de la anterior/siguiente, causó varias incongruencias. La principal, la de las edades de los hijos de Pelayo (Favila y Hermesinda), Pedro de Cantabria (Alfonso y Fruela) y el personaje inventado, coprotagonista de “Pelayo, rey”, Julián (Rodulfo e Isidoro); principalmente Rodulfo a quien, al escribir “El Muladí”, le hice algo mayor que sus primos y luego, en “La Muralla esmeralda”, no recordando ese detalle, le describí como algo más joven. (Al ser un personaje inventado no estaba condicionado por la verdad histórica)
Bien, tenía que corregir algo, y la duda era cuál de las dos novelas había que cambiar. Lo dudé un tiempo, pero envejecer a Rodulfo en “La muralla esmeralda” obligaría a reescribir casi todos los capítulos (Aunque estamos hablando solo de unos pocos años), y, sin embargo, cambiando algunas frases en “El muladí” se podía hacer que Rodulfo no fuese el hombre maduro que se había descrito en un principio. Ya cité, creo, en alguna entrada anterior, como sustituyendo “El conde Rodulfo, con la sensatez propia de sus muchos años…” por “El conde Rodulfo, con una sensatez impropia de sus pocos años…” se conseguía el efecto deseado.
También en “El Muladí” Rodulfo era presentado (Y esto era esencial en la trama) como habiendo enviudado hacía poco. Afortunadamente, en “La Muralla esmeralda” describo la muerte de Brunequilda, la mujer de Rodulfo (otro personaje inventado, naturalmente), así que bastó con decir “Había enviudado hacía tiempo” en vez de “su esposa había fallecido el año pasado” para que todo cuadrase.
Y, por fin, para acabar con esta serie de incongruencias (Hubo muchas más, pero no es caso de contarlas todas aquí), en el Muladí, a la muerte de Rodulfo, se hace cargo de su hacienda su hermano Marcelo. Pero en “La Muralla esmeralda”, Julián solo tiene dos hijos, Rodulfo e Isidoro. Y este último se hace monje (en ambas novelas y con importancia en la trama). Después de pensarlo, la solución más sencilla fue hacer a Marcelo no hermano, sino primo y, aunque no sale en “La muralla” (Habría que haber vuelto a escribir algunos capítulos), sí que pude situarlo nombrando a su padre que, afortunadamente, salía en “Pelayo, rey”, aunque al escribir esta novela no pensaba que esta rama de la familia fuese a tener importancia posterior.
Bien, ahora me toca seguir revisando la quinta novela, la que ahora se llama “La Cruz de la Victoria”. Y como es también la que corresponde en esta serie de entradas en el blog, de ella hablaremos en la próxima.