En la parte central de Asturias se encuentra Oviedo, su capital. Acudí a ella, no para contemplarla con objeto de describirla en mi novela (pues en tiempos de Pelayo no existía ya que se fundó en tiempos de su nieto Fruela I, como se cuenta en una de mis siguientes novelas, aún no publicada, “La Cruz de los Ángeles”), sino para visitar su catedral y en ella, la Cámara Santa. Al igual que en lo concerniente a Covadonga, había estado allí varias veces con anterioridad, pero ésta lo hacía con un propósito concreto: ver la “Cruz de la Victoria”, porque mi novela iba a denominarse así (eso pensaba yo entonces) y porque en su interior, recubierta por las hermosas joyas que la forman, estaba el ánima de roble que, según la tradición, llevaba don Pelayo en Covadonga (Y poco me importaba que esa leyenda fuese, con toda probabilidad, falsa, pues el ánima de la cruz es bastante posterior al año 722, en que tuvo lugar esa batalla).
Allí, en la Cámara Santa de la Catedral de Oviedo, parte, a lo que parece, de la primitiva catedral románica que existió en tiempos de Alfonso II y que también se describe en mi novela citada, entre otras muchas joyas se exhiben tres que me llamaron la atención: La citada “Cruz de la Victoria”, la “Cruz de los Ángeles” y “La Caja de las Ágatas”. En ese momento, contemplándolas arrobado, tuve una inspiración. Mi novela se convertiría en una trilogía, con tres libros dedicado cada uno a una de las tres joyas. Durante un tiempo, varios años, esa fue mi intención, pero en como tantas otras cosas, el Destino tenía otros planes.
Ya que Oviedo, como dijimos, aún no existía en la época de don Pelayo, la ciudad principal de Asturias en tiempo de los godos era “Lucus Asturum” en, o cerca de, la actual Lugo de Llanera. También la recorrí buscando vestigios, pero no encontré nada digno de mención, así que tuve que recurrir a mi imaginación para describirla.
Otra ciudad importante de la época fue “Gigia”, la actual Gijón. Probablemente fue allí donde los musulmanes, por un breve período de tiempo, tuvieron su base más allá de la Cordillera Cantábrica y desde donde intentaron dominar el territorio asturiano; y allí sería donde Munuza tendría encerrada a la hermana de Pelayo mientras enviaba a éste como prisionero a Córdoba (Otra leyenda que, sea o no cierta, tiene trascendencia en la trama de mi novela). No es difícil imaginarse a la península de Cimadevilla como una ciudad medieval guarnecida por fuertes murallas que cerrasen el istmo. Incluso hay edificaciones, aunque de fecha muy posterior, que producen esa impresión. Un par de visitas recorriendo sus calles (Y tomando algunos “culines” de sidra en sus numerosos bares) me bastaron para concebir en mi mente los capítulos que narraban ese momento. Aunque el modo en que Pelayo penetraría en la fortaleza de Munuza para liberar a su hermana aún no lo tenía claro. Hasta que se me ocurrió una idea.
Desde la punta donde se encuentra la escultura de Chillida, “el elogio del horizonte” hay una hermosa vista hacia el noroeste, hacia el Cabo Peñas (hoy parcialmente interrumpida por la ampliación del muelle del Musel, tan necesaria, pero tan perniciosa paisajísticamente). En mitad de esa costa se encuentra la villa marinera de Luanco, de donde es originaria mi familia, donde tengo un pisito a orillas de la playa d ela Ribera, y donde pasé ratos inolvidables en mi niñez. ¿No sería posible que…? ¡Por supuesto! Para evitar las murallas de Gigia, Pelayo se embarcaría desde Luanco (con una gran tradición marinera y de pesca de ballenas que se remonta a la Edad Media e incluso, a la Antigua y a la Prehistoria, y con excelentes remeros actuales que, a bordo de bateles y traineras, compiten en las regatas del Cantábrico) y, sorprendiendo a los musulmanes que no podrían imaginárselo, treparía por los riscos del Cerro de Santa Catalina para liberar a su hermana. Así añadiría a mi novela un aspecto sentimental, introduciendo mi “patria chica”. Y le haría un “guiño” a la tradición marinera asturiana, ausente del resto de la trama de mi novela, con la esperanza de que algún día pueda resultar atractiva para el “Museo Marítimo de Asturias”, sito en Luanco, (Por supuesto, pertenezco a la asociación de Amigos de ese Museo).
Y ya que, como de costumbre, me he extendido demasiado, dejaremos el Occidente asturiano para la próxima entrada. (Así seguiré en mi tierra un poco más).
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