Último día del año 2010. Esta es la entrada número 64 de este año (no está nada mal, tendiendo en cuenta que comencé el blog en el verano). En realidad no tenía pensado escribir nada más hasta el año que viene (mañana), sobre todo teniendo en cuenta que me encuentro algo “griposo”. Pero no quería dejar de contar las complicaciones que me produjo, en esta primera serie de novelas, el que la cuarta, “La Cruz de los Ángeles” estuviera escrita antes que la tercera, “El Muladí” y ésta antes que la segunda, “La Muralla esmeralda”.
La primera fue que personajes que salían en “La Cruz de los Ángeles” eran hijos de otros que tenían que salir, obligatoriamente, ya por que eran históricos, o porque, aunque inventados, tenían especial relevancia, en “el Muladí” y, a veces, las edades no cuadraban. Una vez escrito “El Muladí”, tuve que retomar “La Cruz de los Ángeles” para hacer los cambios pertinentes, pero en algún caso no lo hice, bien porque se me pasó, o bien porque significaría cambiar sustancialmente la trama. Cuando se publiquen (si es que alguna vez se hace) esas dos novelas, puede ser un aliciente añadido para los lectores encontrar y hacerme llegar esos “gazapos”.
Lo mismo me ocurrió al escribir “La muralla esmeralda” respecto a “El Muladí”. Esta vez (Estas novelas están mucho más cerca una de otra en el tiempo histórico) son los mismos personajes los que han tenido que ser descritos de nuevo. Un ejemplo: En los primeros capítulos de “El Muladí” describo al conde Rodulfo (Personaje imaginario, hijo de Julián y Adosinda y sobrino, por tanto, de Pelayo) como un hombre de edad madura, contrapunto, por su sensatez, de los más jóvenes Alfonso y Fruela (Los hijos de pedro de Cantabria). No obstante, en “La muralla esmeralda”, Rodulfo aparece como compañero de juegos y estudios de éstos, incluso algo más joven que ellos. En este caso no fueron difíciles las correcciones. Bastó con, en “El muladí”, cambiar “la evidente sensatez, dada su edad madura…” por “su sensatez, a pesar de su juventud…” y cosas así. Pero al igual que en lo dicho anteriormente, hubo otros casos en que no se pudo cambiar con tanta facilidad.
Más complicado fue otro caso. En “La Cruz de los Ángeles” teníamos a Alfonso II, un rey que decidió (Aunque hay historiadores que los dudan) vivir en castidad. Alfonso fue educado por su tía Adosinda (La hija de Alfonso I y Hermesinda, nieta, por tanto de Pelayo, no confundir con la otra Adosinda, hermana de el “héroe” de la primera novela) y por su marido, el rey Silo. Como de este poco, o casi nada, es lo que se sabe con certeza, lo hice hijo de Rodulfo, y nieto, por tanto, de Julián, con lo que sería primo de su esposa, caso no demasiado raro en esos tiempos. Silo y Adosinda no tuvieron descendencia (al menos en lo que yo he podido averiguar) y trataron a su sobrino Alfonso como un hijo. Se me ocurrió una circunstancia, para aprovechar esto, que no tiene ninguna base histórica, es más, es de todo punto improbable, por no decir imposible, pero que resultó muy novelesca y una auténtica sorpresa (espero) para los lectores. No puedo decir más sobre ello para no estropearla, pero al escribir “El Muladí” tuve que explicar esa circunstancia, de tal manera que no desvelase lo que iba a pasar en la siguiente novela, pero sí que lo hiciese creíble. Creo que salí del paso con notable. Cuando se publiquen y mis lectores se enteren del caso, serán ellos los que juzguen si es adecuada la solución que describo.
Bien, repito lo dicho en mi post anterior. ¡Feliz Año nuevo para todos!
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