En la entrada anterior finalicé anunciando que en la próxima (ésta) íbamos a hablar del resto de los personajes. Pero había iniciado esta nueva serie de entradas con la intención de contar (en la medida que mis recuerdos me lo permitan) cómo fui enterándome de lo necesario para definir un universo, lo más parecido posible a la realidad, en que se movían los personajes de la novela. Y muchos de ellos no tomaron forma en mi mente hasta que comencé a escribir, y algunos, incluso, hasta bien avanzada la trama. Así que dejamos a los personajes por un tiempo y seguimos con la investigación.
Una vez leídos y estudiados los libros de mi biblioteca que ya cité (aquí debo añadir, por ser ejemplares poco corrientes, aunque no me fueron especialmente útiles, la “Historia de la villa de Gijón” de Estanislao Rendueles, en edición facsímil por GHSA, reimpresión de la de 1867, muy interesante pero sin ninguna exactitud histórica; y “Las costumbres asturianas, su significación y sus orígenes”, de Constantino Cabal, Madrid, 1931) y tomado apuntes de los del colegio, había que dar un paso más. ¿Cuáles eran los primeros documentos de esa época? En las páginas de Sánchez Albornoz había conocido la existencia de las primitivas crónicas asturianas (La de “Alfonso III” en sus dos versiones, “ Rotense” y “ad Sebastián” y la “Albeldense”) ¿Cómo conseguirlas? Por fortuna, una compañera del colegio, Marta López Ibor, profesora de historia y con la que, posterior y lamentablemente, he perdido el contacto, me proporcionó el imprescindible “Crónicas Asturianas”, de Gil Fernández, Moralejo y de la Peña, Universidad de Oviedo, 1985. En él encontré, la versión original en latín y su traducción, de las tres citadas, más muchos interesantes comentarios. También me proporcionó un estudio, escrito por ella misma, sobre “Los judíos en España”, que me resultó muy útil para comprender que debía introducir a representantes de ese grupo que tuvo gran importancia, tanto antes de la invasión musulmana, como durante ella y posteriormente, en reinos cristianos y musulmanes. Y, puesto que mi novela iba a narrar los últimos años del reino de los godos (para mí, entonces, el gran desconocido, a excepción de la lista de sus reyes que, como todos los que somos de una cierta edad, era capaz de recitar de carrerilla), también un compendio de las actas de los concilios toledanos, (lamentablemente no recuerdo el nombre del autor ni la edición) que me sirvió, no solo para comprender mejor esos años, sino para la mucho más prosaica, pero necesaria, tarea de buscar nombres para mis personajes. Con ellos delante, me armé de papel y bolígrafo y tomé todos los apuntes que creí necesitar (tarea que me llevó varias semanas).
Después de éstos, recuerdo que también tomé notas de “Los orígenes sociales de la Reconquista” y de “La formación del feudalismo”, de Barbero(Creo que también me los prestó la propia Marta, pero no lo recuerdo bien), y de la “Historia de Asturias”, de Benito Ruano. También conseguí en las librerías “Los godos en España” de Thompson, Altay 1998, y “La Hispania visigoda” de Gisela Ripoll e Isabel Velázquez, tomo 6 de la Historia de España de Historia 16, 1995, para completar mi visión de ese pueblo. Y, para, puesto que se trataba de una novela, introducir la mayor parte de leyendas y tradiciones, aunque no fueran reales, compré “Mitos y leyendas de España” de Lewis Spence. ME editores, 1995 y “Leyendas de Galicia y Asturias” Ed. Labor, 1984.
De todos estos libros (y de alguno más que ahora no recuerdo) tomé apuntes e ideas. Y algo de todos ellos está en las páginas de “Pelayo Rey”. Gracias a sus autores por completar lo que era (y sigue siendo, pero menos) una pobre formación histórica.
Con esto ya tenía todo lo que necesitaba… ¿Todo? ¡No! Me faltaba la parte de los enemigos de mi héroe, los musulmanes. Si iba a escribir sobre ellos, también debía conocerlos bien.
Pero eso se verá en la próxima entrada.
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