Bien, ha llegado el momento de hablar de mi quinta (por el momento) novela en orden cronológico. Fue la cuarta que escribí. Había finalizado la que se llamaba, entonces, “La Cruz de la Victoria” y que se publicó con el título de “Pelayo, rey”, sobre la vida de este personaje; había concluido “La Cruz de los Ángeles” en la que relataba, en su primera parte, el reinado de Fruela (cuarto rey de Asturias), en la segunda los de Aurelio, Silo, Mauregato y Bermudo (quinto, sexto, séptimo y octavo monarca, respectivamente, aunque no todos los historiadores están de acuerdo con esta numeración), y en la tercera, parte del largo reinado del rey que hacía el número nueve, Alfonso II, “el casto” (Espero algún día escribir otra novela sobre la segunda parte del reinado de tan longevo monarca, por lo que ésta pasaría a ser la sexta en el orden cronológico), así que tocaba seguir escribiendo.
Por aquellos tiempos ya había decidido que mis novelas formarían una trilogía, cada una de ellas basada en una de las joyas del tesoro de la Catedral de Oviedo. La primera en “La Cruz de la Victoria”, joya donada por Alfonso III en el año 908, pero cuyo ánima de roble, según la leyenda (y no importa que, probablemente, no sea cierto) fue la cruz que enarboló don Pelayo en la batalla de Covadonga. Así la inscribí en el registro, aunque luego, por conveniencias editoriales, se publicó con el título de “Pelayo, rey”.
La segunda, en “La Cruz de los Ángeles” (Y espero que si se publica, lo haga con ese título), donada por Alfonso II en el año 808 (justo cien años antes que la anterior) y que tiene importancia en la novela que le da nombre.
Para la tercera escogí la “Caja de las Ágatas”.arqueta para reliquias que fue donada por el infante Fruela de Asturias, hijo del rey Alfonso III en el año 910, aún en vida de su padre. Eso me causó algún problema de fechas. Había ya narrado, con mayor o menor detalle, la vida de siete de los nueve primeros monarcas asturianos (el segundo, Favila, y el tercero, Alfonso I, tendrían posteriormente su lugar en “El Muladí”). El décimo (o undécimo, si contamos el breve reinado de Nepociano), sería Ramiro I. Un tiempo apasionante, en el que se construyen los monumentos prerrománicos del Monte Naranco. Pero por aquella época había caído en mis manos la excelente novela “Los clamores de la tierra”, del escritor asturiano Fulgencio Argüelles (por cierto, se la debo haber prestado a alguien, pues ya no la tengo en casa, ni consigo encontrarla en las librerías) sobre el reinado de ese monarca llamado “vara de la justicia” y decidí respetar su obra y pasar directamente al duodécimo, Ordoño I. Claro que tendría que extender la novela hasta el final del reinado de su hijo, Alfonso III, “el magno” (mucho más interesante, novelísticamente) si quería justificar el título de “La Caja de las Ágatas). Eso me causó algunos problemas y la escritura no se hizo tan fluída como deseaba.
A la vez, por aquella época, como también he contado ya en anteriores entradas, en atención a mis amigos de Torre del Mar, Málaga, decidí escribir también sobre la vida de los españoles bajo el gobierno musulmán, y abandoné a “La Caja de las Ágatas”, para la que ya me había documentado bastante, para escribir “El Muladí”, novela que en el orden cronológico, iría entre “La Cruz de la Victoria” (Aún la denominaba así, pues todavía no había sido publicada) y “La Cruz de los Ángeles”, formando una serie alternativa, con una novela en tierras asturianas y otra en las musulmanas. Así, entre “La Cruz de los ángeles” y la inconclusa “Caja de las Ágatas” iría otra titulada “El Mozárabe”. “La caja de las Ágatas” tendría que esperar (Al menos hasta la siguiente entrada en este blog)
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