Pelayo,
rey se publicó en su primera edición en el año 2004 y tuvo una buena acogida y
un número de ventas aceptable. A pesar de ello, y como ya dije, la editorial
(Imágica ediciones) no consideró oportuno publicar las otras dos que le había
entregado (La Cruz de los Ángeles y El Muladí), ni tampoco la que había escrito
por indicación suya (La muralla esmeralda), y deseoso de que mis lectores
tuvieran acceso a ellas, me dirigí a otra editorial (Sapere aude) y conseguí
que me las publicasen, aunque comprometiéndome yo a comprar un número
determinado de ejemplares. Así que, respetando el orden cronológico histórico,
fueron editándose La Muralla Esmeralda (en 2011), El Muladí (en 2012) y la Cruz
de los Ángeles (en 2014).
Entretanto,
había seguido escribiendo y había concluido La Caja de las Ágatas, que estaba basada,
principalmente en la vida y el reinado de Alfonso III, “el magno”, aunque los
primeros capítulos hablaban de su niñez y juventud, mientras ocupaban el trono
su abuelo, Ramiro I; y su padre, Ordoño I. Aunque, como dije en la entrada
anterior, el final estuvo un poco forzado, pues esa joya, aunque, posiblemente,
llegó a Asturias en tiempos de Alfonso III, fue donada a la Catedral por su
hijo Fruela II. No obstante, como al publicarse la primera de mis novelas con
el título de “Pelayo, rey”, no se había utilizado el de “La cruz de la
Victoria”, y esta joya se había labrado durante el reinado del rey magno,
aproveché para darle mayor importancia, y reescribirla con ese título. Debo
reconocer que, una vez hecho esto, la novela ganó bastante y quedó (así lo
creía), lista para su publicación.
A
continuación, sucedieron dos circunstancias que, unidas, fueron la causa de
que, dejando de lado la continuación de la historia del reino de Asturias, la
rompiese con una nueva novela que, no avanzaba en el tiempo, sino que sucedía a
la vez que las ya escritas.
La
primera, que algunos de mis lectores me preguntaban por lo que le había
sucedido a dos personajes, imaginarios ambos (Alarico, que aparecía por las
páginas de La Muralla Esmeralda, y Abdul, el protagonista de El Muladí), a los
que yo había dejado, uno de ellos viajando a Ceuta a reunirse con su amada, una
vez concluída su misión; y el otro reencontrándose en Asturias con su
prometida, en una escena que era el (cursi) final del libro. La cosa me
sorprendió bastante, pues yo creía que había quedado claro que ambos habían
finalizado ya sus aventuras y habrían seguido con su vida teniendo (o no) una
feliz existencia.
La otra,
que, al pasar del reinado de Alfonso I, “el casto” (en La Cruz de los Ángeles)
al de Ramiro I (en la novela aún no publicada y que ya tenía el título de La
Cruz de la Victoria), me puse a pensar que el hecho que, con el rey casto, se
terminase la descendencia de Pelayo, era un desperdicio, novelescamente
hablando, y que quizá hubiera una manera de conseguir (ficticiamente, por
supuesto) que esto no sucediese así.
Enlacé
ambas ideas, y me puse a escribir. Como se trataba de conseguir que la
descendencia de Pelayo no terminase, sino que se continuase en Ramiro I y los
reyes que le siguieron, le dí el título de La Estirpe de los Reyes, haciendo
que una hija de Favila (el hijo de Pelayo), que, según la leyendas, existió
realmente y se llamaba Favinia (aunque nada, ni siquiera esto que he dicho, se
sabe con certeza de ella), tuviese a su vez descendientes de manera que una
nieta suya fuese la esposa del rey Bermudo y madre de Ramiro I, de la que solo
conocíamos su nombre, Nunila. Teoría no solo improbable, sino prácticamente
imposible.
Como
Alarico estaba en Ceuta, con su esposa, Florinda, a la que en la ficción de La
muralla esmeralda, hacía hija del último rey godo, don Rodrigo y de Florinda,
“la cava”, decidí introducir también esta estirpe haciendo que un hijo de
ambos, al que denominé Teodoro, acompañase a su padre hasta Constantinopla (Lo
que me daba pie para narrar lo que ocurría en aquella parte del mundo, las
luchas entre árabes y bizantinos y, lo más importante, hacer que coincidiera
con Abderrahmán I, cuya novelesca vida me solucionaba no tener que inventarme
nada, pues ya la realidad era más interesante que cualquier ficción. Así la
novela avanzaba con dos tramas paralelas, alternándose capítulos en los que la
acción transcurría en Asturias, con otros en los que el teatro era el Medio
Oriente y el norte de África, hasta que ambas (y las estirpes) confluían en
Asturias para conseguir el objetivo deseado.
Por si no
fuera poco, a medida que escribía, se me ocurrió añadir también otra estirpe de
renombre, haciendo que un imaginario descendiente del mítico rey Arturo
(¿estaría yo con fiebre ese día?) llegase también al reino Asturiano y se
añadiese a la trama.
Pero todo
esto me causó algunos problemas que, de haberlos sabido con antelación, me
hubieran decidido a abandonar una novela que me ha ocupado los últimos siete
años. Escribir una novela que transcurre (en el tiempo y en el espacio) a la
vez que otras ya publicadas (comienza a la vez que el último capítulo de La
Muralla Esmeralda, y se continúa por el tiempo en que suceden los hechos
narrados en El Muladí y las dos primeras partes de La Cruz de los Ángeles)
conlleva multitud de complicaciones. Tiene que ser consecuente con las otras,
pues una gran cantidad de los personajes son los mismos. Hay una gran cantidad
de hechos en que coincide con ellas y que ya han sido relatados en aquellas,
pero que no pueden ser obviados en esta, por lo que hay que redactarlos de
manera diferente (haciendo que, en vez de ser el narrador el que los describa,
sea uno de los personajes el que se lo cuente a otros que no estuvieron
presentes; o narrarlos desde otro punto de vista, etc). Y hay sucesos en los
que deberían haber estado presentes los protagonistas de las otras novelas,
pero que, como no se relataron así en su momento, hay que decidir
justificaciones; lo mismo que para que los personajes nuevos de esta novela no
hayan participado en hechos de aquellas en los que deberían haber estado
presentes. En fin, que la mayor parte de los siete años que tardé en
terminarla, los ocupé, no en la simple redacción de unos hechos más o menos
interesantes, sino en cuadrar todo como si de un rompecabezas (y de los
grandes) se tratase. No volveré a pasar por esto, aunque, por fin, la tarea se
terminó y pronto La estirpe de los Reyes se publicará.
Aunque no
sin solucionar otro problema: Fueron tantas las tramas y tantos los lugares por
donde pasan los protagonistas que, al ir a darle la redacción definitiva, vimos
que era imposible comprimirla en un solo volumen y habría que distribuirla en
dos. Eso llevó a la Editorial Sapere aude a declinar su edición, salvo que yo
aceptase unas condiciones de compra de ejemplares que me resultaban imposibles
de cumplir. Por lo cual tuve que retrasar la fecha de su presentación (que ya
estaba organizada) y buscar otro editor, que, al fin (y se lo agradezco), será
Mariano Vilella, de Editorial Temperley, que ya me editó la única novela no
histórica que he escrito. Espero que La estirpe de los Reyes vea la luz en un
par de meses, y que guste a los lectores. Para la próxima entrada hablaremos ya
de los proyectos futuros y de sus orígenes.
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