Cuando decidí dedicar mi tercera novela a este grupo social, me incliné (como ya conté en su momento) por que mi protagonista fuera un joven imaginario, y, por lo tanto, de ninguna importancia real. (Aunque en el devenir de la trama le hice partícipe de muchas de las circunstancias históricas del momento).
Ésta fue una decisión de la que nunca me sentí seguro de haber tomado la correcta. Es cierto que el hecho de que mi protagonista fuera un personaje imaginario me permitía una libertad total a la hora de decidir acerca de sus actos y su destino, pero también desaprovechaba las enormes posibilidades dramáticas (y reales) de algunos de los más importantes representantes de ese grupo social. Como dije, no desespero de, en algún momento futuro, dedicar alguna novela, al menos a dos de estos personajes; el aragonés Musa ibn Musa y el andaluz Omar ibn Hafsun, cuyas vidas, tan diferentes entre sí, pero tan apasionantes ambas, merecerían el trato de plumas (teclados, más bien) más expertos que la mía.
Puesto que ambos van a aparecer, aunque de modo tangencial, en las páginas de mis siguientes novelas (sus antepasados ya lo hicieron en las anteriores), quizá sea un buen momento para hacer una pausa en la relación cronológica de mis libros y dedicarles unas líneas.
Comencemos por Musa ibn Musa, cuyos antecedentes históricos se remontan a la primera de mis novelas, “Pelayo, rey”
Como quizá recuerden los que la hayan leído, en ella aparece el duque visigodo Casio, señor del valle del Ebro, y, junto con su hijo Fortún, adversarios de nuestro héroe, Pelayo y del rey Rodrigo, aunque al comprobar que éste derrota a los partidarios de los hijos de Witiza, cambian rápidamente de bando (esto pertenece a la imaginación del autor, aunque al comprobar su actitud posterior, no nos debe extrañar).
Cuando el ejército de Rodrigo es derrotado por los musulmanes (y por la traición de los witizianos) en el Guadalete, Casio y Fortún tratan con los vencedores y ofrecen su sumisión a cambio de mantener sus territorios; no solo eso, sino que para medrar más rápidamente bajo sus nuevos amos, aceptan la religión islámica convirtiéndose en muladíes.
Durante los hechos relatados en “Pelayo, rey”, “La muralla esmeralda” y “El Muladí”, los descendientes de Casio, los “Banu Qasi” son una de las más importantes familias del valle del Ebro bajo el emirato dependiente, y cuando Abderrahmán I toma el poder, el nieto del duque Casio, Musa ibn Fortún (Muestra del “peloteo” de la familia es que pusieron a su primogénito el nombre del árabe conquistador, Musa ibn Nusayr), se pasa rápidamente al bando del nuevo amo y le ayuda a tomar Zaragoza, recibiendo, a cambio, el gobierno de esas tierras.
Musa es un “fiel” vasallo de Abderrahmán, pero como no está de más estar preparado para cualquier eventualidad, contrae matrimonio con la viuda de Iñigo Jiménez, uno de los más importantes señores navarros. Con la ayuda del muladí, su hermanastro Iñigo Jiménez (Iñigo Arista) consigue convertirse en el primer rey de Pamplona desplazando a los sectores más afines a los francos. A cambio, cuando, una vez fallecido Musa ibn Fortún, su hijo y sucesor, Mutarrif ibn Musa, es asesinado por vascones adictos a Carlomagno, los Aristas ayudan a su hermano (nuestro protagonista), Musa ibn Musa, a mantenerse como gobernador de Tudela, cargo en que es confirmado por Abderrahmán II, a la sazón emir de Córdoba.
Aquí comienza la azarosa vida pública de este muladí, gran parte de ella contada en la quinta de mis novelas, “La Cruz de la Victoria”. Llamado por su señor, el emir, le ayuda a derrotar a los vikingos que habían remontado el Guadalquivir, lo que le hace merecedor de sus favores. Aliado con sus parientes navarros, actúa con total independencia del emir cordobés y se califica a sí mismo como “el tercer rey de España” (Siendo los otros dos, el emir Abderrahmán II y el rey de Asturias, a la sazón Ramiro I)
Cuando, después de ser derrotado por el sucesor de Ramiro, su hijo Ordoño, en Albelda, su estrella comienza a declinar (y los navarros entran en la órbita asturiana), siguiendo el ejemplo de su padre, su abuelo, y el resto de sus ancestros, pacta con el Emir, quien le perdona y le confirma como señor del valle del Ebro. Pero cuando las circunstancias le son favorables, de nuevo proclama su independencia, para volver a solicitar el perdón del soberano cordobés en el momento en que no se siente lo suficientemente poderoso para defender sus posiciones.
Sus hijos, Lope, Ismail, Mutarrif y Fortún, y sus nietos, siguieron su política pactando con unos y otros (incluso con el rey Alfonso III de Asturias), consiguiendo así mantener en poder de los Banu Qasi el valle del Ebro, hasta que fueron postergados por otra importante familia , los “Tuchibíes”.
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