Cuando un libro pasa definitivamente, de la mente del autor,
a estar a disposición de los lectores como páginas escritas, siempre hay algo
que, en la edición impresa, no se corresponde con lo que el autor tenía, bien
en su mente, bien en los primeros borradores, bien en el entregado al editor,
bien en los definitivos revisados por los correctores, o bien en las galeradas
proporcionadas por la imprenta. Estas erratas, abundantes e inevitables, suelen
atribuirse a los famosos “duendes de imprenta”. En mi primera novela, “Pelayo,
rey” hay algunas de menor importancia (ortográficas o tipográficas, de las que
no soy responsable) y otra referente al texto, de la que tampoco me considero
culpable, pues no estaba en el borrador entregado, pero que, después de tres
ediciones, no he conseguido subsanar. Curiosamente, aunque ya he dado alguna
pista en este blog, hasta ahora no ha sido encontrada por ningún lector (o, al
menos, no tengo conocimiento de ello)
Las dos siguientes novelas, “La muralla esmeralda” y “El
Muladí” también adolecen de una errata de texto cada una, y de esas vamos a
hablar. Son responsabilidad únicamente mía (aunque las ortográficas de ambas e,
incluso, las tipográficas que pueda haber en “El Muladí” también se me pueden atribuir,
porque me encargué personalmente d ela corrección de ambas, tarea para la que
no estoy, en absoluto, preparado.)
En” La Muralla esmeralda”, el sacerdote Isidoro recibe, en
dos ocasiones, el nombre de Ildefonso. Así lo había llamado en el primer borrador,
pero luego, al comprobar que ese nombre era, en realidad y en esa época, el
mismo que el de “Alfonso”, monarca protagonista de ambas, decidí cambiarlo.
Esas dos ocasiones citadas se escaparon incomprensiblemente al programa de
ordenador que lo cambiaba, pero en este caso sí que fueron advertidas por una
de mis lectoras.
En “El Muladí”, que es el libro que nos ocupa, me inventé un
hermano del emir Ocba ibn Haddjjad, que iba a ser el patrón de Abdul, el muladí
protagonista de la historia. Esta novela fue la tercera que escribí, después de
“Pelayo, rey” y “La Cruz de los Ángeles”, y estaba pendiente de su publicación;
cuando escribí “La Muralla esmeralda”, en sus últimas páginas aparecían algunos
de los personajes de “El Muladí” y me di cuenta de que el nombre escogido para
este jeque árabe no me gustaba, así que lo cambié por el de “Mohallabad”. Pero
“Mohallabad” ya lo había usado para un caudillo bereber, al que tuve que
rebautizar “Abdallah”; Entre tanto cambio y tanto nombre, uno se me escapó y hay
una errata, pero no digo donde para que si alguien se aburre leyéndola, al
menos tenga la curiosidad de encontrarla.