Iba a escribir una novela sobre un determinado grupo social, los muladíes, (los mozárabes quedaban para otra ocasión) por lo tanto el protagonista tenía que pertenecer a este sector: hispanos que, viviendo bajo el dominio musulmán, aceptaban la religión islámica. Primera elección, ¿mi protagonista iba a ser un personaje real o imaginario?
Hasta ese momento, los “héroes” de mis novelas habían sido personajes reales (Pelayo en “Pelayo, rey” y en la aún no publicada “La muralla esmeralda”, Fruela I y Alfonso II en “La Cruz de los Ángeles” y Alfonso III en la aún no concluída que cerraría la serie), así que si quería que mi personaje fuera auténtico, tendría que buscar alguno de ese grupo que hubiese destacado y del que hubiese reseñas históricas. Los más conocidos fueron, sin duda, los Banu Qasi del valle del Ebro; Fortún, el hijo del duque visigodo Casio, su hijo Musa ibn Fortún, su nieto, el más famoso, Musa ibn Musa, llamado “el tercer rey de España”, y varios de sus bisnietos y tataranietos. Pero todos ellos ya habían sido utilizados en mis novelas, cronológicamente posteriores, aunque ya escritas, y además como pertenecientes a “los malos” que se oponían a mis protagonistas, “los héroes”.
Otro muladí de gran importancia fue Ibn Hafsun, el señor de Bobastro que tuvo en jaque a los emires cordobeses durante mucho tiempo. Aunque también había aparecido en mis novelas citadas, solo lo fue de manera tangencial, lo que me permitía usarlo como protagonista en esta; además, cumplía con todos los requisitos, había luchado contra sus correligionarios musulmanes, ayudando (aunque involuntariamente) a los reyes asturianos, y al final de su vida retornó a la religión cristiana. No obstante, también lo deseché, aunque queda como opción para una próxima novela (su vida aventurera lo merece) y, como pequeño homenaje, hice que su bisabuelo tuviese una pequeña aparición en las páginas de esta novela.
A pesar de que, como he dicho, los protagonistas de mis novelas fuesen personajes reales, había disfrutado mucho elaborando aquellos otros que correspondían solamente a mi imaginación, pues podía con ellos hacer lo que quisiera. Por este motivo decidí que, por esta vez, el “héroe” sería un personaje inventado. Un muladí anónimo que, sin embargo, tuviese parte en todos los acontecimientos históricos que ocurrieron en aquellos tiempos y que estaban relatados en las crónicas, cristianas o musulmanas, de que disponía y que había estudiado para la elaboración de mis novelas.
Pero, claro, esta novela tendría que ocupar su lugar en la serie y, por lo tanto, tener relación con el reino de Asturias. Ya había hablado de Pelayo en “Pelayo, rey” y tenía escrita “La Cruz de los Ángeles”, que comenzaba con el reinado de Fruela I, así que me quedaba por llenar el hueco correspondiente a los reinados de Favila (Muy breve) y Alfonso I. La acción tendría lugar en esos años. Y en esos años la única relación entre el reino asturiano y los territorios sometidos a los musulmanes tuvo lugar al norte del Duero, donde están relacionados varios lugares que Alfonso I atacó, volviendo después a la seguridad de sus tierras asturianas, ante la imposibilidad de conquistarlas permanentemente. (Esto me vino muy bien cuando, posteriormente, escribí “La muralla esmeralda” de la que hemos hablado en las entradas anteriores del blog).
Así que mi protagonista (Abdul, le llamé, sin ningún motivo especial) sería un muladí habitante de algún pueblo (no había ciudades propiamente dichas) de la zona norte de la meseta superior. De camino a Asturias desde Madrid hay un pueblo que se llama “Villa Fáfila”, a orillas del Valderaduey, y rápidamente los adopté como sitio natal de mi protagonista, aunque el motivo que utilicé para el nombre del pueblo, fuera, a todas luces, improbable.
Se me presentaba otro problema. Los motivos que indujeron a la mayor parte de los cristianos que abrazaron la religión musulmana (los muladíes) para tal apostasía fueron egoístamente económicos (pagar menos impuestos). Un “héroe” no podía dejarse llevar por motivos tan poco nobles, así que la solución fue muy sencilla: El padre de Abdul fue quien abrazó la religión musulmana y, según las normas islámicas, sus hijos también eran musulmanes, lo quisieran o no, salvo pena de apostasía castigada con la muerte. (Dejo este apunte para aquellos que quieren comparar en pie de igualdad la religión musulmana con la cristiana y para aquellos de mis compañeros que, con motivo de enaltecer “Al Andalus”, han dicho que el próximo año (2011) celebramos los mil trescientos años de la venida de los muuslmanes.)
Bien, ya tenía mi protagonista, un joven de Villa Fáfila cuyo padre había adoptado la religión musulmana. Ahora tenía que buscar la excusa para que estuviese presente en los acontecimientos históricos de los que tenía noticias, pero eso será en próximas entradas.
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