Acabada la primera parte, había que pensar en la segunda. Una época en que se suceden cuatro reyes (Aurelio, Silo, Mauregato y Bermudo). Los personajes principales, sin duda, Silo y Adosinda. Por su propia personalidad, sea la propia de ellos o la que yo, sin ningún fundamento, les he adjudicado. Y por ser los tutores del joven Alfonso, al que preparan para su protagonismo absoluto en la tercera parte. Dado que estos reyes no tuvieron hijos y que su pupilo, llamado "El Casto", obviamente, tampoco, ideé una justificación totalmente arbitraria, más que improbable, y casi absurda, pero que, de eso no cabe duda, es totalmente original y propia de un culebrón, que se desvela en esta parte, pero de la que hay pistas en la primera.
También, como nexo de unión entre las partes y con la anterior novela, actúan unos personajes imaginarios que serán la referencia de toda la serie y a los que, en forma de pequeño homenaje a mi pueblo que ya cité (Luanco, concejo de Gozón) convierto en los condes de Gozón. (Rodulfo, hijo de Julián, el co-proyagonista de "La Cruz de la Victoria", y su hijo mayor Teudis, éste sí es un personaje citado en las crónicas, aunque sin ninguna relación con lo que escribo de él)
Para mayor implicación de mis personajes inventados con los reales, hice a Silo hijo de Rodulfo (o no, según luego se verá) y así todo quedó en familia.
Y, cómo no, continuaron de manera más trascendentales, las historias de espionajes, traiciones e intrigas. Dado que alguien tenía que ser "el malo", adjudiqué, como hacen las leyendas, el infamante tributo de las "cien doncellas" a Mauregato, contra la opinión de los historiadores más serios.
Así quedaba todo preparado para que comenzase la tercera parte con Alfonso II como rey de Asturias.
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