29 de enero de 2018

Génesis de mis novelas II

Pelayo, rey se publicó en su primera edición en el año 2004 y tuvo una buena acogida y un número de ventas aceptable. A pesar de ello, y como ya dije, la editorial (Imágica ediciones) no consideró oportuno publicar las otras dos que le había entregado (La Cruz de los Ángeles y El Muladí), ni tampoco la que había escrito por indicación suya (La muralla esmeralda), y deseoso de que mis lectores tuvieran acceso a ellas, me dirigí a otra editorial (Sapere aude) y conseguí que me las publicasen, aunque comprometiéndome yo a comprar un número determinado de ejemplares. Así que, respetando el orden cronológico histórico, fueron editándose La Muralla Esmeralda (en 2011), El Muladí (en 2012) y la Cruz de los Ángeles (en 2014).
Entretanto, había seguido escribiendo y había concluido La Caja de las Ágatas, que estaba basada, principalmente en la vida y el reinado de Alfonso III, “el magno”, aunque los primeros capítulos hablaban de su niñez y juventud, mientras ocupaban el trono su abuelo, Ramiro I; y su padre, Ordoño I. Aunque, como dije en la entrada anterior, el final estuvo un poco forzado, pues esa joya, aunque, posiblemente, llegó a Asturias en tiempos de Alfonso III, fue donada a la Catedral por su hijo Fruela II. No obstante, como al publicarse la primera de mis novelas con el título de “Pelayo, rey”, no se había utilizado el de “La cruz de la Victoria”, y esta joya se había labrado durante el reinado del rey magno, aproveché para darle mayor importancia, y reescribirla con ese título. Debo reconocer que, una vez hecho esto, la novela ganó bastante y quedó (así lo creía), lista para su publicación.
A continuación, sucedieron dos circunstancias que, unidas, fueron la causa de que, dejando de lado la continuación de la historia del reino de Asturias, la rompiese con una nueva novela que, no avanzaba en el tiempo, sino que sucedía a la vez que las ya escritas.
La primera, que algunos de mis lectores me preguntaban por lo que le había sucedido a dos personajes, imaginarios ambos (Alarico, que aparecía por las páginas de La Muralla Esmeralda, y Abdul, el protagonista de El Muladí), a los que yo había dejado, uno de ellos viajando a Ceuta a reunirse con su amada, una vez concluída su misión; y el otro reencontrándose en Asturias con su prometida, en una escena que era el (cursi) final del libro. La cosa me sorprendió bastante, pues yo creía que había quedado claro que ambos habían finalizado ya sus aventuras y habrían seguido con su vida teniendo (o no) una feliz existencia.
La otra, que, al pasar del reinado de Alfonso I, “el casto” (en La Cruz de los Ángeles) al de Ramiro I (en la novela aún no publicada y que ya tenía el título de La Cruz de la Victoria), me puse a pensar que el hecho que, con el rey casto, se terminase la descendencia de Pelayo, era un desperdicio, novelescamente hablando, y que quizá hubiera una manera de conseguir (ficticiamente, por supuesto) que esto no sucediese así.
Enlacé ambas ideas, y me puse a escribir. Como se trataba de conseguir que la descendencia de Pelayo no terminase, sino que se continuase en Ramiro I y los reyes que le siguieron, le dí el título de La Estirpe de los Reyes, haciendo que una hija de Favila (el hijo de Pelayo), que, según la leyendas, existió realmente y se llamaba Favinia (aunque nada, ni siquiera esto que he dicho, se sabe con certeza de ella), tuviese a su vez descendientes de manera que una nieta suya fuese la esposa del rey Bermudo y madre de Ramiro I, de la que solo conocíamos su nombre, Nunila. Teoría no solo improbable, sino prácticamente imposible.
Como Alarico estaba en Ceuta, con su esposa, Florinda, a la que en la ficción de La muralla esmeralda, hacía hija del último rey godo, don Rodrigo y de Florinda, “la cava”, decidí introducir también esta estirpe haciendo que un hijo de ambos, al que denominé Teodoro, acompañase a su padre hasta Constantinopla (Lo que me daba pie para narrar lo que ocurría en aquella parte del mundo, las luchas entre árabes y bizantinos y, lo más importante, hacer que coincidiera con Abderrahmán I, cuya novelesca vida me solucionaba no tener que inventarme nada, pues ya la realidad era más interesante que cualquier ficción. Así la novela avanzaba con dos tramas paralelas, alternándose capítulos en los que la acción transcurría en Asturias, con otros en los que el teatro era el Medio Oriente y el norte de África, hasta que ambas (y las estirpes) confluían en Asturias para conseguir el objetivo deseado.
Por si no fuera poco, a medida que escribía, se me ocurrió añadir también otra estirpe de renombre, haciendo que un imaginario descendiente del mítico rey Arturo (¿estaría yo con fiebre ese día?) llegase también al reino Asturiano y se añadiese a la trama.
Pero todo esto me causó algunos problemas que, de haberlos sabido con antelación, me hubieran decidido a abandonar una novela que me ha ocupado los últimos siete años. Escribir una novela que transcurre (en el tiempo y en el espacio) a la vez que otras ya publicadas (comienza a la vez que el último capítulo de La Muralla Esmeralda, y se continúa por el tiempo en que suceden los hechos narrados en El Muladí y las dos primeras partes de La Cruz de los Ángeles) conlleva multitud de complicaciones. Tiene que ser consecuente con las otras, pues una gran cantidad de los personajes son los mismos. Hay una gran cantidad de hechos en que coincide con ellas y que ya han sido relatados en aquellas, pero que no pueden ser obviados en esta, por lo que hay que redactarlos de manera diferente (haciendo que, en vez de ser el narrador el que los describa, sea uno de los personajes el que se lo cuente a otros que no estuvieron presentes; o narrarlos desde otro punto de vista, etc). Y hay sucesos en los que deberían haber estado presentes los protagonistas de las otras novelas, pero que, como no se relataron así en su momento, hay que decidir justificaciones; lo mismo que para que los personajes nuevos de esta novela no hayan participado en hechos de aquellas en los que deberían haber estado presentes. En fin, que la mayor parte de los siete años que tardé en terminarla, los ocupé, no en la simple redacción de unos hechos más o menos interesantes, sino en cuadrar todo como si de un rompecabezas (y de los grandes) se tratase. No volveré a pasar por esto, aunque, por fin, la tarea se terminó y pronto La estirpe de los Reyes se publicará.

Aunque no sin solucionar otro problema: Fueron tantas las tramas y tantos los lugares por donde pasan los protagonistas que, al ir a darle la redacción definitiva, vimos que era imposible comprimirla en un solo volumen y habría que distribuirla en dos. Eso llevó a la Editorial Sapere aude a declinar su edición, salvo que yo aceptase unas condiciones de compra de ejemplares que me resultaban imposibles de cumplir. Por lo cual tuve que retrasar la fecha de su presentación (que ya estaba organizada) y buscar otro editor, que, al fin (y se lo agradezco), será Mariano Vilella, de Editorial Temperley, que ya me editó la única novela no histórica que he escrito. Espero que La estirpe de los Reyes vea la luz en un par de meses, y que guste a los lectores. Para la próxima entrada hablaremos ya de los proyectos futuros y de sus orígenes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario