11 de septiembre de 2017

REPETICIONES II

Sigamos por el rey, Fruela I, de vida mucho más corta, pero que también (y sobre todo, debido a su carácter, fuerte, pero simple y previsible, también repite actitudes o argumentaciones)

En el segundo tomo, Cap.XXII, pag. 30:
“—Es cierto que no sabemos mandar. Ni obedecer —dijo, a su vez, Vimara—; ni tú tampoco. ¿Por qué, entonces, eres tú quién siempre da las órdenes y nosotros los que las obedecemos?
La mirada de Fruela se endureció aún más, si eso fuera posible. —Si quieres saberlo —dijo—, coge una espada de prácticas y te demostraré una de las razones por lo que eso es así, ya que no eres capaz de aceptar las otras.”

En el capítulo XXIV, pag. 86:
“—Escucha, Teudis, y te hablo como al amigo que he reconocido que eres —le dijo con semblante serio—. Si yo, en algún momento, me intereso de verdad por alguna mujer, me importará muy poco lo que nadie pueda pensar al respecto. Y si quiero algo, lo conseguiré y no permitiré que nadie, oyes, ¡nadie!, se interponga. Y, si quieres que te siga respetando, haz tú lo mismo.”

Y en su coronación, pag. 106:
“Pero cuando Urbano colocó la corona en sus sienes, se prometió a sí mismo que ningún hijo ni descendiente suyo tendría que pasar por lo que consideraba una humillación ante los nobles.
Y, naturalmente, se equivocaba.”

En el cap. XXVI, pag. 127, hablando con Teudis:
“Fruela sonrió. —Sin quererlo, ya estoy ante mi primera decisión —dijo—. Iba a decirte que, en privado, te ahorrases el tratamiento, pues te considero mi camarada; pero no puedo. Ahora soy el rey.”

Y un poco después, en la misma conversación, en la siguiente página:
“—Escucha, Teudis, amigo mío —le dijo—. Soy hijo de Alfonso, el rey que llevó a nuestras tropas más allá de los montes, a las tierras que nos habían sido arrebatadas, desafiando abiertamente a los conquistadores. Soy nieto de Pelayo, el héroe que derrotó por primera vez a los musulmanes y que unió a las tribus dispersas de astures y a los godos fugitivos en un reino dispuesto a luchar por su independencia y por nuestra religión. Inevitablemente, me compararán con ellos. ¡Pero yo no soy mi padre! ¡Yo no soy mi abuelo! ¡Soy Fruela! Y soy el rey de Asturias.

En la 132:
“—Anagildo —continuó el rey, dirigiéndose al nuevo obispo—. Confío en ti para que, juntos, volvamos a la Iglesia al buen camino que nunca debió abandonar. Hay multitud de sacerdotes que, en lugar de preocuparse por el bienestar de los fieles a ellos encomendados, viven con holgura a su costa e, incluso, mantienen concubinas públicamente. Yo les obligaré a que reformen sus conductas y, a los que no lo hagan, ¡Por Dios nuestro Señor, que les sacaré la lujuria del cuerpo a base de azotes! —Fruela respiró hondo tratando de contener el acceso de ira que, por un momento, le había asaltado.”

Y, en el cap. XXVIII, pag. 166, discute con Vimara a propósito de Munia, lo que se repetirá bastantes veces:
“—Vine a recibir a Fruela —replicó la joven—. Además, las clases de Marco son muy aburridas. Si al menos fuese la hora de las de religión con el tío Isidoro… Y a partir de ahora no voy a poder volver por un tiempo con mi viejo preceptor. Fruela me ha ordenado que me encargue de su invitada.
—Una medida inteligente. Así nuestro rey tendrá tiempo de ocuparse de sus asuntos. Vamos, hermano —dijo Vimara, dirigiéndose al soberano con la familiaridad que empleaba cuando no había personas ajenas cerca—. Tendrás que reunir a los nobles para darles cuenta del resultado de la campaña.
Fruela levantó su mano derecha. —Un momento, Vimara —dijo, severamente—. Me parece bien que procures educar a nuestra hermana, porque reconozco que yo me siento inclinado a consentirla demasiado; pero no pienses que puedes hacer lo mismo conmigo. Soy tu hermano mayor, y, ya que pareces olvidarlo, te recuerdo que yo soy el rey.
—Nunca lo olvido, hermano —replicó el segundogénito—. Creo que lo tengo presente, incluso, más que tú mismo. Es por eso por lo que te lo recuerdo cuando pareces no ser consciente de ello.
El semblante de Fruela se contrajo. —¡Yo soy el rey! —repitió—. Y reuniré a los nobles cuándo y cómo me plazca —luego, respiró hondo y pareció controlarse, pues una leve sonrisa se dibujó en su rostro—. ¡Teudis! —exclamó—. Me ocuparé personalmente del alojamiento de mi invitada.”

Y, un poco más adelante, en la pag.169, hablando con Teudis:
“De nuevo las carcajadas de Fruela resonaron en la estancia. —¡No! —dijo—. No, aunque… ahora que lo dices, ¿por qué no? Sería divertido; solo por ver la cara que pondría Vimara valdría la pena —luego, intentando recuperar la seriedad, continuó—. No, no se trata de eso. No te preocupes, no creo que Munia quisiera casarse conmigo, es diferente a las damas de la corte, a las que solo les atrae la corona que llevo en la cabeza. Pero si la coloqué en un sitio preferente en el banquete fue solo para demostrar que el rey tiene derecho a hacer lo que quiera sin pararse a pensar si eso es del gusto de los nobles. Sí, Teudis, sí —continuó—. Lo hice para afirmar el prestigio del cargo que ostento, y, ya ves, todos acabaron agachando la cabeza y brindando conmigo a la salud de Munia.”

En la página 176, a la vuelta de Oviedo, hablando con Teudis:
“—He observado que vuestra invitada vasca no ha regresado con vos a la corte — opinó, entonces, el conde, midiendo cuidadosamente sus palabras.
—Es cierto —asintió el rey—. Munia no se encontraba a gusto en Cangas y, sin embargo, ha disfrutado mucho estos días en Oveto. Me ha pedido permiso para quedarse allí, aprovechando la hospitalidad de Máximo y Fromistano, y se lo he concedido.
—En ese caso, podréis dedicar más tiempo a las tareas de gobierno —observó Teudis, sin saber muy bien qué decir, pero comprendiendo, al instante, que no había elegido bien sus palabras.
—¿También tú crees que puedes decirme lo que tengo que hacer? — respondió, con viveza, el monarca, pero sin el estallido de ira que el conde había temido.
—Oh, no, señor —replicó, azarado, el mayordomo de palacio—. No era esa mi intención…
—Mejor —concedió el rey—. Porque yo seguiré haciendo lo que me plazca.”

Y, en la 177, hablando con Vimara:
“—Hermano —dijo, y en la premura del momento olvidó que a Fruela, cuando se encontraba en un acto oficial, le gustaba que se dirigieran a él con el protocolo debido, aunque no hubiera presente nadie fuera de sus familiares más cercanos—. No puedes marcharte otra vez. Tienes un reino que gobernar.
Fruela se volvió al que había osado contradecirle, y en sus ojos lucieron de nuevo destellos de ira. —¿Que no puedo? ¡Vimara! Yo puedo hacer lo que quiera. Y no sé de qué te quejas. Mientras yo estoy fuera tú eres quien ordena y manda en Cangas.
—Pero el caso es que no soy yo el destinado a hacer eso —respondió su hermano—. Tú naciste antes. Te voy a recordar una de tus frases favoritas; cada vez que discutimos, me cierras la boca diciendo: ¡Yo soy el rey! Y es cierto, hermano. Tú eres el rey. Y serlo conlleva obligaciones. Recuerda el día de tu coronación; juraste defender y respetar las costumbres de los godos. Y lo que te contestó el obispo: Rey serás si obras rectamente, si no, no lo serás. Quizá algunos nobles piensen que no estás cumpliendo con los deberes de tu cargo.
El rostro de Fruela se contrajo. —¿Es eso una amenaza? —preguntó, congestionado de ira mal contenida.
Por un instante Vimara intentó mantener la mirada de su hermano, pero luego bajó los ojos. —No —respondió—, por supuesto que no. Solo…
—¡Entonces no vuelvas a repetirla! —le interrumpió el monarca—. Porque si alguien me amenaza, sea quien sea, incluso tú, haré que se arrepienta el resto de su vida, que no será demasiado larga. Mañana partiré hacia Oveto. ¿Alguna objeción?
Vimara comprendió que había tensado demasiado la cuerda. —Ninguna, majestad —replicó, bajando la cabeza—. Se hará como deseéis.”

Cuando, en la pag. 186, en Samos, recibe la noticia de la desobediencia de Suero:
“—Y ambos mensajeros salieron a la vez —replicó el rey, indignado—. Por lo tanto, Suero partió de Lucus sabiendo que yo le reclamaba y haciendo caso omiso a mis órdenes. ¡Silo! —exclamó, volviéndose al jefe de sus fideles—. Di a los hombres que se preparen. Iremos a Lucus, depondremos a ese intrigante y nombraremos gobernador de Gallaecia a Sigmundo en su lugar —ordenó con semblante fiero.
—Escuchad, majestad —intervino Isidoro—. Quizá eso sea lo que Suero quiere. Sus partidarios son muchos, y si presenta ese acto como una intromisión del rey de Asturias en los asuntos de Gallaecia puede obtener aún más. Podríamos encontrarnos enfrentados a un enemigo muy superior e, incluso, vuestra vida podría correr peligro.
—¿Y debo dejar sin respuesta este insulto a la corona? —preguntó el enfurecido Fruela—. Ordenaré a Teudis que venga a encontrarnos con todo el ejército y colocaré la cabeza de Suero en una pica en las almenas de Lucus. ¿Acaso dudas de que puedo aplastar sin compasión a ese rebelde?”

Y, comentando ese asunto con Teudis, a la vuelta:
“Con gusto te hubiera ordenado que partieras con el ejército a unirte conmigo y le hubiera cortado la cabeza con mi propia espada —dijo con rabia—, pero Isidoro y el obispo Odoario me convencieron de que no me diese por enterado de su impertinencia.
—Me alegro de que lo hicierais así —replicó Teudis—. Muchos gallegos no se sienten a gusto como súbditos del rey de Asturias, y el conde Suero piensa, con toda seguridad, que en lugar de ser el conde de Lucus, a vuestras órdenes, podría ser el rey de Gallaecia, y trataros como un igual, por lo que, con disimulo, alimenta ese sentimiento de insumisión hacia vos. Si le hubierais atacado directamente, se habría producido un levantamiento general y nos habríamos visto envueltos en una guerra larga y sangrienta. El consejo del obispo de Lucus y de mi tío ha sido prudente y juicioso.
—Sí —asintió, de mala gana, el monarca—. Isidoro es prudente y juicioso, tú eres prudente y juicioso… ¡Pero yo estoy harto de ser prudente! Resolveré este asunto a mi manera, aunque tenga que esperar el momento adecuado para hacerlo.”

En la página 189, cuando recibe la noticia del avance del ejército musulmán:
“—Id a vuestras tareas. Ha dicho el mensajero que los musulmanes son más numerosos que las espigas de un campo de trigo, pero yo segaré las espigas de ese campo de trigo en movimiento y haré gavillas con sus cabezas.”

Y, en la página 197, después de derrotar a los invasores y matar personalmente a su jefe:
“En ese momento, un Fruela bañado en sangre de los pies a la cabeza, aunque apenas unas gotas fueran suyas propias, se acercó a los dos hermanos. —¡Victoria! —exclamó—. ¡Nuestro Señor Jesucristo nos ha concedido la victoria! ¡Hemos acabado con los infieles! ¡Ahora nadie podrá decir que no soy digno hijo de mi padre!”


A la vuelta de la batalla, cuando comunica a Vimara que se ha casado en secreto con Munia, en la pag. 199:
“Vimara abrió los ojos asombrados y, tras unos instantes, consiguió controlarse, aunque no del todo.
—¡Santo Dios! —exclamó—. Hubiera debido esperarlo de ti. Nunca meditas tus actos. ¡Que Nuestro Señor nos ayude en manos de un loco impetuoso como tú!

—¡Yo soy el rey! —tronó Fruela, acallando con su voz y su gesto las protestas de su hermano—. ¿Debo pedirte permiso para hacer mi voluntad? ¿Acaso cuestionas mis actos? ¡No te lo permitiré, ni a ti, ni a nadie en la corte!”

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