Intentando mantener la costumbre
comenzada hace 10 años de tal día como hoy, fiesta del Santo Patrón de nuestra
España, escribir en este resumen (Y en mi blog, y en mi página de Facebook)
contando cómo va mi actividad literaria, voy a hacer un breve resumen de la
misma.
En lo referente a lo que fue la
excusa para la primera entrada, la novela dedicada a Jacobo ben Zebedeo, tengo
que decir que todo sigue igual que el año pasado (y el anterior, y el anterior
a ese, y…), es decir, esperando; esperando a concluir, si no la serie de
novelas sobre la Reconquista, al menos sí en la que estoy trabajando durante los
últimos tres años (aunque en ese plazo se hayan publicado otras dos, escritas
anteriormente). Nuestro Santo Patrón tendrá que hacer acopio de paciencia, y
quizá no sea mala cosa, pues esa virtud no era la que caracterizaba,
precisamente, al Hijo del Trueno.
Por lo que respecta a mi ocupación
actual, La Estirpe de los Reyes, empecé el verano con buen ritmo; me dediqué a
trabajar en los capítulos correspondientes a la trama asturiana, trama que ya
había sobrepasado a la musulmana-bizantina, pero de la que me he dado cuenta de
que había muchos cabos sueltos que había que dejar claros antes de poder volver
a enfrascarme en la llegada de Abderramán ibn Moawia a España. Asunto que
hubiera debido quedar resuelto en la primera semana de Julio, temporada que pasé
en Luanco, mi pueblo asturiano, pero que por unas u otras cosas no realicé allí.
Así que, una vez en Torre del Mar, Málaga, en vez de dedicarme a narrar los
hechos que llevaron a la proclamación del Omeya emigrante como el primer emir
independiente, suceso que ocurrió en Archidona, muy cerca de mi residencia
actual, y lugar al que podía acercarme para encontrar inspiración, tuve que
centrarme en lo que había pasado muy al norte, en los valles y playas de
Asturias, lugares a los que , afortunadamente, no tengo que acudir para sentirme cerca de
ellos, pues siempre van conmigo.
Pero claro, siempre hay
problemas. Al detallar más los hechos (casi todos inventados) que ocurrían allí,
tuve que repasar lo ya escrito y encontré varias cosas que no acababan de
llenarme. Tanto que tendré que reescribir varios capítulos anteriores para
explicar mejor las reacciones de varios personajes no suficientemente
detalladas, e incluso, replantearme el modo en que la estirpe de D. Rodrigo
(que pertenece exclusivamente a mi imaginación), formada, de momento, por
Florinda, hija de la forzada relación del último rey godo y Florinda, “la cava”,
y por el hijo de aquella y Alarico, Teodoredo; y la de don Pelayo, en la línea
que forman (basadas en algunas leyendas sin base histórica, ayudadas por lo que
me he inventado), su hijo Favila, su esposa Froiluba, la hija de ambos, Flavinia,
y cierto personaje venido de muy lejos, iban a unirse con la relación (en ese
caso, histórica) de los reyes asturianos.
Y en esas estamos, en los ratos que me dejan libre mis
obligaciones veraniegas (playa, siesta, paseos con mi perro, Tour de Francia,
cervezas y tapitas, etc.) Claro que este año no tengo cargo de conciencia por
no dedicar más tiempo a mis novelas, pues no siento la urgencia de acabar lo
previsto antes del fin del verano, ya que cuando vuelva a Madrid, en
Septiembre, seguiré con el tiempo libre propio del estado ideal (de momento):
la jubilación.