26 de julio de 2011

NUEVAS TAREAS

He dejado unos días de escribir en el blog. Dos motivos me llevaron a ello: Uno, el estar centrado en terminar, aunque sea de manera provisional, “La medalla olímpica” (Aunque esta novela no pertenezca a la saga sobre los reyes asturianos, ya hablaremos de ella en entradas posteriores). Y otro, el que no me llenaba seguir con mi serie sobre los reyes representados en las estatuas de la Plaza de Oriente, sin poder subir las fotos de dichas estatuas. Así que he decidido cerrar temporalmente este tema.
Pero hay otro para el que voy a recabar la ayuda de mis lectores. Cuando termine (espero hacerlo en julio) “La medalla olímpica”, quiero aprovechar lo que quede de verano para escribir más. Y tengo varias opciones que voy a relatar a continuación, por lo que espero comentarios de mis lectores sobre cuál de ellas es la que me aconsejan. (Algo parecido hace en su blog George Martín sobre su exitosa serie “Juego de Tronos”)
Y como no tengo demasiada fe en que mis lectores lean, habitualmente, mi blog, enviaré un e-mail a mis contactos solicitándoselo.
Bueno, vamos allá con las posibilidades, y, como llevo un resumen de mis actividades literarias que, quizá, se publicará algún día, copio y pego a continuación:

Como ya había dicho, estoy centrado y en buen camino de terminar, aunque de manera provisional, “la medalla olímpica” y espero hacerlo en este mes de julio. ¿Y después, qué? Tengo varias opciones para aprovechar, en lo que quede de verano, el hecho de que parece que he recuperado el hábito de escribir. Tengo inacabadas “Boanerges” (Sobre la vida del apóstol Santiago) y “Los mozárabes” (Contemporánea de “La Cruz de la Victoria”, sobre este grupo social). Apenas esquematizada “Gauzón”, sobre la vida de ese caudillo astur. Y, dentro de la saga histórica asturiana, dado que he estado realizando en mi blog el estudio de mis novelas, me he dado cuenta de varias cosas:
Una, que en “La medalla esmeralda” había dejado el cabo suelto de Alarico y Florinda, en Ceuta; unos hipotéticos hijos de esta pareja serían nietos del último rey godo, Rodrigo (en mi ficción, por supuesto) y podrían tener cabida, bien en una novela propia (situada, cronológicamente, entre “El muladí” y “La Cruz de los Ángeles) , bien en una aparición en el citado “El muladí” (habría que retocar una novela que ya está dispuesta para la edición), o bien sus hijos o sus nietos en una posible novela que narre los últimos años del reinado de Alfonso II, “el casto”, y que estaría situada entre “La Cruz de los Ángeles” y “La Cruz de la Victoria” (Hueco histórico que había pensado rellenar).
Dos, dicen las leyendas que Favila había dejado dos hijos de corta edad, aunque los historiadores no acaban de ponerse de acuerdo sobre el tema. Como estos niños serían de la estirpe de Pelayo (Que finalizó con Alfonso II), podría ser interesante introducirles en las mismas hipotéticas novelas que en el caso anterior. (ambas opciones no son excluyentes)
Y tres, me he dado cuenta que el reino de Asturias no acaba con Alfonso III (como narro en “La Cruz de la Victoria”), sino que su hijo García es por un tiempo rey de Asturias, supeditado a sus hermanos mayores, que reinan en León, hasta que, a la muerte de estos, alcanza esa corona y pone fin a Asturias como reino independiente. Voy, por supuesto, a escribir una novela que narre estos hechos, pero la duda es, ¿ahora o después de haber explorado las posibilidades anteriores? (Boanerges, Gauzón, o alguna de la saga asturiana)

Bueno, pues ya está. Si alguien me da su opinión, escribiendo un comentario en el blog, no prometo seguirla, pero sí tenerla en cuenta.

11 de julio de 2011

Estatuas de reyes IV, Plaza de Oriente. Alfonso II

La siguiente estatua que nos encontramos en nuestro recorrido desde la salida del parking hacia el Palacio es la de Alfonso II. (En la peana pone Alonso II, lo que ocurre también en los demás Alfonsos). Y antes de tener que explicarlo en un comentario, vuelvo a decir que, posiblemente debido a que la conexión inalámbrica a Internet que uso en mis vacaciones no tiene tanta capacidad como la banda ancha que tengo en Madrid, no creo que consiga subir la foto de esa estatua. Cuando vuelva, en Septiembre, actualizaré todas estas entradas.
Alfonso II, “el casto”, es uno de los reyes asturianos más interesantes. Y el último de la estirpe de Pelayo. Recordemos que el héroe de Covadonga tuvo dos hijos, Favila y Hermesinda. El primero reinó dos años a la muerte de su padre, hasta que, a causa de una imprudencia en una cacería, fue víctima de un oso (al menos, eso dice la leyenda). Aunque parece ser que dejó dos hijos de corta edad, ninguno llegó a reinar ni nada más se sabe de ellos (buen tema para otra novela). Hermesinda, por su parte, casó con Alfonso, el hijo de Pedro de Cantabria, quien por este matrimonio llegó a ser coronado como Alfonso I, y de este matrimonio nacieron tres hijos: Fruela, (el futuro Fruela I), Vimara y Adosinda (llamada así por su tía abuela), la hermana de Pelayo. Y a su vez, Alfonso I engendró un bastardo (al menos), Mauregato. A la muerte de Alfonso I le sucede su primogénito, Fruela I “el justiciero” (otros autores le denominan “el cruel”), quién se casa con una cautiva vascona de la que tiene dos hijos, Alfonso y Jimena. Fruela I, en un arrebato de ira mata a su hermano Vimara, siendo a su vez asesinado por los nobles, quienes eligen para sucederle como monarca a su primo, el hijo primogénito de otro Fruela (llamado “el mayor” para distinguirlo de su sobrino), el hermano de Alfonso I e hijo, también de Pedro de Cantabria. Esto nos dice que en aquellos años la corona de Asturias seguía el modelo godo de elección entre miembros de la familia en el poder.
A la muerte de Aurelio le sucede el marido de Hermesinda, Silo, del que casi nada se sabe. Este accede a la corona, bien por elección de los nobles, según el modelo godo, bien por matrimonio con la hija del monarca, como consta en la tradición matriarcal asturiana y traslada la corte a Pravia, quizá temeroso del predominio del bando enemigo de Fruela en Cangas de Onís. Adosinda y Silo (y los cito a propósito en este orden) no tienen hijos y cuidan como a tales a sus sobrinos, los hijos de Fruela, especialmente a Alfonso, al que preparan para ser su sucesor y, al llegar a la adolescencia, nombran “mayordomo de palacio” (Cargo este semejante al de un “primer ministro”, sin el aspecto de servicio que tiene actualmente)
A la muerte de Silo, Adosinda hace elegir rey a su sobrino, (En el año 783, cuando el joven Alfonso tenía 23 años) pero el resto de los nobles se opone (seguimos con el sistema godo de elección del soberano por el senado) y eligen al bastardo Mauregato. Alfonso tiene que huir a refugiarse entre los familiares de su madre en Álava, Adosinda es obligada a profesar en un convento y la corte vuelve a Cangas de Onís..
Fallecido Mauregato, los nobles vuelven sus ojos al único descendiente de Pedro de Cantabria que queda vivo (Esto parece indicar que en Cantabria prima el “bando godo” y en Asturias, por el contrario, tiene más fuerza el elemento ancestral astur), el segundo hijo de Fruela “el mayor”, llamado Bermudo que, a la sazón, estaba en un convento y había sido, o estaba a punto de hacerlo, ordenado.
Bermudo I, “el monje”, toma la corona, quizá a regañadientes, hasta que, derrotado en una batalla por los musulmanes, en el año 791 reconoce su falta de condiciones para liderar a los asturianos, “recuerda” (dice el autor de la crónica) que ha sido ordenado y decide llamar al exiliado Alfonso, a la sazón ya un hombre de 31 años, para que le suceda mientras él vuelve al convento.
Alfonso II, “el casto” traslada la corte a Oviedo, que sufre dos saqueos a cargo de ejércitos musulmanes, pero siempre Alfonso consigue reponerse y derrotar a los invasores en su regreso a la meseta. Saquea Lisboa en el año 798, (dato que consta en anales carolingios, pero que no he conseguido contrastar en crónicas asturianas ni musulmanas), concierta alianzas (otros dicen que se somete) con Carlomagno, se casa (según algunas fuentes) con una princesa franca, a pesar de lo cual decide vivir en castidad, embellece su capital, con ayuda del arquitecto Tioda, edificando un palacio, una catedral, fuentes públicas, la iglesia de san Juan de los Prados, murallas… mantiene a raya a los musulmanes, es depuesto en el año 801 por alguna facción opuesta a él (reminiscencia de los enemigos de su padre Fruela I), sus “fideles” le reponen en el trono, dona a la catedral de Oviedo la “Cruz de los Ángeles” y, en fin, muere a la avanzada edad de 82 años, después de 51 de reinado. A su muerte, su cuñado, Nepociano (marido de su hermana Jimena) y el hijo de Bermudo I, Ramiro, se disputan el trono, venciendo este último quien reina como Ramiro I (¿triunfo del sistema electivo godo sobre el matriarcal astur?)
Hasta aquí la historia, densa historia. En mis novelas, Alfonso II aparece en la cuarta “La Cruz de los Ángeles”, (que espero que sea publicada en la primavera de 2011 o el otoño de 2012) y que comienza con el reinado de Fruela y su boda con la vasca Munia (primera parte), se continúa con las intrigas y luchas por la sucesión que llevan al joven Alfonso a Álava (segunda parte) y se termina con los éxitos del reinado de Alfonso II y la donación de la joya que le da título (tercera parte). Aunque queda sitio para contar los últimos años de su reinado en otra novela, aún no escrita ni planificada. Pero tiempo hay…

7 de julio de 2011

Estatuas de reyes III, Plaza de Oriente. Ramiro I

Después de recorrer, con la escasa fortuna relatada en la entrada anterior, el paseo de Argentina del Retiro, me dirigí hacia la Plaza de Oriente en busca de más estatuas de los reyes mencionados en mis novelas. Pero, mientras hacemos el camino, voy contar una curiosidad que se me había ocurrido, de niño, acerca de esa plaza y del Palacio Real, y que, quizá, también le haya ocurrido a algunos de mis lectores.
El Palacio Real de Madrid, ordenado edificar por Felipe V de Borbón en 1738, en el lugar que ocupaba el anterior palacio destruido por un incendio en 1734, también recibe el nombre popular de Palacio de Oriente. Al menos, así lo escuché denominar en mi niñez y, como dije, quizá también a alguno de mis lectores le haya ocurrido lo mismo. Pero aquí hay un contrasentido.
Si contemplamos un plano de Madrid vemos, con toda claridad, que tanto el Palacio como la Plaza están en la parte más occidental de la ciudad. Más allá quedarían solamente el río Manzanares y la Casa de Campo (bueno, y todos los barrios por medio de los cuales Madrid ha ido creciendo en esa dirección, pero esos son bastante más modernos), mientras que hacia el Este quedaría toda la ciudad antigua, la Plaza Mayor, la Puerta del Sol y los primeros ensanches de la Castellana, Recoletos y el Prado, el Retiro…etc. Entonces, ¿Por qué esos nombres de Palacio de Oriente y Plaza de Oriente?
La solución es obvia; y seguro que para mis lectores también lo ha sido, pero yo tardé un tiempo en caer en ella y cuando lo hice me sentí muy orgullosos de haber llegado a esa deducción (recordemos que yo era un niño en ese momento, aunque a veces sigo siendo igual de simple que entonces): Dentro del entorno del Palacio, la Plaza está al Oriente del mismo (A Occcidente quedaría el llamado “Campo del Moro”), de aquí su nombre: “Plaza de Oriente”. Y cuando, a base de usarlo, “Oriente” dejó de ser una indicación geográfica para convertirse en un nombre propio, el “Palacio de la Plaza de Oriente” pasó a ser, en alguna de sus denominaciones, el “Palacio de Oriente”.
Bien, esta disquisición sin importancia ha servido para darnos tiempo a llegar hasta la Plaza, meter el coche en el parking que hay debajo de ella y salir por la escalera que da al “café de Oriente” (Muchos “orientes” en esta entrada, ¿no?), justo en el lado sur de la plaza.
Y ahí, en la fila de estatuas que flanquean la plaza por ese lado, ya la primera me transportó a la historia de mis novelas. (Luego, casi todas las demás, pero como me he extendido demasiado en los prolegómenos, nos conformaremos por hoy con la que he reproducido al principio de esta entrada)
Ramiro I de Asturias nació en el año 790, hijo de Bermudo I, “el diácono”, décimo rey de Asturias. Recordemos la serie (aunque no todos los historiadores están de acuerdo en el título de rey para el propio Pelayo o para su hijo Favila):
1º.- Pelayo. 2º.- Su hijo Favila. 3º.- El yerno de Pelayo, Alfonso I. 4º.- El hijo de Alfonso I, Fruela I “el justiciero”. 5ª.- Aurelio, hijo del hermano de Alfonso I, Fruela el mayor. (Alfonso I y Fruela el mayor eran hijos del duque de Cantabria, Pedro, y, posiblemente, descendientes del rey godo Chindasvinto). 6ª.- Silo, por su matrimonio con la hija de Alfonso I, Hermesinda). 7º.- El hijo natural de Alfonso I, Mauregato. 8º.- Bermudo I, “el diácono”, hermano de Aurelio e hijo, por tanto, de Fruela el Mayor. 9º.- El hijo de Fruela I, Alfonso II, “El casto”. 10º.- Ramiro I, hijo de Bermudo I.
Ramiro fue coronado en el año 842 (a los 52 años), tras la muerte de Alfonso II “el casto”, (del que era primo segundo), aunque para ello tuvo que derrotar en la batalla de Cornellana al otro aspirante, Nepociano, cuñado del monarca anterior. Murió en el año 850 y en los ocho años de gobierno, aparte de poner orden en el reino y en la iglesia, ordenó construir los monumentos del Naranco (Santa María y San Miguel de Lillo) dando origen al estilo que se llamó, en su honor, “ramirense”.
A pesar de su importancia, Ramiro I no tiene un papel destacado en mis novelas y ya expliqué varias veces por qué. Su figura está perfectamente retratada en la excelente novela de Fulgencio Argüelles, “Los clamores de la Tierra” y yo he querido respetarla no incidiendo en ella en el transcurso de mi serie. Pero sí es cierto que hay un momento, en los últimos años del largo reinado de Alfonso II el casto, en que ocurrirán los desconocidos hechos que motivaron que, a la muerte del rey Casto, tanto el citado Ramiro, como el cuñado de Alfonso, Nepociano, se disputasen la corona. Ambos eran hombres ya maduros, por lo que habrían tenido ocasión de ser protagonistas de situaciones que, quizá, darían pie a otra novela que, quizá, situada entre la cuarta (La Cruz de los Ángeles) y la quinta (La Cruz de la Victoria), escriba próximamente.
Y ya que hablamos de La Cruz de la Victoria, aunque centrada en Alfonso III y, en menor medida, en su padre, Ordoño I, en los primeros capítulos aparece, aunque tangencialmente, Ramiro I, el padre y antecesor de Ordoño y abuelo del tercer Alfonso, con lo que, aún respetando la novela de Argüelles, sí que dedico, lo mismo que al esto de reyes asturianos, algunas líneas al severo Ramiro I (“Vara de la Justicia”, le llamaron sus contemporáneos, y esa vara es la que porta en su mano la estatua que le representa).

2 de julio de 2011

Estatuas de reyes II, el Retiro. García I




Comencé mi paseo por el parque del Retiro. Iba con mucha ilusión, y, después de aparcar en la calle Alfonso XII, comencé mi andadura por el paseo de Argentina, lugar en que se encuentran las citadas estatuas. Subí hacia el estanque por la margen derecha de dicho paseo (el lado sur) y fui comprobando que todas las estatuas correspondían, bien a reyes visigodos anteriores a los que citaba en mis novelas, o bien a monarcas de los reinos cristianos de la Reconquista, posteriores a la época estudiada en mis libros. Comenzando a desencantarme, volví por el lado opuesto y, en el tercer lugar encontré la estatua que encabeza esta entrada.
Corresponde a García I, primer rey de León, hijo primogénito de Alfonso III de Asturias. Y la historia de cómo este gran rey asturiano fue derrocado por sus propios hijos, que se repartieron sus estados está narrada en la novela “La Cruz de la Victoria”, quinta de mi serie, que verá la luz en su momento (espero)
En la novela retrato a García como un adolescente enfermizo, ambicioso, dominado por su suegro Munio Núñez, conde de castilla; y posiblemente me acerque mucho a la verdad. Fue el que, al ser encerrado por su padre en el castillo de Gauzón, acusado de conspirar para asesinarle (en la novela no se le hace del todo culpable, y en la realidad, no se sabe), es la causa de la rebelión de sus hermanos y la partición del reino. García I escoge quedarse con León, por ser la parte más próspera del reino, y, al morir sin herederos, en 913 o 914, su hermano Ordoño, haste ese momento rey de Galicia, le sucede como rey de León y Galicia. A la muerte de Ordoño II, aunque este monarca tenía hijos, es proclamado el tercero de los hermanos, Fruela, que hasta ese momento había reinado en Asturias, aunque subordinado al rey de León, como monarca de todo el reino que vuelve a unirse de este modo.
Y, como curiosidad, publico otra imagen de este rey, esta vez pictórica, que en nada se parece a la estatua, y que podemos ver encima de ella.
Y ninguna estatua más, que corresponda a mis novelas, encontré en el retiro. La plaza de Oriente fue otra cosa que se verá en próximas entradas.

Estatuas de reyes I

Siguiendo la norma de interrumpir lo programado en aras de lo actual, hacemos una nueva pausa en el estudio de la evolución de los personajes. Si alguien estuviera siguiendo con interés esta serie de entradas, posiblemente se sintiera defraudado, pero como no creo que ese sea el caso, no tengo ningún cargo de conciencia en hacer esta nueva interrupción.
El domingo pasado fui a ver a mi hijo Pablo que participaba, como capitán del equipo del norte en la carrera “Norte contra Sur” de la comunidad de Madrid. Al escribir estas líneas se me ocurre la reflexión de que ese título “Norte contra Sur” podría atribuirse también a la Reconquista que intento narrar en mis novelas, pero no fue eso lo que ocupó mi mente en esos momentos, y no quiero que sea eso lo que inspire esta entrada; por un lado no hay ninguna razón que asimile a los participantes del equipo representativo de la mitad sur de la comunidad de Madrid con los musulmanes (el hecho de que el capitán del equipo del sur se llame Youness ait Hadi no quiere decir nada… espero) y, además, en esta edición, el triunfo correspondió a dicho equipo del sur (eso tampoco quiere decir nada… espero aún más)
Lo que ocurrió fue que, al pasear por el Retiro, lugar en que finalizaba la carrera, observé un paseo con estatuas de varios de los reyes de España. Ya lo conocía, por supuesto, y también que había más de estas estatuas en la Plaza de Oriente, pero, hasta ese momento no se me había ocurrido relacionarlas con mis novelas.
Estas estatuas forman parte de una colección mandada hacer por Fernando VI en 1750 para decorar los alerones de la terraza del Palacio Real y que, debido a su peso, no se colocaron en el lugar previsto y se distribuyeron por el Retiro, la Plaza de Oriente, los Jardines de Sabatini, el parque del Capricho, la Puerta de Toledo e incluso, algunas se llevaron a otras provincias.
Así que pensé en sacar fotos de las estatuas pertenecientes a los monarcas que apareciesen en mis novelas y colocarlos en este blog con una pequeña explicación histórica de cada uno. No se si será buena idea o no, interesante o no, pero, al menos, para mí resulta entretenida. Y hoy, primer sábado de vacaciones y que no tengo obligaciones del club deportivo del colegio, he cogido mi cámara y me he convertido en fotógrafo improvisado (actividad en la que soy mucho peor que en la de escritor, ya lo verán). El resultado, en próximas entradas.