En la batalla en que los visigodos perdieron el dominio de España y que tuvo lugar a orillas del Guadalete en el año 711, como pudimos leer en la primera de mis novelas, Pelayo, rey, participó un noble visigodo de nombre Alfonso (no aparece en la novela citada, pues no tuvo importancia entonces), natural de algún lugar cerca de la serranía de Ronda (unos dicen que de Parauta, cerca de esa ciudad, y otros que de Júzcar, por la misma zona)
Tras la derrota, y al igual que los nobles godos que vimos en la entrada anterior (el duque Casio y su hijo Fortún), Alfonso pactó con los vencedores. Pero como su importancia era mucho menor que la de aquellos y sus tierras estaban ya en poder de los musulmanes, las condiciones fueron mucho menos ventajosas. Sea como fuere, pudo retener una parte de sus tierras y una buena posición. Pero, cada vez que, debido a las luchas entre las diferentes facciones musulmanas, o por la llegada de nuevos contingentes desde África, había que conceder nuevas tierras, los descendientes de los godos e hispanos eran despojados de ellas, así que un descendiente de Alfonso, pensando mejorar su suerte, se convirtió al Islam y tomó el nombre de Djafar al islamí. Como a tantos otros, esto no le sirvió de nada y, desesperado, vendió sus tierras y fue a establecerse en Iznate, cerca de Málaga, pensando que en ese nuevo lugar mejoraría su posición. (Como se podrá leer en el cap. 17 de “El Muladí”, mi tercera novela, si llega a publicarse).
Cuando, años después, Djafar tuvo que soportar que un musulmán se quedase con parte de sus ya escasos rebaños sin que el gobernador hiciera nada para defenderle, su nieto, Omar (El Omar ibn Hafsun de que estamos tratando), airado, fue a ver al ladrón, tuvo una discusión con él y le mató. Por lo que, para huir de la justicia, huyó a Tahart, en África, donde se ganaba la vida como sastre.
Un día, entrando en su tienda un viajero proveniente de Andalucía, muladí como él, le contó como sus compatriotas estaban siendo oprimidos por los .árabes y que había soñado que uno de ellos les animaría a rebelarse. Omar respondió: “yo soy ese hombre”, dejó sus instrumentos y volvió a su tierra dedicándose, al principio, a saquear y a alistar con él a los descontentos con el emir. Se estableció en Bobastro, una fortaleza derruída en un escarpado monte al noroeste de Málaga, que restauró y preparó de tal manera que era prácticamente inexpugnable. Pronto sus seguidores fueron tan numerosos que pudo derrotar a las mismas tropas del emir y llegó a dominar todas las serranías entre Córdoba, Sevilla y Málaga. De tal manera que el propio Mohamed I le perdonó y le incorporó, junto con sus hombres a su guardia personal, participando en varias campañas contra los cristianos del norte, demostrando arrojo, valor y habilidad.
Pero sus virtudes no encontraban la recompensa esperada, ya que los otros generales del emir, árabes de pura cepa, le trataban con desprecio, así que volvió a su fortaleza de Bobastro y a saquear las tierras del emir, impotente para reducirle.
Al Mundir, hijo y sucesor de Mohamed, reunió un gran ejército y, abandonando su lucha contra los cristianos, atacó a Ibn Hafsun, quien firmó un pacto con él. Pero en cuanto el ejército del emir se retiró, volvió a las andadas. (¿Les suena de la historia del anterior muladí, Musa ibn Musa?)
Al Mundir murió sitiando Bobastro, y su hermano Abdallah tiene que hacer frente a numerosas sublevaciones lo que aprovecha ibn Hafsun para dominar la mayor parte de Málaga, Sevilla, Granada y Jaén, confinando al emir en los alrededores de su capital, Córdoba.
Al fin de su vida, Ibn Hafsun vuelve al cristianismo y adopta el nombre de Samuel, pero esta decisión le granjea la pérdida de gran parte de sus seguidores. A pesar de todo se mantiene en Bobastro hasta su muerte en el año 917. Su hijo continúa la lucha diez años más, hasta que es derrotado por Abderrahmán III (el primer califa cordobés) y parte al exilio. Su hija, santa Argentea, es considerada por la iglesia como virgen y mártir.
Como conclusión, la rebelión de ibn Hafsun hizo que los emires cordobeses no pudieran, durante mucho tiempo, utilizar a gran parte de sus soldados contra el reino asturiano, lo que se podrá ver en la quinta de mis novelas, “La Cruz de la Victoria”
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