31 de julio de 2018

Fruela I "el justiciero"


El cuarto rey asturiano, Fruela I, sucede a su padre Alfonso I en el año 757. No sabemos si por herencia paterna; por derecho matrilineal, por ser hijo de Hermesinda, según las costumbres ancestrales de los astures; o por elección de los nobles, según los usos visigodos (posiblemente todos los factores pesaron). Sabemos que tuvo un carácter fuerte y difícil, según nos dicen las crónicas (ya más cercanas en el tiempo) y según los apelativos con que se le conoce. “El cruel” o “El justiciero”, según las antipatías o simpatías del cronista correspondiente. Al principio de su reinado sometió a los vascones, trayendo como rehén a una de sus jóvenes principales, Munia (algunas crónicas la hacen hija del rey Bermudo, primo de Fruela, pero lo he obviado porque no me cuadran las fechas), que, posteriormente, fue la madre de sus hijos, Alfonso (el futuro Alfonso II, “el casto”) y Jimena (según las leyendas, la madre de Bernardo del Carpio, pero esto es aún más imposible, pues el héroe del romancero mató a Roldán en Roncesvalles cuando su hipotética madre aún no había nacido o, a lo sumo, era una niña de menos de siete años de edad). Concedió unas tierras en las que se fundó un monasterio que dio lugar a la ciudad de Oviedo y pasó allí frecuentes temporadas (posiblemente, allí nació su hijo). Rechazó una invasión de los musulmanes (esto no está comprobado con seguridad) en la que mató a un hijo de Abderrahmán (otra incongruencia histórico-temporal que, al igual que la intervención de Bernardo del Carpio, me ha obligado a hacer “juegos malabares” para conseguir introducirla en mi novela). Creyendo (equivocada o certeramente) que su hermano Vimara conspiraba para arrebatarle el trono, le mató con sus propias manos, siendo, a continuación, asesinado por los nobles en el año 768.

Una vez terminada mi primera novela, Pelayo, Rey, y antes de su publicación, comencé a escribir otra con el título de La Cruz de los Ángeles, subyugado, quizá, por la belleza de la joya de ese nombre, conservada en el tesoro de la Catedral de Oviedo. Esa cruz fue donada por el hijo de Fruela, Alfonso II “el casto” a dicha catedral y, cuando me documentaba para redactarla y justificar su título, me ví atraído por la personalidad del vehemente monarca, cuya vida me pareció lo bastante apasionante como para merecer ser novelada.

Entonces tomé una decisión de la que, aún hoy, dudo que fuera acertada. Ya que estaba enfrascado en la confección de una novela sobre la Cruz de los Ángeles, decidí dividirla en tres partes: la primera dedicada a Fruela; la segunda a los cuatro reyes que ocuparon el trono entre el año 768 y el 791 (una época de la que no hay demasiados datos, pero en la que, sin duda, hubo intrigas y lucha de facciones por el poder), y una tercera ya con el protagonismo de Alfonso II y con la aparición de la joya que le iba a dar nombre. Eso me llevó a no profundizar demasiado en la personalidad de Fruela I y a ser demasiado parco en cuanto a Alfonso II, del que solo narré una parte de su vida (realmente, de la que hay más datos históricos). Sigo dándole vueltas a si no hubiera sido mejor escribir tres novelas, y narrar en la tercera la vida completa (82 años de vida y 51 de reinado) del “Rey casto”. Quizá lo haga algún día.

Fruela I aparece en La Cruz de los Ángeles recién coronado, tras la muerte de su padre y volviendo de su expedición a tierras vascas. Su enamoramiento con Munia y el modo como esta le corresponde, aunque me satisface en el fondo, debo reconocer que está tratado sin demasiada profundidad, mientras que hago hincapié (necesario, por otra parte) en el rechazo de los nobles de Cangas a la mujer vasca (tomado del historiador Sánchez Albornoz, que lo presenta como posible y que rápidamente acepté por sus posibilidades novelescas), cautiva, rehén, concubina o reina, que todas esas cosas fue del fogoso rey asturiano.

Este rechazo y el posterior asentamiento de la pareja real en Oviedo, alejándose de la corte, fue la causa de la conspiración para derrocar a Fruela, de la que éste hizo responsable a Vimara (y si estaba en lo cierto, o no, la novela no lo desvela), y del posterior desenlace sangriento con que da fin la primera parte de esta novela.

Sirve esta primera parte, también, de presentación de una mujer que va a tener una importancia capital en el reino durante los cuatro reinados (o cinco, según se considere) posteriores: la hermana de Fruela, Adosinda (del mismo nombre de la hermana de Pelayo que aparece en las novelas a él dedicadas); hija de un  rey, hermana de otro, prima de un tercero, esposa de un cuarto, hermanastra de un quinto y tía, en fin del sexto, es el nexo de unión de todos ellos en la historia de Asturias de aquellos complicados años.

Una vez terminada esta novela, tuvo que esperar a que se publicasen La Muralla Esmeralda y El Muladí para respetar el orden cronológico histórico. En cada una de ellas había cosas que influían en el texto, ya escrito, de la Cruz de los Ángeles y que hubo que modificar, lo que, quizá, fue otra de las causas de que no me sintiera demasiado entusiasmado con el resultado final.

Pero, en esos momentos, ya estaba enfrascado en la redacción de La Estirpe de los Reyes, que coincidía, en el tiempo, con El Muladí y con La Cruz de los Ángeles; Muchas de las escenas que iban a narrarse, ya lo habían sido en las anteriores, por lo que no debían repetirse; pero no podían obviarse por su importancia en el desarrollo de la trama, por lo que tenían que ser descritas de diferente manera, ya siendo narradas por un personaje que estuvo en ellas, y que se las cuenta a otro, ya expresándolas desde un diferente punto de vista. Eso no afectó demasiado al personaje de Fruela, pues ya he dicho que no le había tratado con la profundidad deseable, aunque sí aproveché para dedicarle bastantes párrafos más.

Y, por fin, ya entregada a la editorial La Estirpe de los Reyes, pude dedicarme a la desazón que me causaba La Cruz de los Ángeles. Descarté (de momento) la posibilidad de convertirla en tres novelas separadas y me dediqué a hacer una nueva redacción. Eliminé, de momento, la circunstancia improbable de la que había hablado antes, prefiriendo perder un momento ciertamente impactante y novelesco en aras de una redacción más creíble y cercana a la realidad histórica. Esto no afectó demasiado a Fruela, pero sí a su relación con personajes de su entorno, aunque mejor hablaremos de ello cuando nos dediquemos a los siguientes reyes. Aunque sí me sirvió para, sin abandonar la descripción de su carácter hecha en la primera redacción (y acertada, a mi parecer), profundizar mucho más en ella (y dedicarle muchas más páginas), así como introducir hechos que se habían quedado fuera en la primera redacción, bien porque entonces no lo consideré oportuno, bien porque no tenía conocimiento de ellos cuando la escribí por peimera vez.

Y ahora me queda la duda de si publicarla o no. Evidentemente, ha mejorado mucho, pero se han cambiado cosas que harán que no esté del todo de acuerdo con la trama del resto de las novelas. Además, publicarla mejorada, ¿no sería una especie de engaño a los que ya hayan comprado la original? De momento no puedo resolver mis dudas, pero hay tiempo, antes deben publicarse otras dos.


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