Terminamos la entrada anterior
contando como Pelayo, Rey finaliza con la entronización de Pelayo como rey de
Asturias. Recuerdo que, en dicha novela, decía a su conclusión que “esto no es
el FIN, sino el PRINCIPIO”, utilizando la clásica palabra con que se dan por
finalizados los libros, junto con la idea de que así comenzaba la Reconquista
que se iba a narrar en próximos volúmenes.
Pero la vida de Pelayo no terminaba
aquí. Desde el año 722, fecha de la batalla de Covadonga, hasta el 737, en que
falleció, presumiblemente de muerte natural, transcurrieron quince años en los
que el naciente reino se fue consolidando. No tenemos ningún dato sobre
Asturias en esa época, ni en las crónicas cristianas ni en las musulmanas,
señal de que a los gobernantes cordobeses poco les importaba el pequeño reducto
montañoso del norte de la península (lo que, sin duda, permitió al reino
cristiano del norte sobrevivir en los primeros momentos en que solo eran unos
grupos desorganizados alrededor de Cangas de Onís, la “Asturias primoriense”
que nombran los cronistas) y que estaban más interesados en extender su
conquista por el resto de Europa, lo que intentaron hasta que fueron detenidos
en Poitiers por Carlos Martel, y que causó, años después, la amarga queja del
anónimo autor del “Ajbar Machmuá” que escribió, refiriéndose a los tiempos del
emir Ocba: “…sin que quedase en Gallicia alquería por conquistar, si se
exceptúa la sierra, en la cual se había refugiado con 300 hombres un rey
llamado Belay…//… hasta que quedaron reducidos a 30 hombres…//…Era difícil a
los muslimes llegar a ellos y los dejaron, diciendo “30 hombres, ¿qué pueden
importar?”. Despreciáronlos, por tanto, y llegaron al cabo a ser asunto muy
grave, como, Dios (Allah) mediante, referiremos en el lugar oportuno.” Y, más
adelante, narrando lo ocurrido durante el emirato de Yusuf al-Fihrí, escribe:
“Los gallegos se sublevaron contra los muslimes y, creciendo el poder del
cristiano llamado Pelayo, de quien hemos hecho mención al comienzo de esta
historia, salió de la sierra…//…volviéndose a hacer cristianos todos aquellos
que estaban dudosos de su religión…”.
Esta ausencia de datos me llevó, en
un principio, a pasar por alto estos años y centrarme en escribir sobre los
reinados, más documentados, de los reyes que van desde Fruela I, hasta Alfonso
II, “el casto”. Pero la excelente acogida de la ya citada Pelayo, Rey llevó a
la editorial a pedirme una continuación de la misma. Y me decidí a narrar el
resto del reinado de Pelayo en una novela titulada La Muralla Esmeralda, en
relación a la enhiesta y verde cordillera que protegió al Reino Asturiano en
aquellos momentos en que aún no era lo bastante fuerte para enfrentarse
militarmente a los emires cordobeses. Como en esos tiempos no hay ninguna
reseña sobre campañas musulmanas en tierra asturiana, no relaté acciones
bélicas (salvo una, inventada, pues no podía retratar al protagonista sin
acometer gestas heroicas, y que narré haciendo la salvedad, con nota al pie, de
que esas páginas pertenecían a la ficción, sin ninguna base histórica). Por lo
tanto la novela describe a Pelayo como un gobernante preocupado por el
bienestar de su pueblo, y a la corte asturiana como un lugar en que los jóvenes
de la siguiente generación (Favila, los hijos de Pedro, Alfonso y Fruela y
otros personajes inventados) se preparan, bajo la dirección de Pelayo para, en
su momento, asumir las responsabilidades que les corresponda, mientras las
jovencitas (la hija de Pelayo, Hermesinda; Brunequilda, la futura mujer de
Favila; y otras inventadas) me daban pie para mezclar romances y aventuras.
Pero, con todo eso, la novela no
tenía suficiente consistencia histórica y desperdiciaba la enorme cantidad de
datos que nos dan las crónicas musulmanas sobre los acontecimientos ocurridos
en esa época en las tierras dominadas por el emirato cordobés. Así que
introduje una duda de Pelayo sobre si era buen momento para iniciar la
reconquista de los territorios ocupados, o si llamar la atención de los
musulmanes, en aquel momento más poderosos, podría ser fatal para el reino
asturiano (ya vimos, en la crónica del “Ajbar machmúa” citada anteriormente,
como la inacción en ese sentido hizo ganar un tiempo que, a la postre, resutó
crucial para el resultado d ela Reconquista). Pelayo, prudentemente, envía una
misión a tierras musulmanas, para lo que utilicé a personajes inventados
(Julián, el amigo y cuñado de Pelayo que había compartido protagonismo en
Pelayo, Rey; así como el astur Xinto y el godo Alarico que también tendrían
papeles importantes en novelas posteriores), por lo que la mitad de la novela
transcurre en el emirato cordobés, narrando hechos históricos auténticos.
Durante el desarrollo del libro
asistimos a la muerte del duque Pedro de Cantabria (con una aparición
inesperada del obispo Oppas), y a los fallecimientos por causas naturales de
Adosinda, Gaudiosa, y, por fin, del propio Pelayo, con lo que finaliza la
novela y las apariciones del primer rey asturiano en mis relatos.
A pesar de que, como he dicho, fue
la propia editorial la que me sugirió redactar esta novela, no mostró interés
en publicarla y quien lo hizo fue la editorial asturiana Sapereaude.
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