El principio de la vida de Pelayo (y de la novela) transcurre durante el tiempo en que el reino godo de Toledo domina la península ibérica; por lo tanto será de estos de los que hablaremos primero. Y los podemos dividir en dos grandes grupos: los amigos y los enemigos.
En el primer grupo tenemos, cómo no, al último rey godo, don Rodrigo. Hay multitud de leyendas sobre él, y muchas están recogidas en la novela. Todas le hacen responsable de la pérdida de España por su codicia (episodio de la cripta de la catedral) o por su concupiscencia (leyenda de Florinda, “la cava”), aunque también hacen hincapié en su arrepentimiento final (historia del ermitaño, la cueva y la serpiente en Viseu). Había que tener en cuenta que Rodrigo era pariente de Pelayo (Durante los últimos años del reino godo, las elecciones al trono eran una disputa entre dos grandes grupos de familia, los descendientes de Wamba y los de Chindasvinto. A la primera pertenecía el rey Egica y su hijo Witiza. Por la enemistad con éstos, y porque así nos lo dicen las Crónicas, - aunque su fiabilidad no sea excesiva - Pelayo y Rodrigo formaban parte del segundo grupo) Ya que nuestro héroe formó en su corte como “espatario”, no me pareció oportuno hacer de él un personaje vil, que no podría despertar la admiración ni la lealtad del protagonista, sino que aproveché para darle una personalidad atrayente que, una vez coronado, se deja dominar por sus pasiones, cumpliéndose en él la famosa frase de lord Acton (“el poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente”) y de paso, hacer que Pelayo recibiese una lección, dura, pero necesaria, para hacer de él en el futuro un buen rey.
Según las citadas crónicas, los invasores musulmanes habían derrotado en una escaramuza a las tropas godas de Andalucía, antes de que llegase desde el norte el rey Rodrigo con el grueso del ejército, y en esa lucha había perdido la vida un sobrino del rey llamada Bencio según algunos y Sancho según otros. No fue difícil hacer de Bencio un joven, primo de Pelayo y que, junto a él y a otros jóvenes nobles, pasa el tiempo en la corte de Toledo hasta que es enviado por su tío a gobernar Andalucía (Rodrigo, antes de su coronación, era el duque de la Bética, y parece lógico que, al acceder al trono, deje su antiguo cargo en manos de alguno de sus parientes) Esto me dio pie a dedicar algún capítulo a la ociosa vida de los jóvenes en Toledo, entrenándose para su única ocupación, las batallas, en contraposición del laborioso Julián. Y también para escenas de rivalidad con los witizianos, especialmente con Sisberto.
Otro de los jóvenes parientes de Rodrigo que intervienen en la novela responde al nombre de Teudefredo. Algunos escritos, no demasiado de fiar, hablan de un tal Teudefredo, padre de Rodrigo, a quien el rey Witiza habría mandado sacar los ojos por rebelarse contra él. Deseché esa leyenda por no parecerme de acuerdo con la personalidad de Rodrigo que permaneciera impasible y fiel al rey ante tamaña afrenta, y porque las edades que adjudiqué a ambos (muy meditadas en razón a los acontecimientos históricos en que tomaban parte) lo hacían improbable. Pero sí que utilicé el nombre para este noble, sobrino carnal de Rodrigo y nieto, por tanto, del Teudefredo citado por dicha crónica. El resto de sus acciones y su personalidad son imaginarias (al igual que las del anteriormente citado Bencio), y aproveché para darle un carácter impulsivo que, al enfrentarse a Witiza, hace que Pelayo dé muestras de una de sus virtudes principales, la lealtad, y le cause un destierro providencial que le lleva, de nuevo, a su querida Asturias.
De más edad que éstos, y, posiblemente, más real, el duque Pedro aparece en las crónicas como señor de Cantabria. Tiene importancia en esta novela, dónde aparece como ejemplo de guerrero y de líder, jefe del ejército godo y pariente también de Pelayo, aunque algo más lejano que los otros; también en la siguiente aún no publicada (La Muralla esmeralda) y, desde luego, en la Historia, pues uno de sus hijos, Alfonso, se casará con la hija de Pelayo, Hermesinda, convirtiéndose en Alfonso I, tercer rey de Asturias, y siendo padre del cuarto, Fruela I, y del noveno, Alfonso II, “el casto”, con quien, comprensiblemente por su apodo, acaba la serie de descendientes de Pelayo. Mientras que el segundo de los hijos del duque Pedro, Fruela (no confundir con su homónimo sobrino) fue padre de Aurelio I, quinto rey asturiano, y del octavo, Bermudo I, “el diácono”, quien, a su vez y a pesar de su apodo, fue el padre de Ramiro I, décimo rey (o undécimo, si contamos, como hacen algunos historiadores, a Nepociano) y, por tanto, origen de la serie de reyes de España, descendientes del duque de Cantabria Pedro. Pero todo esto está contado con detalle, aunque con concesiones a la ficción novelesca, en los siguientes libros “La Muralla esmeralda”, “El muladí”, “La Cruz de los Ángeles” y “La Cruz de la Victoria”. Espero que podáis llegar a leerlos algún día.
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