Este fin de semana, puente de Todos los Santos, he viajado a Asturias, a mi pueblo de Luanco.
Casualmente, en la novela que estoy terminando (No tiene nada que ver con la serie histórica asturiana, pero de todas maneras, hablaremos de ella en un futuro), sus protagonistas (en el capítulo que estoy escribiendo), viajan a Asturias, al piso de los tíos de uno de ellos, y pueden disfrutar del espectáculo del Mar Cantábrico, siempre en movimiento, desde la ventana de su casa mientras desayunan.
Yo, en este viaje, sentado ante mi ordenador y contemplando desde el salón de mi casa de Luanco como las olas rompían violentamente contra la costa asturiana, tenía una ocasión única para sentirme inspirado para describir esa situación, pero un viaje a mi tierra siempre supone un montón de compromisos: comidas y cenas con hermano, sobrinas, primas, etc. , visita al cementerio, solucionar asuntos de la casa y, ¿por qué no?, tomar algunos “culines “ de sidra en los bares cercanos. Así que del tiempo necesario para escribir, solo he podido sacar el escaso para poner algo en el blog. Bueno, eso es más que nada. Así, que vamos de cabeza a la historia d ela segunda novela.
Como ya he dicho, tenía ante mí unos años del reino de Asturias de los que nada había escrito en las crónicas; por otro lado, tenía a mi alcance abundante documentación de lo acontecido en esos mismos años en los territorios ocupados por los musulmanes, y que, en muchos casos, fue fundamental en el devenir de la confrontación entre los reinos cristianos constreñidos al norte de la península y los invasores islámicos, dominadores de la mayor parte del suelo hispánico. Además, la decisión de Pelayo sobre si era el momento apropiado para comenzar la Reconquista o si por el contrario, era una temeridad enfrentarse a los poderosos emires cordobeses, (tesis sin ningún apoyo histórico, pero sobre la que descansa la trama de la novela) dependía de dos factores: el potencial demográfico y militar del pequeño y naciente reino Asturiano, que él conocía bien, y, por supuesto, mucho mejor que el autor de la novela; y la situación del emirato musulmán, que él ignoraba y de la que, sin embargo, tanto nosotros, gracias a las bien documentadas crónicas islámicas, como quien tenía que desarrollar la trama(yo), estábamos perfectamente al tanto.
Conclusión: se imponía una expedición para informarse del potencial de sus enemigos. Lo que hoy en día sería una labor de espionaje, y que fue un precedente/consecuente de otra misión de espías (también sin ningún apoyo histórico), esta vez de parte de los musulmanes, que ya había utilizado en dos de las siguientes novelas, pero que ocurren temporalmente, después de lo sucedido en ésta.
No había constancia de que Pelayo hubiese viajado a tierras musulmanas, y no parecía lógico que un rey, recién elegido (al estilo godo, como vimos en “Pelayo, rey”), y teniendo ante sí la difícil tarea de vertebrar unas tierras solo someramente dominadas por los reyes visigodos, en un nuevo reino de hispanos, astures y godos, abandonase sus tareas para embarcarse en un incierto viaje al centro del poder enemigo. Para eso estaba su amigo Julián. Rápidamente busqué un motivo (por si no fuera suficiente una orden del rey) para que el propio Julián solicitase esa misión, que no manifiesto aquí porque sería desvelar parte de la trama, y quedaban claras las dos acciones en que se iba a dividir la novela:
Un grupo que viajaría por la España musulmana descubriendo (y dando pie al autor para narrar) todo lo que allí ocurría; y otro (la corte de Pelayo) que se quedaría en Asturias enfrentándose a los problemas que la imaginación del autor fuese capaz de concebir.
De esas dos líneas de acción hablaremos en las próximas entradas.
¡AH! Y, POR SUPUESTO, RESOLVERÉ CUALQUIER DUDA QUE ALGUNO DE LOS LECTORES DEL BLOG, MÁS DECIDIDO, ME QUIERA PLANTEAR.
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