Dejamos la entrada de ayer con el sonido de una llamada telefónica. ¿Alguno de los que me leen, si es que ese grupo de personas no es un exponente de lo que estudié como “conjunto vacío”, se ha sentido intrigado por saber de quien era? Espero que sí, pues ése era mi objetivo. (Ya ven cuán ingenuo y estereotipado soy respecto a las escenas de misterio e intriga).
Bien, vamos a desvelarlo.
Alberto Santos es editor. De alguna manera en la que yo no tuve arte ni parte, por mediación de mi amiga Elena, un ejemplar de “La Cruz de la Victoria” había llegado a sus manos y me preguntaba si estaba dispuesto a entregársela para publicarla. Rápidamente le hablé de mis otras novelas y quedé en pasar por su editorial, con los ejemplares para hablar del asunto.
Imágica ediciones ocupaba (y ocupa) una pequeña oficina en un edificio de la Gran Vía madrileña. Desde allí, Alberto, y sus socios, Patricia y Carlos intentan, además de conseguir que los libros que editen se vendan lo suficiente para que el negocio pueda seguir adelante, que los españoles, sobre todo los jóvenes, dediquen un poco de su tiempo a la lectura. Digo lo de los jóvenes porque la principal línea de la editorial corresponde a los libros sobre “comics” y aventuras. Cuando llegué por primera vez a su despacho, observé discretamente que los libros que se alineaban en sus estanterías eran todos de este estilo. Naturalmente, conectamos enseguida. A pesar de mi aspecto, (Serio, calvo, con bigote y gafas) y de mi edad, soy un apasionado seguidor de las aventuras de todos estos personajes, y pronto estábamos intercambiando opiniones sobre Conan el bárbaro héroe de la Edad Hiboria, (con quien su creador, R. Howard, elevó las aventuras de espadas y magia a la altura de auténtico género literario, al igual que lo hizo el ya indiscutible Tolkien con el Hobbitt o el Señor de los Anillos), la Patrulla X y sus incomprendidos mutantes, siempre salvando a una humanidad que les odia y desprecia, o Luke Skylwalker y la orden de caballeros Jedi de “La Guerra de la Galaxias”, tan claramente inspirada en las órdenes guerreras medievales.
No tenía ninguna oferta mejor (y aunque así fuera, Alberto me cayó bien desde el principio), así que acepté en el acto la suya. El 8% de las ventas sobre los tres libros que le entregué y una opción sobre cualquier otro que escribiera, así como sobre cualquier otra reproducción literaria o audiovisual de ellos. (¿Alguna vez veré a Don Pelayo en las pantallas? Espero que si es así, el tema sea tratado con la suficiente dignidad).
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