16 de abril de 2017

INCÓGNITAS I - Acerca de la identidad de Pelayo.

Doy principio a  una serie de entradas en el blog acerca de los casos, en los primeros años del reino de Asturias, en los que no tenemos una absoluta seguridad, siempre relacionándolos con lo narrado en mis novelas. Comenzaremos por la propia identidad de su fundador, don Pelayo.
Aunque hay  quienes afirman que no existió, y que es una leyenda, y otros que, aceptando su existencia, se inclinan porque fue un caudillo de los astures, rebelde contra los musulmanes como éstos lo fueron también contra los godos y, anteriormente, contra los romanos; la mayor parte de los historiadores aceptan (con reservas) lo afirmado en las crónicas del siglo IX, los documentos más antiguos que nos hablan del tema, aunque escritas más de cien años después de que ocurriesen.
            Vamos a ver qué nos dicen las crónicas más antiguas, concretamente la de “Alfonso III” y la “Albeldense”, por parte cristiana, y el “Ajbar machmuá” por parte musulmana:

Para la Crónica de Alfonso III utilizaremos:
Las   dos   versiones   en   latín   (sebastianense   y   rotense)   que proceden   de   Juan   Gil   Fernández,
Crónicas asturianas, Oviedo, Universidad de Oviedo, 1985. pp. 114-149 y 151-188.

La versión “ad Sebastian” es bastante concisa respecto a sus orígenes, aunque luego se extiende mucho en la batalla de Covadonga, que estudiaremos en la próxima entrada. Y nos habla también de sus consecuencias y de la definitiva liberación del reino asturiano.

“Goti uero partim gladio, partim fame perierunt. Sed qui ex semine regio remanserunt, quidam ex illis Franciam petierunt, maxima uero pars in patria Asturiensium intrauerunt sibique Pelagium filium quondam Faffilani ducis ex semine regio principem elegerunt”.
            (Crónica de Alfonso III, “ad Sebastian”)

“Per idem tempus in hac regione Asturiensium in ciuitate Gegione prepositus Caldeo rumerat nomine Munnuza. Qui Munnuza unus ex quattuor ducibus fuit qui prius Yspanias oppresserunt.
Itaque dum internicionem exercitus gentis sue conperisset, relicta urbe fugam arripuit. Quumque Astores persequentes eum in locum Olaliense repperissent, simul cum exercitu suo cum gladio deleuerunt, ita ut ne unus quidem Caldeorum intra Pirinei portus remaneret”.
            (Crónica de Alfonso III, “ad Sebastian”)

Y, para su traducción, disponemos de la de Nicolás Castor de Caunedo, “Un Cronicón del siglo IX”, en Semanario Pintoresco Español,  22 (28 de mayo de 1854),  pp. 169-173.  Basada en la versión sebastianense, se ha modificado la ortografía y algún otro detalle.

“Los godos sucumbieron, unos al filo de la espada y otros a los impulsos del hambre. Sin embargo, algunos de regia estirpe se salvaron, dirigiéndose a Francia, y otros, la mayor parte, penetraron en el país de los astures, y eligieron por su príncipe a Pelagio, hijo del duque Favila  y de sangre real”.

 “Por este mismo tiempo había en esta región de Asturias, en la ciudad de Gijón, un prepósito de los caldeos, que tenia por nombre Munuza, que fue uno de los cuatro capitanes que primero invadieran las Hispanias.
Tan luego llegó a saber la matanza del ejército, abandonó la ciudad y se puso en fuga, mas persiguiéndole los astures, le alcanzaron en el lugar Olaliense y le acuchillaron con todo su ejército, de tal manera que ni uno solo de los caldeos quedó aquende de los puertos del Pirineo”.

La versión “Rotense” es mucho más extensa y nos cuenta detalles de por qué Pelayo se rebeló.

“Per idemferre tempus in hac regione Asturiensium prefectus erat in ciuitate leione nomine Munnuza conpar Tarec. Ipso quoque prefecturam agente, Pelagius quidam, spatarius Uitizani et Ruderici regum, dicione Ismaelitarum oppressus cum propria sorore Asturias est ingressus. Qui supra nominates Munnuza prefatum Pelagium ob occassionem sororis eius legationis causa Cordoua misit; sedantequam rediret, per quodam ingenium sororem illius sibi in coniungio sociauit. Quo ille dum reuertit, nulatenus consentit, set quod iam cogitauerat de salbationem eclesie cum omni animosi tateagere   festinauit.   Tune   nefandus   Tarec   ad   prefatum   Munnuza   milites   direxit,   qui   Pelagium conprehenderent et Cordoua usque ferrum uinctum perducerent. Qui dum Asturias peruenissen tuolentes  eum fraudulenter conprendere, in uico cui nomen erat Brece per quendam amicum Pelagium manifestum est consilio Caldeorum. Sed quia Sarrazeni plures erant, uidens se non posseeis resistere de inter illis paulatim exiens cursum arripuit et ad ripam flubii Pianonie peruenit. Queforis litus plenum inuenit, sed natandi adminiculum super equum quod sedebat ad aliam ripam setrantulit et montem ascendit. Quem Sarrazeni persequere cessaberunt. Ille quidem montana petens, quantoscumque ad concilium properantes inuenit, secum adiuncxit adque ad montem magnum, cuinomen est Aseuua, ascendit et in latere montis antrum quod sciebat tutissimum se contulit; ex quaspelunca magna flubius egreditur nomine Enna. Qui per omnes Astores mandatum dirigens, inunum colecti sunt et sibi Pelagium principem elegerunt”.
            (Crónica de Alfonso III, “rotense”)

Aquí no disponemos en este momento de traducción, y no domino lo suficiente el latín como para hacerlo extensamente, pero se puede leer que Pelayo era espatario (Una especie de guardia real) de los reyes Witiza y Rodrigo. Que fue enviado prisionero a Córdoba porque el gobernador musulmán de Asturias, Munuza, quería casarse con su hermana. De allí se escapó y fue elegido jefe por los astures que luchaban contra los invasores. Debemos entender por astures todos los que vivían en Asturias, tanto descendientes de los godos como hispanos o los propios indígenas (originarios del país de que se trata  según la RAE).

En la crónica Albeldense utilizaremos también el mismo traductor.

33. Uittizza rg. ab. X. Iste in uita patris in Tudense hurbe Gallicie resedit. Ibique Fafilanem ducem Pelagii patrem, quem Egica rex illuc direxerat, quadam occasione uxoris fuste in capiteper cussit, unde post ad mortem peruenit. Et dum idem Uittizza regnum patris accepit, Pelagium filium Fafilanis, qui postea Sarracenis cum Astures reuellauit, ob causam patris quam prediximus,ab hurbe regia expulit. Toletoque Uittiza uitam finiuit sub imperatore Tiberio


XV. ITEM NOMINA REGUM CATOLICORUM LEGIONENSIUM
1. Pelagius filius Ueremundi nepus Ruderici regis Toletani. Ipse primus ingressus est inasperibus montibus sub rupe et antrum de Aseuba.

ITEM ORDO GOTORUM OBETENSIUM REGUM1. Primum in Asturias Pelagius rg. in Canicas an. XVIIII. Iste, ut supra diximus, a Uittizzan crege de Toleto expulsus Asturias ingressus. Et postquam a Sarracenis Spania occupata est, isteprimum contra eis sumsit reuellionem in Asturias, regnante Iuzep in Cordoba et in Iegione cibitate Sarracenorum iussa super Astures procurante Monnuzza. Sicque hab eo hostis Ismahelitarum cum Alcamane interficitur et Oppa episcopus capitur postremoque Monnuzza interficitur. Sicque ex tunereddita est libertas populo Xpiano. Tune etiam qui remanserunt gladio de ipsa oste Sarracenorum inLibana monte ruente iudicio Dei opprimuntur et Astororum regnum diuina prouidentia exoritur.Obiit quidem predictus Pelagius in locum Canicas era DCCLXXVª..


33. Vitiza, reinó diez años. En vida de su padre residió en Tudem, ciudad de Gallecia. Allí el Duque Fatilano, padre de Pelagio, a quien el rey Égica había desterrado, murió de resultas de un golpe que Vitiza le dio en la cabeza a causa de su mujer, y luego que Vitiza sustituyó a su padre en el trono, Pelagio, hijo de Fatilano, que después se levantó con los asturianos contra los sarracenos, fue también desterrado de la ciudad real por el motivo de su padre que arriba hemos dicho. Vitiza acabó su vida en Toleto, siendo emperador Tiberio.

CRONOLOGÍAS DEL REINO DE ASTURIAS Y OTROS
XV.—Siguen los nombres de los reyes católicos leoneses.
  1. Pelagio, hijo de Veremundo, sobrino de Roderico, rey toledano. Fue el primero que vino a los montes de Asturias, y se ocultó en la cueva de Ánseba

Sigue el orden de los reyes godos ovetenses.
1. El primero que reinó en Asturias, fue Pelagio, que residió en Canicas diecinueve años. Expulsado de Toleto por el rey Vitiza, entró en Asturias después que los sarracenos ocuparon a Spania. Reinando Juzeph en Córdoba, y Mounuza en la ciudad de Gegio (donde le pusieron los sarracenos para dominar a los  asturianos). Pelagio se rebeló antes que otro alguno en Asturias. Destruyó a los Ismaelitas, quedó muerto su general Alcamano, y prisionero el obispo Opa. Por último, Mounuza también perdió la vida, y el pueblo cristiano recobró la libertad. Los que delejército sarraceno escaparon de la espada, fueron por juicio de Dios oprimidos y sepultados por elmonte Libamina, y el reino de los astures quedó erigido por la divina Providencia. Murió el referido Pelagio en el lugar de Canicas en la Era 775

Esta crónica nos cuenta también varios aspectos de la rebelión de Pelayo, y de su vida anterior, aunque diferentes de los narrados en la “Rotense”; coincide con la “ad Sebastian” en hacer a Pelayo de sangre real, y, curiosamente, nos da dos versiones diferentes del nombre del padre de Pelayo:  Fatilano (Faffilanem), coincidente con el “Favila” que nombra la versión “ad Sebastian” de la crónica de Alfonso III (la “rotense” no nos dice nada acerca de este punto), y Veremundo, sobrino (él, o el propio Pelayo) del rey Rodrigo.

Las crónicas musulmanas, también citan, aunque muy de pasada a Pelayo, al que denominan “Belay”. Veamos el “Ajbar machmuá”, en traducción de don Emilio Lafuente Alcántara, que nos cuenta, relatando el acceso al gobierno de al-Andalús del emir Ocba ibn al-Haddjjad:

 “Recibió, en efecto, el gobierno de España, viniendo en 110 y permaneciendo en ella algunos años, durante los cuales conquistó todo el país hasta llegar a Narbona, y se hizo dueño de Galicia, Álava y Pamplona, sin que quedase en Galicia alquería por conquistar, si se exceptúa la sierra, en la cual se había refugiado con 300 hombres un rey llamado Belay (Pelayo), a quien los musulmanes no cesaron de combatir y acosar, hasta el extremo de que muchos de ellos murieron de hambre; otros acabaron por prestar obediencia, y fueron así disminuyendo hasta quedar reducidos a 30 hombres,   que   no   tenían   10   mujeres,   según   se   cuenta.   Allí   permanecieron   encastillados, alimentándose de miel, pues tenían colmenas y las abejas se habían reunido en las hendiduras de la roca. Era difícil a los muslimes llegar a ellos, y los dejaron, diciendo:  «Treinta   hombres,  ¿qué pueden importar?»”

Como resumen a la existencia e identidad de Pelayo, creo (y no soy historiador, por lo que lo único que hago es estudiar los trabajos de los que sí lo son) que podemos aceptar que existió, que fue un godo que se refugió en Asturias (como tantos otros) huyendo de la invasión musulmana, tuviera o no anteriormente posesiones o intereses en esa tierra; y que encabezó la rebelión (poco más fue al principio) de los cristianos contra los musulmanes, siendo elegido como jefe por sus compañeros.
Posteriormente, las crónicas de Alfonso III, interesadas en magnificar la figura de los antecesores (aunque no ascendientes, porque no había relación genealógica directa entre dicho rey y Pelayo, aunque en la última de mis novelas me invento una trama en que sí la hay) del monarca reinante, hacen que (en la version “ad Sebastián”) Pelayo descienda de los reyes godos (sea esto cierto o no), mientras que en la “rotense”, obviando ese dato, se cita a Pelayo como un simple “espatario” (guardia real) de los reyes Witiza y Rodrigo (lo que no afirma ni niega que tuviera la susodicha sangre regia), y hace hincapié en la novelesca historia de que Pelayo, al oponerse a la boda de su hermana con el gobernador musulmán de la zona, Munuza (historia ésta, quizá, inspirada en la boda de otro gobernador musulmán, también de nombre Munuza, con la hija del duque de Aquitania, Eudes), fue enviado por éste como preso a Córdoba, de dónde se escapó, volvió a Asturias y comenzó la rebelión contra los musulmanes, siendo elegido jefe por sus compañeros.
Y la “Albeldense”, quizá para justificar que Pelayo fuese partidario de Rodrigo contra Witiza, hace mención a que éste, en vida de su padre Egica, había matado de un golpe en la cabeza al padre de Pelayo, el duque Favila, “a causa de su mujer”

¿Y cómo relato, en mis novelas, éstos hechos?
En principio acepto todo lo que dicen las crónicas, sea o no real, porque son los datos que tenemos y, además, tienen valor novelesco y encajan bien en el personaje (su personalidad la construí a partir de esos datos).
Un apunte curioso, la frase de la “Albeldense”, acerca de la muerte de Favila, el padre de Pelayo, sucedida a manos de Witiza “a causa de su mujer” permite múltiples interpretaciones. A primera vista, parece que podría tratarse de que el poderoso Witiza, el duque de Gallaecia e hijo del rey Egica, desease a la esposa de Favila y, para conseguirla, matase al marido. Pero eso no es demasiado elogioso para los padres de quien consideré el primer rey asturiano. Estaba la opción, mucho más novelesca, de que fuese Favila quien intentase seducir a la esposa del rey, y, al sorprenderle, Witiza le matase. Pero esto dejaría a la madre de Pelayo como una “engañada”, a no ser que ya hubiese fallecido. En las dudas, en la primera redacción de esta novela, cuando aún pensaba denominarla “La Cruz de la Victoria”, decidí ignorar esta situación y comencé la novela con un prólogo en unas posesiones (imaginarias) que el duque Favila tenía cerca de Proaza y dónde Pelayo, a la sazón un adolescente, recibía la noticia de la muerte de su padre. Con un sentido cíclico de la trama, la novela concluía con un epílogo, cerca de ese mismo sitio, en el que Pelayo, después de la victoria de Covadonga, liberaba definitivamente Asturias de la dominación musulmana, hecho relatado también en las crónicas de Alfonso III, coincidentemente en ambas versiones:

“Qui Munnuza unus ex quattuor ducibus fuit qui prius Yspanias oppresserunt.Itaque dum internicionem exercitus gentis sue conperisset, relicta urbe fugam arripuit.
QuumqueAstores persequentes eum in locum Olaliense repperissent, simul cum exercitu suo cum gladiodeleuerunt, ita ut ne unus quidem Caldeorum intra Pirinei portus remaneret”.

(“Por este mismo tiempo había en esta región de Asturias, en la ciudad de Gijón, un prepósito de los caldeos, que tenia por nombre Munuza, que fue uno de los cuatro capitanes que primero invadieran las Hispanias.
Tan luego llegó a saber la matanza del ejército, abandonó la ciudad y se puso en fuga, mas persiguiéndole los astures, le alcanzaron en el lugar Olaliense y le acuchillaron con todo su ejército, de tal manera que ni uno solo de los caldeos quedó aquende de los puertos del Pirineo”).

Al revisar el texto, previamente a su publicación, por consejo de los editores (Imágica Ediciones), volví a tocar el tema de la muerte del padre de Pelayo, aunque, para evitar cualquier implicación no demasiado positiva (según me indicaron, no solo el protagonista, sino sus allegados, deberían ser irreprochables), hice que Favila, años después de quedarse viudo, se hubiese enamorado de una noble goda a la que también cortejaba Witiza; y que éste, por celos, le matase. Para esto, abandoné mi idea de dar a la trama un carácter cíclico, hice un prólogo en Tuy en que contaba ese luctuoso hecho y pasé el prólogo anterior al primer capítulo; convertí el epílogo anterior como último capítulo, y redacté un epílogo con su proclamación como rey (imaginaria, aunque ya presente en leyendas como la del “Campo de la jura” o “el Repelao”), para justificar el nuevo título sugerido por los editores (Pelayo, rey), con el que se publicó  y con el que la conocen mis lectores.

Y, a continuación, como prometí, transcribo algunos párrafos de la novela, relativos a ese prólogo, y a la (imaginada) descendencia de Pelayo de los reyes godos.

Relativos a la muerte de Favila:

“Cuando ambos godos hubieron salido al exterior, en el que la tormenta había cesado y solo quedaban rastros de ella en los encharcados suelos, y tras cerciorarse de que no había nadie por las cercanías que pudiera escucharles, Atanagildo tomó del brazo a su amigo y, en voz baja, le dijo:
- Oye, Fáfila. Hay un rumor que ha llegado a mis oídos y que me preocupa. Espero que no sea cierto, pero se dice que la mujer en quién has puesto tus ojos es...
- La mirada de Atanagildo se cruzó con los ojos azules, inusualmente serios y tristes, del conde de Lucus Asturum y se interrumpió.- ¡Cielos! ¡Fáfila, no! La amante del duque...
- Ya no es su amante.- Contestó con voz suave Fáfila.
- No es eso lo queWitiza piensa. Amigo mío, desde que enviudaste te has dedicado a perseguir a todas las mujeres hermosas que se ponían a tu alcance, y tu fama es merecida, pero esta vez picas demasiado alto. No sabes a lo que te arriesgas...
- Lo se perfectamente, Atanagildo. Esta vez es diferente. Ganar a Witiza en una lid amorosa puede ser tentador, pero no estoy loco, no arriesgaría mi vida por una simple cuestión de presunción. Conocí a Lutgarda en una comida al principio del verano, cuando el duque nos reclamó, y me enamoré de ella. Y ella, al menos así creo, también de mí. Seguí viéndola, a escondidas, y he comprendido que no puedo vivir sin ella. No, Atanagildo, hay fuegos que no se apagan, ni con las persistentes lluvias de estas tierras...- Concluyó, con voz a la vez triste e ilusionada, Fáfila.
- Pero pertenece a Witiza... - Objetó su amigo.
- Lutgarda no pertenece a nadie. Es una mujer libre, y de familia noble, además. Puede elegir su destino.
- No es eso lo que cree nuestro duque. Él opina que todo lo que hay en Gallaecia es de su propiedad.
- No me importa. Esta noche hablaré con ella. Y si, como creo, sus sentimientos son como los míos, la convenceré para que mañana, después de la reunión, se venga conmigo. A mis tierras de Asturias. Una vez allí, que Witiza vaya a buscarla, si se atreve”.

Y:

“No lo sabremos nunca, pues en ese momento la puerta de la habitación se derrumbó con estrépito y media docena de soldados penetraron en la estancia al mando de Sigmundo y del hermano del duque, Sisberto (la fama de experto luchador del conde de Lucus superaba, incluso, a su prestigio de conquistador). Tras ellos en un rostro enmarcado por una cuidada barba negra, relucían con odio los ojos fríos y crueles de Witiza, hijo de Egica y duque de Gallaecia”.

Respecto al origen de Pelayo, nuestro protagonista, antes de conocer la muerte de su padre, después de tener un combate de entrenamiento con su amigo Julián:

“- Soy un godo - Contestó el otro. - Soy godo y soy noble. Mi padre es dueño de todo lo que ves. Y de mucho más. Es dueño de tierras y palacios, de siervos y de guerreros. Es dueño hasta de tu padre, aunque su relación con él, al igual que la mía contigo, no sea la de posesión, sino la de amistad. - Al decir esto posó su mano sobre el antebrazo de su compañero. El gesto contrastaba por su ternura con el encarnizamiento de la lucha sostenida momentos antes.
- Los godos somos los dueños de Hispania - continuó. - Pero somos pocos. Y lo que poseemos tenemos que mantenerlo con las armas en la mano. Así lo hemos hecho siempre, desde que el Emperador Honorio concedió esta tierra a nuestro rey Ataulfo. Y luchando, y venciendo, es como Leovigildo aniquiló a los Suevos, Sisebuto expulsó a los Bizantinos y mi bisabuelo Chindasvinto consolidó el Reino. Es nuestro destino, Julián, luchar siempre. Luchar y vencer. Porque el día en que nos derroten, no podremos sobrevivir”.




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