Ha comenzado agosto y, extrañamente en mí, o, al menos, en mi labor literaria, se han cumplido los plazos previstos. El 31 de julio puse la palabra “FIN” en “La medalla olímpica” como me había propuesto. En realidad es un “fin” un poco ficticio, no solo por lo que podrán ver los lectores cuando se (o “si se “) publique, que eso es otra historia, sino porque, en realidad, aún le quedan unas pocas cosas. Los capítulos que transcurren en París están a expensas de que una compañera del colegio, profesora de francés, y francesa ella misma, que ha residido en esa ciudad, incluso en la misma zona en la que hago que recorran mis protagonistas, me ayude con los detalles, al igual que hizo Javier Serra con los de Barcelona. (E Internet con el resto de los que no conozco personalmente). Así que si Annabelle Morín lee estas líneas, ya sabrá que le tengo preparado trabajo para cuando volvamos al colegio en septiembre.
Pero como esos detalles no afectan a la trama, ya he dado por concluido el borrador y ha empezado el proceso previo de correcciones argumentales, gramaticales y ortográficas para evitar que errores o gazapos se “cuelen” y lleguen a los lectores, tarea realmente imposible, aunque la realicen profesionales, y para la que reclamo, como siempre, todas las ayudas que me atrevo a pedir.
Como anécdota de este cometido, me gustaría señalar (Creo que ya lo hice en alguna entrada anterior), que en la primera de mis novelas, “Pelayo, rey”, hay un error relativo a un personaje que, a pesar de mis indicaciones, ha persistido en todas y cada una de las tres ediciones (cuatro, si contamos la del Círculo de Lectores) publicadas. En su día ofrecí un ejemplar firmado de cualquiera de mis libros a quien lo encontrase y me lo hiciese notar en este blog, y hoy reitero el ofrecimiento. En verdad es fácil (¿Quién me dice a quién he robado esa frase?)
Antes de pasar de nuevo al tema de cuál va a ser la próxima novela histórica en la que voy a trabajar (como señalé en la entrada anterior), y aún teniendo en cuenta que el título de este blog (Reyesasturianos) nos indica su contenido, ya que había prometido contar algo sobre “La medalla olímpica” voy a hacerlo ahora, cuando la tengo reciente en mi mente.
Hace unos años, en la primavera de 2008 estuve ayudando a mi hijo Pablo en unas clases sobre la Historia de los Juegos Olímpicos en la universidad camilo José Cela. Con ese motivo me dí cuenta de un detalle: En la página web del Comité Olímpico Español se dice (o se decía en esa fecha, no me he tomado la molestia de ver si lo han corregido) que la primera medalla olímpica conseguida por un español fue la de plata en tiro al pichón del marqués de Villaviciosa en los segundos Juegos celebrados en París en el año 1.900. Y eso mismo estaba grabado en el mural del hall del edificio que ocupa dicho Comité. Pero el Comité Olímpico Internacional no lo considera así.
Podría explicar el motivo, pero está documentadísimamente explicado en el libro “1900 La primera aventura olímpica española” de Fernando Arrechea (Encontrarán un par de intervenciones suyas en la entrada anterior de este blog), así que dejo que a quién le interese se entere de ello en él.
No obstante, como ese libro no estaba publicado cuando comencé (en tiempo real, en junio de 2008) a escribir el mío, me inventé una historia con intrigas, intervenciones de sociedades secretas, y demás, que iba a intentar ser desvelada por unos jóvenes profesores de un colegio, de los que uno intentaba hacer su tesis sobre ello.
En un principio intenté escribir en el mismo día a día en que vivían mis protagonistas, pero pronto me fui retrasando y cada vez me costó más conseguir en Internet los datos relativos a la fecha en que ocurrían las cosas. Así hasta este pasado mes en que la he finalizado (o no).
Y de momento no cuento más. Solamente que espero que se publique durante este curso próximo.
En la próxima entrada volveremos con las novelas históricas. Hasta entonces, feliz mes de agosto para los que hasta ahora no hayan cogido las vacaciones (no es mi caso, je,je)
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