13
de Junio de 2017.
Hace dos meses que LA ESTIRPE DE
LOS REYES, finalizada, fue enviada a la editorial Sapere aude. Aunque, debido a
que tenemos que esperar a que Nacho Luengo pueda finalizar la (las) portadas
(Inestimable, inapreciable y maravillosa esta altruista aportación suya a mis
novelas), y a que la Asociación de Antiguos Alumnos del Colegio Santa María de
los Rosales pueda organizar la presentación, pospondremos su publicación hasta
el otoño próximo. Entretanto, como para la redacción de esa novela tuve que
consultar permanentemente a su contemporánea La Cruz de los Ángeles, hubo bastantes detalles de esta última
sobre los que volví a meditar. Está redactada como parte y final de una serie
que comienza en PELAYO, REY, continúa en LA MURALLA ESMERALDA, sigue en EL
MULADÍ, y tiene a la citada ESTIRPE DE LOS REYES como un anexo que transcurre a
la vez que ellas. Eso, que por un lado, aumenta el posible interés de los
lectores en seguirla, por otro hace que, leerla independientemente del resto,
aunque sea posible, pues, en su origen, se concibió como un libro en sí misma,
sin más relación con el origen (Pelayo, rey) que lo que nos dice la Historia en
la que ambas se basan, es complicado debido a las referencias y añadidos que
tuvo después, tras publicar las anteriores, no siempre conseguidos ni expresados
con la suficiente claridad.
También
esa condición (4º episodio de una serie) disminuye su importancia, y, durante
bastante tiempo, he tenido la sensación de que ninguno de los libros publicados
alcanza el nivel conseguido por el
citado PELAYO, REY.
Así que
he dedicado estos dos meses a rehacer esa novela, introduciendo, además,
algunos cambios.
El más
trascendente de ellos no lo puedo publicar aquí, pues estropearía la impactante
revelación con que los protagonistas de esa primera redacción de la novela (y
los lectores) son sorprendidos al final del capítulo VII (primero de la segunda
parte de esa novela), y que es uno de los condicionantes de la trama. Baste
decir que una circunstancia, de innegable valor dramático, pero completamente
improbable en términos históricos, es suprimida para narrar la trama de un
modo, seguramente, más acorde con la realidad histórica.
También
cambia considerablemente el personaje de Silo. Este rey asturiano, al que en la
anterior redacción de esta novela se le hace, sin ningún fundamento que lo
avale, hijo del conde Rodulfo y nieto de Julián (el primero, personaje
inventado y uno de los principales protagonistas de la Muralla Esmeralda y de
El Muladí, y el segundo, también inventado, el fiel comañero de don Pelayo en
Pelayo, rey y en La Muralla esmeralda), retoma su más que probable personalidad
de un magnate gallego de mediana edad cuya boda con Adosinda estuvo más bien
motivada por conveniencias mutuas que por un amor de adolescentes (Aunque la
parte romántica no se puede abandonar del todo)
Aunque
quizá realice más cambios o ampliaciones, la novela ya está terminada. Lo que
aún no sé es si llegaré a publicarla, o si los lectores tendrán que conformarse
con la versión ya editada.
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