En el año 711 un ejército musulmán invadió Hispania y acabó con el reino godo de Toledo. Si esto no hubiera ocurrido, Pelayo hubiera seguido siendo un miembro anónimo de la corte del rey Rodrigo (Si lo que nos han contado las crónicas fue realmente cierto) y mi novela no se habría escrito. Pero ya que la parte central de “Pelayo, rey” se basa en su resistencia a la invasión musulmana y al principio de la Reconquista, tenía que conocer las versiones de la “otra parte”. No para completar lo que había aprendido sobre Pelayo en las crónicas cristianas, pues ya dije que casi nada era lo que los musulmanes habían escrito sobre él, sino para conocerles mejor, y poder narrar, tanto la invasión y conquista de la península, como lo que ocurría en los territorios ocupados mientras nuestro héroe se afanaba en iniciar, en sus agrestes montes, la resistencia a los invasores creando el germen del futuro Reino de Asturias.
Mi primera acción no me resultó difícil. Por los escritos de Sánchez Albornoz había llegado a conocer la existencia de un célebre arabista, con el que el sabio historiador había polemizado frecuentemente por mantener puntos de vista enfrentados (mejor, así tendría una visión más amplia), aunque de enormes conocimientos sobre la materia. R.P.Dozy es imprescindible para conocer a fondo a los musulmanes de la primera época, la de su expansión. Y sus libros aún pueden encontrarse. Rápidamente busqué, encontré y compré los tomos I y II de su “Historia de los musulmanes”, Ediciones Turner, 1988 , y, aparte de tomar notas para mi novela, me los leí de un tirón. Es lógico que Dozy mantuviese frecuentes discusiones en sus escritos con Sánchez Albornoz, pues escribe con la misma amenidad y con una pasión en sus tesis comparables a las de aquél. Casi todo lo que de la historia de los musulmanes hay en mis novelas sigue sus tesis y comentarios, al igual que para los reinos cristianos me he dejado guiar por Sánchez Albornoz.
Empeñado en completar mis conocimientos sobre la España musulmana en tiempos de Pelayo seguí buscando por las librerías y, también sin dificultad, me llamó la atención un libro no demasiado voluminoso, pero también muy bien documentado y que cumplía con mis necesidades: “La conquista árabe” de Roger Collins, editorial Crítica, 1991. Con él completé mis conocimientos sobre los musulmanes en tiempo de don Pelayo y me consideré casi preparado para escribir. Casi, porque, al igual que me había ocurrido con los escritos cristianos, estos autores hablaban de y basaban sus teorías en crónicas más antiguas escritas por autores casi contemporáneos de los hechos. Y me puse a buscarlos. Esto fue un poco más complicado. Pude encontrar y compré la “Historia de Al-Andalus” de Ibn Idari al-Marrakusi, escrita en el siglo XIII, Ediciones Aljaima, 1999. Pero no me pareció suficiente. Buscaba algo más antiguo, en especial el “Ajbar Maymúa” o “Colección de Tradiciones”, que tanto Sánchez Albornoz como Dozy citan con profusión, pero me fue imposible. Afortunadamente, entre mi buen amigo y compañero de los sábados deportivos del colegio, Sebastián Sabando, que por aquella época vivía en Alcalá de Henares, y buscó en esa Universidad, y mi hijo Pablo, que investigó en la biblioteca de la Autónoma de Madrid, en la que entonces cursaba sus estudios, conseguí en préstamo el “Fath al-Andalus”, traducción y edición de González Argel, 1888; la crónica de “Ibn al-Qutiya” (el “hijo de la Goda”, un bisnieto del rey godo Witiza de cuyos descendientes, cuando acabe de escribir – si es que lo hago algún día – esta historia de mis novelas, contaré unas anécdotas que me ocurrieron en la Universidad de verano de Vélez-Málaga en 2007), traducción y edición de J. Ribera, 1926 y, por fin, el anhelado “Ajbar Maymúa”, ed. Lafuente Alcántara, 1867. Me apresuré a tomar notas y notas (alguno casi lo copié literalmente), pues tenía que devolverlos antes de quince días, y, una vez más me consideré capacitado para comenzar a escribir. Pero solo por un momento, porque pronto caí en la cuenta de que tendría que describir sitios y paisajes que no conocía, así que aún me quedaba una tarea que realizar antes de estar suficientemente preparado: conocer “in situ” los lugares más significativos que iban a aparecer en mi novela. Y esto me da pie para la siguiente entrada.
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