Después de la interrupción para hablar, en su día, del Apóstol Santiago, retomamos la serie dedicada a la implicación de los reyes asturianos en mis novelas:
El
segundo rey asturiano fue Favila, hijo de Pelayo. Sucede a su padre
en el año 737 y muere, a consecuencia de una imprudencia en una cacería, en el
739. Debido a su corto reinado y a la falta de datos, había decidido prescindir
de él (y de su cuñado y tercer rey, Alfonso II) y pasar directamente en mi
segunda novela (en orden de escritura), La Cruz de los Ángeles, al cuarto rey
asturiano Fruela I (y a sus sucesores). pero, una vez terminada la primera
redacción de ésta, pensé que sería interesante escribir sobre los hispanos
sometidos al islam (los muladíes) y comencé un relato, denominado precisamente
así (El Muladí). Pero como lo que narraba sucedía en el tiempo que transcurría
entre ambas novelas (Pelayo, Rey y La Cruz de los Ángeles), no pude resistirme
a contar también lo que sucedía en el reino asturiano, dividiendo la historia
en dos tramas separadas que confluían en su capítulo final, Así que, en su
primer capítulo, narraba concisamente la muerte de Favila a manos (garras) de
un oso.
Posteriormente, como he explicado
en las entradas anteriores, al escribir La Muralla Esmeralda, y tener que
inventarme, ante la ausencia de datos, toda la trama, Favila toma importancia
como hijo de Pelayo y jefe del grupo de jóvenes que se educan en la corte
asturiana bajo la tutela del rey. Se deja entrever una cierta tensión entre él
y Alfonso, resuelta sin problemas. Se describe el ansia de Favila por hacerse
digno de su padre y los esfuerzos de éste por convertirle en un futuro digno
monarca del reino asturiano. Se habla de la costumbre goda de elección de los
monarcas. Se relata su relación y boda con Brunequilda. Y, como anécdota, se
introduce (si los lectores son lo bastante perspicaces para adivinarlo) al
plantígrado que tendrá importancia en el devenir de este rey asturiano. La
novela termina, como ya se ha dicho, con el fallecimiento de Pelayo.
Con estas dos novelas (La Muralla
Esmeralda y El Muladí) terminaban, de momento, las apariciones de Favila en mis
novelas, pero al escribir la aún no publicada (La Estirpe de los Reyes) que se
editará, D.m., en la Editorial Temperley en el próximo otoño (al menos el
primero de los dos tomos en que, al final, ha quedado dividida), novela que
narra una hipótesis, no solamente improbable, sino absolutamente incierta, en
la que la estirpe de Pelayo no termina con Alfonso II, “el casto”, sino que
llega a entroncarse con Ramiro I y pervive, por tanto, hasta la actualidad,
Utilicé a una supuesta hija de Favila y Brunequilda, de la que hay solo vagas y
dusosas referencias. Así que, aunque la novela comienza con Favila de cuerpo
presente tras su muerte, las referencias a él, a su esposa Brunequilda y a sus,
imaginarios, descendientes, son continuas.
Con el tercer rey asturiano, Alfonso I, ocurre algo similar. Es un
personaje importante en La Muralla Esmeralda, demostrándose como el más capaz
de los jóvenes que se adiestran a las órdenes de don Pelayo, sin que eso
signifique que no haga honor a su fidelidad a Favila como hijo de su rey,
aunque la ascendencia del duque de Cantabria es incluso más ilustre que la del
propio Pelayo; Pero tanto Pedro como sus hijos dan muestra de una honorabilidad
a toda prueba, incluso cuando la boda de Alfonso con Hermesinda parece dar a éste una posibilidad
de aspirar al trono, más dada la costumbre matrilineal de los astures.
Alfonso tiene también rango de protagonista en
El Muladí, en la que, ayudado por su hermano Fruela “el mayor” (no confundir
con el hijo de Alfonso, Fruela I, cuarto rey asturiano, cometiendo el error en
que cayeron con frecuencia los cronistas musulmanes, que mezclaron los hechos
de uno y otro) rigió los destinos del reino de Asturias durante toda la novela,
en la que, incluso, le adjudiqué una relación sentimental, evidentemente
incierta históricamente, pero que condicionó, no solamente la trama de esa
novela y de la siguiente, La Cruz de los Ángeles, ya escrita (y que fue en la
que se me ocurrió introducir esa relación, y en la que lo esencial eran las
consecuencias de esa circunstancia), sino que falseó las personalidades
adjudicadas a los futuros reyes en las próximas novelas.
Al escribir la citada La Estirpe de
los Reyes, que transcurre en el tiempo a la vez que El Muladí y La Cruz de los
Ángeles, volví a repetir el mismo carácter y las mismas circunstancias para el
rey Alfonso I, aunque dedicando un estudio a su personalidad (la que yo le
había adjudicado) mucho más completo. La de un hombre preparado, capaz, recto y
seguro de sí mismo; pero también con la duda de si la corona que portaba en sus
sienes no le hubiera correspondido a los descendientes de Favila. Enamorado de
su esposa Hermesinda, a la que quiere y respeta (quizá a la única persona que
considera a su altura, aparte de a su hermano Fruela “el mayor”), pero sujeto a
grandes pasiones y que, al final de su vida, se siente embargado por la duda de
sí había sido tan buen rey, tan buen esposo y tan buen padre como había creído.
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