10 de abril de 2017

Primeras reinas asturianas y III

5.- “ADOSINDA esposa de Silo
Al parecer era nieta, por parte de madre, de don Pelayo y de su esposa Gaudiosa; mientras que por parte de padre era nieta del duque Pedro de Cantabria. Su madre fue Ermesinda y su padre Alfonso I, el Católico, rey de Asturias. Desconocemos la fecha de su nacimiento.
Había casado con Silo, y cosa extraña en la época, lo hicieron por amor. Al morir Aurelio, le hubiera correspondido el trono a Adosinda, pero la monarquía asturiana no era hereditaria en esa época, ya que los reyes lo eran por aclamación, y el Consejo eligió a su marido, Silo.
Silo era hijo de Fruela, hermano de Alfonso I, por lo que Silo y Adosinda eran primos. El matrimonio no tuvo hijos varones y al morir Silo, su hermanastro Mauregato obliga a Adosinda a ingresar el 26 de noviembre de 785 en el convento de San Juan de Santianes de Pravia, donde residió, hasta su muerte, junto a su hija María y sus damas. En la iglesia de San Juan de Santianes de Pravia se conserva la tumba en la que se supone yacen los restos del rey Silo y su esposa, la reina Adosinda”.

            Documentada entrada sobre uno de los personajes femeninos con mayor importancia de esa época. Hija del tercer rey (Alfonso I); hermana del cuarto (Fruela I); esposa del sexto (Silo) y tía y tutora del octavo (Alfonso II), Adosinda es el nexo de unión de la monarquía y de la historia asturiana en esos años. Aunque hay un dato con el que no estoy del todo de acuerdo. De Silo y Adosinda dice la crónica de Alfonso III, versión “rotense”: “quia Silo ex coniunge Adosinda filium non genuit”, y la “Albeldense”: “…et prolem nullum dimisit”, afirmando expresamente que no tuvieron hijos, en lo que coinciden los historiadores que he consultado para la elaboración de mis novelas. Ignoro de dónde está tomado el dato de que tuvo una hija, de nombre María, y me gustaría saberlo, por si procede utilizarlo. Aunque esa falta de hijos fue la que hizo que se volcase en la educación de su sobrino Alfonso II.
En cuanto a que Silo fuese hijo de Fruela, no me lo parece. De Fruela están documentados Aurelio y Bermudo. Casualmente, en la ficción de mis novelas, también hago que exista un parentesco, (¡no puedo decir cuál!) entre Silo y Adosinda, pero es algo totalmente inventado.

            En la redacción de mis novelas Adosinda tiene una importancia capital. Apenas aparece, como niña, en la tercera “EL MULADÍ”. Pero en la cuarta y en la quinta, las contemporáneas LA CRUZ DE LOS ÁNGELES y LA ESTIRPE DE LOS REYES, es el hilo conductor de todas las tramas. Sobre todo en su relación con Silo hay dos factores importantes; el primero no lo puedo desvelar, pero si comentar que es no solamente improbable, sino prácticamente imposible, aunque determinante en el desarrollo de esas novelas, introduciendo un factor traumático y dramático (aunque debo confesar que un tanto folletinesco) que, espero, las hagan más interesantes para los lectores. Y el segundo, en lo que coincido con lo que expresa D. Ramón Martín Pérez en este artículo, haciendo, (contra la opinión generalizada de los historiadores, que describen a Silo como un magnate gallego de avanzada edad, y su matrimonio con Adosinda un convenio de conveniencia, asegurando la lealtad de Galicia a la corona asturiana y procurando los medios para que, en el futuro, Alfonso II pueda acceder al trono, lo que es frustrado, de momento, por la intervención de Mauregato), que Silo sea un joven apuesto y que ambos se sientan atraídos mutuamente, aunque… ¡lo siento, no puedo decir nada más! Bueno, sí, que ahí encuentro una justificación al apodo de Alfonso II y a su falta de descendencia.

            Son muchos los párrafos sobre Adosinda en los que trato de describir la personalidad de esta reina, pero he decidido reproducir el trágico momento en que (en mi imaginación), descubre la muerte de su hermano.

            “Un revuelo de faldas y enaguas cruzó las abiertas puertas del palacio de los reyes asturianos, en Cangas de Onís. Los centinelas habían abandonado sus puestos momentáneamente, quizá para pedir instrucciones a algún superior sobre los extraños hechos que estaban acaeciendo ese día, así que nadie interrumpió a Adosinda en su loco correr escaleras arriba en busca de las habitaciones de su hermano, el rey. Un rápido vistazo le confirmó que estaban desiertas y, sin perder tiempo, se dirigió por el corredor que llevaba a las de su otro hermano, Vimara. Se precipitó por la puerta entreabierta y de sus labios se escapó un grito de dolor. No por esperada la escena le impresionó menos. Tendido en el suelo, con los brazos abiertos, las piernas separadas y la lengua asomando entre los labios hinchados, se encontraba el hermano del rey. Adosinda se precipitó sobre su cuerpo, intentando, vanamente, encontrar algún signo de vida.
─¡Hermano¡ ¡Oh, hermano! ─exclamó entre sollozos─. ¡Aunque hayamos discutido con frecuencia, no te vayas de este mundo pensando que no te quería! ─luego se incorporó y secó sus lágrimas─. ¿Y Fruela? ─preguntó para sí. Oyó ruido en el corredor y salió vivamente. Algunos servidores asomaban tímidamente la cabeza por la puerta de dependencias próximas. Teodulfo, el que hacía las veces de jefe de los sirvientes, se le acercó con el rostro desencajado.
─Vimara está muerto ─dijo la princesa, con la mayor serenidad que pudo aparentar.
Teodulfo asintió con la cabeza, señal de que ya había estado en la habitación.
─¿Alguien ha visto lo que ha ocurrido? ─continuó preguntando Adosinda, más para demostrar que se hacía cargo de la situación, que para enterarse realmente de lo acontecido, que para ella era evidente. Los sirvientes desaparecieron rápidamente tras las puertas a las que estaban asomados, y Teodulfo se encogió de hombros con gesto de terror, pues, ¿quién puede atreverse a acusar a un soberano?
─¿Dónde está el rey? - Este era ahora el problema más acuciante con qué se enfrentaba la princesa. Teodulfo, que parecía haber perdido el uso de la palabra, se limitó a señalar corredor adelante, a la escalera que conducía a la planta baja, y hacia allí se dirigió, de nuevo con prisas, Adosinda, no sin antes recomendar a los sirvientes:
─El hecho de que mi hermano esté muerto no quiere decir que no debamos ocuparnos de él. Preparad el cadáver para enterrarle dignamente. Y esperad las órdenes del rey.
Al llegar a la puerta, los dos guardias que antes habían estado ausentes, encabezados por un oficial, se dirigieron hacia ella desde una habitación contigua.
─¡Oh, señora! ¡Mi princesa...! ─comenzó a balbucear quejumbrosamente el jefe. Adosinda le interrumpió.
─Lo sé todo ─le dijo secamente, pues el tiempo urgía─. ¿Hacia dónde se fue el rey?
─Preguntó dónde se encontraban los nobles, pues no había ninguno en palacio, y le respondimos que creíamos que estaban celebrando una especie de reunión en la iglesia de la Santa Cruz. Hacia allí se encaminó.
─¡Dios mío, no! ─exclamó aterrada Adosinda─. ¿Y no le detuvísteis? ─preguntó, indignada, la princesa.
─¿Al rey Fruela? ¡No! ─la sola idea de las consecuencias que podría haber tenido intentar contrariar a su soberano, y más en aquél infausto día, hizo temblar a los guardias y palidecer a Adosinda que volvió a montar de un salto. En aquellos momentos llegaba a la plaza su fiel sirviente, que se había visto imposibilitado, en las últimas leguas, de seguir el paso frenético que la princesa imponía a su cabalgadura.
─¡Vamos, sígueme! ─gritó Adosinda, espoleando a su montura en dirección norte, hacia el puente que, extramuros de la capital, cruzaba el río Güeña antes de que entregase sus aguas al superior poder del Sella. Marco, tirando de las riendas, exigió un último esfuerzo a su agotada cabalgadura, y partió en pos de su ama”.

….

“El ruido de los cascos de un caballo que se acercaba con angustiosa e inútil rapidez apenas penetró en su mente agonizante. Unas manos suaves y conocidas tomaron las suyas.
─¡Adosinda, hermana! ─dijo, entre vómitos de sangre.
─¡Hermano, hermano! ─se lamentó la princesa─. ¡Siempre llego tarde!
─¡No! Llegas a tiempo. A tiempo de escuchar mi último deseo. ¡Prométeme que conseguirás que Alfonso sea rey!
─¡Te lo prometo, hermano mío! ─y la sonrisa que se formó en los ensangrentados labios de Fruela, convencieron a Adosinda de que su hermano había oído su promesa antes de que su alma fuese a encontrarse con las de su padre y su abuelo. Aquellos a los que tanto había deseado emular.
La princesa se puso de pie y miró en torno suyo. Mauregato continuaba escondido tras el tronco del roble. Sertorio seguía tendido, privado del sentido. Aurelio y el resto de los nobles bajaron los ojos para no encontrarse con los de la hermana del rey. El silencio se hizo insoportable y alguien tenía que romperlo. Adosinda tomó esa responsabilidad. Mirando a todos aquellos hombres que la rodeaban, unos temerosos, otros avergonzados,  los más, indecisos, alzó la barbilla con gesto orgulloso.
─El rey ha muerto ─dijo.
Y tras sus palabras, las negras cornejas fueron, nuevamente, posándose en las ramas del roble centenario, porque la vida, y la historia, seguían su curso”.




6.- “BERTA esposa de Alfonso II
En realidad el nombre de la esposa de Alfonso II no aparece en ningún documento ni crónica contemporánea a su reinado. No olvidemos que se le llamó el rey Casto, de ahí que se píense que no tuvo mujer. Hemos de remontarnos al siglo XIII al Chronicon Mundi de Lucas, obispo de Tuy, que dice así: "(...) Y había tomado por mujer a Beta, hermana de Carlo, rey de los franceses, la cual, que por no haberla visto y por quitarse de lujuria, fue llamado rey Casto (...)" Por lo que según el autor será hermana de Carlomagno. Pocos años después Rodrigo Jiménez de Rada en su De Rebus Hispaniae dice: "(...) aunque tenía esposa, se mantuvo siempre alejado de todo contacto con ella, gobernando el timón de su reino con castidad, austeridad, pureza y cariño, querido por Dios y por los hombres (...)" Por lo dicho en ambas crónicas debemos interpretar que el matrimonio tuvo lugar por poderes y nunca se consumó. Es cierto que Carlomagno tuvo una hermana con ese nombre, Berthe en francés, aunque las leyendas carolingias dice que Berthe era esposa de Milon de Agers y madre de Roland, y que al enviudar casó con Ganelón. Pero en realidad no existe ninguna mención a que fuera esposa de Alfonso II, por lo que nadie puede asegurar su existencia”.

            Totalmente de acuerdo con lo que dice acerca de la casi desconocida esposa de Alfonso II (y que, posiblemente, como afirma el autor, no fue tal). Excelente documentación.

            Aunque estoy de acuerdo con que parece imposible que Bherta llegase a ser la esposa de Alfonso II, en mi novela LA CRUZ DE LOS ÁNGELES acepto esa leyenda, por su valor novelesco y de introducción de un tema romántico en la vida de un rey tan poco proclive a eso, aunque hago a Bherta sobrina y no hermana de Carlomagno. Eso no quiere decir que ponga en duda la exactitud del apodo del “rey casto”.

           

“Cuando Berta, sobrina de Carlomagno, fue conducida por el prócer Froila a presencia del rey que le había sido designado por esposo, la curiosidad sobre cómo sería su desconocido prometido era lo que dominaba su estado de ánimo. Bien es verdad que se sometía a  aquella misión por imposición de su augusto tío, a la que no podía ni por un momento pensar en negarse. Pero según fuese el rey de Asturias, el cumplimiento de las regias órdenes podía ser más o menos interesante. Ya que tenia que resignarse a contraer matrimonio con quien decidiese el jefe de su familia y de su país, el hecho de que le hubiese correspondido en suerte un monarca, joven y apuesto, según decían, parecía, al menos, prometedor. Y el hecho de la lejanía de lo que iba a ser su nueva casa, había añadido ingredientes estimulantes a su ánimo juvenil. De momento, su nueva ciudad, si no tan ostentosa como las sedes de su regio tío, no era tampoco el villorrio desharrapado que la charla ociosa y malintencionada de alguna de sus doncellas le había hecho temer. En efecto, la capital del reino asturiano se hallaba en plena reconstrucción y los hermosos edificios comenzaban a levantarse por doquier.
Berta se sorprendió un poco cuando, en vez de conducirla a un lujoso salón de audiencias, Froila la condujo, por un pétreo corredor, a lo que parecía la antesala de una iglesia. De las sombras que reinaban en el recinto sagrado, surgió un hombre joven y corpulento, de austeros ropajes y mirada serena.
Alfonso recorrió con la mirada la figura de la joven que se hallaba frente a él. ¡Vaya! La princesa franca era más hermosa de lo que había imaginado. ¡Mejor! Así la decisión que había tomado tendría más valor.
─He recibido con agrado la proposición  que me hace vuestro tío, el rey Carlos, de que reforcemos los lazos que unen a nuestros dos reinos con mi matrimonio con vos ─dijo, cortésmente, el rey de Asturias─. Y considero un honor aceptar dicha propuesta.
─Obedecer las órdenes de mi tío siempre ha sido mi obligación ─respondió, con una ligera reverencia la princesa─. Y debo decir, señor, que en este caso, yo también considero un honor cumplir con esta obligación. Espero no defraudaros, ni como reina ni como esposa ─Y al decir estas palabras, un gracioso hoyuelo se formó en la mejilla de la joven franca, a la vez que enrojecía ligeramente.
Alfonso hizo como que no había escuchado las palabras de la princesa, y continuó hablando. ─Sin embargo, hay una cosa que debo deciros antes de que se formalice nuestro compromiso. Pero venid, me siento más a gusto hablándoos de este tema en mi capilla ─y, tomando suavemente a Berta del brazo, la condujo hasta el umbral del recinto del que había salido para recibir a la joven. La princesa franca le siguió, no sin cierta sorpresa. ¡Qué extrañas costumbres tenía aquél monarca! Pero educada en la obediencia, no dejó traslucir su confusión y penetró en la capilla, mirando con recelo las imágenes que ocupaban los nichos de las paredes.
─Sois, sin duda, una princesa cristiana. Vuestro tío, el rey Carlos, ha sido alabado por el papa como defensor de la fe. Por lo tanto espero que comprendáis lo que tengo que deciros ─Alfonso, contrariamente a lo que tenía por habitual, no se decidía a abordar de frente la cuestión─. Hace años, cuando nuestro reino pasaba por trances difíciles y luchaba por su propia existencia contra los enemigos de nuestra fe, hice voto de consagrar toda mi vida a la misión que me había deparado la Divina Providencia, ofreciéndole, para ello, mi castidad. ¿Comprendéis lo que quiero decir?
─Berta miró asombrada al rey. ¿Adónde quería ir a parar? Sin esperar la respuesta, Alfonso continuó:
─Por eso, la propuesta de vuestro tío me llenó de preocupación. Comprendía que la alianza entre nuestros dos reinos era beneficiosa para ambos, y no podía renunciar al bien para mi pueblo sin desagradar a Dios. Pero tampoco podía romper mis votos sin causar su disgusto. ¿Entendéis el dilema?
La joven princesa no entendía muy bien, pero esperando que si seguía escuchando llegaría al fin a comprender el objeto de aquél discurso cuya finalidad no se le alcanzaba permaneció en silencio. Alfonso, más animado al no apreciar síntomas de rechazo a sus argumentaciones, prosiguió.
─No sabía qué era lo que debía hacer, y pedí el auxilio divino para encontrar una solución. Afortunadamente, la tenía aquí, al alcance de mis ojos. Mirad allí, en aquella hornacina, las imágenes de los dos santos más venerados por mi tía Adosinda, que fue también reina de Asturias, y la que me educó de pequeño al morir mi padre. Se trata de San Julián y Santa Basilisa, dos esposos de Antioquía que, deseosos de dedicar su vida a servir al Señor, pero sin querer renunciar al amor que se profesaban, decidieron vivir en castidad. Asimismo y según su ejemplo, mi tía Adosinda y su marido, el rey Silo, vivieron juntos, pero castamente, y el Señor les colmó de bendiciones y protegió al reino contra todo mal, haciendo, tras muchas y variadas circunstancias, que yo mismo me sentase al fin en el trono que me estaba destinado. ¡Esa es la solución para nuestro problema! Nos casaremos, sí, y viviremos juntos, pero sin renunciar a nuestra castidad. ¿Habéis comprendido lo que os quería decir?
Berta palideció. Sí, al fin había comprendido lo que el rey de Asturias quería decir. Paseó de nuevo su mirada por la figura del monarca. Alfonso se encontraba en aquellos momentos en la flor de su vida, y su apostura era la heredada de su bisabuelo, don Pelayo. Su hermoso rostro era fiel trasunto del de su abuelo, el primer Alfonso. Y su corpulencia revelaba la de su padre, el rey Fruela. La princesa franca se había sentido afortunada al verle y ahora... ¡Vivir en castidad! No era eso lo que le habían dicho que significaba el matrimonio. Pero desde niña la habían educado en la obediencia y en el cumplimiento de lo que consideraba su deber, y, sumisamente, inclinó la cabeza.
─Cumpliré vuestros deseos ─dijo. Alfonso permaneció contemplándola y notó que su corazón latía más rápido ¡Dios mío! ¿Por qué será tan difícil, a veces, cumplir tu voluntad? ¿O no era esa la voluntad del señor? Unos pasos fuertes resonaron en el pasillo, y el rey agradeció la interrupción”.



Y 7.- “CREUSA esposa de Mauregato
De esta reina, en realidad se desconoce todo, llegándose a poner en duda su existencia, tan solo hay un documento fechado el 30 de octubre del año 863, en el que el obispo de Braga, Gladila, realizaba una donación a las iglesias de San Pedro, San Pablo y Santa María de Trubia, y en el mencionaba la existencia de Creusa, esposa de Mauregato, así como del hijo de estos Hermenegildo. Es por este documento que los historiadores dar por conocida la existencia del matrimonio de Mauregato, y de la existencia de un hijo.
Se desconoce también la fecha de su muerte, aunque en el documento mencionado anteriormente, se menciona su enterramiento en la iglesia de San Pedro de Trubia, por lo que se supone que debió de morir después de su esposo Mauregato, que había fallecido en el 789.
Del fruto de la unión con Mauregato se supone que solo había nacido un hijo, Hermenegildo”.

Buen aporte. Aunque me inclino porque esa sola mención a esa reina no asegure su existencia.

En mis novelas, aunque hablo de Mauregato, no hago mención a su posible esposa. Aunque, quizá, en la nueva redacción que estoy haciendo de LA CRUZ DE LOS ÁNGELES me decida a introducirla.

Y, como me lo han preguntado, añado dónde pueden conseguirse mis novelas.

PELAYO, REY:
En papel y en versión digital en Imágica Ediciones S.L., albertosantoseditor.com, en la sección de Imágica Histórica.
            Solo en edición digital en editorialsapereaude.com, en la sección de narrativa.

LA MURALLA ESMERALDA, EL MULADÍ y LA CRUZ DE LOS ÁNGELES:
            En papel y en versión digital en editorialsapereaude.com, en la sección de narrativa.

Todas ellas, en papel, en la Librería Salazar, calle Luchana 7/9, Madrid.



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