Comenzamos 2011 (Por cierto, que sea un año feliz para todos mis lectores) hablando de una nueva novela. Aunque no tan nueva, porque “La Cruz de los Ángeles” fue la segunda que escribí, inmediatamente después de haber terminado “La Cruz de la Victoria”, que es la que ustedes conocen con el título de “Pelayo, rey”, publicada por Imágica Ediciones.
Puesto que en aquellos tiempos yo tenía la idea de hacer una trilogía con tres novelas, cada una de ella con referencia a una joya del tesoro de la catedral de Oviedo, esta novela debería tener como parte más importante de la trama la realización de la misma (Incluyendo la leyenda de los ángeles, que le da nombre), lo que sucedió un poco antes del 808, fecha en que Alfonso II la donó a la Catedral de Oviedo.
Esto me llevaba a fijar la acción en la primera mitad del largo reinado de Alfonso II, “el casto” (791 – 842). Perfecto, este monarca, tan importante para Oviedo y para la historia de la Reconquista daba pie para esbozar una trama interesante y novelesca, a la vez que para narrar hechos históricos de gran trascendencia. Aunque me dejaba algo aparte.
Alfonso fue educado por su tía Adosinda, esposa del rey Silo, quien intentó, a la muerte de este último, hacerle su sucesor, ante la oposición de su hermanastro Mauregato, quien a la postre consiguió hacerse con el trono. ¿Iba a dejar sin narrar esos sucesos, que me daban pie para desarrollar una trama apasionante? ¿No iba a hablar de Adosinda, nieta de Pelayo, quien, cosa rara en esa época, no se limitaba a ser reina consorte, sino que intervenía activamente en todos los asuntos del reino? ¿Ni del famoso Beato de Líebana, autor de un himno en que, por primera vez, se pedía la protección específica del apóstol Santiago para el rey de Asturias (Años antes del descubrimiento del sepulcro del Apóstol)y que, testigo de la profesión de la ya viuda Adosinda en un convento, forzada por el nuevo rey Mauregato, recibe allí la reprimenda del obispo de Sevilla, Elipando y comienza contra él la polémica del adopcionismo que tiene como consecuencia la independencia de la Iglesia Asturiana de los obispos que vivían bajo el poder musulmán’ ¿Ni del misterioso rey Silo, de origen desconocido?
Y más aún, ¿cómo desperdiciar al padre de Alfonso, el rey Fruela I, a quien unos cronistas llamaron “el justiciero” y otros “el cruel”? Un monarca que se enamora de una cautiva vasca (Munia, la madre de Alfonso), funda una ciudad nueva, que a la postre será la capital asturiana, Oviedo, y, ante el intento de su hermano Vimara de arrebatarle el trono (al menos eso cree), le mata con sus propias manos, siendo asesinado a continuación por sus parientes. (¡Lo que hubiera hecho Shakespeare con este guión!)
No, no podía resistirme a introducir todo esto, así que esbocé (Ya estaba intentando escribir como es debido) la novela en tres partes. La primera, el reinado de Fruela (Decidí dejar de lado a Favila y Alfonso I, aunque después ya tuvieron su protagonismo en las dos novelas de que hemos hablado antes, “La muralla esmeralda” y “El muladí”); la segunda, las intrigas que dieron lugar a los reinados de Aurelio, Silo, el primer y fracasado intento de Alfonso, Mauregato y Bermudo I; y por último, la tercera parte con el reinado de Alfonso II hasta el momento en que dona la Cruz de los Ángeles a la catedral de Oviedo.
Y así lo hice, aunque, una ver terminada la novela me queda la duda de si no debí escribir tres libros en vez de uno solo. Y aún sigo con ella.
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