Acababa de terminar “El Muladí” cuando, por fin, se publicó la primera de mis novelas, “La Cruz de la Victoria”, pero con el título de “Pelayo, rey”. Eso renovó mis ganas de escribir, aunque, para soslayar los problemas que me causó el hecho de que “El Muladí”, anterior en el tiempo a “La Cruz de los Ángeles”, hubiera sido escrito después (y los ya relatados de que “La Muralla esmeralda”, anterior a las dos fuese escrita con posterioridad a ambas), decidí apartar, por el momento, lo que llevaba redactado de “La Caja de las Ágatas” y centrarme en la novela que tendría (en mi concepción de la serie) que antecederla, “El Mozárabe”.
Naturalmente, aunque una gran parte del trabajo de documentación realizado para las novelas anteriores podría servirme, en “El mozárabe” intervendrían principalmente protagonistas pertenecientes a ese grupo social, el de los cristianos que, bajo el dominio musulmán, se mantenían firmes en su fe, por lo que volví a consultar libros y crónicas y de nuevo surgieron los problemas.
El momento más apropiado para narrar las peripecias de este grupo, es el de los martirios cordobeses inspirados por san Eulogio alrededor del año 850, y hasta el 859, fecha en que el propio san Eulogio es condenado a muerte. Pero eso nos lleva ya al reinado de Ordoño I en Asturias, con o cual ambas novelas se iban a solapar. Y mucho de lo que comenzaba a esbozar para “El Mozárabe” se vería afectado por lo que ocurriese en “La Caja de las ágatas”. Así que tomé una decisión. El Mozárabe comenzaría en el año 797, para poder contar “La Jornada del Foso”, episodio sangriento de Toledo que causaría la huída de la ciudad de los padres o abuelos de los protagonistas, y luego, tras un salto en el tiempo, retomaríamos la trama, ya en Córdoba, en tiempos de Eulogio. Debido a esto, de nuevo “La Caja de las Ágatas” recuperaba el puesto 5º en el orden cronológico de las novelas, y se perdía la simetría de la serie (1ª novela en Asturias, 2ª en tierras musulmanas, 3ª en Asturias, 4ª en tierras musulmanas…etc.). Eso me preocupó un tiempo, hasta que (posteriormente), al escribir “La Muralla esmeralda” como continuación de “Pelayo, rey”, esa simetría desapareció por completo. Así que, por fin, podemos dedicarnos a hablar de esa novela, “La Caja de las Ágatas”, que es lo que nos corresponde ahora.
Pero, como me he extendido tanto en los prolegómenos, será en la próxima entrada.
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