¿Nos
repetimos los escritores?
Supongo
que sí
Nunca
había sido consciente de que yo lo hacía, o, al menos, no tan frecuentemente.
Esta vez, debido a todas las revisiones que tuve que hacer en La Estirpe de los
Reyes, que conocerán los que hayan leído las entradas anteriores, me he dado
cuenta de que, sobre todo, debido a su gran extensión, repito frases,
situaciones, descripciones…
¿Es eso
un defecto? Por un momento pensé que sí y en dedicarme a la ingrata tarea de
corregirlas, aunque estuviesen separadas por docenas de páginas, varios
capítulos o (en la ficción de la trama) decenas de años.
Pero
luego pensé ¿No nos repetimos las personas? ¿Quién de todos nosotros,
escritores o lectores, no ha repetido alguna frase, algún argumento, alguna
actitud, en algún momento de su vida y en algún otro? Somos animales de
costumbres, y, si la novela pretende dar sensación de realidad, sus
protagonistas también repetirán sus razonamientos, sus gestos, incluso sus
pensamientos.
Buscando
ejemplos de libros en que se hayan repetido, frecuentemente, frases o palabras,
acudieron rápidamente a mi memoria, quizá por ser las más conocidas, los
reiterados epítetos con que Homero, en la Iliada, describe a sus héroes, o a
sus acciones o instrumentos.
Dejando a
un lado los famosos, “Héctor, el del tremolante casco” o “Aquiles, el de los
pies ligeros”, busqué (y solo en los primeros cinco cantos, pues con eso había
suficiente material y se trataba de un vistazo rápido para apoyar esta intervención), y recopilé dos ejemplos también muy conocidos:
Canto I.
“…Átridas y demás aqueos de hermosas grebas…”
Canto II.
“…¡Ea, aqueos de hermosas grebas…!”
Canto III.
“…¡Oid de mis labios, troyanos y aqueos de hermosas grebas…!”
“…No es reprensible que troyanos y aqueos de hermosas grebas…!
“…Como los aqueos, de hermosas grebas…!
“…así los troyanos, domadores de caballos,
como los aqueos, de hermosas grebas…!
Canto V.
“… A su vez los aqueos, de hermosas grebas…”
Canto I.
“…No dé yo contigo, anciano, cerca de las cóncavas naves…”
“…ninguno de ellos pondrá en ti sus
pesadas manos, cerca de las cóncavas
naves…”
Canto II.
“…No me enojo, pues, porque los aqueos se
imnpacienten junto a las cóncavas naves…”
“…Pronto les fue más agradable el combate
que volver a la patria tierra en las cóncavas
naves…”
Así que
(por favor, obviamente, sin pretender compararme con nadie. Tengo el ego un
poco sobredesarrollado, pero no tanto que me haga perder el sentido de la
proporción) decidí dejar todo como estaba; pero para hacer algo de autocrítica,
voy a trascribir aquí algunos ejemplos de como, en la citada novela, me repito
con frecuencia. Y, como eso es muy extenso, lo iré repartiendo en varios capítulos.
Comencemos
por el astur, Xinto, que aparece, desde el segundo capítulo, en el año 739,
hasta el epílogo, en 791, por lo que tiene muchos momentos para repetirse. A
menudo demuestra que lo que ocurra en los más civilizados valles, lejos de su
aldea de las montañas, no le importa demasiado:
Cap. II;
pag. 12 (de mi borrador):
“—Su hermano Alarico fue mi camarada
—respondió el astur—. Vosotros seguid
preocupándoos de los asuntos del reino…”
Mismo cap., pag.14:
“El astur correspondió con una leve
inclinación de cabeza al saludo. —No
vengo mucho por la corte —dijo—. Mi gente me necesita.”
Y un poco
después:
“…mientras Xinto declinaba la invitación
de los dos hijos de Julián para que les acompañase con un breve: —“Eso son asuntos vuestros” —y salía de
las dependencias palaciegas.”
Cap. IV,
pag. 26:
“—¿Yo? —Xinto no pudo evitar reírse—. Yo soy un astur, nací entre montañas y allí
moriré. Si algo he aprendido en los valles y en las tierras de más allá de
los montes, ha sido para mejor poder ayudar a mi pueblo.”
Cap.
VIII, pag.68:
“—Nuestra costumbre es que sea el hombre que
se case con la hija del jefe anterior, preferiblemente venido de fuera, el que
dirija a la tribu —se opuso Xinto—. Y es una buena costumbre. Yo tuve mis
amigos y mis enemigos cuando niño en la aldea, y si ahora ejerciera el mando,
algunos se verían beneficiados en perjuicio de otros, posiblemente los mismos
cuyos padres fueron amigos del mío. Es preferible que sea alguien que no tenga
intereses previos quien acceda a la jefatura. Además, yo abandoné la aldea y
viví largo tiempo entre los hombres de los valles y aun más lejos todavía.
Quizá mis intereses sean distintos de los vuestros, los que habéis permanecido
aquí.
—¿Eso quiere decir que te volverás a
marchar? —le preguntaron.
—No —respondió—. Como bien habéis dicho,
los dos esposos anteriores de mi hermana fueron un auténtico desastre. Esta vez
me preocuparé de que elija mejor. Mandaremos emisarios a las tribus vecinas
invitando a los hijos de sus jefes a que nos visiten, y los pondremos a prueba
antes de decidir. Y, por si nos
equivocamos, me quedaré con la excusa de cuidar a nuestra invitada. Aunque
no sea el jefe, siempre podréis acudir a mí en busca de consejo.”
En el
capítulo XIV, pag. 184, hablando con Isidoro de los motivos que aconsejaron
apartar a Froiluba de la corte:
“—Por supuesto que no. Él no —asintió
Isidoro—; pero podrían utilizarle. Era un riesgo que no podíamos correr.
—La
vida en los valles de ahí abajo debe ser muy complicada —opinó Xinto—, si
tenéis estar preocupándoos de todos esos detalles.
—Aunque, por otro lado —continuó el
sacerdote sin hacerle caso—, hubiera sido una buena cosa para mi hermano.
Froiluba hubiera sido una excelente esposa para él y no se hubiera casado con
una extranjera, y además musulmana…
—Razón de más para que hubieras pensado en
lo que convenía a tu hermano y no en todas esas razones de intrigas que no
acabo de comprender. Insisto, los
hombres de los valles sois muy complicados.”
Cap.
XVIII, pag. 303; cuando Isidoro teme por su amigo Xinto si se deja arrastrar
por costumbres paganas:
“Isidoro meditó unos momentos. —Sí
—asintió—. Muchas veces. Y nunca he podido saber si esa sensación irracional
estaba inspirada por Dios o por el diablo.
—¿Y qué has hecho en esos casos? —preguntó
el astur.
—Obedecer a mis sentimientos —replicó el
monje encogiéndose de hombros—; y cargar, durante toda mi vida, con el peso de
la duda de si he actuado correctamente.
—Yo, en cambio, no tengo dudas. Este era mi destino y la manera mejor de
ayudar a mi gente.
—Eres, pues, afortunado —dijo, con un
suspiro, Isidoro—. Pero temo por tu alma si sigues esas costumbres paganas. No
olvides que, algún día, todos tendremos que rendir cuentas al Creador.”
En el
segundo tomo, Cap. XXIV, pag. 97, después de que Teudis haya comunicado su
intención de casarse con Tina y a la joven le preocupe trasladarse a la corte:
“—Entonces, en cuanto acabe la cena,
prepáralo todo —dijo Teudis—. Mañana, antes de partir, mi tío nos casará, y a
continuación saldremos, primero para mi residencia, y luego para la corte.
Y, al escuchar esto, los ojos de Tina se
abrieron aún más, cuando, al sentimiento de felicidad que le embargaba, se le
unió el de temor ante la toma de conciencia del gran cambio que se avecinaba en
su vida. Sensación que no fue notada por los presentes, excepto por el astur.
—No te asustes, muchacha —le dijo—. Yo también he vivido en Cangas y no es tan
grave. Lo único que hay que hacer es no tener en cuenta a los presumidos nobles
que rodean al monarca y seguir siendo tú misma. Acabarán por no hacerte
caso.”
En el
capítulo XXVIII, pag. 182, al encontrarse con el rey Fruela cuando éste va
camino de Samos:
“—Xinto —replicó el monarca, reconociendo
al que su padre había considerado como un amigo—. Hacía mucho tiempo que no te
veía.
—Cierto —contestó el astur—. Desde antes
del fallecimiento de tu padre —no era
Xinto alguien proclive a emplear el protocolo, y menos en medio de sus montes
y con alguien al que había conocido cuando aún era un recién nacido—. Aprovecho
la ocasión para expresarte mi pesar por ello. Admiré y respeté al rey Alfonso;
la noticia de su muerte me entristeció. Espero que seas tan buen monarca como
él —añadió.
El ambiente bucólico y el esplendor de la
naturaleza de los bosques astúres debió hacer mella en el ánimo del rey, porque
no pareció disgustarse demasiado por la familiaridad con que le trataba aquel
hombre; aunque, aún así, no era Fruela alguien que dejase pasar la ocasión de
demostrar su regia alcurnia.
—Te agradezco tu condolencia —dijo—; pero
es cierto que, desde mi coronación, ni tú ni tus hombres habéis acudido a
prestarme el debido juramento de fidelidad.
—Tampoco
el rey ha venido a visitar las tierras que, según dice, son suyas —replicó
Xinto sin acobardarse.”
Y, en la
misma escena, un poco después:
“—¿Silo? ¿El pequeño Silo? —se asombró
Xinto—. Isidoro, qué viejos nos estamos haciendo. Ya comencé a darme cuenta de
ello cuando vi a Teudis hecho un hombre y convertido en conde, pero comprobar
también que el pequeño Silo se ha convertido en un apuesto soldado…
—Y conde de Pravia —añadió el monarca—. Es
pues, tu señor natural, ya que estas tierras están dentro de su jurisdicción.
—Pravia
está muy lejos, abajo, en la costa —replicó Xinto—. Le reconoceré como mi señor
cuando baje allí a comerciar en busca de pescado en salazón, pero aquí, entre los montes, no tenemos más jurisdicción que la de la
naturaleza. Y la del rey, cuando venga a visitarnos —añadió, antes de que
Fruela pudiera sentirse menospreciado.”
Seguiremos con otros ejemplos en próximas entradas.
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