29 de enero de 2011

LA CRUZ DE LOS ÁNGELES III – El primo de zumosol.

Como decíamos en la anterior entrada, estos dos ataques en años consecutivos a su capital, debieron hacer pensar a Alfonso que de nada valía embellecer y engrandecer a Oviedo, si cada verano era saqueada por ejércitos musulmanes ante los que, de momento, se encontraba impotente. Posiblemente este fue el motivo de la embajada que, en el año 797, envió al poderoso Carlomagno, rey de los francos que, tres años después, sería coronado emperador por el Papa león XIII (Acontecimiento también narrado en la novela, y con una cierta implicación en la trama, al menos de algunos de sus personajes).
Quizá esta petición de ayuda surtió efecto, pues Oviedo no volvió a ser atacado. O quizá fue debido a la muerte del emir y a que su hijo Al-Hakam volvió a sufrir los problemas que tuvieron que superar sus antecesores para asegurar su sucesión, agravados, en el caso de éste, por su notoria falta de “piedad”, que le llevó a enemistarse con los sectores más intransigentes y fundamentalistas de sus súbditos. (¿les suena esto?).
Pero la petición de ayuda a Carlomagno trajo otras consecuencias. Una de ellas que el poderoso rey de los francos considerase esta petición como una especie de sumisión. (En sus misivas al rey Asturiano le denominaba “mi súbdito”, dándole el mismo trato que a los reyes de los territorios fronterizos dominados por él, Aquitania, Sajonia…), lo que causó el enojo de los sectores más “pro-godos” del Reino Asturiano, secularmente enemigos de los francos, y que, tiempo después, llevó al derrocamiento del rey casto y a su encierro en Ablaña, del que fue liberado al poco tiempo por la decidida acción de sus “fideles”, hecho también de importancia en la trama de la novela.
Otra fue que Carlomagno envió a Asturias a una de sus sobrinas para que se casase con Alfonso, certificando así su alianza. ¿Cómo iba el “Rey Casto” a contraer matrimonio? Este hecho también tiene importancia en la trama de la novela, y da pie a la presencia de los peregrinos francos (hacía poco que se había descubierto el sepulcro del Apóstol Santiago, hecho también narrado e introducido en la trama de la novela) que serán confundidos con los “ángeles” que dan nombre a la Cruz, símbolo de Oviedo y que también se relacionaran con lo citado en el párrafo anterior.
Y, por último, el deseo de Alfonso de hablar de igual a igual con Carlomagno le llevará a atreverse a saquear la populosa y lejana Lisboa, lo que me conduce, de nuevo, a tratar un tema que ya se ha asomado a las páginas de este blog en dos ocasiones y que, a riesgo de cansar a mis lectores, trataré en la próxima entrada por tercera vez.

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