Naturalmente, a quien primero se lo enseñé fue a mi mujer. "¿Qué te parece?" Le pregunté, aunque esperaba (o me temía) la respuesta; "Muy bien, sigue". ¿Pero qué tengo qué corregir o mejorar? - insistí - "Está todo muy bien" - Fue la única respuesta que conseguí, tanto entonces, como respecto al resto de mis escritos hasta el día de hoy. Si quería críticas, tendría que buscar en otro lugar.
En aquél tiempo, mi hijo, en sus primeros años en la Universidad, cambió de ordenador y yo heredé el antiguo suyo; un, para entonces aceptable 386. Con él descubrí lo irrelevante que era algo que, hasta entonces, me causaba infinidad de problemas: equivocarme. Se podía borrar, corregir, cambiar de lugar... ¿Cómo alguien había podido escribir algo hasta ese momento? Con la ayuda de ese aparato incomprensible, maravilloso y, a veces, diabólico, y con una impresora adquirida al efecto (Un artefacto enorme y que iba a la misma velocidad que cualquier mecanógrafo experto) pasé a folios legibles y bien estructurados los apuntes a bolígrafo en que había consistido, hasta entonces, mi intento literario. (Y, como ya dije antes, irreflexivamente, los destruí.) Luego hice un par de fotocopias y se los entregué a varias compañeras del colegio pidiéndoles su opinión. Sé que se me olvida alguien, pero no quiero dejar de citar a Carmen Muñoz (q.e.p.d), Mª Gracia Enciso y mi actual directora, Pura Sotillo. Todas se tomaron el trabajo de leerlas, y, las dos últimas, en su calidad de profesoras de lengua, de corregir mis faltas de ortografía. ¿Faltas de ortografía? Sí, y no pocas.
Algo aprendí en esa primera experiencia. Me considero una persona con una aceptable cultura gramatical (Aunque hice el bachillerato de ciencias, todos los que estudimos en esa época, sabemos lo exigentes que eran nuestros profesores acerca del uso correcto del idioma, afortunadamente para nosotros). Me precio de no cometer demasiadas faltas, al menos cuando escribo a mano. Pero con el uso del teclado la cosa cambia. No todo iban a ser ventajas. Es muy fácil que el dedo se equivoque de tecla, o que no la apriete con la presión necesaria para que se imprima, o que la prisa nos haga pasar algo por alto, o, por supuesto, que cometamos errores. Ambas profesoras encontraron bastantes (y no necesariamente los mismos). Una vez corregidos (para eso sí que sirve el ordenador) me dispuse a seguir. Aunque eso no quiere decir que no se escapase aún alguno. Entonces no se usaban aún los programas correctores gramaticales, pero aún ahora que se usan normalmente,se escapa algún error. En mi novela publicada, "Pelayo, rey", en su 3ª edición, que ha pasado por infinidd de filtros, míos y de profesionales, aún queda alguno. (A ver si algún lector demuestra su agudeza y me lo señala)
Bien, acabado el primer capitulo, mis personajes me urgían (sí, eran ellos los que querían seguir actuando) a que continuase pasando al papel sus aventuras. Y tengo que hacer un esfuerzo para no seguir contándolas aquí. Pero a este respecto me recordaré a mí mismo una pequeña broma que usé en una de mis presentaciones para hacerlas más amenas. Llegado a éste mismo punto, me paré en seco, miré a nuestro distribuidor para Asturias (que no estaba en el "ajo", por lo que casi se cae de su silla del susto)y le dije: "Sí, sí, ya sé, Javier, deja de hacerme señas" y luego, dirigiéndome al resto del público: "Disculpen ustedes; ese señor que está ahí, y que es nuestro distribuidor, me dijo antes de que comenzara esta presentación: - Sobre todo, Pablo, contrólate, no vayas a contar toda la novela, que te conozco; el que quiera saber lo que pasa, ¡Que la compre!"
Así que, si alguien me lee ahora (Difícil)y no conoce la novela (También difícil), que se aplique el cuento
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