No debió pasar desapercibido para Hisam I, hijo del primer emir independiente, Abderrahmán I, el nuevo esplendor del reino asturiano, y, en el año 794 (sigo, como en casi todos los casos, las tesis de Sánchez Albornoz), derrotados ya por su padre la mayor parte de sus numerosos enemigos, envía un poderoso ejército al mando de Abd al Malik (un nieto del conquistador de córdoba, Mugait al-rumí, quien, en razón de su apodo, podemos considerar de ascendencia cristiana, posiblemente bizantina) hacia el norte. Éste general, al mando de un numeroso ejército musulmán entró en Asturias, probablemente, por el puerto Ventana o por la calzada de la Mesa, llegó hasta Oviedo, cuyas murallas aún no estaban concluídas, la tomó por asalto y la saqueó. Pero no consiguió su principal objetivo, capturar al rey cristiano que osaba oponerse al emir y acabar así, en su raíz, con la gestación de un poder que se opusiese a la islamización de toda la península. Alfonso, sabedor de que no podía competir en campo abierto con el ejército musulmán, había abandonado Oviedo antes de su llegada y les esperaba, emboscado, en su camino de regreso. Abd al Malik, después de su fácil victoria, no se esperaba ninguna complicación y pagó caro su descuido. En Ludos fue aniquilado su ejército y él mismo encontró la muerte.
Hisam decidió vengar el desastre y, al año siguiente, envió un nuevo ejército al mando de otro nieto de al-Rumí, Abd al Karim, quien repitió los pasos de su hermano. Esta vez, Alfonso, crecido por su victoria del año pasado y deseoso, quizá, de defender su capital, a la que continuaba embelleciendo, presentó batalla a los invasores en los puertos que separan Asturias de la meseta. Pero había subestimado la fuerza de los musulmanes. Derrotado, tuvo que huir, perseguido de cerca por la caballería de Abd al Karim. Tan de cerca que los enemigos entraban en Oviedo por una de sus puertas a la vez que Alfonso y los restos de su ejército salían por la otra. De nuevo saquearon los musulmanes la capital asturiana, pero, receloso el general cordobés de que no le ocurriese lo mismo que a su hermano, en vez de perseguir a Alfonso, emprendió la retirada antes de que la llegada del otoño hiciese menos seguros los pasos de la cordillera. Y de nuevo el rey casto regresó a su ciudad para reparar los daños y continuar organizando su reino.
No pudo seguir insistiendo Hisam en sus ataques al reino asturiano, pues falleció al año siguiente y su hijo y sucesor, Al Hakam I tuvo, como su abuelo, que hacer frente a numerosos enemigos internos (algo recurrente en los gobernantes musulmanes, desde aquellos tiempos hasta nuestros días) que le obligaron a utilizar todos sus soldados.
Pero estos ataques hicieron a Alfonso plantearse la conveniencia de buscar algún aliado, lo que tuvo trascendencia en el devenir del reino asturiano y, más aún, en la trama de la novela, lo que contaremos en la próxima entrada.
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