27 de septiembre de 2018

Fruela II


Finalizado el estudio de los reyes asturianos que aparecen en mis novelas, tanto en las ya editadas, como las dos que, aunque ya escritas, aún, y por causas ajenas a mi voluntad,todavía no han visto (aunque espero que les falte poco) llegar el día de su publicación, parecía que habíamos finalizado este tema, puesto que los sucesores del último rey de que habíamos hablado, Alfonso III, trasladaron la corte a León.

Pero, realmente, no fue así: como vimos en la entrada anterior, al final de su reinado Alfonso III tuvo que ver como sus hijos se rebelaban contra él, y, al objeto de evitar una guerra civil y familiar, abdicó en su primogénito, García, quien ostentó el título de rey de León.
Aunque a García no le salió gratis el apoyo que recibió de sus hermanos ante su rebelión contra su progenitor. Ordoño, el segundo, reclamó y recibió el reino de Galicia, aunque siempre subordinado de algún modo a su hermano mayor. Y el tercero, Fruela, pidió y obtuvo, el de Asturias, también subordinado a García, y, de alguna manera, también a Ordoño, pues figura citado detrás de él en algunos documentos. El cuarto, Gonzalo, se había dedicado a la Iglesia (fue arcediano de la catedral de Oviedo); y del quinto, Ramiro, hablaremos posteriormente.

Así que, en términos extrictos, Fruela II fue el decimotercer (quedémonos con este número, símbolo de la mala suerte) rey de Asturias a partir del año 910, cuando abdicó su padre (quien a finales de ese mismo año, en diciembre, falleció). Quizá el acto más conocido de este rey fue la donación que, en unión de su esposa Nunilo Jimena, hizo de La Cruz de la Victoria (mandada labrar por su padre Alfonso III en el castillo de Gauzón) a la catedral de Oviedo. En el 914 murió, sin descendencia, García, y Ordoño fue proclamado rey de León, con lo que Galicia se unió de nuevo al Reino. (No quiere esto decir que antes se hubiera separado, pues, de algún modo, debido a la subordinación del rey gallego al leonés, seguía siendo parte del mismo). Del mismo modo, Asturias, con Fruela II subordinado a Ordoño II, también seguía unida a León).

En el año 924, fallece Ordoño II, y aunque deja varios hijos (de los que habrá que hablar en la próxima entrada para intentar que mis lectores comprendan un poco mejor un episodio complicado de la historia astiuriana), Fruela es elegido rey de León (León, Galicia y Asturias) anteponiéndese a sus sobrinos, Sancho Ordóñez,  Alfonso Ordóñez (el futuro Alfonso IV) y Ramiro Ordóñez (el futuro Ramiro II).

Fruela II ostenta la corona solamente un año, pues muere en 925 (su salud no debería ser muy buena, pues pasa a la historia como Fruela II “el leproso”), con lo que, ¿ahora sí?, se termina la historia de los reyes asturianos, que recoge oficialmente a éste hijo de Alfonso III como rey de León, aunque, como hemos visto, también lo fue durante un tiempo, exclusivamente de Asturias.

Aunque podamos argumentar que este no fue el aunténtico final del reino asturiano. Pero los sucesos tras el fallecimiento de Fruela II son tan enrevesados e implican a tantos personajes, que requieren ser tratados en una nueva entrada, que será la próxima.

La vida de Fruela II, será tratada en la novela en la que estoy trabajando en estos momentos, y que llevará el título de “La Caja de las Ágatas” o el de “El rey leproso” (Ambos son significativos respecto a él), aunque también cabe la posibilidad de que sea un solo libro, o dos (cada uno, con uno de esos títulos).

Porque también estoy barajando dos opciones: la primera, que puesto que los años jóvenes de Fruela ya están tratados (aunque no muy extensamente) en la novela, de próxima (espero) aparición,  La Cruz de la Victoria, dedicada a la vida de su padre, Alfonso III, no extenderme demasiado sobre ellos y, añadir, a su reinado, lo que ocurrió después de su muerte, en lo que están implicados su hermano, sus hijos y sus sobrinos.
Y la segunda, quizá más práctica, volver a narrar, en la primera parte, sus años jóvenes, deteniéndome en hechos quno fueron lo suficientemente tratados con exhaustividad en la novela anterior, y dejar para la segunda sus hechos como rey de Asturias, primero, y de León, después.
Quedando, para otra novela, la relación de los complicados años que siguieron hasta que, otra vez, León, Asturias y Galicia quedaron unidos en el Reino de León. Hechos que, incluso en un solo libro, serán difíciles de explicar con claridad, por los escasos datos, algunos contradictorios, sobre la época, y la repetición de nombres. Problema al que, hasta ahora, me había enfrentado solamente en lo relativo a los musulmanes (Con la excepción de Fruela I y su tío, Fruela, “el mayor”, que aparecen en El Muladí, en La Cruz de los Ángeles y en la aún no publicada “La estirpe de los Reyes”; y que confundieron, incluso, a los cronistas árabes)

¿Cuál será la decisión? Aún no lo sé, y no tengo demasiada prisa, pues antes tendrán que publicarse las novelas anteriores.

18 de septiembre de 2018

Alfonso III


El duodécimo rey asturiano fue Alfonso III. Accedió al trono a la muerte de su padre en el año 866, aunque no sin problemas, pues, aprovechando su ausencia de la corte en ese momento, el conde de Lugo, Froilán Bermúdez, intentó arrebatarle la corona, pero fue muerto por los fideles del rey (algo similar pasó cuando algunos nobles intentaron deponer a Alfonso II). Al principio de su reinado se apoyó principalmente en sus tíos (o, al menos, parientes), Gatón, conde del Bierzo y hermano de Ordoño I (o, quizá, hermano de su mujer, Nuña), y Ramiro (tal vez primo de Ordoño por parte de la segunda mujer de Ramiro I, Paterna; en todo caso, un conde castellano).
Alfonso III casó con Jimena Garcés, probablemente, hija del rey de Pamplona, García Íñiguez, en un intento de su padre, Ordoño I de mantener lazos estables con la monarquía pamplonica, pues a la vez parece que una hija de Ordoño, de nombre Leodegundia, casó con García Íñiguez.
Alfonso III continuó la labor repobladora y asentadora en la meseta de su padre Ordoño I (que había ordenado a sus parientes, Gatón, conde del Bierzo, y Rodrigo, conde de Castilla, repoblar Tuy, Astorga, León y Amaya), encargando de esa tarea a sus colaboradores, Vimara Pérez (Oporto); Hermenegildo Gutiérrez, yerno del conde Gatón (Braga, Viseo), Diego Rodríguez, hijo del conde Rodrigo (Oca) y Vigila Jiménez (que fue nombrado conde de Álava) y tal vez fuera pariente, de su mujer Jimena; aunque también es posible que perteneciera a la familia Jimeno, rival de la Íñigo, de la que era miembro el padre de su esposa, García Íñiguez, el rey de Pamplona
Alfonso III mantuvo la teoría de que la monarquía asturiana era la heredera directa de la visigoda y, por ello, superior en dignidad a los otros reyes cristianos de la península, tomando el título de “imperator”. Fruto también de esa idea fue su propósito de influir en el reino de Pamplona, como ya intentó su padre al concertar su boda con una hija de García Íñiguez. En esa misma idea, tras derrotar a los Banu Qasí, firmó un tratado de paz con esa dinastía musulmana y envió a su hijo Ordoño a educarse en sus tierras, y, quizá por la reticencia de su suegro a reconocer esa superioridad, es posible que fomentase el cambio de dinastía en Pamplona cuando Fortún Garcés, hijo y sucesor de García Íñiguez, fue derrocado por Sancho Garcés I (de la dinastía Jimeno) y aliado del rey asturiano. Esta acción, a la postre, no dio los resultados apetecidos, pues si bien la nueva dinastía pamplonesa rompió lazos con los Banu Qasi y pasó a la ofensiva contra los musulmanes, amén de numerosas alianzas matrimoniales con los reyes leoneses (sucesores de los asturianos), por otro lado aumentó su territorio y su importancia y pasó a denominarse Reino de Navarra.
Consciente de la importancia de asegurar y fortificar las nuevas tierras de la meseta, Alfonso pasó más tiempo en ellas que en su capital, Oviedo, llevando el límite de su reino hasta el Duero y repoblando Zamora. Eso dio paso a la pérdida de importancia de Asturias y, a partir de él, los reyes asturianos pasan a denominarse reyes de León, trasladando allí la nueva capital. Por eso algunos autores consideran a Alfonso III como el último rey asturiano, aunque en entradas posteriores veremos que, de hecho, no fue así.
En los últimos años de su reinado, Alfonso III sufrió una conjura de su hijo primogénito, García para arrebatarle el trono. Alfonso le apresó y le encerró en el castillo de Gauzón, pero, para su sorpresa, su esposa Jimena (quizá disgustada por el cambio de dinastía en Pamplona, del que hizo responsable a su marido), y sus hijos Ordoño (con el apoyo de las tropas gallegas, provincia de la que era gobernador), que estaba casado con Elvira Menéndez, hija del poderoso conde gallego Hermenegildo Gutiérrez (llamado Menendo) y de Hermesinda Gatónez, la hija de Gatón, y Fruela (casado con Nunila Jiménez, posiblemente de la dinastía Jimeno, nuevos reyes de Pamplona), así como del conde de Castilla, Munio Núñez (suegro de García, el hijo de Alfonso), se ponen de parte del encerrado y exigen su liberación. Para evitar una guerra civil, Alfonso abdica y sus hijos se reparten el reino (García, León; Ordoño, Galicia; y Fruela, Asturias, aunque subordinados los dos últimos al rey leonés), no obstante, su padre mantuvo el título regio hasta su muerte, ocurrida poco después, en 910.
El reino queda, pues, dividido, pero esto dura poco, pues en 914 muere García I, sin descendencia; le sucede su hermano Ordoño II, aunque, a su muerte, ocurrida en 924, Fruela II se adelanta a sus sobrinos y es coronado como rey de León, Galicia y Asturias. Termina con esto la división del reino, pero no los conflictos, pues, a la muerte de Fruela II, en 925, sus hijos (Alfonso Froilaz y sus hermanastros Ramiro Froilaz y Ordoño Froilaz), y los de Ordoño II (Sancho Ordóñez, Alfonso IV, y Ramiro II) se disputan el trono.

En mi novela La Cruz de la Victoria, aún no publicada, pero ya terminada, se trata en profundidad el reinado de Alfonso III, desde su infancia en la corte de Ramiro I, su adolescencia y aprendizaje en la de su padre, Ordoño II, y su reinado, hasta su derrocamiento, abdicación y muerte ocurrida en Zamora en 910, procurando que los acontecimientos narrados se ajusten a la historia, y las motivaciones que se desconozcan sean las más probables.

Aquí termina la incidencia de los reyes asturianos en mis novelas publicadas, o, al menos escritas, hasta el momento. En la siguiente entrada hablaremos de la que estoy escribiendo en estos momentos, y en los últimos reyes que (algunos sin título reconocido oficialmente) gobernaron Asturias de manera más o menos independiente.


12 de septiembre de 2018

Ramiro I y Ordoño I

El décimo rey asturiano es Ramiro I. Hijo del rey Bermudo I, “el diácono”, es elegido rey en 842, a la muerte de Alfonso II, “el Casto”, quizá en virtud de algún compromiso adquirido por éste cuando el padre de Ramiro abdicó y le entregó la corona.

Pero también el cuñado de Alfonso, Nepociano (casado con su hermana Jimena), adujo que el fallecido rey le había nombrado su sucesor, y el futuro del reino se decidió por la suerte de las armas. El vencedor obtuvo el trono, y al derrotado le sacaron los ojos y le encerraron en un monasterio, algo usual en aquellos tiempos y que se repetiría abundantemente con los tataranietos de Ramiro I, como veremos cuando llegue el momento (y, quizá, con alguno más entremedias).

Debido al largo reinado de Alfonso II, Ramiro ya tenía una avanzada edad (unos 50 años) cuando accedió al trono. Eso no impidió que sus ocho años de reinado fueran importantes en la historia de Asturias, porque con él comienza ya definitivamente la sucesión por herencia patrilineal (a su muerte, en 850, su hijo Ordoño es coronado rey sin que hubiera por medio ningún tipo de elección), porque combatió con dureza los cultos paganos que aún pervivían en los lugares apartados del reino y juzgó con severidad a los que infingieran las leyes (“Vara de la justicia”, le apodaron), y, sobre todo, porque en su tiempo se edificaron en Oviedo y en otras partes del reino multitud de templos y edificios civiles (Santa María del Naranco, en realidad un palacio; san Miguel de Lillo…) con un estilo propio al que dio nombre: Arte Ramirense.

A pesar de ello, la aparición de Ramiro I en mis novelas es escasa. Únicamente una breve aparición en la aún no publicada La Cruz de la Victoria, en sus primeros capítulos; y una más breve aún, pero de importancia trascendental (aunque ficticia) en la conclusión de La Estirpe de los Reyes, que D.m., se publicará en este próximo otoño (al menos el primero de los dos tomos en que ha sido necesario dividirla). Y esta omisión requiere una explicación:
Cuando, después de escribir Pelayo, rey (obviamente, sobre don Pelayo) y La Cruz de los Ángeles (protagonizada por Alfonso II), decidí convertir mis novelas en una serie sobre los reyes asturianos (al menos los más importantes, aunque luego todos, como hemos visto, han aparecido con mayor o menos trascendencia en ellos), cayó en mis manos una excelente novela que transcurre en tiempos del rey Ramiro, titulada Los Clamores de la Tierra y escrita por Fulgencio Argüelles. Aunque el tratamiento que da a sus personajes y el modo en que están descritos aquellos tiempos, difiere mucho de como yo lo he hecho, tengo que reconocer que sus conocimientos sobre el tema son mucho mayores que los míos. Así que decidí que quien quisiera seguir los avatares del reino de Asturias, no por los libros de historia, sino por las menos veraces pero, al menos así lo espero, más amenas y entretenidas, novelas, y fuera leyendo las mías, al llegar al tiempo de este rey, siguiera por el libro de Fulgencio Argüelles (no tengo ningún interés en hacerle publicidad, pues no le conozco personalmente; es solo una muestra de respeto).

El undécimo rey asturiano es Ordoño I. Hijo y sucesor de Ramiro I, fue coronado a la muerte de su padre, en 850. Fue el rey que incorporó definitivamente al Reino Asturiano territorios al sur de los montes. Repobló León, Astorga y Tuy, por lo que tuvo que enfrentarse repetidas veces a los musulmanes, a los que derrotó, al poco de acceder al trono, en tierras vasconas, aunque en las postrimerías de su reinado sufrió dos importantes derrotas, en Pancorbo y en La Hoz de la Morcuera. También se enfrentó al gobernador musulmán del valle del Ebro, Musa ibn Musa, quien, semindependiente de los emires cordobeses (se llamaba a sí mismo “el tercer rey de España”), intento edificar la fortaleza de Albelda, amenazando a la vez las posesiones de Ordoño y las de sus parientes, los reyes cristianos de Pamplona. Ordoño arrasó la amenazante fortaleza y, a la vez, consiguió que García Íñiguez, el rey de Pamplona, rompiese definitivamente la dependencia que tenía con Musa y firmase una alianza con el reino asturiano. Por ese motivo, la hija de Ordoño, Leodegundia, casó con el rey de Pamplona, y su hijo, Alfonso, con la hija de García, Jimena. Ordoño falleció en el año 866, siendo sucedido por su hijo Alfonso.

Ordoño I aparece en la primera parte de mi novela, La Cruz de la Victoria, aún no publicada, y dedicada a describir el reinado de Alfonso III. Se le describe como un rey sabio y prudente (accedió al trono ya mayor), que trató de educar a su hijo y sucesor, enseñándole el sentido de su deber como rey, encargado de defender su territorio frente a los musulmanes y liberar a los cristianos aún sometidos a los musulmanes. En la segunda parte de esa novela veremos el resultado de esa educación.