Ya estamos en Torre del Mar,
comenzando a retomar la redacción de la próxima novela. Hasta que podamos
contar a nuestros lectores alguna novedad sobre ella, y, para cumplir con el
propósito de ir publicando algo, vamos a hacer una reseña sobre la lista de
reyes asturianos y su aparición en mis novelas:
1º.- Pelayo, hijo de Favila (o
Fáfila).
No hay un acuerdo unánime entre los
historiadores acerca de este personaje. Desde los que aceptan lo que nos dicen
las crónicas de que era hijo del conde de Asturias y descendiente directo de
los reyes godos, hasta los que lo consideran un jefe tribal astur, o los que,
incluso, niegan su existencia.
Se ignora la fecha de su
nacimiento, se cree que en el año 718 fue elegido caudillo por los godos
fugitivos refugiados en Asturias (o jefe por los propios astures) y que, quizá,
tras la victoria de Covadonga en 722, proclamado rey (hecho este sobre el que
muchos historiadores discrepan, opinando que solo con Alfonso I puede hablarse
de un verdadero monarca).
Falleció en el año 737 en Cangas de
Onís, siendo enterrado en la iglesia de santa Eulalia de Abamia (próxima a Cangas),
sitio en que ya reposaba su mujer, Gaudiosa. Posteriormente Alfonso X ordenó
trasladar sus restos a Covadonga, hecho éste también sujeto a controversias.
La vida de Pelayo está narrada, de
forma novelesca, en mis libros Pelayo, Rey y La Muralla Esmeralda.
En el primero de ellos, acepto la
versión de que se trataba de un noble godo, hijo del conde de Lucus Asturum (la
actual Lugo de Llanera, ciudad más importante de la Asturias situada al norte
de la Cordillera Cantábrica), y no porque crea que esa era su aunténtica
filiación (no soy historiador, por lo que mi opinión poco cuenta), sino porque,
novelescamente, me pareció más interesante.
La novela comienza en el año 700,
cuando Pelayo, un joven de unos quince años, se entera de que su padre ha sido
asesinado por Witiza, hijo del rey Egica y, a la sazón, duque de Gallaecia.
Witiza ha ordenado matar también a los hijos de Fafila para evitar posibles
futuras venganzas y Pelayo, junto con su amigo, hijo de su administrador, el
joven hispanorromano Julián (personaje inventado; los novelistas necesitamos
introducir personajes que, al no ser reales, no estén sometidos a ajustarse a
lo que la historia nos dice de ellos), busca refugio entre las tribus astures
de las montañas, y traba conocimiento con la hija del jefe, una niña de nombre
Gaudiosa (no hay ningún dato que nos pueda hacer suponer que la esposa de
Pelayo fue una joven astur, pero me pareció una buena idea para justificar la
futura adhesión de las tribus astures a un noble godo).
En el año 703 muere el rey Egica y
su hijo, Witiza, pretende ser elegido como rey (en los godos la sucesión del
monarca era electiva, lo que causaba no pocos problemas); aconsejado por su
hermano Oppas, arzobispo de Toledo, pacta con su rival por el puesto, Rodrigo,
duque de la Bética (y primo de Pelayo), el que éste no se le oponga a cambio de
una amnistía para todos los enemigos de la famila de Egica, lo que permite a
Pelayo salir de su escondite y retomar el puesto de su padre como conde de
Asturias.
Con esto termina la primera parte
de la novela. En la segunda, llega el año 710, en el que muere Witiza. Sus
hijos, Achila (o Agila), Ardabasto y Olmundo son aún muy jóvenes y a Rodrigo no
le resulta difícil obtener el número suficiente de apoyos para ser proclamado
rey. Oppas y su hermano Sisberto, duque de Galalecia, no lo aceptan y,
defendiendo los intereses de sus sobrinos, se levantan en armas contra el duque
de la Bética, lo que hace que Pelayo baje a Toledo para ayudar a su primo. Pero
antes vuelve a los montes de los astures para buscar refuerzos y se encuentra
de nuevo con Gaudiosa, ya convertida en una hermosa joven. La doncella astur se
enamora del apuesto godo, pero éste, convencido de que su destino está en la
corte toledana, hace un esfuerzo por apartarla de sus pensamientos.
La guerra es breve. Las tropas de
Rodrigo son superiores y Oppas y Sisberto aceptan reconocer a Rodrigo como rey
a cambio de mantener sus títulos y posesiones. Pero, entretanto, el astuto
arzobispo, envía a sus sobrinos a Ceuta, al otro lado del estrecho, para evitar
que caigan en manos del nuevo soberano. Allí Olbán, el conde de la ciudad y
partidario declarado de la familia de Witiza, se compromete a mantenerles
escondidos y a salvo, pero se niega a rebelarse abiertamente contra Rodrigo.
El nuevo soberano es coronado en
Toledo y nombra a su primo Pelayo jefe de los espatarios (guardia personal del
monarca).
Durante un año Pelayo vive en la
corte, pero, poco a poco, se va dando cuenta de que el carácter de Rodrigo, a
quien admiraba, va cambiando, convirtiéndose en un soberano despótico que no
admite más norma que su propio deseo. Un día, observa a una joven bañándose en
el Tajo y sin el menor miramiento, la viola. La joven resulta ser Florinda, la
hija del conde Olbán, que había acudido a educarse en la corte, como era
habitual en los hijos de los nobles de provincias. La joven, llena de vergüenza
por lo sucedido, abandona Toledo y se dirige a Ceuta. Cuando su padre se
entera, decide vengarse y va a entrevistarse con los musulmanes, unos nómadas
procedentes de Arabia que, difundiendo con la espada la religión predicada por
su profeta, Mahoma, han conquistado el norte de África y amenazan la ciudad de
Ceuta. Les habla acerca de la riqueza del reino de los godos y les ofrece sus
naves para pasarlos al otro lado del estrecho. El jefe de los musulmanes, Musa
ibn Nusayr, recelando de arriesgar a sus propios guerreros árabes, ordena a su
liberto originario del norte de África, Tarik ibn Ziyad, que, con sus bereberes,
realice una incursión.
Entretanto, Rodrigo ha llevado su
ejército al norte para someter una rebelión de los vascones. Estando allí,
recibe la noticia de que unos extranjeros norteafricanos han invadido el reino
y marcha hacia el sur precipitadamente. Pero, debido que tiene que dejar la
mayor parte de su ejército en el norte, ordena a Sisberto y Oppas, los hermanos
de Witiza, que acudan a reforzarle con sus propios hombres. En las márgenes del
río Guadalete, o a orillas de la hoy desaparecida laguna de Janda, el ejército
de Rodrigo se enfrenta a los hombres de Tarik, pero, en mitad del combate, los
soldados de Oppas y Sisberto cambian de bando y atacan a sus propios
compatriotas. El propio rey godo interviene a la desesperada en la batalla,
pero es derribado por Sisberto, sufriendo múltiples heridas y solo la
intervención de Pelayo, que mata al traidor duque de Gallaecia (vengando así,
sin saberlo, a su padre, pues había sido Sisberto quien, por orden de Witiza,
había asesinado a Fáfila), consigue salvarle la vida. El espatario, cargando
con el moribundo monarca, se retira del campo de batalla y emprende un
angustioso camino que le lleva hasta Viseu, en el noroeste del actual Portugal,
donde al fin el último rey godo fallece y es enterrado en una cueva.
.
Por otro lado, Tarik continúa una
veloz conquista hasta llegar a Toledo; allí le alcanza Musa, quien, al
comprobar que su subordinado ha tenido éxito, viene con un ejército de árabes
para reclamar el triunfo. La facción goda enemiga de Rodrigo comprende que los
musulmanes no han venido a ayudarles, sino a conquistar el reino, y, ante la
evidencia, se someten a los nuevos señores.
Pelayo continúa, desilusionado y
deprimido, hasta Asturias, donde retoma su puesto de señor de las tierras,
acata a los mulmanes y procura que las condiciones que estos impongan a sus
súbditos no sean demasiado duras. Pero el gobernador bereber de la zona,
Munuza, se encapricha de la hermana de Pelayo y, para conseguirla, envía al
godo prisionero a Córdoba.
En un calabozo cordobés, Pelayo,
desesperado, comprende que el mundo ideal que se había forjado era falso y que
su ambición de ocupar un puesto prominente en la corte, le había conducido al
fracaso. El reino de los godos ha caído. Su rey ha muerto. Su hermana era
prisionera de Munuza y había rechazado a quien era su verdadero amor, Gaudiosa,
la astur. Se lamenta en voz alta en la oscuridad del calabozo y escucha que una
voz le contesta; la de su amigo Julián quien también había caído prisionero de
los musulmanes, y que le dice que él también había cometido un error, no se había
atrevido a confesar a su amigo que él estaba enamorado de la hermana del godo,
Adosinda, por miedo a causar el enojo de Pelayo debido a la diferencia de clase
y posición. Pelayo recupera su ánimo, exclama que no pueden rendirse y que
ambos pueden alcanzar lo que desean, rompe sus ligaduras y, junto con Julián
emprenden el regreso a la tierra asturiana, dando fin a la segunda parte de la
novela.
Tras pasar muchas penalidades,
Pelayo y Julián llegan ante la imponente Cordillera Cantábrica. El otoño ya está
avanzado y las primeras nieves han cubierto los pasos. A pesar de todas las
dificultades, llegan, agotados, hasta orillas del lago Enol, donde las tribus
astures acaban de abandonar sus pastos de verano para trasladarse a tierras más
bajas. Solo quedan los últimos y, entre ellos, Gaudiosa, que corre hacia los
recién llegados. Tras confesarse su mutuo amor, Pelayo y Gaudiosa se casan en
la gruta de Covadonga (en la segunda parte de la novela había hecho que un
sacerdote de Toledo acompañase a Pelayo en su regreso a Asturias, instalándose
en lveces en los a Cueva, lo que utilicé en esa escena). Como el padre de
Gaudiosa había fallecido, las tribus astures se reúnen para elegir un nuevo
jefe, celebra la boda de ésta y de Julián.y Gaudiosa consigue que la elección
recaiga en Pelayo (Entre los primitivos astures, la sucesión solía ser
matrilineal, recayendo en el marido de la hija del jefe, lo que ocurrirá
después en un par de ocasiones en los primeros reyes asturianos; Alfonso I y
Hermesinda o Silo y Adosinda).
Pero Pelayo tiene aún una cosa que
hacer antes de ejercer la jefatura. Como la fortaleza de Gijia, en la que
reside Munuza, tiene fuertes murallas, Pelayo acude a un pueblecito costero
cercano (concesión al pueblo de mis ancestros) y se embarca con sus hombres en
un grupo de bateles, llegando a Gijia por mar. Tras liberar a su hermana
Adoisnda, se celebra la boda de ésta y de Julián, y todos se refugian en las
tierras de los astures.
Munuza pide refuerzos a Córdoba y
persigue a los fugitivos. Pelayo y sus hombres se refugian en la Cueva. Los
musulmanes llegan ante ella y Oppas, que les acompaña, intenta convencer a
Pelayo para que se rinda. Ante la negativa, loos musulmanes inician el ataque,
pero al lanzar piedras con “fundíbulos”
contra la cueva, las que yerran, rebotando en la pétrea ladera vuelven a caer
sobre ellos, provocando su desconcierto. Aprovechándolo, Pelayo y sus hombres
se lanzan contra los musulmanes, a la vez que el duque godo Pedro de Cantabria
(pariente también de Pelayo y que ya había hecho acto de presencia en la
primera y segunda parte de la novela) ataca a los musulmanes desde atrás.
Derrotados los musulmanes, emprenden la huída, pero dada la estrechez del
valle, pocos lo consiguen.
Munuza no se conforma con volver a Gijia, sino
que, aterrorizado, huye hacia el sur, pero antes de que consiga pasar los
montes, es alcanzado por los astures. Pelayo mata a Munuza y, a su vuelta a
Cangas, es proclamado rey por una multitud de astures, godos e hispanorromanos.
Con esto finaliza la novela. Tenía
pensado hacer la relación de todos los reyes asturianos y su actuación en mis
novelas, pero me he extendido demasiado, y lo dejo para próximas publicaciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario