Hace tiempo (desde el sábado 13 pasado) que no escribía en el blog. En mi última entrada había anunciado que iba a contar una anécdota que me había ocurrido y que tenía relación con personajes que aparecían en la novela que estaba explicando (la nieta de Witiza y madre del cronista árabe ibn al Qutia) y estaba esperando a tener a mano algunos datos para relatarla con más exactitud.
Gracias al “orden” que reina en mi despacho y entre mis libros y apuntes, no he conseguido encontrar las notas referentes a ese hecho, así que tendré que acogerme a mi memoria (cada vez más inexacta e imprecisa) y procurar no cometer demasiados errores en el relato.
Como ya he dicho reiteradas veces, paso mis vacaciones de verano en la localidad costera malagueña de Torre del Mar, perteneciente a Vélez-Málaga, cuyo ayuntamiento organiza una Universidad de Verano con diversos cursos, a algunos de los cuáles, si me resultan interesantes, me suelo apuntar.
Hace unos años, quizá cinco, quizá siete, no puedo asegurarlo sin consultar mis desaparecidas notas, uno de los cursos tenía el atrayente título “La Biblioteca perdida de Timbuctú, españoles en la curva del Níger” y, por supuesto, me apresuré a reservar una de las escasas plazas disponibles.
El ponente era el honorable profesor XX (Lamentablemente no recuerdo el nombre) y el tema era las peripecias que había pasado una familia de moriscos, expulsada de España cuando la rebelión de las Alpujarras, para conservar, a través de sus viajes hasta llegar a orillas del río Níger, los manuscritos de sus antepasados, entre los que se encontraban algunos de los escritos de Ibn al Qutia.
A continuación nos reveló el auténtico objetivo de ese curso; los manuscritos habían corrido serio peligro en varias ocasiones a lo largo de su historia, pues en los momentos de mayor intransigencia islámica en Nigeria habían tenido que ser enterrados para evitar que, al estar algunos escritos en latín en vez de en árabe, o poder ser considerados poco fieles al Corán, fuesen quemados. Así que el honorable XX pedía que el ayuntamiento de Vélez Málaga costease la construcción de una biblioteca en Timbuctú donde fuesen custodiados, y lo hacía en su calidad de descendiente directo de citado ibn al Qutia, a su vez hijo de Sara “la goda”, hija de Ardabasto quien, a su vez, era hijo del rey de España, Witiza. Y, medio en broma (o quizá no), decía que, al haber sido Witiza derrocado ilegalmente por Rodrigo, él mismo podría alegar derechos a la corona de España.
Esto resultaba mucho más gracioso al constatar que quien así nos hablaba era un hombre, negro como el tizón, (por favor, que no se busque ninguna connotación racista), color de piel habitual en los nigerianos actuales.
En el turno de preguntas estuve a punto de pedir la palabra para decir que Witiza no fue derrocado por Rodrigo, sino que a su muerte, el senado (el trono, en los godos era electivo, no hereditario) decidió escoger a Rodrigo, elección contra la que se rebelaron, inútilmente, los hijos de Witiza. Y que, aún en ese caso, la corona hubiera pertenecido al hijo mayor, Achila y no al segundo, Ardabasto, de quien descendía ibn al Qutia y, según él mismo afirmaba, el ponente. Pero, prudentemente, me callé. Iba a aprender, no a meterme en polémicas.
Eventualmente, el ayuntamiento de Velez Málaga costeó la biblioteca (He podido ver fotos posteriores) y la conservación de los manuscritos en Timbuctú. (Claro que eso fue antes de la “crisis”)
Espero no haberos aburrido mucho con esta historia. En la próxima entrada volveremos a hablar de la novela.
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