La siguiente estatua que nos encontramos en nuestro recorrido desde la salida del parking hacia el Palacio es la de Alfonso II. (En la peana pone Alonso II, lo que ocurre también en los demás Alfonsos). Y antes de tener que explicarlo en un comentario, vuelvo a decir que, posiblemente debido a que la conexión inalámbrica a Internet que uso en mis vacaciones no tiene tanta capacidad como la banda ancha que tengo en Madrid, no creo que consiga subir la foto de esa estatua. Cuando vuelva, en Septiembre, actualizaré todas estas entradas.
Alfonso II, “el casto”, es uno de los reyes asturianos más interesantes. Y el último de la estirpe de Pelayo. Recordemos que el héroe de Covadonga tuvo dos hijos, Favila y Hermesinda. El primero reinó dos años a la muerte de su padre, hasta que, a causa de una imprudencia en una cacería, fue víctima de un oso (al menos, eso dice la leyenda). Aunque parece ser que dejó dos hijos de corta edad, ninguno llegó a reinar ni nada más se sabe de ellos (buen tema para otra novela). Hermesinda, por su parte, casó con Alfonso, el hijo de Pedro de Cantabria, quien por este matrimonio llegó a ser coronado como Alfonso I, y de este matrimonio nacieron tres hijos: Fruela, (el futuro Fruela I), Vimara y Adosinda (llamada así por su tía abuela), la hermana de Pelayo. Y a su vez, Alfonso I engendró un bastardo (al menos), Mauregato. A la muerte de Alfonso I le sucede su primogénito, Fruela I “el justiciero” (otros autores le denominan “el cruel”), quién se casa con una cautiva vascona de la que tiene dos hijos, Alfonso y Jimena. Fruela I, en un arrebato de ira mata a su hermano Vimara, siendo a su vez asesinado por los nobles, quienes eligen para sucederle como monarca a su primo, el hijo primogénito de otro Fruela (llamado “el mayor” para distinguirlo de su sobrino), el hermano de Alfonso I e hijo, también de Pedro de Cantabria. Esto nos dice que en aquellos años la corona de Asturias seguía el modelo godo de elección entre miembros de la familia en el poder.
A la muerte de Aurelio le sucede el marido de Hermesinda, Silo, del que casi nada se sabe. Este accede a la corona, bien por elección de los nobles, según el modelo godo, bien por matrimonio con la hija del monarca, como consta en la tradición matriarcal asturiana y traslada la corte a Pravia, quizá temeroso del predominio del bando enemigo de Fruela en Cangas de Onís. Adosinda y Silo (y los cito a propósito en este orden) no tienen hijos y cuidan como a tales a sus sobrinos, los hijos de Fruela, especialmente a Alfonso, al que preparan para ser su sucesor y, al llegar a la adolescencia, nombran “mayordomo de palacio” (Cargo este semejante al de un “primer ministro”, sin el aspecto de servicio que tiene actualmente)
A la muerte de Silo, Adosinda hace elegir rey a su sobrino, (En el año 783, cuando el joven Alfonso tenía 23 años) pero el resto de los nobles se opone (seguimos con el sistema godo de elección del soberano por el senado) y eligen al bastardo Mauregato. Alfonso tiene que huir a refugiarse entre los familiares de su madre en Álava, Adosinda es obligada a profesar en un convento y la corte vuelve a Cangas de Onís..
Fallecido Mauregato, los nobles vuelven sus ojos al único descendiente de Pedro de Cantabria que queda vivo (Esto parece indicar que en Cantabria prima el “bando godo” y en Asturias, por el contrario, tiene más fuerza el elemento ancestral astur), el segundo hijo de Fruela “el mayor”, llamado Bermudo que, a la sazón, estaba en un convento y había sido, o estaba a punto de hacerlo, ordenado.
Bermudo I, “el monje”, toma la corona, quizá a regañadientes, hasta que, derrotado en una batalla por los musulmanes, en el año 791 reconoce su falta de condiciones para liderar a los asturianos, “recuerda” (dice el autor de la crónica) que ha sido ordenado y decide llamar al exiliado Alfonso, a la sazón ya un hombre de 31 años, para que le suceda mientras él vuelve al convento.
Alfonso II, “el casto” traslada la corte a Oviedo, que sufre dos saqueos a cargo de ejércitos musulmanes, pero siempre Alfonso consigue reponerse y derrotar a los invasores en su regreso a la meseta. Saquea Lisboa en el año 798, (dato que consta en anales carolingios, pero que no he conseguido contrastar en crónicas asturianas ni musulmanas), concierta alianzas (otros dicen que se somete) con Carlomagno, se casa (según algunas fuentes) con una princesa franca, a pesar de lo cual decide vivir en castidad, embellece su capital, con ayuda del arquitecto Tioda, edificando un palacio, una catedral, fuentes públicas, la iglesia de san Juan de los Prados, murallas… mantiene a raya a los musulmanes, es depuesto en el año 801 por alguna facción opuesta a él (reminiscencia de los enemigos de su padre Fruela I), sus “fideles” le reponen en el trono, dona a la catedral de Oviedo la “Cruz de los Ángeles” y, en fin, muere a la avanzada edad de 82 años, después de 51 de reinado. A su muerte, su cuñado, Nepociano (marido de su hermana Jimena) y el hijo de Bermudo I, Ramiro, se disputan el trono, venciendo este último quien reina como Ramiro I (¿triunfo del sistema electivo godo sobre el matriarcal astur?)
Hasta aquí la historia, densa historia. En mis novelas, Alfonso II aparece en la cuarta “La Cruz de los Ángeles”, (que espero que sea publicada en la primavera de 2011 o el otoño de 2012) y que comienza con el reinado de Fruela y su boda con la vasca Munia (primera parte), se continúa con las intrigas y luchas por la sucesión que llevan al joven Alfonso a Álava (segunda parte) y se termina con los éxitos del reinado de Alfonso II y la donación de la joya que le da título (tercera parte). Aunque queda sitio para contar los últimos años de su reinado en otra novela, aún no escrita ni planificada. Pero tiempo hay…
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