El cuarto rey asturiano, Fruela I, sucede a su padre Alfonso I en el
año 757. No sabemos si por herencia paterna; por derecho matrilineal, por ser
hijo de Hermesinda, según las costumbres ancestrales de los astures; o por
elección de los nobles, según los usos visigodos (posiblemente todos los
factores pesaron). Sabemos que tuvo un carácter fuerte y difícil, según nos
dicen las crónicas (ya más cercanas en el tiempo) y según los apelativos con
que se le conoce. “El cruel” o “El justiciero”, según las antipatías o
simpatías del cronista correspondiente. Al principio de su reinado sometió a
los vascones, trayendo como rehén a una de sus jóvenes principales, Munia
(algunas crónicas la hacen hija del rey Bermudo, primo de Fruela, pero lo he
obviado porque no me cuadran las fechas), que, posteriormente, fue la madre de
sus hijos, Alfonso (el futuro Alfonso II, “el casto”) y Jimena (según las
leyendas, la madre de Bernardo del Carpio, pero esto es aún más imposible, pues
el héroe del romancero mató a Roldán en Roncesvalles cuando su hipotética madre
aún no había nacido o, a lo sumo, era una niña de menos de siete años de edad).
Concedió unas tierras en las que se fundó un monasterio que dio lugar a la
ciudad de Oviedo y pasó allí frecuentes temporadas (posiblemente, allí nació su
hijo). Rechazó una invasión de los musulmanes (esto no está comprobado con
seguridad) en la que mató a un hijo de Abderrahmán (otra incongruencia
histórico-temporal que, al igual que la intervención de Bernardo del Carpio, me
ha obligado a hacer “juegos malabares” para conseguir introducirla en mi
novela). Creyendo (equivocada o certeramente) que su hermano Vimara conspiraba
para arrebatarle el trono, le mató con sus propias manos, siendo, a
continuación, asesinado por los nobles en el año 768.
Una vez terminada mi primera
novela, Pelayo, Rey, y antes de su publicación, comencé a escribir otra con el
título de La Cruz de los Ángeles, subyugado, quizá, por la belleza de la joya
de ese nombre, conservada en el tesoro de la Catedral de Oviedo. Esa cruz fue
donada por el hijo de Fruela, Alfonso II “el casto” a dicha catedral y, cuando
me documentaba para redactarla y justificar su título, me ví atraído por la
personalidad del vehemente monarca, cuya vida me pareció lo bastante
apasionante como para merecer ser novelada.
Entonces tomé una decisión de la
que, aún hoy, dudo que fuera acertada. Ya que estaba enfrascado en la
confección de una novela sobre la Cruz de los Ángeles, decidí dividirla en tres
partes: la primera dedicada a Fruela; la segunda a los cuatro reyes que
ocuparon el trono entre el año 768 y el 791 (una época de la que no hay
demasiados datos, pero en la que, sin duda, hubo intrigas y lucha de facciones
por el poder), y una tercera ya con el protagonismo de Alfonso II y con la
aparición de la joya que le iba a dar nombre. Eso me llevó a no profundizar
demasiado en la personalidad de Fruela I y a ser demasiado parco en cuanto a
Alfonso II, del que solo narré una parte de su vida (realmente, de la que hay
más datos históricos). Sigo dándole vueltas a si no hubiera sido mejor escribir
tres novelas, y narrar en la tercera la vida completa (82 años de vida y 51 de
reinado) del “Rey casto”. Quizá lo haga algún día.
Fruela I aparece en La Cruz de los
Ángeles recién coronado, tras la muerte de su padre y volviendo de su
expedición a tierras vascas. Su enamoramiento con Munia y el modo como esta le
corresponde, aunque me satisface en el fondo, debo reconocer que está tratado
sin demasiada profundidad, mientras que hago hincapié (necesario, por otra
parte) en el rechazo de los nobles de Cangas a la mujer vasca (tomado del
historiador Sánchez Albornoz, que lo presenta como posible y que rápidamente
acepté por sus posibilidades novelescas), cautiva, rehén, concubina o reina,
que todas esas cosas fue del fogoso rey asturiano.
Este rechazo y el posterior
asentamiento de la pareja real en Oviedo, alejándose de la corte, fue la causa
de la conspiración para derrocar a Fruela, de la que éste hizo responsable a
Vimara (y si estaba en lo cierto, o no, la novela no lo desvela), y del
posterior desenlace sangriento con que da fin la primera parte de esta novela.
Sirve esta primera parte, también,
de presentación de una mujer que va a tener una importancia capital en el reino
durante los cuatro reinados (o cinco, según se considere) posteriores: la
hermana de Fruela, Adosinda (del mismo nombre de la hermana de Pelayo que
aparece en las novelas a él dedicadas); hija de un rey, hermana de otro, prima de un tercero,
esposa de un cuarto, hermanastra de un quinto y tía, en fin del sexto, es el
nexo de unión de todos ellos en la historia de Asturias de aquellos complicados
años.
Una vez terminada esta novela, tuvo
que esperar a que se publicasen La Muralla Esmeralda y El Muladí para respetar
el orden cronológico histórico. En cada una de ellas había cosas que influían
en el texto, ya escrito, de la Cruz de los Ángeles y que hubo que modificar, lo
que, quizá, fue otra de las causas de que no me sintiera demasiado entusiasmado
con el resultado final.
Pero, en esos momentos, ya estaba
enfrascado en la redacción de La Estirpe de los Reyes, que coincidía, en el
tiempo, con El Muladí y con La Cruz de los Ángeles; Muchas de las escenas que
iban a narrarse, ya lo habían sido en las anteriores, por lo que no debían
repetirse; pero no podían obviarse por su importancia en el desarrollo de la
trama, por lo que tenían que ser descritas de diferente manera, ya siendo
narradas por un personaje que estuvo en ellas, y que se las cuenta a otro, ya
expresándolas desde un diferente punto de vista. Eso no afectó demasiado al
personaje de Fruela, pues ya he dicho que no le había tratado con la
profundidad deseable, aunque sí aproveché para dedicarle bastantes párrafos
más.
Y, por fin, ya entregada a la
editorial La Estirpe de los Reyes, pude dedicarme a la desazón que me causaba
La Cruz de los Ángeles. Descarté (de momento) la posibilidad de convertirla en
tres novelas separadas y me dediqué a hacer una nueva redacción. Eliminé, de
momento, la circunstancia improbable de la que había hablado antes, prefiriendo
perder un momento ciertamente impactante y novelesco en aras de una redacción
más creíble y cercana a la realidad histórica. Esto no afectó demasiado a
Fruela, pero sí a su relación con personajes de su entorno, aunque mejor
hablaremos de ello cuando nos dediquemos a los siguientes reyes. Aunque sí me
sirvió para, sin abandonar la descripción de su carácter hecha en la primera
redacción (y acertada, a mi parecer), profundizar mucho más en ella (y
dedicarle muchas más páginas), así como introducir hechos que se habían quedado
fuera en la primera redacción, bien porque entonces no lo consideré oportuno,
bien porque no tenía conocimiento de ellos cuando la escribí por peimera vez.
Y ahora me queda la duda de si
publicarla o no. Evidentemente, ha mejorado mucho, pero se han cambiado cosas
que harán que no esté del todo de acuerdo con la trama del resto de las
novelas. Además, publicarla mejorada, ¿no sería una especie de engaño a los que
ya hayan comprado la original? De momento no puedo resolver mis dudas, pero hay
tiempo, antes deben publicarse otras dos.