5.- “ADOSINDA esposa de Silo
Al
parecer era nieta, por parte de madre, de don Pelayo y de su esposa Gaudiosa;
mientras que por parte de padre era nieta del duque Pedro de Cantabria. Su
madre fue Ermesinda y su padre Alfonso I, el Católico, rey de Asturias.
Desconocemos la fecha de su nacimiento.
Había
casado con Silo, y cosa extraña en la época, lo hicieron por amor. Al morir
Aurelio, le hubiera correspondido el trono a Adosinda, pero la monarquía
asturiana no era hereditaria en esa época, ya que los reyes lo eran por
aclamación, y el Consejo eligió a su marido, Silo.
Silo
era hijo de Fruela, hermano de Alfonso I, por lo que Silo y Adosinda eran
primos. El matrimonio no tuvo hijos varones y al morir Silo, su hermanastro
Mauregato obliga a Adosinda a ingresar el 26 de noviembre de 785 en el convento
de San Juan de Santianes de Pravia, donde residió, hasta su muerte, junto a su
hija María y sus damas. En la iglesia de San Juan de Santianes de Pravia se
conserva la tumba en la que se supone yacen los restos del rey Silo y su
esposa, la reina Adosinda”.
Documentada
entrada sobre uno de los personajes femeninos con mayor importancia de esa
época. Hija del tercer rey (Alfonso I); hermana del cuarto (Fruela I); esposa
del sexto (Silo) y tía y tutora del octavo (Alfonso II), Adosinda es el nexo de
unión de la monarquía y de la historia asturiana en esos años. Aunque hay un
dato con el que no estoy del todo de acuerdo. De Silo y Adosinda dice la
crónica de Alfonso III, versión “rotense”: “quia
Silo ex coniunge Adosinda filium non genuit”, y la “Albeldense”: “…et prolem nullum dimisit”, afirmando
expresamente que no tuvieron hijos, en lo que coinciden los historiadores que
he consultado para la elaboración de mis novelas. Ignoro de dónde está tomado
el dato de que tuvo una hija, de nombre María, y me gustaría saberlo, por si
procede utilizarlo. Aunque esa falta de hijos fue la que hizo que se volcase en
la educación de su sobrino Alfonso II.
En cuanto a que Silo fuese hijo de
Fruela, no me lo parece. De Fruela están documentados Aurelio y Bermudo.
Casualmente, en la ficción de mis novelas, también hago que exista un
parentesco, (¡no puedo decir cuál!) entre Silo y Adosinda, pero es algo
totalmente inventado.
En
la redacción de mis novelas Adosinda tiene una importancia capital. Apenas
aparece, como niña, en la tercera “EL MULADÍ”. Pero en la cuarta y en la
quinta, las contemporáneas LA CRUZ DE LOS ÁNGELES y LA ESTIRPE DE LOS REYES, es
el hilo conductor de todas las tramas. Sobre todo en su relación con Silo hay
dos factores importantes; el primero no lo puedo desvelar, pero si comentar que
es no solamente improbable, sino prácticamente imposible, aunque determinante
en el desarrollo de esas novelas, introduciendo un factor traumático y
dramático (aunque debo confesar que un tanto folletinesco) que, espero, las hagan
más interesantes para los lectores. Y el segundo, en lo que coincido con lo que
expresa D. Ramón Martín Pérez en este artículo, haciendo, (contra la opinión
generalizada de los historiadores, que describen a Silo como un magnate gallego
de avanzada edad, y su matrimonio con Adosinda un convenio de conveniencia,
asegurando la lealtad de Galicia a la corona asturiana y procurando los medios
para que, en el futuro, Alfonso II pueda acceder al trono, lo que es frustrado,
de momento, por la intervención de Mauregato), que Silo sea un joven apuesto y
que ambos se sientan atraídos mutuamente, aunque… ¡lo siento, no puedo decir
nada más! Bueno, sí, que ahí encuentro una justificación al apodo de Alfonso II
y a su falta de descendencia.
Son
muchos los párrafos sobre Adosinda en los que trato de describir la
personalidad de esta reina, pero he decidido reproducir el trágico momento en
que (en mi imaginación), descubre la muerte de su hermano.
“Un revuelo de faldas y enaguas
cruzó las abiertas puertas del palacio de los reyes asturianos, en Cangas de
Onís. Los centinelas habían abandonado sus puestos momentáneamente, quizá para
pedir instrucciones a algún superior sobre los extraños hechos que estaban
acaeciendo ese día, así que nadie interrumpió a Adosinda en su loco correr
escaleras arriba en busca de las habitaciones de su hermano, el rey. Un rápido
vistazo le confirmó que estaban desiertas y, sin perder tiempo, se dirigió por
el corredor que llevaba a las de su otro hermano, Vimara. Se precipitó por la
puerta entreabierta y de sus labios se escapó un grito de dolor. No por
esperada la escena le impresionó menos. Tendido en el suelo, con los brazos
abiertos, las piernas separadas y la lengua asomando entre los labios
hinchados, se encontraba el hermano del rey. Adosinda se precipitó sobre su
cuerpo, intentando, vanamente, encontrar algún signo de vida.
─¡Hermano¡ ¡Oh, hermano! ─exclamó entre
sollozos─. ¡Aunque hayamos discutido con frecuencia, no te vayas de este mundo
pensando que no te quería! ─luego se incorporó y secó sus lágrimas─. ¿Y Fruela?
─preguntó para sí. Oyó ruido en el corredor y salió vivamente. Algunos
servidores asomaban tímidamente la cabeza por la puerta de dependencias
próximas. Teodulfo, el que hacía las veces de jefe de los sirvientes, se le
acercó con el rostro desencajado.
─Vimara está muerto ─dijo la princesa, con
la mayor serenidad que pudo aparentar.
Teodulfo asintió con la cabeza, señal de
que ya había estado en la habitación.
─¿Alguien ha visto lo que ha ocurrido?
─continuó preguntando Adosinda, más para demostrar que se hacía cargo de la
situación, que para enterarse realmente de lo acontecido, que para ella era
evidente. Los sirvientes desaparecieron rápidamente tras las puertas a las que
estaban asomados, y Teodulfo se encogió de hombros con gesto de terror, pues,
¿quién puede atreverse a acusar a un soberano?
─¿Dónde está el rey? - Este era ahora el
problema más acuciante con qué se enfrentaba la princesa. Teodulfo, que parecía
haber perdido el uso de la palabra, se limitó a señalar corredor adelante, a la
escalera que conducía a la planta baja, y hacia allí se dirigió, de nuevo con
prisas, Adosinda, no sin antes recomendar a los sirvientes:
─El hecho de que mi hermano esté muerto no
quiere decir que no debamos ocuparnos de él. Preparad el cadáver para
enterrarle dignamente. Y esperad las órdenes del rey.
Al llegar a la puerta, los dos guardias
que antes habían estado ausentes, encabezados por un oficial, se dirigieron
hacia ella desde una habitación contigua.
─¡Oh, señora! ¡Mi princesa...! ─comenzó a
balbucear quejumbrosamente el jefe. Adosinda le interrumpió.
─Lo sé todo ─le dijo secamente, pues el
tiempo urgía─. ¿Hacia dónde se fue el rey?
─Preguntó dónde se encontraban los nobles,
pues no había ninguno en palacio, y le respondimos que creíamos que estaban
celebrando una especie de reunión en la iglesia de la Santa Cruz. Hacia allí se
encaminó.
─¡Dios mío, no! ─exclamó aterrada
Adosinda─. ¿Y no le detuvísteis? ─preguntó, indignada, la princesa.
─¿Al rey Fruela? ¡No! ─la sola idea de las
consecuencias que podría haber tenido intentar contrariar a su soberano, y más
en aquél infausto día, hizo temblar a los guardias y palidecer a Adosinda que
volvió a montar de un salto. En aquellos momentos llegaba a la plaza su fiel
sirviente, que se había visto imposibilitado, en las últimas leguas, de seguir
el paso frenético que la princesa imponía a su cabalgadura.
─¡Vamos, sígueme! ─gritó Adosinda,
espoleando a su montura en dirección norte, hacia el puente que, extramuros de
la capital, cruzaba el río Güeña antes de que entregase sus aguas al superior
poder del Sella. Marco, tirando de las riendas, exigió un último esfuerzo a su
agotada cabalgadura, y partió en pos de su ama”.
….
“El ruido de los cascos de un caballo que
se acercaba con angustiosa e inútil rapidez apenas penetró en su mente
agonizante. Unas manos suaves y conocidas tomaron las suyas.
─¡Adosinda, hermana! ─dijo, entre vómitos
de sangre.
─¡Hermano, hermano! ─se lamentó la
princesa─. ¡Siempre llego tarde!
─¡No! Llegas a tiempo. A tiempo de
escuchar mi último deseo. ¡Prométeme que conseguirás que Alfonso sea rey!
─¡Te lo prometo, hermano mío! ─y la
sonrisa que se formó en los ensangrentados labios de Fruela, convencieron a
Adosinda de que su hermano había oído su promesa antes de que su alma fuese a
encontrarse con las de su padre y su abuelo. Aquellos a los que tanto había
deseado emular.
La princesa se puso de pie y miró en torno
suyo. Mauregato continuaba escondido tras el tronco del roble. Sertorio seguía
tendido, privado del sentido. Aurelio y el resto de los nobles bajaron los ojos
para no encontrarse con los de la hermana del rey. El silencio se hizo
insoportable y alguien tenía que romperlo. Adosinda tomó esa responsabilidad.
Mirando a todos aquellos hombres que la rodeaban, unos temerosos, otros
avergonzados, los más, indecisos, alzó
la barbilla con gesto orgulloso.
─El rey ha muerto ─dijo.
Y tras sus palabras, las negras cornejas
fueron, nuevamente, posándose en las ramas del roble centenario, porque la
vida, y la historia, seguían su curso”.
6.- “BERTA esposa de Alfonso II
En
realidad el nombre de la esposa de Alfonso II no aparece en ningún documento ni
crónica contemporánea a su reinado. No olvidemos que se le llamó el rey Casto,
de ahí que se píense que no tuvo mujer. Hemos de remontarnos al siglo XIII al
Chronicon Mundi de Lucas, obispo de Tuy, que dice así: "(...) Y había
tomado por mujer a Beta, hermana de Carlo, rey de los franceses, la cual, que
por no haberla visto y por quitarse de lujuria, fue llamado rey Casto
(...)" Por lo que según el autor será hermana de Carlomagno. Pocos años
después Rodrigo Jiménez de Rada en su De Rebus Hispaniae dice: "(...)
aunque tenía esposa, se mantuvo siempre alejado de todo contacto con ella,
gobernando el timón de su reino con castidad, austeridad, pureza y cariño,
querido por Dios y por los hombres (...)" Por lo dicho en ambas crónicas
debemos interpretar que el matrimonio tuvo lugar por poderes y nunca se
consumó. Es cierto
que Carlomagno tuvo una hermana con ese nombre, Berthe en francés, aunque las
leyendas carolingias dice que Berthe era esposa de Milon de Agers y madre de
Roland, y que al enviudar casó con Ganelón. Pero en realidad no existe ninguna
mención a que fuera esposa de Alfonso II, por lo que nadie puede asegurar su
existencia”.
Totalmente
de acuerdo con lo que dice acerca de la casi desconocida esposa de Alfonso II
(y que, posiblemente, como afirma el autor, no fue tal). Excelente
documentación.
Aunque
estoy de acuerdo con que parece imposible que Bherta llegase a ser la esposa de
Alfonso II, en mi novela LA CRUZ DE LOS ÁNGELES acepto esa leyenda, por su valor
novelesco y de introducción de un tema romántico en la vida de un rey tan poco
proclive a eso, aunque hago a Bherta sobrina y no hermana de Carlomagno. Eso no
quiere decir que ponga en duda la exactitud del apodo del “rey casto”.
“Cuando Berta, sobrina de Carlomagno, fue
conducida por el prócer Froila a presencia del rey que le había sido designado
por esposo, la curiosidad sobre cómo sería su desconocido prometido era lo que
dominaba su estado de ánimo. Bien es verdad que se sometía a aquella misión por imposición de su augusto
tío, a la que no podía ni por un momento pensar en negarse. Pero según fuese el
rey de Asturias, el cumplimiento de las regias órdenes podía ser más o menos
interesante. Ya que tenia que resignarse a contraer matrimonio con quien
decidiese el jefe de su familia y de su país, el hecho de que le hubiese
correspondido en suerte un monarca, joven y apuesto, según decían, parecía, al
menos, prometedor. Y el hecho de la lejanía de lo que iba a ser su nueva casa,
había añadido ingredientes estimulantes a su ánimo juvenil. De momento, su
nueva ciudad, si no tan ostentosa como las sedes de su regio tío, no era
tampoco el villorrio desharrapado que la charla ociosa y malintencionada de
alguna de sus doncellas le había hecho temer. En efecto, la capital del reino
asturiano se hallaba en plena reconstrucción y los hermosos edificios
comenzaban a levantarse por doquier.
Berta se sorprendió un poco cuando, en vez
de conducirla a un lujoso salón de audiencias, Froila la condujo, por un pétreo
corredor, a lo que parecía la antesala de una iglesia. De las sombras que
reinaban en el recinto sagrado, surgió un hombre joven y corpulento, de
austeros ropajes y mirada serena.
Alfonso recorrió con la mirada la figura
de la joven que se hallaba frente a él. ¡Vaya! La princesa franca era más
hermosa de lo que había imaginado. ¡Mejor! Así la decisión que había tomado
tendría más valor.
─He recibido con agrado la
proposición que me hace vuestro tío, el
rey Carlos, de que reforcemos los lazos que unen a nuestros dos reinos con mi
matrimonio con vos ─dijo, cortésmente, el rey de Asturias─. Y considero un
honor aceptar dicha propuesta.
─Obedecer las órdenes de mi tío siempre ha
sido mi obligación ─respondió, con una ligera reverencia la princesa─. Y debo
decir, señor, que en este caso, yo también considero un honor cumplir con esta
obligación. Espero no defraudaros, ni como reina ni como esposa ─Y al decir
estas palabras, un gracioso hoyuelo se formó en la mejilla de la joven franca,
a la vez que enrojecía ligeramente.
Alfonso hizo como que no había escuchado
las palabras de la princesa, y continuó hablando. ─Sin embargo, hay una cosa
que debo deciros antes de que se formalice nuestro compromiso. Pero venid, me
siento más a gusto hablándoos de este tema en mi capilla ─y, tomando suavemente
a Berta del brazo, la condujo hasta el umbral del recinto del que había salido
para recibir a la joven. La princesa franca le siguió, no sin cierta sorpresa.
¡Qué extrañas costumbres tenía aquél monarca! Pero educada en la obediencia, no
dejó traslucir su confusión y penetró en la capilla, mirando con recelo las
imágenes que ocupaban los nichos de las paredes.
─Sois, sin duda, una princesa cristiana.
Vuestro tío, el rey Carlos, ha sido alabado por el papa como defensor de la fe.
Por lo tanto espero que comprendáis lo que tengo que deciros ─Alfonso,
contrariamente a lo que tenía por habitual, no se decidía a abordar de frente
la cuestión─. Hace años, cuando nuestro reino pasaba por trances difíciles y
luchaba por su propia existencia contra los enemigos de nuestra fe, hice voto
de consagrar toda mi vida a la misión que me había deparado la Divina
Providencia, ofreciéndole, para ello, mi castidad. ¿Comprendéis lo que quiero
decir?
─Berta miró asombrada al rey. ¿Adónde
quería ir a parar? Sin esperar la respuesta, Alfonso continuó:
─Por eso, la propuesta de vuestro tío me
llenó de preocupación. Comprendía que la alianza entre nuestros dos reinos era
beneficiosa para ambos, y no podía renunciar al bien para mi pueblo sin
desagradar a Dios. Pero tampoco podía romper mis votos sin causar su disgusto.
¿Entendéis el dilema?
La joven princesa no entendía muy bien,
pero esperando que si seguía escuchando llegaría al fin a comprender el objeto
de aquél discurso cuya finalidad no se le alcanzaba permaneció en silencio.
Alfonso, más animado al no apreciar síntomas de rechazo a sus argumentaciones,
prosiguió.
─No sabía qué era lo que debía hacer, y
pedí el auxilio divino para encontrar una solución. Afortunadamente, la tenía
aquí, al alcance de mis ojos. Mirad allí, en aquella hornacina, las imágenes de
los dos santos más venerados por mi tía Adosinda, que fue también reina de
Asturias, y la que me educó de pequeño al morir mi padre. Se trata de San
Julián y Santa Basilisa, dos esposos de Antioquía que, deseosos de dedicar su
vida a servir al Señor, pero sin querer renunciar al amor que se profesaban,
decidieron vivir en castidad. Asimismo y según su ejemplo, mi tía Adosinda y su
marido, el rey Silo, vivieron juntos, pero castamente, y el Señor les colmó de
bendiciones y protegió al reino contra todo mal, haciendo, tras muchas y
variadas circunstancias, que yo mismo me sentase al fin en el trono que me
estaba destinado. ¡Esa es la solución para nuestro problema! Nos casaremos, sí,
y viviremos juntos, pero sin renunciar a nuestra castidad. ¿Habéis comprendido
lo que os quería decir?
Berta palideció. Sí, al fin había
comprendido lo que el rey de Asturias quería decir. Paseó de nuevo su mirada
por la figura del monarca. Alfonso se encontraba en aquellos momentos en la
flor de su vida, y su apostura era la heredada de su bisabuelo, don Pelayo. Su
hermoso rostro era fiel trasunto del de su abuelo, el primer Alfonso. Y su
corpulencia revelaba la de su padre, el rey Fruela. La princesa franca se había
sentido afortunada al verle y ahora... ¡Vivir en castidad! No era eso lo que le
habían dicho que significaba el matrimonio. Pero desde niña la habían educado
en la obediencia y en el cumplimiento de lo que consideraba su deber, y,
sumisamente, inclinó la cabeza.
─Cumpliré vuestros deseos ─dijo. Alfonso
permaneció contemplándola y notó que su corazón latía más rápido ¡Dios mío!
¿Por qué será tan difícil, a veces, cumplir tu voluntad? ¿O no era esa la
voluntad del señor? Unos pasos fuertes resonaron en el pasillo, y el rey
agradeció la interrupción”.
Y 7.- “CREUSA esposa de Mauregato
De
esta reina, en realidad se desconoce todo, llegándose a poner en duda su
existencia, tan solo hay un documento fechado el 30 de octubre del año 863, en
el que el obispo de Braga, Gladila, realizaba una donación a las iglesias de
San Pedro, San Pablo y Santa María de Trubia, y en el mencionaba la existencia
de Creusa, esposa de Mauregato, así como del hijo de estos Hermenegildo. Es por
este documento que los historiadores dar por conocida la existencia del
matrimonio de Mauregato, y de la existencia de un hijo.
Se
desconoce también la fecha de su muerte, aunque en el documento mencionado
anteriormente, se menciona su enterramiento en la iglesia de San Pedro de
Trubia, por lo que se supone que debió de morir después de su esposo Mauregato,
que había fallecido en el 789.
Del
fruto de la unión con Mauregato se supone que solo había nacido un hijo,
Hermenegildo”.
Buen aporte. Aunque me inclino
porque esa sola mención a esa reina no asegure su existencia.
En mis novelas, aunque hablo de
Mauregato, no hago mención a su posible esposa. Aunque, quizá, en la nueva
redacción que estoy haciendo de LA CRUZ DE LOS ÁNGELES me decida a
introducirla.
Y, como me lo han preguntado, añado dónde pueden conseguirse mis novelas.
PELAYO,
REY:
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LA
MURALLA ESMERALDA, EL MULADÍ y LA CRUZ DE LOS ÁNGELES:
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