Bien, había firmado un contrato y, lo que era más importante, había alguien fuera de mi grupo de incondicionales (Y profesional del tema, por más señas) al que le habían parecido interesantes mis novelas. ¿Era ya un escritor? Así me había sentido cuando había registrado oficialmente mi primera novela, aunque luego nada había cambiado, y así volvía a sentirme ahora.
No hace falta decir que esto me llevó a retomar el tema de la novela histórica de nuevo. Pero por aquellos días el escritor asturiano Fulgencio Argüelles había publicado su novela “Los clamores de la tierra” que transcurre durante el reinado de Ramiro I, sucesor de Alfonso II. Mucho más versado que yo sobre las tradiciones de nuestra tierra, su estilo y la orientación que da a su libro es muy diferente a la de los míos. Pero, como pequeño homenaje a quien escribe sobre la historia de nuestra patria chica, decidí, a pesar de las múltiples y estimulantes posibilidades que ofrecía, pasar por alto el reinado del rey que ordenó la construcción de Santa María del Naranco y San Miguel de Lillo, y que dio su nombre al estilo arquitectónico nacido en Asturias, y basar mi novela en el reinado de su hijo, Ordoño I, y su nieto, Alfonso III. Quien quiera conocer mejor a Ramiro I, que consiga la novela de Fulgencio Argüelles. (Aunque esta decisión puede cambiar en un futuro; la tentación de describir el reinado de quien fue denominado “Vara de la Justicia” puede ser demasiado fuerte))
Tras un breve período de investigación para completar los apuntes realizados para las novelas anteriores, le trama comenzó a desarrollarse sin ninguna dificultad. La figura del Rey Emperador tomó rápidamente el carácter de protagonista, tanto de niño durante el reinado de su padre Ordoño, como en sus luchas contra los musulmanes con terribles y sangrientas derrotas y victorias y su desdichado final, enfrentado a sus propios hijos. Y personajes secundarios como el conde Gatón, del Bierzo, y el conde Rodrigo, de Amaya, en la naciente Castilla ofrecían también interesantes perspectivas.
Pero algo no encajaba. Este libro debería llamarse “La caja de las Ágatas” y esta joya tener un protagonismo esencial. Por más que lo intentaba, no conseguía integrarla en una historia verosímil e interesante. Tras varios ensayos, y tras un último no demasiado satisfactorio, decidí hacer una pausa, dejar el borrador incompleto y comenzar a pensar en la historia que, según me había planteado, debería antecederla, hablar sobre la vida en la España musulmana y titularse, “El Mozárabe”, hablando de algunos de estos cristianos que mantenían su religión bajo el dominio de sus señores islámicos.
Al leer y documentarme para el tema, me encontré con una nueva complicación. Ya que iba a hablar sobre los mozárabes, el período más trascendente para esta clase social y más merecedor de entrar en una novela que, aparte de entretener, pretendiera divulgar, aunque solo fuera sucintamente, como era la vida en aquellos tiempos, era, sin ningún género de dudas, el de los martirios voluntarios de los mozárabes cordobeses. Pero estos habían sucedido durante el reinado de Alfonso III, a la vez que lo que se narraba en “La Caja de las Ágatas” y no antes. Para solucionarlo, comencé esta nueva novela en el año 797, pudiendo así contar la sangrienta “Jornada del foso”, de Toledo, y luego dí un salto en el tiempo para encontrar a los hijos de los primeros protagonistas establecidos ya en Córdoba en los tiempos del abad Eulogio.
De nuevo la trama se fue desarrollando sin más dificultad que encajar a unos personajes inventados en unos hechos históricos verdaderos, hasta que, una vez más, la cosa se complicó. Al igual que lo que ocurre en toda esta serie y para mantener una sensación de unidad, los hijos y nietos de algunos de los protagonistas intervienen en las novelas posteriores, pasando de la España cristiana a la musulmana y viceversa. En estas dos, al ser coincidentes en el tiempo, y tener personajes comunes, los hechos de la una influían decisivamente en los de la otra, así que tuve que empezar a trabajar con ambos borradores a la vez. Esto se hizo largo y pesado y, en algún momento la tarea llegó a no divertirme como antes.
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