Respecto a los viajes que hice para conocer de primera mano los lugares que iban a aparecer en mi novela, no puedo seguir un orden cronológico. En parte porque mis recuerdos no son del todo fiables, y en parte porque (como ya dije, un poco avergonzado, cuando expliqué cómo se fueron creando mis novelas) no seguí ningún esquema previo con “Pelayo, rey”; es más, al escribir una página no sabía qué es lo que iba a ocurrir en la siguiente, a veces ni siquiera en los párrafos que iban a venir a continuación. Por eso los viajes se fueron realizando según lo pedía el argumento y, en ocasiones, un capítulo quedaba pendiente de conclusión y se despachaba en el borrador con una nota que decía algo así como: “aquí va a tener lugar una pelea entre Pelayo y cinco musulmanes, que contaré cuando vea el lugar”. Y, sin más, se pasaba al capítulo siguiente.
Así que, para la organización de esta entrada, en lugar de por el momento en que se realizaron, hablaré de los viajes agrupándolos por adónde se realizaron; y el primer lugar que hay que visitar si vamos a hablar de don Pelayo es, sin duda, Asturias, y más concretamente, nuestra cuna: Covadonga.
Hago frecuentes viajes a Asturias y, siempre que puedo, subo a rezar ante la “Santina”. Pero, una vez decidido a escribir, estos viajes tuvieron además otra motivación. Contemplando el impresionante paisaje de la Gruta y sus alrededores no tuve ninguna dificultad para imaginarme a mi héroe erguido en una roca, blandiendo su enorme espada con la mano derecha y enarbolando en la izquierda la Cruz que la leyenda ha convertido en el ánima de roble de la Cruz de la Victoria. En ese momento estuve seguro, iba a escribir la novela, se llamaría “La Cruz de la Victoria” y finalizaría con el momento grandioso de la victoria sobre los musulmanes. Ya dije, en las primeras entradas de este blog, como, de todas estas premisas, solo se cumplió la primera.
Cuando el tiempo y la niebla lo permiten, desde Covadonga suelo subir hasta los Lagos. Allí, contemplando el grandioso paisaje de los Picos de Europa, e intentando imaginarme cómo serían en invierno, cuando la nieve cubriera todo con su blanca capa y los caminos se volvieran impracticables, di forma en mi mente a la llegada de Pelayo, agotado y semiinconsciente desde el sur y a la escena en que se da cuenta de que, aún más que unir a godos y astures en un proyecto común, su destino es el de encontrar su auténtico amor en la persona de Gaudiosa. (Y que ambos destinos, el personal y el colectivo, están unidos indefectiblemente).
También volví a los Lagos antes de escribir la huída de los musulmanes hacia el río Deva después de Covadonga. (Aunque el relato de esa ruta realizado por Sánchez Albornoz y un grupo de sus estudiantes de la Universidad de Oviedo ya era suficientemente explícito como para hacerme una idea). Y para completar la visión de conjunto, rodeé los Picos de Europa llegando hasta Potes, imaginándome el “argayo” que sepultó a los musulmanes en Cosgaya y subiendo hasta los Picos en el teleférico de Fuente De. El valle de la Liébana y Santo Toribio me ayudaron, no solo para esta novela, sino para las siguientes.
Si vamos desde Oviedo a Covadonga, circulamos un tiempo a orillas del Piloña. Según las crónicas, Pelayo, volviendo a Asturias desde Córdoba, tiene un encuentro con un grupo de musulmanes que le persiguen, pero se salva cruzando el Piloña, mientras sus enemigos son arrastrados por este río hasta el mar. Recuerdo que aparqué a un lado de la carretera, salí del coche y me rasqué la cabeza contemplando el río. ¿Cómo podría un curso de agua de un par de palmos de profundidad realizar esa proeza? Al rato, pensé que los ríos de hace más de mil años podrían ser diferentes de los actuales y decidí, contra toda evidencia, mantener esa leyenda.
También a orillas del Piloña contemplé la mole del Sueve, que separa este valle del mar, y me pareció un sitio ideal para situar el campamento de los astures en el que se refugia Pelayo.
En Cangas de Onís intenté imaginarme como sería la primitiva corte de Pelayo, y, aunque no hay indicios de ello, supuse que estaría justo en la unión del Sella y el Güeña, quedando la actual capilla de la Santa Cruz extramuros de la misma.
Más viajes hice a Asturias para sentirme identificado con el protagonista de la novela, pero como me estoy extendiendo demasiado, acabaremos aquí con el oriente de Asturias, dejando el resto para la próxima entrada.
Hasta entonces.
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