29 de enero de 2011

LA CRUZ DE LOS ÁNGELES III – El primo de zumosol.

Como decíamos en la anterior entrada, estos dos ataques en años consecutivos a su capital, debieron hacer pensar a Alfonso que de nada valía embellecer y engrandecer a Oviedo, si cada verano era saqueada por ejércitos musulmanes ante los que, de momento, se encontraba impotente. Posiblemente este fue el motivo de la embajada que, en el año 797, envió al poderoso Carlomagno, rey de los francos que, tres años después, sería coronado emperador por el Papa león XIII (Acontecimiento también narrado en la novela, y con una cierta implicación en la trama, al menos de algunos de sus personajes).
Quizá esta petición de ayuda surtió efecto, pues Oviedo no volvió a ser atacado. O quizá fue debido a la muerte del emir y a que su hijo Al-Hakam volvió a sufrir los problemas que tuvieron que superar sus antecesores para asegurar su sucesión, agravados, en el caso de éste, por su notoria falta de “piedad”, que le llevó a enemistarse con los sectores más intransigentes y fundamentalistas de sus súbditos. (¿les suena esto?).
Pero la petición de ayuda a Carlomagno trajo otras consecuencias. Una de ellas que el poderoso rey de los francos considerase esta petición como una especie de sumisión. (En sus misivas al rey Asturiano le denominaba “mi súbdito”, dándole el mismo trato que a los reyes de los territorios fronterizos dominados por él, Aquitania, Sajonia…), lo que causó el enojo de los sectores más “pro-godos” del Reino Asturiano, secularmente enemigos de los francos, y que, tiempo después, llevó al derrocamiento del rey casto y a su encierro en Ablaña, del que fue liberado al poco tiempo por la decidida acción de sus “fideles”, hecho también de importancia en la trama de la novela.
Otra fue que Carlomagno envió a Asturias a una de sus sobrinas para que se casase con Alfonso, certificando así su alianza. ¿Cómo iba el “Rey Casto” a contraer matrimonio? Este hecho también tiene importancia en la trama de la novela, y da pie a la presencia de los peregrinos francos (hacía poco que se había descubierto el sepulcro del Apóstol Santiago, hecho también narrado e introducido en la trama de la novela) que serán confundidos con los “ángeles” que dan nombre a la Cruz, símbolo de Oviedo y que también se relacionaran con lo citado en el párrafo anterior.
Y, por último, el deseo de Alfonso de hablar de igual a igual con Carlomagno le llevará a atreverse a saquear la populosa y lejana Lisboa, lo que me conduce, de nuevo, a tratar un tema que ya se ha asomado a las páginas de este blog en dos ocasiones y que, a riesgo de cansar a mis lectores, trataré en la próxima entrada por tercera vez.

22 de enero de 2011

LA CRUZ DE LOS ÁNGELES III – Oviedo atacado.

No debió pasar desapercibido para Hisam I, hijo del primer emir independiente, Abderrahmán I, el nuevo esplendor del reino asturiano, y, en el año 794 (sigo, como en casi todos los casos, las tesis de Sánchez Albornoz), derrotados ya por su padre la mayor parte de sus numerosos enemigos, envía un poderoso ejército al mando de Abd al Malik (un nieto del conquistador de córdoba, Mugait al-rumí, quien, en razón de su apodo, podemos considerar de ascendencia cristiana, posiblemente bizantina) hacia el norte. Éste general, al mando de un numeroso ejército musulmán entró en Asturias, probablemente, por el puerto Ventana o por la calzada de la Mesa, llegó hasta Oviedo, cuyas murallas aún no estaban concluídas, la tomó por asalto y la saqueó. Pero no consiguió su principal objetivo, capturar al rey cristiano que osaba oponerse al emir y acabar así, en su raíz, con la gestación de un poder que se opusiese a la islamización de toda la península. Alfonso, sabedor de que no podía competir en campo abierto con el ejército musulmán, había abandonado Oviedo antes de su llegada y les esperaba, emboscado, en su camino de regreso. Abd al Malik, después de su fácil victoria, no se esperaba ninguna complicación y pagó caro su descuido. En Ludos fue aniquilado su ejército y él mismo encontró la muerte.
Hisam decidió vengar el desastre y, al año siguiente, envió un nuevo ejército al mando de otro nieto de al-Rumí, Abd al Karim, quien repitió los pasos de su hermano. Esta vez, Alfonso, crecido por su victoria del año pasado y deseoso, quizá, de defender su capital, a la que continuaba embelleciendo, presentó batalla a los invasores en los puertos que separan Asturias de la meseta. Pero había subestimado la fuerza de los musulmanes. Derrotado, tuvo que huir, perseguido de cerca por la caballería de Abd al Karim. Tan de cerca que los enemigos entraban en Oviedo por una de sus puertas a la vez que Alfonso y los restos de su ejército salían por la otra. De nuevo saquearon los musulmanes la capital asturiana, pero, receloso el general cordobés de que no le ocurriese lo mismo que a su hermano, en vez de perseguir a Alfonso, emprendió la retirada antes de que la llegada del otoño hiciese menos seguros los pasos de la cordillera. Y de nuevo el rey casto regresó a su ciudad para reparar los daños y continuar organizando su reino.
No pudo seguir insistiendo Hisam en sus ataques al reino asturiano, pues falleció al año siguiente y su hijo y sucesor, Al Hakam I tuvo, como su abuelo, que hacer frente a numerosos enemigos internos (algo recurrente en los gobernantes musulmanes, desde aquellos tiempos hasta nuestros días) que le obligaron a utilizar todos sus soldados.
Pero estos ataques hicieron a Alfonso plantearse la conveniencia de buscar algún aliado, lo que tuvo trascendencia en el devenir del reino asturiano y, más aún, en la trama de la novela, lo que contaremos en la próxima entrada.

15 de enero de 2011

LA CRUZ DE LOS ÁNGELES III – El rey Alfonso.

Alfonso se encuentra refugiado entre los parientes de su madre, en Álava, cuando un mensajero de la corte asturiana viene a ofrecerle la corona. Esta vez no hay problemas; la mayor parte de sus enemigos ya han muerto (Tanto los reales, en la historia, como los imaginarios, en la novela) y el reino asturiano, en situación precaria, busca desesperadamente alguien capacitado para unirlo, organizarlo, y hacer frente a la creciente amenaza de los musulmanes que, poco a poco, van uniéndose en torno a Abderrahmán.
La primera providencia de Alfonso, aún joven, pero ya lo suficientemente maduro como para tomar sus propias decisiones, es alejar la corte de Cangas, adónde la habían devuelto sus enemigos tras la muerte del rey Silo. El valle del Sella está apartado de Galicia, principal territorio de expansión del reino asturiano (Cantabria ya está unida indisolublemente a la corona desde los tiempos de Alfonso I) y también de las principales vías de comunicación con la meseta (En aquellos tiempos, principalmente, el puerto Ventana y la calzada romana de la Mesa) por las que pueden llegar los ejércitos musulmanes. Sin contar que la antigua capital era la base de sus principales opositores.
¿Y qué mejor lugar para establecer su sede que la colina en que había nacido? Oviedo, por su excelente situación central, había crecido desde el primitivo monasterio que, en tiempos de Fruela, había sido edificado por Máximo y Fromistano, y, con algo de esfuerzo, podía convertirse en la capital que Asturias necesitaba. Alfonso, con la ayuda de excelentes arquitectos (Tioda) y administradores (Froila del Portal), inicia un programa de construcciones religiosas (la catedral del Salvador), militares (las murallas) y civiles (la foncalada) que devuelven al reino asturiano “El esplendor del tiempo de los godos”.
Pero, cuando alguien levanta la cabeza, corre el riesgo de llamar la atención.

13 de enero de 2011

LA CRUZ DE LOS ÁNGELES .- Bernardo del Carpio

Una de las mayores dificultades con que me encontré en el momento de introducir en mis novelas las diferentes leyendas existentes sobre esos tiempos en la historia de España fue la referida a la de Bernardo del Carpio.
¿Cómo, en una serie de novelas sobre los inicios de la reconquista, iba a pasar por alto la batalla de Roncesvalles y la muerte de Roldan a manos de Bernardo del Carpio? Pero, al documentarme sobre la misma me encontré con varios anacronismos.
El ejército franco de Carlomagno, deseoso de aumentar los territorios que dominaba en la “Marca Hispánica” , y ante la petición de ayuda por parte de Suleimán ibn Yacdhan, al Arabí, un enviado del califa abbasida de Bagdad, que intenta recuperar las tierras que el Omeya Abderrahmán I, primer emir independiente de Al-Andalus ha arrebatado de su obediencia, cruza los Pirineos y marcha hacia el sur, derribando, a su paso, las murallas de Pamplona, capital de los vascones, para evitarse problemas en el caso de tener que retirarse. Pero, al llegar ante Zaragoza, su gobernador, Al-Husayn ibn Yahya, inicialmente conjurado con Al Arabí contra Abderrahmán, se arrepiente y se niega a entregar la ciudad como era lo acordado. Enfrentado a la posibilidad de un sitio prolongado y peligroso, y ante la llegada de noticias acerca de una rebelión de los sajones en otra de sus “marcas” (Territorios fronterizos con que el rey de los francos protegía sus tierras), Carlomagno decide abandonar la empresa y regresar a su reino; pero al atravesar eol desfiladero de Roncesvalles, una coalición de vascones y musulmanes ataca a su retaguardia causando una gran mortandad entre sus nobles, entre ellos su sobrino favorito, Roland (Rolando u Orlando).
Este hecho inspira el cantar de gesta francés “La Chanson de Roland” y el castellano “Romance de Bernardo del Carpio”
La batalla de Roncesvalles tuvo lugar en el año 778, cuando Alfonso II tendría unos 18 años, y unos cuatro o cinco años antes de que falleciese el rey Silo y su tía Adosinda intentase hacerle elegir como el nuevo soberano.
Pero en la serie de romances sobre Bernardo del Carpio, se le hace fruto de los amores ilegítimos del conde de Saldaña, Sancho Díez y de la hermana del rey Alfonso II, Jimena. Bernardo dedica su vida y sus hazañas a conseguir que el rey acceda a liberar a su padre, al que ha encerrado a causa de haber deshonrado a la princesa. Es obvio que Jimena, quien en la fecha de la batalla de Roncesvalles tendría menos de 17 años, no podía tener un hijo que, en esa fecha, fuese capaz de liderar a los vascones y matar al héroe francés Roland.
En un principio pensé en decantarme por una u otra historia para mi novela, pero la épica de Bernardo estrujando entre sus brazos a Roldán, ya que las espadas no conseguían penetrar en su armadura, era demasiado novelesca como para ignorarla. Y, puesto que mis novelas hablan de la Historia de España, no podía postergar a nuestro romancero ante un cantar de gesta francés. Por otra parte, introduciendo la historia de la seducción de Jimena daba un cierto protagonismo a esta princesa que, de no ser así, apenas aparecería en las páginas de la novela.
La solución que adopté fue introducir a dos Bernardos del Carpio, tío y sobrino; uno, el mayor, el vencedor en Roncesvalles, y otro, el menor, el hijo ilegítimo de Jimena; dando por hecho que, en el futuro, los juglares y cantores de gesta confundirían a ambos dada la similitud de sus nombres. Creo que la trama me salió bastante bien y tengo ganas que “La Cruz de los Ángeles” pueda publicarse para que los lectores me digan si estoy en lo cierto. (Aunque habrá que esperar a que lo hagan “La muralla esmeralda” y “El muladí”, ¿lo veré algún día? Ya me voy haciendo mayor…)
Y otro aspecto en el que (¡Increíblemente!) no había caído en ese momento y acabo de darme cuenta al escribir la entrada en el blog. Repito varias veces en mis novelas (y esa es la tesis de los historiadores) que la estirpe de Pelayo finalizó con Alfonso II “el casto”. (Aunque las leyendas dicen que Favila, al morir, dejó dos hijos de corta edad, nada se sabe con certeza de ellos). Pero si es cierto que Bernardo del Carpio (el joven, el del romancero castellano) es hijo, aunque ilegítimo, de Jimena, resulta que es tataranieto de Pelayo y sus descendientes lo serían, también, del héroe asturiano. ¡Mmmm! ¡Qué idea para una novela!

11 de enero de 2011

LA CRUZ DE LOS ÁNGELES II.- Intrigas cortesanas

La segunda parte de esta novela no tiene un protagonista definido como la que le antecede o la postrera. Tanto el impetuoso Fruela como el casto Alfonso tienen por sí mismos personalidad suficiente para llenar las páginas de una historia, por torpe que sea el que la cuente. Los reyes intermedios también podrían ser protagonistas, pero se requería una habilidad de la que, quizá, no dispongo, o un esfuerzo que, en su momento, no consideré pertinente realizar. Si en un futuro (cosa poco probable) me decido a realizar la idea que me ronda por la cabeza y reconvierto esta novela en tres, será el momento de comprobar si soy capaz de hacerlo de una manera interesante.
La existencia del reino de Asturias en estos años es complicada, con luchas por el trono, elecciones entre diferentes candidatos, sin una línea dinástica fuerte que se imponga…, territorio en que los “malos”, los “espías”, astutos y taimados, se mueven como pez en el agua, mientras que los “buenos”, inevitablemente más ingenuos, reciben todas las bofetadas. La novela no podía acabar así, pero al ser solo la fase intermedia, el resultado no es malo.
Tras la violenta muerte de Fruela I, y ante la falta de un sucesor natural (El futuro Alfonso II es un niño de corta edad), los nobles eligen como soberano a Aurelio, hijo de Fruela “el mayor” (el hermano menor de Alfonso I, tío por lo tanto del difunto homónimo suyo), el descendiente de mayor edad de Pedro de Cantabria (Como se verá, aunque no en esta novela, la auténtica cabeza de la dinastía de reyes asturianos). Los historiadores ven en esta elección un triunfo del partido “pro-godo”, manteniendo sus costumbres en cuanto al nombramiento del monarca. Durante este reinado Adosinda, la hermana de Fruela I, dedica todos sus esfuerzos a la protección de su sobrino Alfonso, demostrando que es capaz de enfrentarse a las intrigas y conjuras con decisión e inteligencia, y se casa con Silo. ¿Silo? ¿Y de dónde sale éste? Pues, ante la falta de datos de las crónicas, que solo dejan entrever, y eso no claramente, que su madre era musulmana, le hago hijo del imaginario conde Rodulfo y de una cautiva, aunque nada es absolutamente seguro en aquellos inciertos tiempos.
Tras la muerte (natural, qué poco novelesco, aunque el autor siempre puede cambiar un poco las cosas) de Aurelio, resulta ser Silo el elegido para reinar en Asturias. Y de nuevo ven los historiadores un triunfo de la facción asturianista y sus principios matriarcales. (En los tiempos de mi juventud, ya muy lejanos, conocí casos en familiares que vivían en zonas apartadas, de que la hija mayor se casaba “pa en casa”, heredando la casería, mientras que el primogénito varón iba a buscar esposa y tierras fuera del hogar paterno) esas costumbre ancestrales son las que hacen que, en mi primera novela, “Pelayo, rey”, el noble godo sea aceptado como líder por los astures tras su matrimonio con la hija de un jefe tribal, y en la segunda, “La muralla esmeralda” (Sigo esperando poder publicarla dentro de un par de meses, ya daré noticias), Hermesinda, la hija de Pelayo, entrega su mano y el trono al venido de fuera Alfonso, hijo de duque de Cantabria. De esa misma manera, Adosinda, hija de Alfonso I y nieta de Pelayo, al casarse con Silo, le legitima para aspirar al trono.
El reinado de Silo y Adosinda (En una colección de láminas medievales sobre los reyes asturianos se les retrata juntos, único caso en que una reina figura al lado de su esposo) es un serio revés para “los malos” (en mi ficción), que no debieron hacerle la vida fácil, pues los jóvenes monarcas trasladan la corte a Pravia, bien para alejarse de Cangas, dominada por la facción pro-goda, bien para estar más cerca de las tierras gallegas, territorio por el que se expande el reino asturiano y fuente permanente de conflictos. Allí, en la corte praviana, el adolescente Alfonso realiza las funciones de “Mayordomo de palacio”, cargo equivalente a un primer ministro, sin las connotaciones de servicio que tiene actualmente, y es preparado por sus tíos para que un día acceda al trono que perteneció a su padre y a su abuelo, y que instauró su bisabuelo Pelayo, consolidando así una dinastía patrilineal, al estilo de la que están surgiendo en Europa en esos años. (¡Pero Alfonso decidió pasar a la historia con el sobrenombre de “el Casto”!).
Al morir Silo, Adosinda hace que los fieles de palacio elijan a Alfonso como rey, pero sus enemigos guardaban un as en la manga. Quedaba aún por ahí un hijo de Alfonso I, Mauregato, y, aunque bastardo, es elegido por el resto de los nobles. (La tradición le hace hijo de una cautiva musulmana, y ahí entran los hábiles y taimados “espias y traidores”, que circulan por las páginas de la novela, para conseguir hacerle trunfar). Alfonso tiene que huir a refugiarse con los parientes de su madre, los vascones, y su tia Adosinda es obligada a profesar en un convento (eso es lo que nos cuentan las crónicas, por lo que debe ser cierto. Además el famoso Beato de Liébana estuvo allí en ese momento).
La tradición hace a Mauregato un rey falso y vil, y así lo he retratado yo (cargando las tintas). El tributo de “las cien doncellas”, que se le atribuye, es posiblemente falso, pero novelesco y, por tanto, lo he utilizado. Y, al final, como no, el “malo” muere sin sacar provecho a sus vilezas y el “bueno” consigue la corona. ¿Tan pronto? ¿No habría que hacerlo esperar un poco más? Afortunadamente, la historia acude en socorro del novelista y encuentra otro candidato. Fruela “el mayor” tenía otro hijo aparte de Aurelio; Bermudo, que, poco proclive a los fastos cortesanos había tomado los hábitos y estaba en algún convento dedicado a sus rezos. Allí fueron a buscarle los enemigos de Alfonso, a los que se les estaban acabando los candidatos y le proclamaron rey, a lo que parece, contra sus deseos.
Entretanto Alfonso seguía oculto en tierras vascas y, para que no nos olvidemos de él, le presento escuchando la historia de Bernardo del Carpio y la batalla de Roncesvalles, lo que me cusa unos inmensos problemas de fechas que, para no prolongar más este “ladrillo”, dejaré para la siguiente entrada.
Poco duró el reinado de Bermudo I “el diácono”. A la primera ocasión que tuvo que ir a guerrear contra los musulmanes, se encontró asustado en medio de la batalla y debió pensar, contemplando la lucha en su derredor: (“¿Qué hace un monje como tu en un sitio como este?”) Y, tras la inevitable derrota, recordó súbitamente que había sido ordenado (cuentan las crónicas) y que no era apto para el trono y tomó su mejor decisión: - “¡Que busquen a Alfonso!” – gritó.
Entretanto, en la mayor parte de España, la sometida a los musulmanes, (También lo cuento, no vayan a creer que me olvido de ellos), Abderrahmán I, el Omeya creador del Emirato independiente, luchaba contra los anteriores gobernadores, que no se resignaban a cederle el poder, contra los kelbíes que le reprochaban su apoyo a los qaysíes, contra los enviados de los califas abbasidas y contra los bereberes dispuestos siempre a rebelarse contra quien fuera, por lo que no tenía (afortunadamente) tiempo para preocuparse de los cristianos de Asturias salvo alguna acción esporádica como la relatada de Bermudo.
Pero todo esto iba a cambiar.

9 de enero de 2011

LA CRUZ DE LOS ÁNGELES I.- El rey enamorado

Este es el título que le dediqué a la primera parte de esa novela. Porque (y según Sánchez Albornoz) el enamoramiento de Fruela por la cautiva (o rehén, que tanto monta) vasca, Munia marcó definitivamente el devenir del reino asturiano en aquellos tiempos.
La mayor parte de las investigaciones históricas necesarias para esta novela ya las había hecho al documentarme para “Pelayo, rey”; los libros eran los mismos (Crónicas cristianas y musulmanas, solo que unas páginas más adelante) y la Historia, al igual que en “Pelayo, rey” y a diferencia de las otras dos novelas que la siguen y preceden a la actual, aunque escritas con posterioridad, me proporciona una trama apasionante sin excesivo trabajo por mi parte: Fruela, de vuelta de una incursión en tierras vascas (Posiblemente los valles alaveses) para hacer efectivo su dominio sobre esas zonas, se trae con él una joven vascona, probablemente una hija de sus jefes, si es que se la considera un rehén, o una joven cualquiera si es simplemente parte del botín. Pero el impetuoso rey se enamora de su cautiva y comienza a tratarla con especial deferencia, lo que causa el disgusto de parte de los nobles, ya descontentos con las maneras autoritarias del monarca (Esto ya es de mi cosecha, aunque inspirado por Sanchez Albrnoz)
Aquí ven algunos historiadores una lucha entre una facción más pro-goda que defiende la elección del soberano por parte de los nobles y otra asturianista que se inclina por la sucesión hereditaria. Fruela alcanzó el trono por ser hijo de Alfonso I y una nueva trasmisión a un hijo suyo (aún no nacido) irritaría a los partidarios del sistema electivo, al que ven peligrar, a ejemplo de lo que pasó con la sucesión de Egica a Witiza y la fallida de éste a Achila que ya contamos en Pelayo, rey.
Sea como fuere, Fruela traslada a su cautiva- amante -¿Esposa? al recién fundado lugar de Oviedo, donde nacen sus hijos Alfonso y Jimena (Nombre y personaje el de esta mucho menos cierto históricamente)
La novela aprovecha los primeros capítulos para presentar al resto de los protagonistas. Los nobles, hijos de los que llenaron las páginas de las novelas anteriores: Los hijos de Alfonso I y Hermesinda: el rey Fruela, su envidioso hermano Vimara y su encantadora hermana Adosinda. (Las personalidades de los personajes seon responsabilidad del autor, aunque con alguna base histórica). Sus primos, los hijos del hermano de Afonso I, llamado también Fruela y apodado “el mayor” para distinguirlo de su sobrino y evitar las confusiones que sufrieron, por su parte, los cronistas musulmanes: Aurelio y Bermudo. Y dos personajes que han causado muchos dolores de cabeza a los historiadores: El futuro rey, Silo, del que dicen las crónicas “En su tiempo hubo paz con los musulmanes a causa de su madre”, lo que les lleva a pensar que fue hijo de una musulmana, y el hermananastro del rey, Mauregato, del que también, tanto su nombre como las leyendas, hacen pensar que fuera hijo de una mujer árabe.
Esto me lleva a inventarme dos cautivas musulmanas que fueron llevadas a Asturias en una de las incursiones del anterior rey, Alfonso I (y, por lo tanto, me obligó a contar su historia en la novela que transcurre en tiempos de este rey, “El muladi”, aunque fue escrita mucho después) Fátima y Yasmina, primas, pero de muy diferente carácter y condición, como se verá. De las que una, Fátima, se convierte en la amante del rey (Una vez que este ha enviudado, había que guardar las apariencias) y la otra se casa con el conde Rodulfo (Personaje inventado, hijo de Julián, el amigo de Pelayo en la novela “Pelayo, rey”) para así conectar al futuro rey Silo con los personajes ficticios.
Junto con las cautivas musulmanas, su pariente (o servidor), un personaje taimado con labores de espia al servicio de Abderrahmán I. (Por aquellos años el último de los Omeyas había desembarcado en España y luchaba por instaurar en nuestras tierras un reino independiente de los califas Abbasidas que habían derrocado y asesinado a toda su familia, lo que continuaba manteniendo las tierras asturianas lejos de las ambiciones de los emires musulmanes)
Con todos estos ingredientes, un rey obsesionado con su amada, unos nobles recelosos, y unos espías emponzoñando las relaciones de unos y otros, transcurre la primera parte de la novela, en la que solo Silo y Adosinda parecen inocentes de ambición alguna, hasta que se desencadena el trágico final en el que Fruela mata a Vimara y es asesinado, a su vez, por los nobles (No desvelo nada, es pura historia), causando la subida al trono de Aurelio I

2 de enero de 2011

LA CRUZ DE LOS ÁNGELES I.- Esquema

Comenzamos 2011 (Por cierto, que sea un año feliz para todos mis lectores) hablando de una nueva novela. Aunque no tan nueva, porque “La Cruz de los Ángeles” fue la segunda que escribí, inmediatamente después de haber terminado “La Cruz de la Victoria”, que es la que ustedes conocen con el título de “Pelayo, rey”, publicada por Imágica Ediciones.
Puesto que en aquellos tiempos yo tenía la idea de hacer una trilogía con tres novelas, cada una de ella con referencia a una joya del tesoro de la catedral de Oviedo, esta novela debería tener como parte más importante de la trama la realización de la misma (Incluyendo la leyenda de los ángeles, que le da nombre), lo que sucedió un poco antes del 808, fecha en que Alfonso II la donó a la Catedral de Oviedo.
Esto me llevaba a fijar la acción en la primera mitad del largo reinado de Alfonso II, “el casto” (791 – 842). Perfecto, este monarca, tan importante para Oviedo y para la historia de la Reconquista daba pie para esbozar una trama interesante y novelesca, a la vez que para narrar hechos históricos de gran trascendencia. Aunque me dejaba algo aparte.
Alfonso fue educado por su tía Adosinda, esposa del rey Silo, quien intentó, a la muerte de este último, hacerle su sucesor, ante la oposición de su hermanastro Mauregato, quien a la postre consiguió hacerse con el trono. ¿Iba a dejar sin narrar esos sucesos, que me daban pie para desarrollar una trama apasionante? ¿No iba a hablar de Adosinda, nieta de Pelayo, quien, cosa rara en esa época, no se limitaba a ser reina consorte, sino que intervenía activamente en todos los asuntos del reino? ¿Ni del famoso Beato de Líebana, autor de un himno en que, por primera vez, se pedía la protección específica del apóstol Santiago para el rey de Asturias (Años antes del descubrimiento del sepulcro del Apóstol)y que, testigo de la profesión de la ya viuda Adosinda en un convento, forzada por el nuevo rey Mauregato, recibe allí la reprimenda del obispo de Sevilla, Elipando y comienza contra él la polémica del adopcionismo que tiene como consecuencia la independencia de la Iglesia Asturiana de los obispos que vivían bajo el poder musulmán’ ¿Ni del misterioso rey Silo, de origen desconocido?
Y más aún, ¿cómo desperdiciar al padre de Alfonso, el rey Fruela I, a quien unos cronistas llamaron “el justiciero” y otros “el cruel”? Un monarca que se enamora de una cautiva vasca (Munia, la madre de Alfonso), funda una ciudad nueva, que a la postre será la capital asturiana, Oviedo, y, ante el intento de su hermano Vimara de arrebatarle el trono (al menos eso cree), le mata con sus propias manos, siendo asesinado a continuación por sus parientes. (¡Lo que hubiera hecho Shakespeare con este guión!)
No, no podía resistirme a introducir todo esto, así que esbocé (Ya estaba intentando escribir como es debido) la novela en tres partes. La primera, el reinado de Fruela (Decidí dejar de lado a Favila y Alfonso I, aunque después ya tuvieron su protagonismo en las dos novelas de que hemos hablado antes, “La muralla esmeralda” y “El muladí”); la segunda, las intrigas que dieron lugar a los reinados de Aurelio, Silo, el primer y fracasado intento de Alfonso, Mauregato y Bermudo I; y por último, la tercera parte con el reinado de Alfonso II hasta el momento en que dona la Cruz de los Ángeles a la catedral de Oviedo.
Y así lo hice, aunque, una ver terminada la novela me queda la duda de si no debí escribir tres libros en vez de uno solo. Y aún sigo con ella.