El
décimo rey asturiano es Ramiro I. Hijo del rey Bermudo I, “el
diácono”, es elegido rey en 842, a la muerte de Alfonso II, “el Casto”, quizá
en virtud de algún compromiso adquirido por éste cuando el padre de Ramiro
abdicó y le entregó la corona.
Pero también el cuñado de Alfonso,
Nepociano (casado con su hermana Jimena), adujo que el fallecido rey le había
nombrado su sucesor, y el futuro del reino se decidió por la suerte de las
armas. El vencedor obtuvo el trono, y al derrotado le sacaron los ojos y le
encerraron en un monasterio, algo usual en aquellos tiempos y que se repetiría abundantemente
con los tataranietos de Ramiro I, como veremos cuando llegue el momento (y,
quizá, con alguno más entremedias).
Debido al largo reinado de Alfonso
II, Ramiro ya tenía una avanzada edad (unos 50 años) cuando accedió al trono.
Eso no impidió que sus ocho años de reinado fueran importantes en la historia
de Asturias, porque con él comienza ya definitivamente la sucesión por herencia
patrilineal (a su muerte, en 850, su hijo Ordoño es coronado rey sin que
hubiera por medio ningún tipo de elección), porque combatió con dureza los
cultos paganos que aún pervivían en los lugares apartados del reino y juzgó con
severidad a los que infingieran las leyes (“Vara de la justicia”, le apodaron),
y, sobre todo, porque en su tiempo se edificaron en Oviedo y en otras partes
del reino multitud de templos y edificios civiles (Santa María del Naranco, en
realidad un palacio; san Miguel de Lillo…) con un estilo propio al que dio
nombre: Arte Ramirense.
A pesar de ello, la aparición de
Ramiro I en mis novelas es escasa. Únicamente una breve aparición en la aún no
publicada La Cruz de la Victoria, en sus primeros capítulos; y una más breve
aún, pero de importancia trascendental (aunque ficticia) en la conclusión de La
Estirpe de los Reyes, que D.m., se publicará en este próximo otoño (al menos el
primero de los dos tomos en que ha sido necesario dividirla). Y esta omisión
requiere una explicación:
Cuando, después de escribir Pelayo,
rey (obviamente, sobre don Pelayo) y La Cruz de los Ángeles (protagonizada por
Alfonso II), decidí convertir mis novelas en una serie sobre los reyes
asturianos (al menos los más importantes, aunque luego todos, como hemos visto,
han aparecido con mayor o menos trascendencia en ellos), cayó en mis manos una
excelente novela que transcurre en tiempos del rey Ramiro, titulada Los
Clamores de la Tierra y escrita por Fulgencio Argüelles. Aunque el tratamiento
que da a sus personajes y el modo en que están descritos aquellos tiempos,
difiere mucho de como yo lo he hecho, tengo que reconocer que sus conocimientos
sobre el tema son mucho mayores que los míos. Así que decidí que quien quisiera
seguir los avatares del reino de Asturias, no por los libros de historia, sino
por las menos veraces pero, al menos así lo espero, más amenas y entretenidas,
novelas, y fuera leyendo las mías, al llegar al tiempo de este rey, siguiera
por el libro de Fulgencio Argüelles (no tengo ningún interés en hacerle
publicidad, pues no le conozco personalmente; es solo una muestra de respeto).
El
undécimo rey asturiano es Ordoño I. Hijo y sucesor de Ramiro I, fue
coronado a la muerte de su padre, en 850. Fue el rey que incorporó
definitivamente al Reino Asturiano territorios al sur de los montes. Repobló
León, Astorga y Tuy, por lo que tuvo que enfrentarse repetidas veces a los
musulmanes, a los que derrotó, al poco de acceder al trono, en tierras
vasconas, aunque en las postrimerías de su reinado sufrió dos importantes
derrotas, en Pancorbo y en La Hoz de la Morcuera. También se enfrentó al
gobernador musulmán del valle del Ebro, Musa ibn Musa, quien, semindependiente
de los emires cordobeses (se llamaba a sí mismo “el tercer rey de España”),
intento edificar la fortaleza de Albelda, amenazando a la vez las posesiones de
Ordoño y las de sus parientes, los reyes cristianos de Pamplona. Ordoño arrasó
la amenazante fortaleza y, a la vez, consiguió que García Íñiguez, el rey de
Pamplona, rompiese definitivamente la dependencia que tenía con Musa y firmase
una alianza con el reino asturiano. Por ese motivo, la hija de Ordoño,
Leodegundia, casó con el rey de Pamplona, y su hijo, Alfonso, con la hija de
García, Jimena. Ordoño falleció en el año 866, siendo sucedido por su hijo
Alfonso.
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