26 de agosto de 2010

FINAL DEL VERANO

Por fin he dejado descansar por unos días a mis sufridos lectores (si es que hay alguno que siga leyendo mi blog), y a mi mismo. Como me había sugerido María de Lombas (una vez más, gracias por su solitaria aportación), voy a comenzar a contar de manera más detallada cómo fueron mis trabajos de investigación para describir un mundo lo más real posible en el que desarrollar la trama de mis novelas; pero eso solo lo podré hacer cuando vuelva a Madrid, con mis notas, libros y apuntes a mano. Así que editamos hoy, desde mis vacaciones en Torre del Mar, la última entrada del verano contando lo acontecido en este último año.
En cuanto a mis novelas históricas, resumimos su estado actual:
“Pelayo rey”: Publicada la tercera edición y vendiéndose bien (creo)
“La Muralla Esmeralda”: Entregado el borrador a Imágica Ediciones (Me lo volvieron a pedir el pasado mes de junio, un poco por insistencia mía)
“El Muladí”: Mismo caso.
“La Cruz de los Ángeles”: Mismo caso.
“La Cruz de la Victoria”: (Nuevo título para “La caja de las Ágatas”): Entregado el borrador a la editorial hace un año. No se publicará si antes no lo hacen sus antecesoras, para respetar la evolución cronológica.
“Los Mozárabes”: (No pude utilizar el título original, “el mozárabe”, porque ya estaba registrada y publicada una novela llamada así). A falta de unos detalles para terminar el borrador.
Con esto se acaba, de momento, la serie de los Reyes Asturianos.
Otras novelas históricas:
“Boanerges”: (La vida del apóstol Santiago) Redactada más o menos la mitad de la novela. Esperando su turno para concluirla.
“Gauzón”: (La vida de un héroe legendario asturiano). Esperemos tener salud y tiempo para escribir esta novela, de la que, de momento, solo existe el esquema.
Otro tipo de novelas:
“La Medalla Olímpica”: (Una ficción sobre una investigación que se realiza en la época actual sobre la discutida medalla del Marqués de Villaviciosa de Asturias en 1.900, con sociedades secretas por medio, crímenes, intriga y demás). Es en la que he estado trabajando este verano; está casi concluída, a falta de unos capítulos y una revisión final, para la que requeriré la ayuda de mis compañeras profesoras de francés del colegio.
Con esta novela tuve una agradable experiencia. Cuando comencé a escribirla, en 2.008, hice que la investigación que realizaban los protagonistas tuviera lugar en esas mismas fechas, para dar más impresión de realidad. Como ellos tenían que buscar información en Internet acerca de los Juegos de París de 1.900, simulé esa misma búsqueda en lo que aparecía en la red en esa fecha, y dí con una página interesante escrita por D. Fernando Arrechea titulada, creo recordar, "pelotaris, polo y un marqués", que utilicé adecuadamente. Pero en este mismo verano de 2.010 conseguí contactar con el autor de esa página que, amablemente, me envió un ejemplar de un libro escrito por él sobre dichos Juegos Olímpicos en el que se demostraba que algunos hechos dados por mí como ciertos, en realidad, estaban equivocados. Llegué a pensar en cambiar cosas, pero eso significaba reescribir el libro de nuevo; y dado que se trata de una obra de ficción, en la que los hechos no tienen forzosamente que coincidir con la realidad,(Muchos ya son obviamente inventados), decidí mantener en lo posible la trana ya descrita y utilizar para lo demás todo lo aportado por Arrechea en su exhaustiva investigación (expresando el correspondiente agradecimiento, claro está). A ver si soy capaz de concluirla en un par de meses.
Y, por último, un resumen de mis últimas actividades realizadas relacionadas con la literatura:
En mayo asistí, un año más, a la Feria del Libro de Madrid. Coincidí en la caseta de Imágica Ediciones con Eduardo Martínez Rico, autor de una novela sobre el Cid que había publicado dicha editorial dentro de la colección iniciada por “Pelayo, rey”. Para matar las horas entablamos una competición amistosa sobre quién de los dos firmaría más ejemplares que acabó en empate. Pero no puedo evitar sentirme el ganador moral debido a dos detalles: Que uno de los ejemplares del Cid vendidos lo compré yo mismo para que me lo dedicase. (Él había tenido la precaución de traer, con el mismo fin, uno de los míos), y que el hecho de que una novela publicada por primera vez hace ya seis años aguante la comparación con otra (Y mejore notablemente a otras de la misma editorial) escritas mucho más recientemente es, en sí mismo, un triunfo.
Bien, se ha cumplido el objetivo que me había marcado al comienzo del verano: Poner al día a los lectores (y, en cierto modo, ponerme al día yo también) de todo lo sucedido en mis andanzas literarias desde que decidí comenzar esta gran aventura. A partir de ahora, iremos paso a paso. Gracias a todos por su paciencia.

14 de agosto de 2010

Más dificultades; un nuevo camino.

Durante estos últimos años intenté en numerosas veces retomar el tema de la que más me ilusionaba de mis novelas inconclusas: “Boanerges”, la que iba a ser una ficción sobre la vida del Apóstol Santiago, pero siempre había algo que me detenía.
En el 2.007 había conseguido acabar la parte que transcurre en Palestina. Ya estaba completa, y los personajes secundarios (Herodes Antipas, Herodes Agripa...) habían conseguido su personalidad y cumplido con su misión. Entonces surgió un nuevo problema...el que tenía que tomar protagonismo era el propio Santiago, pues me había extendido mucho, quizás demasiado, con el resto. Acerca del apóstol me encontré con un nuevo problema. En todo momento le había denominado “Santiago”, como se le conoce habitualmente. Pero en la escena del encuentro con Juan en su vuelta a casa, no me imagino a su hermano llamándole “¡Santiago!”, esto es “¡San Yago!” en castellano, “¡Sant Jacopus!” en latín o “¡San Jacob!” en hebreo. Tras dar muchas vueltas, decidí emplear el nombre hebreo de Jacob, (Y lo mismo para el “otro” Santiago que aparece en la novela), aunque manteniendo para los demás personajes el nombre castellanizado (María, Juan, Pedro...) por no hacerles demasiado extraños para el lector. Aunque la solución no me gustó. Eché de menos la sonoridad de “¡Santiago!”; y “Jacob” suena tan poco español... (Si se me ocurre otra solución, la utilizaré).
Aunque había más problemas; la época del año en la que encuentro tiempo para mis aficiones literarias es la de las vacaciones estivales; y escribir sobre la verde y húmeda Galicia, aquí, con el sol, el calor y el tranquilo Mediterráneo rodeándome se me hace difícil. Decidí que tendría que programar un viaje a Santiago y a Finisterre para inspirarme. Pero antes de eso, otra circunstancia relegó a “Boanerges” a un segundo plano (Una vez más).
En el año 2.008 mi hijo Pablo me pidió un favor (Y a la vez me proporcionó una gran satisfacción). Como profesor de la Universidad Camilo José Cela, dentro de la facultad de “Ciencias del deporte”, le habían ofrecido impartir las clases de la asignatura “Historia de los Juegos Olímpicos”; pero como tenía poco tiempo disponible, había solicitado permiso para que fuese yo quien diese la parte teórica de la asignatura, reservándose él la práctica (Exposiciones, trabajos, etc.). Me hizo mucha ilusión, aunque ocupó mi tiempo libre y, como dije antes, me obligó a postergar mi trabajo en “Boanerges”, y no solo por la falta de tiempo.
Al prepararme para las clases sobre la “Historia de los Juegos Olímpicos”, me llamó la atención un dato interesante: Según el Comité Olímpico Español, la primera medalla olímpica conseguida por un deportista español fue la de Pedro Pidal, marqués de Villaviciosa de Asturias, en los II Juegos, en París 1.900. Pero el Comité Olímpico internacional no la reconoce. La razón no es secreta: los II juegos Olímpicos fueron un desastre total, se prolongaron durante seis meses, hubo muchas pruebas en la que ni los mismos participantes sabían si pertenecían a los Juegos Olímpicos o no, pues formaban parte de la Exposición Universal. En fin, que la recopilación oficial del C.O.I. ha sido un tanto subjetiva y parcial. Naturalmente, esa explicación no satisface la imaginación desbocada de un escritor. Rápidamente esbocé un argumento en el que el juez encargado de registrar la competición en realidad pertenecía a una sociedad secreta (quizá, descendiente de los templarios) y estaba en posesión de un secreto (¿La localización de su famoso tesoro?) por lo que es asesinado antes de que pueda llegar al COI con los resultados. Aunque los asesinos (miembros de otra sociedad secreta) no consiguen su objetivo de apoderarse del documento, porque este viaja en el bolsillo de la chaqueta de Pedro Pidal.
Hasta aquí el prólogo, situado en 1.900. Aunque la novela discurre en la época actual, cuando unos estudiantes, para su tesis, deciden investigar el por qué de esa diferencia entre COE y COI, viajando por Lausanne, París y acabando en el Naranjo de Bulnes, no solo por la influencia de mis raíces asturianas, sino porque dicho Pedro Pidal, cuatro años después de París, fue el primero que subió hasta su cima.
Casualmente tengo en el colegio unos alumnos que se apellidan Pidal, y, cuando hablé con su padre, Luis, (Otro de los componentes de nuestro grupo de teatro) descubrí que, aunque no descendían del marqués de Villaviciosa, si lo hacían de su tío, Luis Pidal, primer marqués de Pidal. No solo eso, sino que Luis, amablemente, me proporcionó un libro sobre su antepasado (“En el reino de los rebecos”, Joaquín Fernández, ediciones Nóbel) que me hizo saber gran cantidad de datos interesantes sobre la vida del marqués de Villaviciosa y que me fueron de gran utilidad.
Así que cuando, concluidas las clases, dispuse otra vez de tiempo libre, me puse manos a la obra para escribir esta nueva novela. Lo siento por Boanerges, una vez más postergado. Pero como le dijo el Señor, “los últimos serán los primeros”(Aunque eso solo es en el Reino de los Cielos, ¿no?)

12 de agosto de 2010

Regreso a la Historia del Reino de Asturias.

El año 2.008 fue un año Jubilar en la Catedral de Oviedo, debido a los 1.000 años de La Cruz de la Victoria y los 1.200 de La Cruz de los Ángeles. Eso me dio una idea para salir de las horas bajas en que había caído mi producción literaria. Yo tenía una novela, registrada y entregada ya a los editores, que tenía por título “La Cruz de los Ángeles”; y otra, casi acabada, aunque no del todo a mi gusto, que se iba a llamar “La Caja de las Ágatas” y que narraba un poco de la vida del rey Ordoño I y, fundamentalmente, la de su hijo y sucesor, Alfonso III. Como ya expliqué, tenía dificultad en introducir de una manera interesante la joya que le daba título y había llegado a pensar, incluso, en cambiarle el nombre y llamarla “Alfonso III” o, mejor, “El rey emperador” (Fue el primero que usó ese título que indicaba preeminencia sobre otros reyes de la península, tema que tuvo parte importante en el desarrollo de la trama).
El acontecimiento de ese año me abrió otro camino: Mi primera novela se había llamado en un principio “La Cruz de la Victoria”, (porque la tradición dice que el ánima de roble que forma esa joya fue la cruz portada por don Pelayo en Covadonga) y así estaba registrada. Pero, por indicación de los editores, se le había cambiado el título por “Pelayo, rey”, por lo cual el primer nombre estaba libre. Y se daba la feliz casualidad que Alfonso III había ordenado recubrir de oro y piedras preciosas dicha cruz (en realidad no es así. El ánima de esa joya esta formada por madera cortada hacia el año 1.000, aproximadamente, pero un escritor de ficción tiene que seguir las leyendas). Fue cuestión de poco tiempo retomar el borrador de “La Caja de las Ágatas”, rehacerlo para dar protagonismo a “La Cruz de la Victoria”, terminarlo (Lo que antes me había costado mucho, ahora fue una tarea sencilla, ignoro la razón) y proceder a registrarlo con dicho título.
En el Registro de la Propiedad Intelectual me encontré con otro problema. No me dejaron inscribir mi novela porque el título ya estaba registrado (Por mí mismo hacía ya más de diez años). No quería perder más tiempo, así que en las mismas oficinas cambié el título por “La Cruz de la Victoria II” (Era lo más fácil y sencillo) y la registré. (Quinta de mis novelas que ya tenía existencia oficial). A continuación me fui a la editorial y les expliqué que, de publicar alguna o ambas de esas dos novelas (“La Cruz de los Ángeles” y la nueva “Cruz de la Victoria”) durante este Año Jubilar, una gran parte de la propaganda estaría ya hecha, y gratis, al menos en Asturias. Por motivos que no comprendo, no quisieron aprovechar ese momento. Ellos se lo perdieron.

10 de agosto de 2010

Un recuerdo emocionado

Nos habíamos quedado en los últimos años, a partir de 2.006, aproximadamente, en los que mi producción literaria se había ralentizado bastante. En verano salió al mercado la edición en tapa rústica de “Pelayo, rey”. La tapa diferente, también sacada de un cuadro existente (Don Pelayo en Covadonga, de Luis Madrazo) y ningún cambio más. Bien, me sentía satisfecho de lo conseguido hasta el momento (No tanto de lo que tenía en proyecto); para ser un escritor novel, dos ediciones – tres si contamos la del Circulo – no estaba nada mal.
Ya he contado bastante veces que paso mis vacaciones en Torre del Mar, Málaga, y que allí tengo muchos amigos. Casi todos relacionados con los hermanos Padilla Ruiz, propietarios (en aquellos tiempos) del restaurante “El Huerto del “Apañao”. Uno de sus cuñados, Francisco Ramírez, era el propietario de la librería “Sopa de Letras” de dicha localidad malagueña, y llevaba tiempo intentando conseguir algunos ejemplares de mi novela sin éxito, debido a problemas con el distribuidor para Andalucía. Comenté el caso con mi editor y me entregó dos cajas de ocho ejemplares que le llevé personalmente en dicho verano de 2.006; este simple hecho me animó a seguir escribiendo: casi todos los libros se vendieron rápidamente (En un pueblo en el que no se lee demasiado y en Andalucía, que no es, precisamente, la región española con más seguidores de don Pelayo), y a personas desconocidas. Firmé varios ejemplares y me sentí, de nuevo, escritor.
Pero aquí viene la justificación del título de esta entrada. Hace dos años, mi amigo Francisco nos abandonó a causa de una cruel enfermedad. No sé si su mujer, Nuria; sus hijos, sus cuñados, o alguno de sus muchos seres queridos leerán este blog; (Él estoy seguro que sí), pero si es así, que sepan que no le olvido.

8 de agosto de 2010

Otros temas, otras aficiones

Había entregado la novela encargada (era la primera vez que escribía algo por encargo) en los plazos previstos, pero a los editores no debió gustarles demasiado, porque por un tiempo no volví a tener noticias de ellos. Durante los años siguientes no progresé demasiado en mis novelas. Tenía dos pendientes y decidí volver sobre ellas.
En verano retomé, poco a poco, mis apuntes sobre Santiago y descubrí lo poco que se sabe en realidad de él. Hice el esquema, bosquejé los personajes, que luego, a medida que avance el libro, obtendrán, y no solamente por mi voluntad, su propia personalidad, y escribí el borrador de los cinco primeros capítulos. Ahí topé con un muro. Describir al Señor, a la Virgen y al resto de Apóstoles se me resistía.
Pensé relajarme trabajando en la vida de Gauzón, pero a la vez compré (el verano, las vacaciones, es también mi tiempo de lectura) “El último soldurio”, de Javier Lorenzo. Un tema similar, pero con un cántabro en vez de un astur como protagonista. Por un momento temí que tendría que respetar el tema, al igual que lo había hecho con la vida de Ramiro I, perfectamente descrita por Fulgencio Argüelles en “Los clamores de la tierra”, pero pronto ví, con alivio, que Lorenzo se centraba en Cantabria y solo citaba Asturias de pasada. Podría escribir sobre mi tierra sin plagiar. No obstante, la abundante erudición que demostraba el autor, me obligó a exigirme más y a aumentar mis conocimientos previos sobre el tema, y eso solo lo podría hacer a mi vuelta a Madrid, con acceso a mis libros, Internet, etc.
Bien, había que hacer algo. Volví sobre Santiago, pero sin éxito. Y reducir mis vacaciones a holgazanear, sol y playa no me va, así que, sentado frente al ordenador, comencé a hacer un resumen de lo que había escrito hasta la fecha y que, ahora, me ha ayudado mucho en todas las entradas que, hasta la fecha, he hecho en elblog.
En Enero de 2007 intenté retomar el borrador de “Boanerges”("Hijo del Trueno", el apodo que Jesús le había puesto a los dos hermanos hijos de Zebedeo y que yo había escogido como título para mi novela sobre la vida del Apóstol Santiago). Para esto tuve una inestimable ayuda: Un nuevo sacerdote del colegio, el P. Sergio se interesó por el tema, me proporcionó escritos interesantes y me dio valiosos consejos. A la vez, un compañero del colegio, Jaime Buhigas, que había estado de vacaciones en Jerusalén, también me trajo planos y libros que me ayudaron a comprender mejor las tierras y personajes de la novela. Pero este mismo Jaime fue el causante indirecto de que no prosiguiese con mis buenos propósitos. Como director del grupo de teatro del colegio, me dio un papel en la obra de Jardiel Poncela “Angelina, o el honor de un brigadier” (Dados mis años, mi bigote y mis patillas, evidentemente, yo era el brigadier) y esto volvió a ocupar mis ratos libres.
Tengo que decir que este grupo de teatro está formado por gente extraordinaria, a la que aprecio enormemente y con los que hemos pasado momentos maravillosos. Tres de mis seguidores (hasta el momento), María de Lombas, Luz Morales y Carlos Solís, proceden de él. A ver si cunde el ejemplo.
A “Angelina” siguieron, en años sucesivos, “La cabeza de dragón”, de Valle Inclán, “Tres sombreros de copa”, de Miguel Mihura, y, en este último curso, “El sueño de una noche de verano” de Shakespeare (nada menos, en verdad somos osados – o lo es nuestro director-) Esta nueva afición ocupó, en parte, las horas y las ansias que dedicaba a escribir. Por otro lado, la única noticia que había tenido durante bastante tiempo de mis editores era que “Pelayo, rey” iba a ser, además, publicado en el Círculo de Lectores. Por lo tanto, las novelas pasaron a un segundo plano (Pero solo hasta la próxima entrada en el blog, por supuesto)

6 de agosto de 2010

Sigue la historia.

Vamos a retomar la historia de cómo fueron escribiéndose mis novelas. En estos cinco años que han transcurrido desde la publicación de la primera edición de “Pelayo, rey” no han sido muchas las cosas que ocurrieron, así que podremos avanzar mucho más rápidamente que hasta ahora. Para centrarnos, recordemos que en la última entrada nos habíamos quedado en una relación de todas las presentaciones que se habían hecho, durante, más o menos, un año.
Entretanto había comenzado una obra en verso, sobre el mismo tema de don Pelayo, concretamente el final de sus días, que, debido a mis dificultades con la métrica, rima y demás, quedó reducida a seis páginas de una calidad más que dudosa y que tengo guardadas por algún sitio de mi despacho. No, el verso no era lo mío y ya estaba bien de celebraciones, así que había que ponerse a escribir de nuevo.
Escribir, sí, pero ¿qué? Una novela estaba publicada, otras dos terminadas, al menos provisionalmente hasta que los editores vinieran con sus pegas, en las dos siguientes me había atascado y el tema de la Reconquista parecía agotado. (Con las dos incompletas llegaba hasta el momento en que la capital se traslada de Oviedo a León y el Reino de Asturias pierde su importancia; me pareció un buen momento para concluir la serie.) En mis libros, la familia de personajes inventados que, desde Julián a sus descendientes, dan unidad a la serie son los condes de Gauzón (Gozón es el concejo que tiene por capital a Luanco y en el que vivieron mis antepasados) y Gauzón es el nombre de un jefe tribal astur que luchó contra las legiones romanas. Me pareció un tema interesante y comencé a recopilar información. Sin dejar esa tarea, tuve otra idea, quizá más fácil de llevar a la práctica. Había leído hace años dos novelas de Taylor Caldwell sobre las vidas de San Pablo (El gran León de Dios) y San Lucas (Médico de cuerpos y de almas). Ya que el ciclo artúrico me dio la idea de escribir sobre nuestro propio Héroe, ¿por qué no hacer lo mismo ahora sobre nuestro Santo nacional? El Apóstol Santiago es nuestro patrón y, aunque en honor a la verdad, la veracidad de su venida a España sea dudosa, la creencia popular en ella ha sido una constante a través de los tiempos. Recuerdo que en una de las presentaciones y refiriéndome a la probable falsedad de la mayor parte de las leyendas en que hacía intervenir a Pelayo y a su antecesor, el rey don Rodrigo, afirmé que una leyenda falsa, pero que había sido firmemente creída por multitud de personas durante un gran período de tiempo, resultaba ser más auténtica que una verdad histórica ignorada, pues influía mucho más intensamente en las generaciones posteriores. Esto mismo se podía aplicar en el caso del Apóstol patrón de España.
Estaba en plena fase de investigación y toma de datos para estas dos posibles novelas, cuando recibí una nueva llamada de los editores para decirme que querían una continuación. Yo aduje que ya les había entregado lo que debería ser la segunda novela, “El Muladí”, en realidad la tercera que había escrito, pero Alberto insistió en sacar más partido al nombre de Pelayo y continuar el tema del héroe asturiano. Bien, me puse manos a la obra durante el otoño de 2.004 e invierno 2.005. Aproveché la ocasión para describir al hijo de Pelayo, Favila, su hermana Hermesinda y el futuro esposo de ésta, Alfonso de Cantabria como una pandilla de jóvenes que iban poco a poco madurando y cogiendo responsabilidades. Dí un papel más protagonista a Julián y uní a su hijo Rodulfo, que es uno de los personajes principales de “El Muladí” y al que se le nombra en “La Cruz de los Ángeles”, con el grupo de jóvenes nobles para seguir con un hilo que diese continuidad a la serie. Esto me causó algún problema de edades y me obligó a tomar notas para, en el caso que se llegasen a publicar esos dos libros, hacer las rectificaciones oportunas; espero no olvidarme. También, para no volver a tener presiones sobre el tema, finalicé la novela con la muerte del héroe, aprovechando para poner en prosa los versos escritos hace tiempo. Así, Pelayo (y antes de él, los demás protagonistas, había que asegurarse) llegan al final de su existencia como las amarillentas hojas de los carbayos asturianos que, después de haber sido verdes y fuertes, se abandonan a los brazos de los vientos y descienden hasta reposar sobre el húmedo y fértil suelo asturiano. Ellas y ellos descansen en paz.

3 de agosto de 2010

¡Un comentario!

Bueno, pues ya está.
Después de un mes de haber comenzado con el blog he recibido el primer comentario. No es una crítica, ni una sugerencia, ni nada que pueda abrir un debate, solamente un saludo. Pero es algo.
Lola es una compañera de trabajo que ya me había ayudado antes. (El colegio realiza un concurso literario por internet en que se hacen preguntas sobre un determinado libro. - Gracias, Luis Soria, Antonio y David por vuestros esfuerzos. - Como la mitad d elas preguntas son en inglés, idioma que domino aún peor que el castellano, Lola me ha ayudado en todo lo concerniente a ese idioma, hasta que, por diversas razones, dejé de participar)
Como lo prometido es deuda, cuando comencemos el nuevo curso, en septiembre, le daré el ejemplar de "Pelayo, rey" que se ha ganado.
Así se unirá a Javier Serra (Antiguo alumno y padre de alumnos)quien, como ya dije, se ha hecho merecedor del otro ejemplar por haberme señalado, ante mi petición de ayuda acerca de un texto que narrase la conquista de Lisboa por Alfonso II, la crónica "Carlomagno y el reino Asturiano" de Eginardo. La verdad es que me la ha recordado, pues ya la había consultado, y sin éxito, pero lo había olvidado y, aunque el problema no está resuelto, le considero ganador del "premio".
Y ya no tengo más libros de los que, por contrato, me entrega la editorial. Si se diera el caso de que alguien se hiciera merecedor de otro (de momento no hay proyecto de ofrecer más) tendría que comprarlo yo mismo en alguna librería.
Pero, aún sin premio, espero que más lectores se animen a colaborar.
Un saludo a todos.

2 de agosto de 2010

Una pausa y algunas reflexiones

Desde que comencé este blog he ido interviniendo al ritmo de una entrada diaria. Es un ritmo demasiado intenso y, para los que lo sigan, puede llegar a ser aburrido (A no ser que lo que cuente sea realmente interesante, pero me temo que no es mi caso), mientras que para mi representa casi una obligación. Concepto que, en período vacacional, es bastante incómodo. Bien, es el momento de hacer una pequeña reflexión.
Si he seguido este ritmo se debe a que he intentado contar la génesis de mis novelas, en especial de la que ya está publicada, desde el primer momento en que comencé a pensar en escribirla, hace ya quince años. Y quería llegar pronto hasta el momento actual, para poder hablar de ideas y proyectos. Aún no hemos llegado hasta el día de hoy, pero nos hemos quedado en un momento, hace seis años, en que ya “Pelayo, rey” estaba en la calle, mis amigos, y mucha más gente desconocida, ya lo había comprado y leído, y ya tenían (tienen) base suficiente para entrar en este blog y debatir sobre ella.
Pero eso nos lleva a otra reflexión: Hasta el día de hoy no he recibido un solo comentario en el blog. Puede ser porque yo no sea lo suficientemente ameno e interesante, porque el blog no esté lo bastante difundido o por cualquier otra causa, pero el hecho es que no está cumpliendo los fines para los que fue creado (Y de nuevo gracias a mi hijo Pablo porque ha suplido mis limitaciones en cuanto a estas – y todas – las posibilidades de Internet)
Tengo registrados cinco seguidores: Juan Camino, Luz Morales, Carlos Solís, Ana Vega y Roberto Gómez (por orden de inscripción); Gracias a todos ellos.
Y en cuanto a las peticiones que hice acerca de algunos temas, me han respondido (Pero no en el blog, sino a mi correo, por lo cual no se han podido compartir sus respuestas) Javier Serra, María de Lombas y Dania Campos. Muchas gracias también.
Voy a copiar esta entrada y enviarla a todos mis contactos de e-mail para ver si se animan a participar en el blog.
Y, a partir de ahora, espaciaré (en beneficio, también, de mis agobiados lectores) la narración de lo que pasó ( y está pasando) con mis novelas (La publicada, las escritas, y las concebidas en los últimos seis años) hasta el día de hoy.
Una vez más, gracias a todos.

1 de agosto de 2010

Las presentaciones

Retomamos el tema que dejamos pendiente ayer, el de las presentaciones, comenzando, como es lógico, por la primera, en Oviedo.
Como ya he dicho, era puente, así que aproveché para viajar a Asturias con mi mujer y mis amigos Tomás y Elena (ya hablé de ellos cuando estaba haciendo las primeras fotocopias) un par de días antes, arreglar algunas cosillas en mi casa de Luanco y hacer una visita a la Santina. Para todo asturiano Covadonga es un sitio especial, y para los que no lo son, no creo que pueda explicarlo. Después de rezar en la Cueva, fui a ver el Museo y entregué un ejemplar de mi libro (De los cinco que me había proporcionado la editorial, uno fue para mi mujer, otro para mi hijo, otros tres para los que más me habían ayudado, uno más para el Príncipe de Asturias, de quien fui profesor cuando estudió en nuestro colegio, y éste para la Virgen. Ya sé que no salen las cuentas, tuve que pedir dos más de los que, por contrato, me correspondían). El encargado del Museo soportó con total amabilidad e incluso creo que le hizo ilusión la entrega, me hizo firmar en el libro de honor, no el de todos los visitantes, sino uno mucho más grande que sacó de su oficina, al lado de ministros, obispos y S.A.R. y yo, en resumen, sentí que me derretía de satisfacción.
Al día siguiente, estaba a la hora y en el lugar fijado, esperando distinguir a los que esperaba. Con Jesús Pueyo, el distribuidor, no tenía ninguna duda. Llevaba un ejemplar de la novela en la mano. Concepción, la presentadora, nos reconoció por lo mismo. Se trata de una mujer simpática, joven y muy alta, que cogió el libro en las manos y lo hojeó brevemente. Parecía tranquila, aunque luego me confesó que, por dentro, estaba muy nerviosa. Era la primera vez que iba a hacer una presentación, de un escritor al que no conocía en absoluto y de un libro que no había tenido tiempo de leer. Debo decir que salió del aprieto con notable. Sentado en el estrado yo la miraba de reojo mientras, asombrado, escuchaba como decía maravillas acerca de mi libro y de mi persona y pensaba que no había nadie en la sala que no se estuviera dando cuenta de todo aquello no era más que una sarta de invenciones. Pero si así fue, no se notó. Hubo aplausos, primero para ella, luego para mí, mucho más nutridos, cuando les solté un rollo sobre la situación histórica de España en aquellos tiempos y los motivos que me habían llevado a escribir una novela acerca de ello. Y eso que mi hermano y sus hijas eran los únicos familiares que habían acudido a apoyarme incondicionalmente. Firmé bastantes ejemplares y me volví a Madrid con la sensación de que me estaba convirtiendo en un escritor.
Después de aquella primera presentación vinieron otras, en la Casa del Libro, de Gijón, presentado por mi hermano Anselmo; en el Centro Asturiano de Madrid, con la amable colaboración de su presidente, don Cosme Sordo Obeso, y en la Casa de la Cultura, de Avilés, organizada por “La Nueva España” y de nuevo con la presentación de Concepción Landeira.. Esta última coincidió con la boda de los Príncipes de Asturias y, en mi calidad de vecino de Madrid y de antiguo profesor de S.A.R. don Felipe, me invitaron a ir a los estudios de Teleavilés para comentar la ceremonia en directo. Luego en el Fnac de Oviedo, para la que solicité la presentación de mi buen amigo, el profesor Juan Cueto y en el de Madrid, en el que tuve el honor de tener como anfitrión a Luis Alberto de Cuenca, ex – Secretario de Estado de Cultura. Por último, la Feria del Libro de Madrid, con la sensación de firmar ejemplares a gentes que eran unos perfectos desconocidos, y la indescriptible sensación que me produjo el que alguien que había comprado el libro el día anterior, volviera solamente a decirme lo mucho que le había gustado.