26 de noviembre de 2010

EL DESCENDIENTE DE UN REY???

Hace tiempo (desde el sábado 13 pasado) que no escribía en el blog. En mi última entrada había anunciado que iba a contar una anécdota que me había ocurrido y que tenía relación con personajes que aparecían en la novela que estaba explicando (la nieta de Witiza y madre del cronista árabe ibn al Qutia) y estaba esperando a tener a mano algunos datos para relatarla con más exactitud.
Gracias al “orden” que reina en mi despacho y entre mis libros y apuntes, no he conseguido encontrar las notas referentes a ese hecho, así que tendré que acogerme a mi memoria (cada vez más inexacta e imprecisa) y procurar no cometer demasiados errores en el relato.
Como ya he dicho reiteradas veces, paso mis vacaciones de verano en la localidad costera malagueña de Torre del Mar, perteneciente a Vélez-Málaga, cuyo ayuntamiento organiza una Universidad de Verano con diversos cursos, a algunos de los cuáles, si me resultan interesantes, me suelo apuntar.
Hace unos años, quizá cinco, quizá siete, no puedo asegurarlo sin consultar mis desaparecidas notas, uno de los cursos tenía el atrayente título “La Biblioteca perdida de Timbuctú, españoles en la curva del Níger” y, por supuesto, me apresuré a reservar una de las escasas plazas disponibles.
El ponente era el honorable profesor XX (Lamentablemente no recuerdo el nombre) y el tema era las peripecias que había pasado una familia de moriscos, expulsada de España cuando la rebelión de las Alpujarras, para conservar, a través de sus viajes hasta llegar a orillas del río Níger, los manuscritos de sus antepasados, entre los que se encontraban algunos de los escritos de Ibn al Qutia.
A continuación nos reveló el auténtico objetivo de ese curso; los manuscritos habían corrido serio peligro en varias ocasiones a lo largo de su historia, pues en los momentos de mayor intransigencia islámica en Nigeria habían tenido que ser enterrados para evitar que, al estar algunos escritos en latín en vez de en árabe, o poder ser considerados poco fieles al Corán, fuesen quemados. Así que el honorable XX pedía que el ayuntamiento de Vélez Málaga costease la construcción de una biblioteca en Timbuctú donde fuesen custodiados, y lo hacía en su calidad de descendiente directo de citado ibn al Qutia, a su vez hijo de Sara “la goda”, hija de Ardabasto quien, a su vez, era hijo del rey de España, Witiza. Y, medio en broma (o quizá no), decía que, al haber sido Witiza derrocado ilegalmente por Rodrigo, él mismo podría alegar derechos a la corona de España.
Esto resultaba mucho más gracioso al constatar que quien así nos hablaba era un hombre, negro como el tizón, (por favor, que no se busque ninguna connotación racista), color de piel habitual en los nigerianos actuales.
En el turno de preguntas estuve a punto de pedir la palabra para decir que Witiza no fue derrocado por Rodrigo, sino que a su muerte, el senado (el trono, en los godos era electivo, no hereditario) decidió escoger a Rodrigo, elección contra la que se rebelaron, inútilmente, los hijos de Witiza. Y que, aún en ese caso, la corona hubiera pertenecido al hijo mayor, Achila y no al segundo, Ardabasto, de quien descendía ibn al Qutia y, según él mismo afirmaba, el ponente. Pero, prudentemente, me callé. Iba a aprender, no a meterme en polémicas.
Eventualmente, el ayuntamiento de Velez Málaga costeó la biblioteca (He podido ver fotos posteriores) y la conservación de los manuscritos en Timbuctú. (Claro que eso fue antes de la “crisis”)
Espero no haberos aburrido mucho con esta historia. En la próxima entrada volveremos a hablar de la novela.

13 de noviembre de 2010

SEGUNDA NOVELA; PLANIFICACIÓN II (Los viajeros)

Dicho ya lo que ocurre (resumidamente y sin desvelar sorpresas) en Asturias, vamos con las peripecias de los viajeros. En un principio, el resultado de sus pesquisas importa poco, pues todos sabemos lo que ocurrió, fuera sabia decisión de Pelayo o pura necesidad histórica (Y por si alguien no lo sabe, aunque solo sea por omisión de los cronistas, no lo digo aquí). Pero este periplo nos da ocasión para contar cómo tuvo lugar una constante inmigración desde los territorios ocupados hasta el naciente reino cristiano, los orígenes del creciente resentimiento de los bereberes hacia sus señores árabes, que dio lugar a la posterior rebelión y emigración hacia sus lugares de origen, que forman la parte principal de la siguiente novela “El Muladí”. También dos permite volver a encontrarnos con una familia de una minoría que tuvo gran importancia en la invasión musulmana, los judíos, y que había aparecido en “Pelayo, rey”, aunque, no sé por qué, no había hablado mucho de ella en este blog; en relación con ellos y, como pequeña satisfacción a uno de los personajes por los que más afecto siento y al que le había hecho sufrir mucho tanto en esta novela como en la anterior, introduje una escena romántica (reconozco que se me da fatal describir este tipo de escenas) que fue muy criticada por aquellos de mis colaboradores que han analizado el borrador de la novela, pero que, contra su opinión, pienso mantener. Si alguno de los que leen el blog quiere también manifestar su opinión sobre este asunto y me lo hace saber, le remitiré ese capítulo concreto para que pueda aportar sus ideas.
Otra de las constantes de la España musulmana, que tuvo una importancia capital en el devenir de la Reconquista fue, como he dicho muchas veces, el odio entre los representantes de las dos grandes tribus que vinieron a España desde la lejana Arabia, Kelbíes y Qaysíes (Representado hoy en día por las luchas entre chiíes y sunníes, con matanzas que no han cesado desde aquella época, para que tomen nota los que ponen a Al Andalus como modelo.) y que he tratado de describir con la mayor fidelidad posible, siguiendo al historiador y arabista R.P. Dozy, nada sospechoso de islamofobia.
La escena por la que siento más cariño de esta situación es aquella en que el noble árabe Abú-l-Khattar, posteriormente emir de Córdoba, recluído en un calabozo, escribe unos versos que, recitados posteriormente al califa Hixem, tuvieron una importancia decisiva en la historia de los musulmanes en España. Como no sé árabe, utilizo la traducción del citado Dozy y la transcribo literalmente en la novela, tal como puede leerse a continuación:
- “Permites a los qaysíes derramar nuestra sangre, hijo de Merwan; pero si persistes en negarte a hacernos justicia, apelaremos al juicio de Dios, que será más equitativo para nosotros. Se diría que has olvidado la batalla de la Pradera, y que ignoras quien te procuró entonces la victoria; sin embargo eran nuestros pechos los que te servían de escudos contra las lanzas enemigas y solo nos tenías a nosotros por caballeros y peones. Pero después que has conseguido el objeto de tus designios, y que gracias a nosotros nadas en las delicias, afectas no conocernos; he ahí como, desde que nos tratamos, obras constantemente con nosotros. Pero guárdate de entregarte a una seguridad engañosa; cuando la guerra se encienda y sientas deslizarse tu pie sobre la escala de cuerda, puede que entonces las cuerdas que creas sólidamente torcidas se destuerzan... ¡esto se ha visto tantas veces...!”
Aunque inventada, esta situación posiblemente, fue real, excepto, por supuesto, la intervención de nuestros protagonistas en ella, aunque gracias a eso su viaje siguió por derroteros diferentes.
También, con motivo de este viaje, aparece en estas páginas uno de los hijos de Witiza, Ardabasto, que tuvo existencia real y fue muy considerado entre los musulmanes, y una sobrina suya, Sara (Sara la goda), que fue madre del famoso historiador árabe ibn al Qutiya (el hijo de la goda) quien, junto con otros que ya cité, me proporcionó los datos para que mis personajes tuvieran una existencia lo más real posible. He prometido repetidas veces contar una anécdota que me ocurrió con relación a este personaje, y, rompiendo el hilo de la novela, voy a hacerlo ahora, pero para no extenderme mucho, será en la próxima entrada.

6 de noviembre de 2010

SEGUNDA NOVELA; PLANIFICACIÓN II (La trama asturiana)

Seguimos desarrollando la planificación de la segunda novela en el orden cronológico (No en el de concepción; ya expliqué que ésta de la que estamos tratando fue la quinta en escribirse, después de “Pelayo, rey”, "La Cruz de los Ángeles", “El Muladí”, y la rebautizada “La Cruz de la Victoria”; incluso la inacabada “Los Mozárabes” tenía ya concluido el 80% de su texto antes de comenzar a escribir la continuación de las aventuras de Pelayo). He incluido esta particularización (la de segunda novela) en el título de la entrada (creo que debería decir “post”, pero me resultan extrañas las palabras foráneas) para no inducir a error a los lectores que se vayan incorporando sin haber leído las anteriores.También dije que, a petición de mis editores, esta novela tenía que seguir narrando (ahora sí, imaginarias, por supuesto) la vida del primer rey de Asturias y que éste debería ser su protagonista principal. Pero también he dicho varias veces (quizá demasiadas, hasta ser reiterativo) que no había noticias escritas en las crónicas medievales sobre esos años del reino de Asturias y que, por lo tanto, no podía recurrir a grandes batallas de proporciones épicas, ni a invasiones, catástrofes naturales ni cosas así que hubieran sido reflejadas en las crónicas, bien cristianas o musulmanas.Además, ya tenía escritas varias novelas que relataban los hechos posteriores a esta época, y tenía el deseo de que pudieran editarse lo antes posible. Así que decidí resumir y narrar de una vez todo el reinado de Pelayo, haciendo hincapié en sus últimos años. Con lo cual di forma a un héroe casi crepuscular, que va dejando paso a la siguiente generación, aunque siempre, y esto no es mérito mío, sino del propio Pelayo, cuando interviene deja a todos los demás en un segundo plano gracias a la intensa fuerza emocional que le caracteriza.Me imaginé (y no creo que estuviera demasiado lejos de la realidad) una corte sencilla, sin demasiado boato, pero consciente de su papel, en la que aparecieran junto al rey su esposa Gaudiosa, su hermana Adosinda y su amigo y cuñado Julián (Personaje éste, insisto para los que se incorporen, totalmente inventado). Bajo su dirección se va educando un grupo de jóvenes (así debió ser) en el que destacan los hijos del duque Pedro de Cantabria, Alfonso (el futuro Alfonso I) y Fruela, los propios hijos de Pelayo, Favila y Hermesinda, y los de Julián. A esta pequeña sociedad se van incorporando godos que vienen huyendo de los territorios musulmanes, hispanos y astures hasta formar un grupo con representación de todas las etnias que convivían en aquella Asturias primigenia.Y de él parte una pequeña expedición para recabar información de los territorios bajo el poder islámico, formada (¡cómo no!) por un hispano (Julián), un godo (Alarico, uno de los recién llegados) y un astur (Xinto). Por supuesto, ya que no hay datos históricos sobre ellos, todos imaginarios. De esta expedición hablaremos en otra entrada.Esperando la vuelta de los expedicionarios, pasan los años en Asturias. El grupo de jóvenes crece, toma responsabilidades, hay historias de amores, de celos, de traiciones (y sin duda, algo de todo esto tubo que haber en la realidad), choques entre los que pretenden que el nuevo reino sea una prolongación total del de Toledo, con los godos ocupando, exclusivamente, la posición preeminente, y los que creen en que la fuerza del nuevo reino estribará en la fusión de las tres identidades (Excuso decir cuál es el partido de Pelayo, en mi imaginación, aunque lo que cuentan las crónicas sobre el reinado de Alfonso I quizá indicase otra cosa). También hay alguna aparición inesperada y sorprendente y un personaje no humano que tuvo capital importancia en la historia del reino.Al final, todas las diferentes tramas confluyen y se juntan y la historia concluye (Lamento desvelarlo, pero es obvio que ese es el auténtico final de toda historia) con la muerte del héroe. Principalmente para evitar que los editores me pidieran otra continuación. Pero no antes que la de todos los protagonistas de la primera novela.

1 de noviembre de 2010

PLANIFICACIÓN (Las dos tramas originales)

Este fin de semana, puente de Todos los Santos, he viajado a Asturias, a mi pueblo de Luanco.
Casualmente, en la novela que estoy terminando (No tiene nada que ver con la serie histórica asturiana, pero de todas maneras, hablaremos de ella en un futuro), sus protagonistas (en el capítulo que estoy escribiendo), viajan a Asturias, al piso de los tíos de uno de ellos, y pueden disfrutar del espectáculo del Mar Cantábrico, siempre en movimiento, desde la ventana de su casa mientras desayunan.
Yo, en este viaje, sentado ante mi ordenador y contemplando desde el salón de mi casa de Luanco como las olas rompían violentamente contra la costa asturiana, tenía una ocasión única para sentirme inspirado para describir esa situación, pero un viaje a mi tierra siempre supone un montón de compromisos: comidas y cenas con hermano, sobrinas, primas, etc. , visita al cementerio, solucionar asuntos de la casa y, ¿por qué no?, tomar algunos “culines “ de sidra en los bares cercanos. Así que del tiempo necesario para escribir, solo he podido sacar el escaso para poner algo en el blog. Bueno, eso es más que nada. Así, que vamos de cabeza a la historia d ela segunda novela.
Como ya he dicho, tenía ante mí unos años del reino de Asturias de los que nada había escrito en las crónicas; por otro lado, tenía a mi alcance abundante documentación de lo acontecido en esos mismos años en los territorios ocupados por los musulmanes, y que, en muchos casos, fue fundamental en el devenir de la confrontación entre los reinos cristianos constreñidos al norte de la península y los invasores islámicos, dominadores de la mayor parte del suelo hispánico. Además, la decisión de Pelayo sobre si era el momento apropiado para comenzar la Reconquista o si por el contrario, era una temeridad enfrentarse a los poderosos emires cordobeses, (tesis sin ningún apoyo histórico, pero sobre la que descansa la trama de la novela) dependía de dos factores: el potencial demográfico y militar del pequeño y naciente reino Asturiano, que él conocía bien, y, por supuesto, mucho mejor que el autor de la novela; y la situación del emirato musulmán, que él ignoraba y de la que, sin embargo, tanto nosotros, gracias a las bien documentadas crónicas islámicas, como quien tenía que desarrollar la trama(yo), estábamos perfectamente al tanto.
Conclusión: se imponía una expedición para informarse del potencial de sus enemigos. Lo que hoy en día sería una labor de espionaje, y que fue un precedente/consecuente de otra misión de espías (también sin ningún apoyo histórico), esta vez de parte de los musulmanes, que ya había utilizado en dos de las siguientes novelas, pero que ocurren temporalmente, después de lo sucedido en ésta.
No había constancia de que Pelayo hubiese viajado a tierras musulmanas, y no parecía lógico que un rey, recién elegido (al estilo godo, como vimos en “Pelayo, rey”), y teniendo ante sí la difícil tarea de vertebrar unas tierras solo someramente dominadas por los reyes visigodos, en un nuevo reino de hispanos, astures y godos, abandonase sus tareas para embarcarse en un incierto viaje al centro del poder enemigo. Para eso estaba su amigo Julián. Rápidamente busqué un motivo (por si no fuera suficiente una orden del rey) para que el propio Julián solicitase esa misión, que no manifiesto aquí porque sería desvelar parte de la trama, y quedaban claras las dos acciones en que se iba a dividir la novela:
Un grupo que viajaría por la España musulmana descubriendo (y dando pie al autor para narrar) todo lo que allí ocurría; y otro (la corte de Pelayo) que se quedaría en Asturias enfrentándose a los problemas que la imaginación del autor fuese capaz de concebir.
De esas dos líneas de acción hablaremos en las próximas entradas.
¡AH! Y, POR SUPUESTO, RESOLVERÉ CUALQUIER DUDA QUE ALGUNO DE LOS LECTORES DEL BLOG, MÁS DECIDIDO, ME QUIERA PLANTEAR.