El año 2.008 fue un año Jubilar en la Catedral de Oviedo, debido a los 1.000 años de La Cruz de la Victoria y los 1.200 de La Cruz de los Ángeles. Eso me dio una idea para salir de las horas bajas en que había caído mi producción literaria. Yo tenía una novela, registrada y entregada ya a los editores, que tenía por título “La Cruz de los Ángeles”; y otra, casi acabada, aunque no del todo a mi gusto, que se iba a llamar “La Caja de las Ágatas” y que narraba un poco de la vida del rey Ordoño I y, fundamentalmente, la de su hijo y sucesor, Alfonso III. Como ya expliqué, tenía dificultad en introducir de una manera interesante la joya que le daba título y había llegado a pensar, incluso, en cambiarle el nombre y llamarla “Alfonso III” o, mejor, “El rey emperador” (Fue el primero que usó ese título que indicaba preeminencia sobre otros reyes de la península, tema que tuvo parte importante en el desarrollo de la trama).
El acontecimiento de ese año me abrió otro camino: Mi primera novela se había llamado en un principio “La Cruz de la Victoria”, (porque la tradición dice que el ánima de roble que forma esa joya fue la cruz portada por don Pelayo en Covadonga) y así estaba registrada. Pero, por indicación de los editores, se le había cambiado el título por “Pelayo, rey”, por lo cual el primer nombre estaba libre. Y se daba la feliz casualidad que Alfonso III había ordenado recubrir de oro y piedras preciosas dicha cruz (en realidad no es así. El ánima de esa joya esta formada por madera cortada hacia el año 1.000, aproximadamente, pero un escritor de ficción tiene que seguir las leyendas). Fue cuestión de poco tiempo retomar el borrador de “La Caja de las Ágatas”, rehacerlo para dar protagonismo a “La Cruz de la Victoria”, terminarlo (Lo que antes me había costado mucho, ahora fue una tarea sencilla, ignoro la razón) y proceder a registrarlo con dicho título.
En el Registro de la Propiedad Intelectual me encontré con otro problema. No me dejaron inscribir mi novela porque el título ya estaba registrado (Por mí mismo hacía ya más de diez años). No quería perder más tiempo, así que en las mismas oficinas cambié el título por “La Cruz de la Victoria II” (Era lo más fácil y sencillo) y la registré. (Quinta de mis novelas que ya tenía existencia oficial). A continuación me fui a la editorial y les expliqué que, de publicar alguna o ambas de esas dos novelas (“La Cruz de los Ángeles” y la nueva “Cruz de la Victoria”) durante este Año Jubilar, una gran parte de la propaganda estaría ya hecha, y gratis, al menos en Asturias. Por motivos que no comprendo, no quisieron aprovechar ese momento. Ellos se lo perdieron.
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