12 de septiembre de 2018

Ramiro I y Ordoño I

El décimo rey asturiano es Ramiro I. Hijo del rey Bermudo I, “el diácono”, es elegido rey en 842, a la muerte de Alfonso II, “el Casto”, quizá en virtud de algún compromiso adquirido por éste cuando el padre de Ramiro abdicó y le entregó la corona.

Pero también el cuñado de Alfonso, Nepociano (casado con su hermana Jimena), adujo que el fallecido rey le había nombrado su sucesor, y el futuro del reino se decidió por la suerte de las armas. El vencedor obtuvo el trono, y al derrotado le sacaron los ojos y le encerraron en un monasterio, algo usual en aquellos tiempos y que se repetiría abundantemente con los tataranietos de Ramiro I, como veremos cuando llegue el momento (y, quizá, con alguno más entremedias).

Debido al largo reinado de Alfonso II, Ramiro ya tenía una avanzada edad (unos 50 años) cuando accedió al trono. Eso no impidió que sus ocho años de reinado fueran importantes en la historia de Asturias, porque con él comienza ya definitivamente la sucesión por herencia patrilineal (a su muerte, en 850, su hijo Ordoño es coronado rey sin que hubiera por medio ningún tipo de elección), porque combatió con dureza los cultos paganos que aún pervivían en los lugares apartados del reino y juzgó con severidad a los que infingieran las leyes (“Vara de la justicia”, le apodaron), y, sobre todo, porque en su tiempo se edificaron en Oviedo y en otras partes del reino multitud de templos y edificios civiles (Santa María del Naranco, en realidad un palacio; san Miguel de Lillo…) con un estilo propio al que dio nombre: Arte Ramirense.

A pesar de ello, la aparición de Ramiro I en mis novelas es escasa. Únicamente una breve aparición en la aún no publicada La Cruz de la Victoria, en sus primeros capítulos; y una más breve aún, pero de importancia trascendental (aunque ficticia) en la conclusión de La Estirpe de los Reyes, que D.m., se publicará en este próximo otoño (al menos el primero de los dos tomos en que ha sido necesario dividirla). Y esta omisión requiere una explicación:
Cuando, después de escribir Pelayo, rey (obviamente, sobre don Pelayo) y La Cruz de los Ángeles (protagonizada por Alfonso II), decidí convertir mis novelas en una serie sobre los reyes asturianos (al menos los más importantes, aunque luego todos, como hemos visto, han aparecido con mayor o menos trascendencia en ellos), cayó en mis manos una excelente novela que transcurre en tiempos del rey Ramiro, titulada Los Clamores de la Tierra y escrita por Fulgencio Argüelles. Aunque el tratamiento que da a sus personajes y el modo en que están descritos aquellos tiempos, difiere mucho de como yo lo he hecho, tengo que reconocer que sus conocimientos sobre el tema son mucho mayores que los míos. Así que decidí que quien quisiera seguir los avatares del reino de Asturias, no por los libros de historia, sino por las menos veraces pero, al menos así lo espero, más amenas y entretenidas, novelas, y fuera leyendo las mías, al llegar al tiempo de este rey, siguiera por el libro de Fulgencio Argüelles (no tengo ningún interés en hacerle publicidad, pues no le conozco personalmente; es solo una muestra de respeto).

El undécimo rey asturiano es Ordoño I. Hijo y sucesor de Ramiro I, fue coronado a la muerte de su padre, en 850. Fue el rey que incorporó definitivamente al Reino Asturiano territorios al sur de los montes. Repobló León, Astorga y Tuy, por lo que tuvo que enfrentarse repetidas veces a los musulmanes, a los que derrotó, al poco de acceder al trono, en tierras vasconas, aunque en las postrimerías de su reinado sufrió dos importantes derrotas, en Pancorbo y en La Hoz de la Morcuera. También se enfrentó al gobernador musulmán del valle del Ebro, Musa ibn Musa, quien, semindependiente de los emires cordobeses (se llamaba a sí mismo “el tercer rey de España”), intento edificar la fortaleza de Albelda, amenazando a la vez las posesiones de Ordoño y las de sus parientes, los reyes cristianos de Pamplona. Ordoño arrasó la amenazante fortaleza y, a la vez, consiguió que García Íñiguez, el rey de Pamplona, rompiese definitivamente la dependencia que tenía con Musa y firmase una alianza con el reino asturiano. Por ese motivo, la hija de Ordoño, Leodegundia, casó con el rey de Pamplona, y su hijo, Alfonso, con la hija de García, Jimena. Ordoño falleció en el año 866, siendo sucedido por su hijo Alfonso.

Ordoño I aparece en la primera parte de mi novela, La Cruz de la Victoria, aún no publicada, y dedicada a describir el reinado de Alfonso III. Se le describe como un rey sabio y prudente (accedió al trono ya mayor), que trató de educar a su hijo y sucesor, enseñándole el sentido de su deber como rey, encargado de defender su territorio frente a los musulmanes y liberar a los cristianos aún sometidos a los musulmanes. En la segunda parte de esa novela veremos el resultado de esa educación. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario