He dejado para el final al grupo de personajes por el que siento más cariño. Aunque tengo que reconocer que respecto a ellos estoy un poco desconcertado. Como he dicho numerosas veces, aunque ni he nacido, ni me he criado, ni he vivido regularmente en Asturias, me siento absolutamente Asturiano. Asturianos fueron mis padres (de Luanco mi padre y, aunque cubana, hija de asturiano, de Cenero, mi madre), asturianos mis abuelos y así sucesivamente.
Hace unos años dediqué uno de los veranos que pasaba en mi tierra para ir de archivo parroquial en archivo parroquial elaborando mi árbol genealógico (Lo tengo colgado en Genoom y allí mis parientes van añadiendo los datos que saben, aunque nadie se ha tomado un trabajo similar al mío); llegué lo más lejos posible en todas las ramas, hasta que la falta de datos, archivos perdidos, quemados en la Guerra Civil (la barbarie sin sentido es algo consustancial, por desgracia, con los seres humanos – algunos-), ilegibles etc., me impedían seguir. No obstante, en algunas de ellas llegué hasta el año mil quinientos y pico. Y casi todas ellas en el territorio del actual concejo de Gozón (que no coincide exactamente con el del medieval condado de Gauzón, uno de los referentes de mis novelas)
Pero a pesar de todos mis esfuerzos, no he aclarado una duda. ¿Desciendo de los astures establecidos desde antiguo en estas tierras y que lucharon (tema de una próxima novela) defendiendo su independencia contra los romanos, godos y musulmanes? ¿O de los hispanoromanos que también, según los estudios histórico-arqueológicos, llevan allí desde principios de nuestra era? ¿Estamos hablando de grupos humanos diferentes o son, básicamente, el mismo, con la única salvedad de el momento, anterior o posterior, en que adoptan el lenguaje, la religión, la cultura y las costumbres más “civilizadas” de los romanos?
No soy historiador ni arqueólogo. Simplemente, y con muchas limitaciones, un aprendiz de novelista. Así que, sin más razones que mi intuición, adopté la tesis de que no hay más que un pueblo asturiano que, gradualmente y según están más en contacto con los romanos, van asimilándose a éstos. Finalizando esta unión en el transcurso de la novela, con la intervención esencial del AMOR que nuestro protagonista siente por Gaudiosa y de la AMISTAD que le une a Julián. Recuerdo unas palabras que le hice pronunciar a Pelayo en su discurso ante sus seguidores: “No más godos, no más hispanos, no más astures… ¡Todos asturianos!”, históricamente improbables, pero de gran efecto novelesco. Aunque tengo que reconocer que en su novela “Los clamores de la tierra”, que ya he citado en otras ocasiones, Fulgencio Argüelles, mucho más erudito en estos temas que yo, coloca en tiempo de Ramiro I una rebelión de tribus astures paganas contra los súbditos cristianos de este rey, godos e hispanos. Esto tiene su base en las crónicas de tiempos de Alfonso III (nieto de Ramiro I), que relatan que este rey acabó con los “magos”. Bien, pudiera ser que la unión que yo imagino en tiempos de Pelayo no hubiera sido total y que existiesen cien años después tribus aún con costumbres paganas y que no aceptasen la dominación de los reyes asturianos, aunque la rebelión de Pelayo no habría podido llevarse a cabo sin la cooperación de algunas o muchas de dichas tribus.
Y vayamos ya con los personajes: Todos inventados, por supuesto, ya que no hay testimonios escritos de ninguno.
De Gaudiosa, la esposa de Pelayo, ya dije que nada hay que permita suponerla perteneciente a los astures, salvo la imaginación del autor.
Su padre, el jefe Otur, tiene (¿debo avergonzarme por decirlo?) una pequeña influencia, sobre todo estética, en el jefe galo de Astérix, Abraracourcix. Y es un ejemplo para otros líderes más preparados intelectualmente, pero menos conocedores de la idiosincrasia de sus súbditos. Su nombre está tomado de un pueblo, cerca de Cudillero, del que son originarios los dueños de dos bares situados cerca de mi casa de Madrid.
Su sucesor, el jefe Cueto (nombre típicamente asturiano, pero que, al adjudicárselo no caí en la cuenta de que coincidía con el apellido de un amigo, docto profesor de Avilés, que me hizo la presentación de la novela en el Fnac de Oviedo y que, durante ella, ironizó (mientras yo le escuchaba tremendamente avergonzado) sobre los defectos que yo le había atribuído. (Glotonería, pereza, etc.) Declaro solemnemente que ninguno de ellos le corresponden y que, si volviera a escribir la novela, o bien cambiaría el nombre – más bien apodo – de este personaje, o le retrataría de otra manera. No obstante, quise retratar en él, cómo es sorprendente que algunos personajes de estas características, absolutamente inútiles en otros aspectos de la vida, tienen una larga y exitosa carrera política. (Y alguno, sin duda, tuve en mi imaginación mientras escribía)
Pedro, “el raposu”, ambicioso, cobarde y traidor. ¿Cómo pude describir así a un asturiano? Bien, si había personajes así de viles entre los musulmanes y los godos, tenía que hacer realidad el refrán de que “en todas partes cuecen habas”. Y así se realzarían más las virtudes de los protagonistas.
Y el más joven, Xuan, “el roxín” (el pelirrojo). Típico personaje asturiano: decidido, emprendedor, al que no se le pone nada por delante… ¿somos así? Posiblemente no, pero para los que lo duden, hay una página en Internet “diferencias-de-un-asturiano-con-el-resto”, bastante graciosa. Si alguien quiere pasar un rato divertido, puede pinchar en: http://www.scribd.com/doc/464517/Diferencias-de-un-asturiano-con-el-resto
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