7 de abril de 2017

Primeras reinas asturianas II

Continúo la entrada de ayer, comentando el excelente artículo de D. Ramón Martín sobre las primeras reinas de Asturias. En este caso habla de la 3ª, Hermesinda, esposa de Alfonso I y de la 4ª, Munia, esposa de Fruela I.

3.- “ERMESINDA esposa de Alfonso I
También se la conoce como Ormisenda, Ermenisinda y Ermisenda, Era hija de don Pelayo y su esposa Gaudiosa. Contrajo matrimonio con Alfonso, hijo de Pedro de Cantabria. A la muerte de Favila, hermano de Ermesinda, fue elegido rey de Asturias Alfonso, que reinaría como Alfonso I de Asturias.
Como tantas otras cosas, se desconoce la fecha exacta de su fallecimiento, siendo enterrada en la Cueva de Covadonga, donde esperó a su esposo. El cronista Ambrosio de Morales en el siglo XVI, describe el enterramiento así: "Su tumba es la que está al cabo de la iglesia frontero al altar mayor, en una pequeña cueva. En partes está labrada. Es un lucillo de piedra lisa, con cubierta de una pieza, de cuatro pies de ancho a la cabecera y dos a los pies, como ataúd, pero cubierta llana y no tumbada. Su largo, doce pies y tres en alto". En la actualidad en el sepulcro que suponemos contiene los restos de Ermesinda y Alfonso I, se puede leer el siguiente epitafio: "Aquí yaze  el Católico y santo rei don Alonso el primero i sv mvjer doña Ermenisinda, ermana de don Favila a qvien svcedio. Gano este rey mvchas vitorias à los moros. Falleció en Cangas año de 757".
De su matrimonio con Alfonso I, nacieron tres hijos: Fruela I, que sería rey de Asturias; Vímara o Vimarano, asesinado por su hermano Fruela; y Adosinda, que casaría con el rey Silo”.

            Completamente de acuerdo con este resumen acerca de la hija de Pelayo, en el que se expresa lo que de ella se sabe.
Hermesinda tuvo una gran importancia, pues por su causa, la dinastía cántabra (descendientes del duque Pedro de Cantabria), accedió al trono de Asturias; primero en la persona de Alfonso, hijo de este duque, quien, gracias, principalmente, a  haberse casado con ella, se convirtió en Alfonso I, “el católico”, tercer rey asturiano; luego, tras la muerte de Fruela I, el hijo de Alfonso y Hermesinda, cuando Aurelio, el sobrino de Alfonso e hijo de su hermano Fruela, “el mayor” (no confundir con su homónimo y sobrino, el anterior, justiciero y fratricida rey), fue coronado como el quinto rey de Asturias; posteriormente, Bermudo, hijo también de Fruela “el mayor” y, por lo tanto, hermano de Aurelio, sucedió a Silo y a Mauregato como el octavo rey asturiano. Y, por fin, a la muerte del sucesor de Bermudo, Alfonso II, “el casto”, el hijo de Bermudo, Ramiro I, décimo rey asturiano, fue el tronco del que descienden todos los monarcas españoles hasta hoy.

Ya en mi primera novela, PELAYO, REY, se cita a Hermesinda, recién nacida. En la segunda, LA MURALLA ESMERALDA, tiene importancia como la joven hija de los reyes asturianos, cortejada por el hijo del duque de Cantabria. En la tercera, EL MULADÍ, adquiere protagonismo como reina y esposa de Alfonso I. Y en la quinta, LA ESTIRPE DE LOS REYES, se vuelven a revivir todos los momentos de su vida, desde su papel en el acceso al trono de su marido, hasta su muerte.

Aunque Hermesinda tiene más protagonismo en EL MULADÍ y en LA ESTIRPE DE LOS REYES, he elegido para publicar aquí unos párrafos de LA MURALLA ESMERALDA


“Los ojos de Hermesinda se abrieron asombrados. ¡Alfonso paseando con Brunequilda! Y la joven goda apoyaba su mano en el brazo del hijo del duque de Cantabria mientras su mirada no se apartaba de su rostro... Bien, ya sabía lo que tenía que hacer... Pagar al desprecio con el desprecio... Esperar que su prometido comprendiese qué era lo que realmente le convenía... No hacer nada... ¡Al diablo! Ella era la hija de Pelayo, y su padre no se caracterizaba, precisamente, por no aceptar los desafíos. Con paso firme se dirigió hacia la pareja.
—¡Alfonso! ¿Qué haces por aquí? —preguntó con una sonrisa.
—¡Oh!... Bueno... Había prometido a Brunequilda acompañarla hasta el campo de la jura y enseñarle donde eligieron por rey a tu padre —respondió, Alfonso, azorado.
—¡Qué lástima! —contestó Hermesinda—. No vas a poder hacerlo. Mi padre está celebrando consejo con sus nobles y tienes que asistir. Pero no te preocupes, yo misma acompañaré a nuestra invitada hasta allí.
—No es necesario —protestó la hija de Sisnando, disgustada ante el cariz que iba tomando la situación.
—Insisto —replicó Hermesinda—. Además, tenemos que hablar. Ven querida.
Y, aunque estas palabras fueron acompañadas de la más dulce de las sonrisas, la mirada de los ojos de la hija del rey y la presión, impropia de una jovencita, con que Brunequilda sintió que la cogían del brazo y la separaban de un desconcertado Alfonso, convenció a la joven goda de que, quizá, esta vez sería mejor para conservar la integridad de su hermoso rostro, no seguir al pie de la letra las órdenes de su padre”.


4.- “MUNIA DE ÁLAVA esposa de Fruela I
Fue hija de un individuo llamado Lope (López) y de una hija de Fruela de Cantabria, naciendo alrededor del 745. Fruela I la trajo, adolescente aún de una expedición por tierras alavesas y de La Bureba para casarse con ella, convirtiéndola así en reina de Asturias. Al fallecer Fruela I, se refugió, junto a sus hijos Alfonso II el Casto y Jimena, en el monasterio de Samos.
Tampoco se sabe con exactitud la fecha de su muerte, aunque sí que recibió sepultura en la iglesia de San Salvador de Oviedo. Dicha iglesia, mandada construir por Fruela I, fue saqueada y arrasada en el año 794 por las tropas musulmanas, siendo posteriormente trasladados sus restos junto con los de su marido Fruela I, al Panteón de Reyes de la Catedral de Oviedo”.

            De nuevo un excelente resumen, con todos los datos de que se disponen sobre esta reina. Aunque de algunos albergo algunas dudas. El dato de que Munia fue hija de una hija de Fruela de Cantabria, viene dado por el cronista árabe Ibn Hayan, quien, al narrar una aceifa del año 816 contra Velasco, que gobernaba en Pamplona, dice que entre los cristianos muertos había un tal García Lope, tío materno del rey Alfonso II, hermano, por tanto, de la madre de éste, Munia. Y también dice que el fallecido era hijo de una hermana del rey Bermudo. Si Fruela trajo a Munia (entonces una jovencita) de Álava al principio de su reinado, alrededor del 758, García Lope, el hermano de Munia, debería tener entonces entre 10 (si era menor que ella) y 25 (si era mayor) años. Se hace difícil pensar que 56 años después siguiera siendo un jefe de los vascones que participase en una batalla (tendría entre 66 y 81 años, edad muy avanzada para esos tiempos e, incluso, para los actuales). Aunque tengo que reconocer que no es imposible, pues esas fechas estimadas pueden variar algo.

            Munia tiene un papel protagonista, tanto en la primera parte de mi  cuarta novela, LA CRUZ DE LOS ÁNGELES, como en la que transcurre por esos mismos años, LA ESTIRPE DE LOS REYES. Siguiendo al historiador D. Claudio Sánchez Albornoz, supongo que el hecho de que Fruela I escogiese a una joven traída como “rehén” o garantía de paz desde las tierras vascas, hija de alguno de sus jefes, como futura madre de sus hijos, fue una de las causas (no la única) que motivaron el distanciamiento entre el rey asturiano y sus nobles y la posterior muerte del hermano del rey, Vimara, a manos de su regio hermano y el ajusticiamiento del monarca por parte de los nobles. En ambas supongo la muerte de Munia anterior a la de su esposo, no hablando en la primera de las citadas de su estancia en Samos y haciendo, en la otra, que los huérfanos de Fruela llegasen a ese monasterio bajo la custodia de su tía Adosinda.

            A continuación, los párrafos de LA CRUZ DE LOS ÁNGELES en los que se relata el amor que había surgido entre Fruela y Munia:

“Los dos jinetes que habían cabalgado por la falda del monte Naranco desmontaron y se dispusieron a descansar unos momentos a la orilla de un revoltoso riachuelo. La joven, soltando su larga y rubia cabellera, se sentó sobre la raíz de un frondoso castaño que se asomaba sobre las cristalinas aguas. El hombre, después de trabar las riendas de las monturas en unos arbustos, se reclinó sobre el tronco de un roble frontero y la contempló con parsimonia. Al otro lado del valle, la iglesia de san Vicente y las casas que la rodeaban, coronaban la boscosa colina de Oveto, cubierta, salvo en los sitios deforestados para dedicarlos a los cultivos, con una densa vegetación. La muchacha devolvió la mirada a su acompañante y sonrió.
—Me alegra verte sonreir —dijo el hombre—. Nunca pude disfrutar de ello en la corte, pero aquí lo haces a menudo.
—Me gustan estos parajes, majestad, y me gusta vuestro comportamiento aquí, lejos del palacio de Cangas y de los nobles. Sin las preocupaciones de gobernar el reino parecéis un hombre cualquiera, y eso me agrada.
—Es un gran placer para mí verte feliz... —continuó el monarca, satisfecho por el sesgo apacible que iba tomando la conversación.
—¿Feliz? —interrumpió la joven—. No he dicho que sea feliz. Eso sería demasiado. Simplemente, no me siento tan a disgusto como en vuestra corte.
—Pero yo deseo que seas feliz. Munia, yo te quiero. Te he querido desde el primer día que te ví, allí en tus valles y entre tu gente. Y por eso exigí que fueras tú quien viniese conmigo en garantía de la paz —Fruela cogió suavemente entre sus manos los brazos de la muchacha—. Te quiero —repitió—. Y necesito más que nada en este mundo que también me quieras tú a mí.
—Yo no puedo amaros, majestad —contestó Munia desasiéndose con dulzura, pero firmemente, de los brazos del rey—. No puedo querer, puesto que no soy libre. Soy vuestra prisionera, y un corazón cautivo no puede sentir amor.
El monarca asturiano se dio la vuelta lentamente y, arrancando una rama seca que sobresalía del tronco de un viejo roble, la arrojó al arroyo que cantaba a sus pies. Durante unos instantes, pensativo, la vio alejarse trasportada por las aguas rumorosas. Luego volvió nuevamente la mirada hacia la joven. —Está bien —musitó—. No quiero tenerte por la fuerza, porque eso impediría que me dieras también tu corazón. Y no puedo verte cerca de mí sin desear, con tanta fuerza que me resulta doloroso, que seas mía, completamente mía, en cuerpo y alma. Así que mañana ordenaré a Teudis que te escolte de vuelta a tus tierras. No te retendré más en Asturias.
—¿Y la paz, majestad? ¿Y los tratados de los que mi presencia aquí es la garantía?
—Dile a tus parientes, los jefes de los vascos, que por amor a ti confiaré en su palabra. Pero que no tomen esto como signo de debilidad del rey de Asturias. Si faltan a lo pactado y se rebelan contra mí, volverán a conocer el filo de mi espada y la fuerza de mi ejército —por un instante la voz del monarca había recobrado su indomable energía, pero, enseguida, volvió a bajar el tono y a pronunciar sus palabras como si se negasen a salir de sus labios—. Por lo tanto, prepara tus cosas lo antes posible. Quiero que partas sin mayor dilación.
—Entonces, señor, ¿vuelvo a ser libre?
—Desde este mismo momento —contestó el rey, volviéndose hacia su cabalgadura, pero la joven le siguió y puso la mano sobre su brazo, deteniéndole. El monarca se estremeció al sentir el suave contacto.
—Entonces, Fruela —le dijo Munia, con dulzura, pero con determinación—, si soy libre para elegir, elijo quedarme contigo, siempre que tú quieras que lo haga.
El rey se volvió lentamente mientras en su mente tomaba cuerpo el significado de lo que la joven acababa de manifestar, y, aunque no había acabado de comprender el auténtico significado de las palabras, la expresión del rostro de la joven fue aún mucho más explícita que su voz.
Y aún no había terminado Fruela de dar crédito a lo que había escuchado y visto, cuando pudo sentir en sus labios el frescor de los de la joven y el vibrar apasionado de su cuerpo contra el suyo. Y el tiempo dejó de correr para los dos”.



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