Había entregado la novela encargada (era la primera vez que escribía algo por encargo) en los plazos previstos, pero a los editores no debió gustarles demasiado, porque por un tiempo no volví a tener noticias de ellos. Durante los años siguientes no progresé demasiado en mis novelas. Tenía dos pendientes y decidí volver sobre ellas.
En verano retomé, poco a poco, mis apuntes sobre Santiago y descubrí lo poco que se sabe en realidad de él. Hice el esquema, bosquejé los personajes, que luego, a medida que avance el libro, obtendrán, y no solamente por mi voluntad, su propia personalidad, y escribí el borrador de los cinco primeros capítulos. Ahí topé con un muro. Describir al Señor, a la Virgen y al resto de Apóstoles se me resistía.
Pensé relajarme trabajando en la vida de Gauzón, pero a la vez compré (el verano, las vacaciones, es también mi tiempo de lectura) “El último soldurio”, de Javier Lorenzo. Un tema similar, pero con un cántabro en vez de un astur como protagonista. Por un momento temí que tendría que respetar el tema, al igual que lo había hecho con la vida de Ramiro I, perfectamente descrita por Fulgencio Argüelles en “Los clamores de la tierra”, pero pronto ví, con alivio, que Lorenzo se centraba en Cantabria y solo citaba Asturias de pasada. Podría escribir sobre mi tierra sin plagiar. No obstante, la abundante erudición que demostraba el autor, me obligó a exigirme más y a aumentar mis conocimientos previos sobre el tema, y eso solo lo podría hacer a mi vuelta a Madrid, con acceso a mis libros, Internet, etc.
Bien, había que hacer algo. Volví sobre Santiago, pero sin éxito. Y reducir mis vacaciones a holgazanear, sol y playa no me va, así que, sentado frente al ordenador, comencé a hacer un resumen de lo que había escrito hasta la fecha y que, ahora, me ha ayudado mucho en todas las entradas que, hasta la fecha, he hecho en elblog.
En Enero de 2007 intenté retomar el borrador de “Boanerges”("Hijo del Trueno", el apodo que Jesús le había puesto a los dos hermanos hijos de Zebedeo y que yo había escogido como título para mi novela sobre la vida del Apóstol Santiago). Para esto tuve una inestimable ayuda: Un nuevo sacerdote del colegio, el P. Sergio se interesó por el tema, me proporcionó escritos interesantes y me dio valiosos consejos. A la vez, un compañero del colegio, Jaime Buhigas, que había estado de vacaciones en Jerusalén, también me trajo planos y libros que me ayudaron a comprender mejor las tierras y personajes de la novela. Pero este mismo Jaime fue el causante indirecto de que no prosiguiese con mis buenos propósitos. Como director del grupo de teatro del colegio, me dio un papel en la obra de Jardiel Poncela “Angelina, o el honor de un brigadier” (Dados mis años, mi bigote y mis patillas, evidentemente, yo era el brigadier) y esto volvió a ocupar mis ratos libres.
Tengo que decir que este grupo de teatro está formado por gente extraordinaria, a la que aprecio enormemente y con los que hemos pasado momentos maravillosos. Tres de mis seguidores (hasta el momento), María de Lombas, Luz Morales y Carlos Solís, proceden de él. A ver si cunde el ejemplo.
A “Angelina” siguieron, en años sucesivos, “La cabeza de dragón”, de Valle Inclán, “Tres sombreros de copa”, de Miguel Mihura, y, en este último curso, “El sueño de una noche de verano” de Shakespeare (nada menos, en verdad somos osados – o lo es nuestro director-) Esta nueva afición ocupó, en parte, las horas y las ansias que dedicaba a escribir. Por otro lado, la única noticia que había tenido durante bastante tiempo de mis editores era que “Pelayo, rey” iba a ser, además, publicado en el Círculo de Lectores. Por lo tanto, las novelas pasaron a un segundo plano (Pero solo hasta la próxima entrada en el blog, por supuesto)
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