Hoy, jueves, 25 de julio de 2019,
celebramos el día de Santiago, patrón de España. Y, tal día como hoy,
acostumbro, anualmente, compartir con mis lectores a través de mi blog www.reyesasturianos.blogspot.com,
de mi página de Facebook Pelayo, rey,
y de mi biografía de Facebook, el estado de mi actividad literaria y mis
proyectos pendientes; y este año no podía ser menos:
Como manifesté en la entrada
anterior, mi prioridad pasó a ser promocionar la última novela, LA CRUZ DE LA
VICTORIA. A ese fin, además de la presentación realizada en el Colegio Santa
María de los Rosales, organizada por la Asociación de Antiguos Alumnos, he
concertado otras dos: una, el viernes 19 de septiembre, en el Aula del
Prerrománico, de Oviedo (donde ya estuve hace un par de meses para una tertulia
sobre mi primera novela, Pelayo Rey, por iniciativa de la directora del Club de
Tertulia de la Novela Histórica Asturiana, Inés Arroni, y tan bien me
trataron), gracias a la buena disposición de la responsable de dicha Aula,
Clara García López. Y otra para el sábado siguiente, 20, en el Museo Marítimo
de Luanco, organizada por la Asociación de Amigos del Museo (de la que me honro
en formar parte), gracias al interés mostrado por el presidente de dicha
Asociación, Indalecio Ramón Artime Heres.
Asimismo, y en el ámbito puramente
editorial, he finalizado mi relación contractual con las editoriales Sapere
Aude (que publicó La Muralla Esmeralda, El Muladí y La Cruz de los Ángeles) y
Alberto Santos/Imágica Ediciones, que lo hizo con la primera de todas mis
novelas, Pelayo, Rey. Amistosamente en ambos casos (espero), y, en el caso de
la segunda, sin renunciar a las liquidaciones que tenemos pendientes.
¿Quiere eso decir que La Estirpe de
los Reyes, que iba a publicar Editorial Temperley (Mariano Villella) tiene que
seguir esperando? Pues no lo sé. Esta novela, que iba a constar de dos
voluminosos tomos, y que ocupó mi actividad literaria de cuatro de los últimos
cinco años (el quinto lo empleé en las correcciones de La Cruz de la Victoria),
me causaría una gran ilusión si puedo verla editada físicamente, pero ignoro
los planes de la Editorial Sial Pigmalión, con la que, en estos momentos, estoy
comprometido (quizá no poner en el mercado durante el próximo año ningún otro
de mis libros, para no perjudicar a La Cruz de la Victoria; quizá una reedición
de La Cruz de los Ángeles, de la cual ya tengo hecha una nueva redacción, mucho
más completa y extensa, y con la supresión de algunas tramas inventadas que me
causaron grandes problemas de coherencia con las siguientes novelas; quizá una
reedición de Pelayo, rey, con cambios, nuevos capítulos añadidos, y, tal vez,
un nuevo título). Sea como fuere, en algún momento la pondremos al alcance de
los que quieran leer una historia (por supuesto, falsa, pero en un entorno
absolutamente real) que permita que la estirpe de Pelayo se haya prolongado através
de los tiempos.
Y, entonces, de escribir, ¿qué?
Pues, aunque hasta ahora he estado ocupado en mi otra afición (el teatro),
buscando y adaptando la obra que representaremos el próximo curso, algo tengo
que hacer. Puede ser continuar la siguiente novela (en orden cronológico) sobre
los reyes asturianos, que ya tengo muy avanzada (La Caja de las Ágatas); puede
ser comenzar, por si acaso, la posible nueva redacción de Pelayo, rey; puede
ser (puesto que estamos en su día), retomar la novela inconclusa sobre el
Apóstol Santiago, que lleva esperando desde el 2005 (¡Catorce años!), que fue
cuando la dejé en suspenso para dedicarme a otras más urgentes; puede ser
comenzar una sobre los asentamientos fenicios en la desembocadura del río
Vélez, próximos a la localidad en la que paso mis vacaciones estivales, Torre
del Mar, y que visité el lunes pasado (gracias a la AAC, Asociación Amigos de
la Cultura de Vélez Málaga y a la tenecia de Alcaldía de Torre del Mar que
están intentado poner en valor el tesoro arqueológico que aquí existe), aunque
esta última requeriría una ingente labor de documentación previa, pues, al
contrario de lo que ocurre con el Reino Asturiano, nadaconozco de esa época
histórica… Realmente no lo sé, pero algo de todo lo anterior tengo que hacer.
Acepto ideas.
Y, para ponernos en ambiente,
copio, a continuación, párrafos de alguno de esos proyectos:
De la caja de las Ágatas:
UN
PARTO DIFÍCIL
Año
875 d.C.
“En
el palacio real de Oviedo, ordenado edificar por el rey casto, anejo a la
catedral dedicada al Salvador, el agua que descargaban las nubes otoñales,
impulsada por el violento y racheado viento del nordeste, caía con fuerza sobre
su techumbre y rebotaba sobre sus pétreas paredes. Pero su persistente retumbar
no era suficiente para apagar los gritos que salían de la cámara regia. Un
incesante entrar y salir de sirvientas provistas de paños de lino y recipientes
con agua caliente permitía adivinar que el acontecimiento que provocaba este
alboroto no era otro que el hecho de que una nueva criatura iba a llegar a este
mundo.
Y
el nacimiento de un infante real siempre era un acontecimiento importante. Bien
era verdad que en este caso su trascendencia no era tanta como si se tratase de
un heredero al trono, pues la reina Jimena ya había dado anteriormente a su
esposo, rey Alfonso, tercero de este nombre, dos hijos: el primogénito, García,
que había recibido en las aguas bautismales el nombre de su abuelo materno, el
rey de Pamplona (aunque en la corte asturiana se era reacio a dar este título a
ningún soberano cristiano de la península, ya que se mantenía la teoría de que
ellos solos eran los continuadores del reino de Toledo, después de que los
invasores musulmanes se lo hubieran arrebatado al último rey godo, don
Rodrigo); y el segundo, Ordoño, llamado así por el padre y antecesor del
monarca asturiano.
No
obstante, siempre era bueno tener asegurada la línea sucesoria ante cualquier
contingencia, bien porque un tercer infante sería una garantía en un tiempo en
que las muertes prematuras no eran raras, bien porque si fuese una niña
serviría para confirmar y fortalecer las alianzas necesarias para sobrevivir en
aquellos años difíciles, como había sucedido en el caso de los actuales
soberanos.
Por
ese motivo, cuatro importantes personajes del reino paseaban, intranquilos, de
un lado a otro de la antecámara: el Mayordomo de Palacio, Hermenegildo
Gutiérrez, primo político del actual monarca por su matrimonio con Hermesinda,
la hija de Gatón, conde del Bierzo y hermano del rey Ordoño I, lo que hizo que el
eficaz y fiel colaborador del rey Alfonso sumase ese título a sus muchas otras
prebendas; el obispo de Oviedo, Hermenegildo; otro Hermenegildo, el hermano del
conde de Orense Vimara Pérez (y, si el hecho de que tres de los más importantes
colaboradores del rey Alfonso compartiesen el nombre causa confusión en los
lectores, les pedimos disculpas, pero les rogamos que comprendan que no es
culpa del autor, el cual también bastantes problemas tuvo por esta causa al
documentarse para elaborar la trama); y, por fin, Sarracino Gatónez, cuñado del
mayordomo de palacio, que no ostentaba cargo alguno porque el rey le había
pospuesto en el título del conde Gatón en favor de su más fiel colaborador, lo
que le hacía dudar entre manifestar su disgusto, o continuar adulando al
monarca en la espera de que, ya que no conde del Bierzo, se le otorgase alguna
otra prebenda, lo que se dejaba ver a veces (pero solo a veces) en las furtivas
miradas que dirigía al marido de su hermana.
Sí,
los colaboradores del rey estaban impacientes esperando que el alumbramiento
llegase a su fin. Puesto que el rey se encontraba, como acostumbraba a hacer en
los últimos años, al sur de los montes, supervisando las repoblaciones que
asegurarían la frontera del reino, a ellos les tocaba dar fe del acontecimiento.
De pronto, entre los rumores producidos por el alboroto de las sirvientas y los
gemidos de la reina, a los que se sumaba la naturaleza con el resonar del
viento y las gotas de lluvia, pudo escucharse el llanto de un recién nacido. A
los pocos momentos, una doncella se asomó a la puerta de la cámara.
—Es
un niño —anunció.
El
prelado y los nobles se dirigieron a la estancia y, sin prestar atención a la
soberana que se encontraba en el lecho, agotada por el esfuerzo y atendida por
las parteras, dirigieron la mirada hacia el niño que una doncella sostenía en
sus brazos. Más pequeño de lo normal y, desde luego, más de lo que habían sido,
al nacer, sus hermanos, y con un rostro menos agraciado (si es que alguno de
los recién nacidos lo es), pero niño sin lugar a dudas. Asintiendo con la
cabeza, los nobles salieron de la habitación y se dispusieron a volver a sus
quehaceres diarios.
—No
parece muy fuerte —dijo, dubitativamente, el Mayordomo de Palacio—. Esperemos
que viva, al menos, hasta que su padre pueda verlo.
—Por
lo menos, hasta que le hayamos bautizado y recibido en el seno de la Iglesia
—replicó el prelado—. Afortunadamente, sus dos hermanos gozan de buena salud,
así que este niño no tendrá ninguna oportunidad de que el reino necesite que su
cabeza porte la corona.
Pero,
naturalmente, entre los dones que acompañan a la dignidad episcopal, no está
garantizado el de la profecía”.
Quizá, si alguno ha leído mi última
novela LA CRUZ DE LA VICTORIA, le suene este momento histórico. Efectivamente,
el nacimiento de Fruela está situado, cronológicamente, entre los capítulos de
ese libro, XVIII, en que Alfonso III y Jimena tienen aún solamente dos hijos
(García y Ordoño), y el XIV, en el que Fruela ya tiene dos años. Esto se debe a
que LA CRUZ DE LA VICTORIA se fija, preferentemente, en lo que le sucede a
Alfonso III como persona y como rey, y, para no extenderse en demasía, no
profundiza en los prsonajes secundarios, mientras que LA CAJA DE LAS ÁGATAS,
que en los primeros capítulos transcurre a la vez que lo narrado en LA CRUZ DE
LA VICTORIA, se centra en el tercer hijo del rey Alfonso, Fruela, quien, al
subir al trono, dona la joya citada a la catedral de Oviedo.
De la novela inconclusa sobre el apóstol
Santiago, unos párrafos de la mitad del capítulo IX (organización provisional):
- “He decidido ir a llevar la Buena
Nueva al fin de la tierra. – Dijo Jacob a Simón Pedro.- Solicito tu
autorización para ello.
- Irás con las bendiciones de todos
los hermanos. - Le contestó Pedro.- Y ojalá nos sirvas de ejemplo. ¿Cuándo
piensas partir?
- Lo antes posible. Mañana mismo,
quizá. El verano es la época en que zarpan los barcos hacia el occidente.
- Siempre tan impetuoso.- Comentó el
que era el jefe de los apóstoles, y sonrió a Juan, que se encontraba a su
lado.- Quizá por eso te eligió el Maestro. Que su Espíritu te acompañe.
Atanasio, que aguardaba, junto con
Teodoro, a unos pasos, se atrevió a adelantarse y a interpelar a Pedro.
- Quisiera que me autorizarás a
predicar la palabra de Jesús.- Dijo, con la mayor humildad que pudo.- Esteban fue
un ejemplo para mí y por él estoy aquí. No temo seguir su destino. Y puedo
hablar tanto en arameo como en griego. Además, el causante de la muerte de
Esteban ya no nos persigue.
- Aún no estás preparado.- Le
contestó Simón, causando la decepción del joven.- Debes seguir estudiando las
Palabras y los Hechos del Maestro. Y, aunque Saulo de Tarso haya aceptado el
mensaje de Jesús, el Sanedrín, los fariseos y los romanos nos vigilan de cerca.
Tu momento no ha llegado todavía.
- ¡Espera! – Interrumpió Juan,
dirigiéndose a Pedro.- ¿Por qué no envías a Atanasio con Jacob? – Se volvió
hacia su hermano.- ¿Qué te parece? Así podrías seguir con su instrucción
durante el viaje. – Y, volviendo de nuevo al jefe de los apóstoles, prosiguió
en voz baja para que su hermano no le oyera.- Y así Jacob tendría a su lado
alguien con sentido común y que le ayudaría. Si no, dudo que llegue hasta
Joppe.
Simón Pedro sonrió y enarcó las
cejas con sorpresa.- ¡Claro! – Musitó.- Y dirigiéndose a Jacob, le preguntó.-
¿Le tomarías a tu cargo?
- Sí.- Contestó el hijo del trueno.
- Será bueno tener compañía.
- ¿Y tú, qué dices? – Preguntó el
que había recibido las llaves del Reino, al joven discípulo.- ¿Quieres viajar
con Jacob hasta el fin de la tierra?
- ¡Oh, sí! – Exclamó Atanasio,
entusiasmado, y luego, pensando que debía demostrar que era un alumno
aventajado, corrigió: – Bueno, quiero decir, cumpliré la voluntad del Señor.
Y a nadie le extrañó que, entre las
risas con que todos celebraron la decisión, una voz se escuchara con timidez
- ¿Podría ir yo también, por favor?”
De la posible nueva redacción de
Pelayo, Rey, nada tengo aún, pero solo puedo adelantar que lo que se añada se
referirá, tal vez, a la Cueva de Covadonga; Y de la que quizá haga sobre los
asentamientos fenicios, primero tendré que ocuparme de la documentación histórica.