13 de julio de 2018

Reyes Asturianos I


Ya estamos en Torre del Mar, comenzando a retomar la redacción de la próxima novela. Hasta que podamos contar a nuestros lectores alguna novedad sobre ella, y, para cumplir con el propósito de ir publicando algo, vamos a hacer una reseña sobre la lista de reyes asturianos y su aparición en mis novelas:

1º.- Pelayo, hijo de Favila (o Fáfila).
No hay un acuerdo unánime entre los historiadores acerca de este personaje. Desde los que aceptan lo que nos dicen las crónicas de que era hijo del conde de Asturias y descendiente directo de los reyes godos, hasta los que lo consideran un jefe tribal astur, o los que, incluso, niegan su existencia.
Se ignora la fecha de su nacimiento, se cree que en el año 718 fue elegido caudillo por los godos fugitivos refugiados en Asturias (o jefe por los propios astures) y que, quizá, tras la victoria de Covadonga en 722, proclamado rey (hecho este sobre el que muchos historiadores discrepan, opinando que solo con Alfonso I puede hablarse de un verdadero monarca).
Falleció en el año 737 en Cangas de Onís, siendo enterrado en la iglesia de santa Eulalia de Abamia (próxima a Cangas), sitio en que ya reposaba su mujer, Gaudiosa. Posteriormente Alfonso X ordenó trasladar sus restos a Covadonga, hecho éste también sujeto a controversias.

La vida de Pelayo está narrada, de forma novelesca, en mis libros Pelayo, Rey y La Muralla Esmeralda.
En el primero de ellos, acepto la versión de que se trataba de un noble godo, hijo del conde de Lucus Asturum (la actual Lugo de Llanera, ciudad más importante de la Asturias situada al norte de la Cordillera Cantábrica), y no porque crea que esa era su aunténtica filiación (no soy historiador, por lo que mi opinión poco cuenta), sino porque, novelescamente, me pareció más interesante.
La novela comienza en el año 700, cuando Pelayo, un joven de unos quince años, se entera de que su padre ha sido asesinado por Witiza, hijo del rey Egica y, a la sazón, duque de Gallaecia. Witiza ha ordenado matar también a los hijos de Fafila para evitar posibles futuras venganzas y Pelayo, junto con su amigo, hijo de su administrador, el joven hispanorromano Julián (personaje inventado; los novelistas necesitamos introducir personajes que, al no ser reales, no estén sometidos a ajustarse a lo que la historia nos dice de ellos), busca refugio entre las tribus astures de las montañas, y traba conocimiento con la hija del jefe, una niña de nombre Gaudiosa (no hay ningún dato que nos pueda hacer suponer que la esposa de Pelayo fue una joven astur, pero me pareció una buena idea para justificar la futura adhesión de las tribus astures a un noble godo).
En el año 703 muere el rey Egica y su hijo, Witiza, pretende ser elegido como rey (en los godos la sucesión del monarca era electiva, lo que causaba no pocos problemas); aconsejado por su hermano Oppas, arzobispo de Toledo, pacta con su rival por el puesto, Rodrigo, duque de la Bética (y primo de Pelayo), el que éste no se le oponga a cambio de una amnistía para todos los enemigos de la famila de Egica, lo que permite a Pelayo salir de su escondite y retomar el puesto de su padre como conde de Asturias.
Con esto termina la primera parte de la novela. En la segunda, llega el año 710, en el que muere Witiza. Sus hijos, Achila (o Agila), Ardabasto y Olmundo son aún muy jóvenes y a Rodrigo no le resulta difícil obtener el número suficiente de apoyos para ser proclamado rey. Oppas y su hermano Sisberto, duque de Galalecia, no lo aceptan y, defendiendo los intereses de sus sobrinos, se levantan en armas contra el duque de la Bética, lo que hace que Pelayo baje a Toledo para ayudar a su primo. Pero antes vuelve a los montes de los astures para buscar refuerzos y se encuentra de nuevo con Gaudiosa, ya convertida en una hermosa joven. La doncella astur se enamora del apuesto godo, pero éste, convencido de que su destino está en la corte toledana, hace un esfuerzo por apartarla de sus pensamientos.
La guerra es breve. Las tropas de Rodrigo son superiores y Oppas y Sisberto aceptan reconocer a Rodrigo como rey a cambio de mantener sus títulos y posesiones. Pero, entretanto, el astuto arzobispo, envía a sus sobrinos a Ceuta, al otro lado del estrecho, para evitar que caigan en manos del nuevo soberano. Allí Olbán, el conde de la ciudad y partidario declarado de la familia de Witiza, se compromete a mantenerles escondidos y a salvo, pero se niega a rebelarse abiertamente contra Rodrigo.
El nuevo soberano es coronado en Toledo y nombra a su primo Pelayo jefe de los espatarios (guardia personal del monarca).
Durante un año Pelayo vive en la corte, pero, poco a poco, se va dando cuenta de que el carácter de Rodrigo, a quien admiraba, va cambiando, convirtiéndose en un soberano despótico que no admite más norma que su propio deseo. Un día, observa a una joven bañándose en el Tajo y sin el menor miramiento, la viola. La joven resulta ser Florinda, la hija del conde Olbán, que había acudido a educarse en la corte, como era habitual en los hijos de los nobles de provincias. La joven, llena de vergüenza por lo sucedido, abandona Toledo y se dirige a Ceuta. Cuando su padre se entera, decide vengarse y va a entrevistarse con los musulmanes, unos nómadas procedentes de Arabia que, difundiendo con la espada la religión predicada por su profeta, Mahoma, han conquistado el norte de África y amenazan la ciudad de Ceuta. Les habla acerca de la riqueza del reino de los godos y les ofrece sus naves para pasarlos al otro lado del estrecho. El jefe de los musulmanes, Musa ibn Nusayr, recelando de arriesgar a sus propios guerreros árabes, ordena a su liberto originario del norte de África, Tarik ibn Ziyad, que, con sus bereberes, realice una incursión.
Entretanto, Rodrigo ha llevado su ejército al norte para someter una rebelión de los vascones. Estando allí, recibe la noticia de que unos extranjeros norteafricanos han invadido el reino y marcha hacia el sur precipitadamente. Pero, debido que tiene que dejar la mayor parte de su ejército en el norte, ordena a Sisberto y Oppas, los hermanos de Witiza, que acudan a reforzarle con sus propios hombres. En las márgenes del río Guadalete, o a orillas de la hoy desaparecida laguna de Janda, el ejército de Rodrigo se enfrenta a los hombres de Tarik, pero, en mitad del combate, los soldados de Oppas y Sisberto cambian de bando y atacan a sus propios compatriotas. El propio rey godo interviene a la desesperada en la batalla, pero es derribado por Sisberto, sufriendo múltiples heridas y solo la intervención de Pelayo, que mata al traidor duque de Gallaecia (vengando así, sin saberlo, a su padre, pues había sido Sisberto quien, por orden de Witiza, había asesinado a Fáfila), consigue salvarle la vida. El espatario, cargando con el moribundo monarca, se retira del campo de batalla y emprende un angustioso camino que le lleva hasta Viseu, en el noroeste del actual Portugal, donde al fin el último rey godo fallece y es enterrado en una cueva.
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Por otro lado, Tarik continúa una veloz conquista hasta llegar a Toledo; allí le alcanza Musa, quien, al comprobar que su subordinado ha tenido éxito, viene con un ejército de árabes para reclamar el triunfo. La facción goda enemiga de Rodrigo comprende que los musulmanes no han venido a ayudarles, sino a conquistar el reino, y, ante la evidencia, se someten a los nuevos señores.
Pelayo continúa, desilusionado y deprimido, hasta Asturias, donde retoma su puesto de señor de las tierras, acata a los mulmanes y procura que las condiciones que estos impongan a sus súbditos no sean demasiado duras. Pero el gobernador bereber de la zona, Munuza, se encapricha de la hermana de Pelayo y, para conseguirla, envía al godo prisionero a Córdoba.
En un calabozo cordobés, Pelayo, desesperado, comprende que el mundo ideal que se había forjado era falso y que su ambición de ocupar un puesto prominente en la corte, le había conducido al fracaso. El reino de los godos ha caído. Su rey ha muerto. Su hermana era prisionera de Munuza y había rechazado a quien era su verdadero amor, Gaudiosa, la astur. Se lamenta en voz alta en la oscuridad del calabozo y escucha que una voz le contesta; la de su amigo Julián quien también había caído prisionero de los musulmanes, y que le dice que él también había cometido un error, no se había atrevido a confesar a su amigo que él estaba enamorado de la hermana del godo, Adosinda, por miedo a causar el enojo de Pelayo debido a la diferencia de clase y posición. Pelayo recupera su ánimo, exclama que no pueden rendirse y que ambos pueden alcanzar lo que desean, rompe sus ligaduras y, junto con Julián emprenden el regreso a la tierra asturiana, dando fin a la segunda parte de la novela.
Tras pasar muchas penalidades, Pelayo y Julián llegan ante la imponente Cordillera Cantábrica. El otoño ya está avanzado y las primeras nieves han cubierto los pasos. A pesar de todas las dificultades, llegan, agotados, hasta orillas del lago Enol, donde las tribus astures acaban de abandonar sus pastos de verano para trasladarse a tierras más bajas. Solo quedan los últimos y, entre ellos, Gaudiosa, que corre hacia los recién llegados. Tras confesarse su mutuo amor, Pelayo y Gaudiosa se casan en la gruta de Covadonga (en la segunda parte de la novela había hecho que un sacerdote de Toledo acompañase a Pelayo en su regreso a Asturias, instalándose en lveces en los a Cueva, lo que utilicé en esa escena). Como el padre de Gaudiosa había fallecido, las tribus astures se reúnen para elegir un nuevo jefe, celebra la boda de ésta y de Julián.y Gaudiosa consigue que la elección recaiga en Pelayo (Entre los primitivos astures, la sucesión solía ser matrilineal, recayendo en el marido de la hija del jefe, lo que ocurrirá después en un par de ocasiones en los primeros reyes asturianos; Alfonso I y Hermesinda o Silo y Adosinda).
Pero Pelayo tiene aún una cosa que hacer antes de ejercer la jefatura. Como la fortaleza de Gijia, en la que reside Munuza, tiene fuertes murallas, Pelayo acude a un pueblecito costero cercano (concesión al pueblo de mis ancestros) y se embarca con sus hombres en un grupo de bateles, llegando a Gijia por mar. Tras liberar a su hermana Adoisnda, se celebra la boda de ésta y de Julián, y todos se refugian en las tierras de los astures.
Munuza pide refuerzos a Córdoba y persigue a los fugitivos. Pelayo y sus hombres se refugian en la Cueva. Los musulmanes llegan ante ella y Oppas, que les acompaña, intenta convencer a Pelayo para que se rinda. Ante la negativa, loos musulmanes inician el ataque, pero al lanzar piedras con “fundíbulos” contra la cueva, las que yerran, rebotando en la pétrea ladera vuelven a caer sobre ellos, provocando su desconcierto. Aprovechándolo, Pelayo y sus hombres se lanzan contra los musulmanes, a la vez que el duque godo Pedro de Cantabria (pariente también de Pelayo y que ya había hecho acto de presencia en la primera y segunda parte de la novela) ataca a los musulmanes desde atrás. Derrotados los musulmanes, emprenden la huída, pero dada la estrechez del valle, pocos lo consiguen.
 Munuza no se conforma con volver a Gijia, sino que, aterrorizado, huye hacia el sur, pero antes de que consiga pasar los montes, es alcanzado por los astures. Pelayo mata a Munuza y, a su vuelta a Cangas, es proclamado rey por una multitud de astures, godos e hispanorromanos.
Con esto finaliza la novela. Tenía pensado hacer la relación de todos los reyes asturianos y su actuación en mis novelas, pero me he extendido demasiado, y lo dejo para próximas publicaciones.

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