Sin abandonar la primera de mis novelas Pelayo, rey , nos encontramos con más personajes reales que tienen cierto protagonismo. En el bando de los “buenos”, aparte del padre del héroe, Favila, del que ya hemos hablado algo en la entrada anterior por coincidencia del nombre con el de su nieto, tenemos al último monarca godo, don Rodrigo.
En Madrid tenemos que acercarnos a la barriada situada entre General Ricardos y el parque de san Isidro, de la que ya hablamos en la entrada anterior, para encontrar la calle dedicada a este monarca. Arranca precisamente de la de Favila y llega a la de Recesvinto. Muy cerca se encuentra la de Witiza, del que hablaremos después, y tambien encontramos otra dedicada a Chindasvinto, citado en la novela aunque su época es algo anterior. No obstante, entre tanto rey godo, echamos de menos a Egica, el padre de Witiza.
En la Comunidad de Madrid, también encontramos calles dedicadas a este monarca en el Escorial y en San Martín de la Vega.
En Oviedo el Google no encuentra ninguna calle dedicada al último rey godo, ni tampoco en Gijón ni en Cangas de Onís.aunque hay “edificios don Rodrigo” en Siero y en Laviana.
Pasándonos al bando de los “malos”, ya hemos dicho que hay una calle dedicada al antecesor de don Rodrigo, Witiza, en Madrid, en una zona dedicada a recordar a muchos de los reyes godos; pero ni en Oviedo, Gijón ni Cangas de Onís hay ninguna calle que guarde memoria de este monarca, vil y taimado según la mayor parte de los cronistas (y así lo retrato en mi novela), pero generoso e inteligente según otros (generalmente mozárabes), porque ya se sabe que la Historia da la razón a unos u otros personajes según quienes sean los que la escriban. Quizá por eso, habría que buscar recuerdos de este rey godo en tierras dominadas durante más tiempo por los musulmanes. Y en efecto, encontramos una calle con su nombre en Dos Hermanas, cerca de Sevilla.
Claro que, para malvado, el hermano de Witiza, Oppas, obispo de Toledo o de Sevilla y prototipo del traidor (según los cronistas anteriores), que tampoco tiene ninguna calle que le recuerde, ni en Madrid, ni en Oviedo, Gijón o Cangas, ni tampoco en los territorios que permanecieron más tiempo en poder de los musulmanes, a los que, según la leyenda, ayudó. Aunque puede ser porque la existencia de este siniestro personaje de mi novela pertenece, quizá, más a la Leyenda que a la Historia.
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